En nuestro artículo de ayer hicimos referencia a la pérfida estratagema de Ulises que le costó la vida a Palamedes. En dicho plan se incluía la redacción de una carta falsa de Príamo a Palamedes en la que se dejaba entrever el acuerdo entre ambos personajes: la traición de Palamedes a cambio de una cantidad de oro, que el propio Ulises se había encargado de ocultar bajo el lecho de su enemigo en la tienda que ocupaba en el campamento aqueo. La consecuencia del diabólico plan de Ulises fue la muerte, aunque era inocente, de Palamedes.
El motivo de la falsa acusación me ha traído a la memoria otros ejemplos, clásicos o no, pero en este caso relacionados con asuntos amorosos. Nos referiremos en esta serie más en profundidad a dos de ellos, justamente aquellos en los que la falsa acusación o la orden de dar muerte, tras una falsa acusación, aparece escrita en una carta, más en concreto una tablilla (tabellas –latín-, en Higino; δέλτος, ἐπιστολὰς –griego- en Eurípides y Apolodoro), concretamente los casos de Belerofonte e Hipólito.
En todos ellos, la base temática la tenemos en el relato de la mujer de Putifar, que está narrada en el Génesis, 39. La historia bíblica es la siguiente:
Cuando José fue llevado a Egipto, Putifar –un egipcio que era funcionario del Faraón, capitán de guardias– lo compró a los ismaelitas que lo habían llevado allí. 2 Pero como el Señor estaba con José, la suerte lo favoreció, y quedó en la casa de su patrón, el egipcio. 3 Al ver que el Señor estaba con él y hacía prosperar todas las obras que realizaba, 4 su patrón lo miró con buenos ojos y lo nombró su mayordomo, poniéndolo al frente de su casa y confiándole la administración de todos sus bienes. 5 A partir del momento en que le encomendó el cuidado de su casa y de todas sus posesiones, el Señor bendijo la casa del egipcio, en atención a José. La bendición del Señor se extendía a todas sus posesiones, dentro y fuera de la casa.
6 Por eso dejó a cargo de José todo lo que poseía, y ya no se preocupó más de nada, fuera del alimento que comía.
Como José era apuesto y de buena presencia, 7 después de un tiempo, la esposa de su patrón fijó sus ojos en él y le dijo: «Acuéstate conmigo». 8 Pero él se negó y respondió a la mujer: «Teniéndome a mí, mi patrón ya no piensa en los asuntos de su casa, porque me ha confiado todo lo que posee. 9 El mismo no ejerce más autoridad que yo en esta casa, y no me ha impuesto ninguna restricción, fuera del respeto que te es debido, ya que eres su esposa. ¿Cómo entonces voy a cometer un delito tan grave y a pecar contra Dios?». 10 Y por más que ella lo instigaba día tras día, él no accedió a acostarse con ella y a ser su amante.
11 Pero un día, José entró en la casa para cumplir con sus obligaciones, en el preciso momento en que todo el personal de servicio se encontraba ausente. 12 Entonces ella lo tomó de la ropa y le insistió: «Acuéstate conmigo». Pero él huyó, dejando su manto en las manos de la mujer, y se alejó de allí. 13 Cuando ella vio que José había dejado el manto entre sus manos y se había escapado, 14 llamó a sus servidores y les dijo: «¡Miren! Mi marido nos ha traído un hebreo, sólo para que se ría de nosotros. El intentó acostarse conmigo, pero yo grité lo más fuerte que pude.
15 Y cuando me oyó gritar pidiendo auxilio, dejó su manto a mi lado y se escapó».
16 Ella guardó el manto de José hasta que regresó su marido, 17 y entonces le contó la misma historia: «El esclavo hebreo que nos trajiste se ha burlado de mí y pretendió violarme. 18 Pero cuando yo grité pidiendo auxilio, él dejó su manto a mi lado y se escapó». 19 Al oír las palabras de su mujer: «Tu esclavo me hizo esto y esto», su patrón se enfureció, 20 hizo detener a José, y lo puso en la cárcel donde estaban recluidos los prisioneros del rey. Así fue a parar a la cárcel.
21 Pero el Señor estaba con José y le mostró su bondad, haciendo que se ganara la simpatía del jefe de los carceleros. 22 Este confió a José todos los presos que había en la cárcel, y él dirigía todo lo que allí se hacía.
23 El jefe de los carceleros no vigilaba absolutamente nada de lo que había confiado a José, porque el Señor estaba con él y hacía prosperar todo lo que él realizaba.
José María Lucas, en El motivo de Putifar en la tragedia griega, explica así la estructura formal de este motivo:
Pero antes de entrar a tratar el material propiamente griego, conviene que nos detengamos un momento a perfilar con una mayor precisión la estructura formal del motivo de Putifar desde una perspectiva ya puramente literaria (utilizo aquí el término literario lógicamente en un sentido lato, como material modelable en cualquier tipo de relato). Así, pues, podríamos decir que el esquema general consta de cinco momentos. El primero corresponde al de enamoramiento: en el contexto de un matrimonio hay un tercer elemento, masculino, que reúne las características de juventud y de relación estrecha, familiar o no, con el marido; pues bien, de este tercer personaje se enamora la esposa de forma incontenible. Luego viene el intento de seducción protagonizado por ella y el consiguiente rechazo por parte de él, que prefiere seguir los dictados de lealtad al esposo. En un tercer momento tiene lugar la falsa acusación: la esposa, o bien por despecho, o bien ante el temor de ser delatada ante su marido, o bien por ambas cosas, se lamenta calumniosamente ante éste de la falsa deslealtad del tercer miembro del triángulo, y muy frecuentemente apoya su declaración con variados tipos de argucias —normalmente un estado físico deplorable—. Tras esto vienen los intentos de defenderse por parte del calumniado. Finalmente estaría el descubrimiento de la verdad, con el castigo consiguiente para la mujer pérfida y la salvación y exaltación para el joven honesto.
Al menos hay seis ejemplos en la literatura griega en los que podemos rastrear este motivo. Y, curiosamente, todos han tenido tratamiento en la tragedia quizás, como apunta Lucas, por esto:
A la luz de este esquema formal y dado lo atractivo de su temática, en especial a partir de un momento dado en la evolución de la Tragedia griega en el propio siglo V a. C., es fácilmente comprensible que una tal línea argumental gozase de un encanto especial entre los poetas trágicos a la hora de buscar la temática de sus piezas. Y para ello, por supuesto, contaban con el fondo mítico, en el que este tema aparecía en repetidas ocasiones, como veremos. El primer testimonio, y más importante, de la incidencia del motivo de Putifar en el Teatro grecolatino es la constatación de que los seis mitos existentes al respecto sirvieron al menos en alguna ocasión como núcleo argumental de alguna obra dramática, frente a otras muchas áreas que nunca tuvieron la fortuna de subir a escena. Y a esto habría que añadir un segundo dato, que es el intenso uso, además, de que los poetas hicieron de alguno de esos temas, nueva prueba del atractivo que debió de ejercer el motivo de Putifar, subyacente a las historias particulares, en los dramaturgos y público atenienses.
De manera más precisa y empezando por el aspecto formal, es claro que esa estructuración descrita del relato-tipo se avenía maravillosamente bien a las líneas generales de composición de la Tragedia griega, puesto que los tres primeros momentos, de contenido esencialmente narrativo, encajaban perfectamente en el período inicial de toda tragedia, lo que no va en contra de que en cada caso concreto el poeta pudiese dar entrada a alteraciones de diversa consideración según el punto que quisiera destacar o, por el contrarío, hacer pasar desapercibido. Luego, el núcleo dramático, o sea, el período agonal, sería el lugar oportuno para dar cabida al intento de defenderse por parte del calumniado.
Y la acción se cerraría con un nuevo momento narrativo donde quedaría de manifiesto la auténtica verdad del episodio amoroso. Con sólo revisar la marcha de la acción dramática del Hipólito euripídeo conservado se comprueba la oportunidad de estas consideraciones. Pero también temáticamente debía de haber una gran sintonía entre este motivo de Putifar y los temas trágicos, y la mejor prueba de ello es que en un caso, el de Fénix como veremos más abajo, la Tragedia llegará incluso a alterar profundamente el relato tal y como se conocía ya por el mismísimo Homero en un amplio pasaje de la ¡liada, y dadas estas dos circunstancias es claro que la voluntad euripídea por introducir la alteración fue intensa, así como sería difícil que pasase desapercibida al público.
Pasamos ya a referirnos a estos casos.
El primero es el de Acasto, Astidamía y Peleo. La fuente que nos narra el suceso es Apolodoro, Biblioteca III, 13, 1:
Πηλεὺς δὲ εἰς Φθίαν φυγὼν πρὸς Εὐρυτίωνα τὸν ῎Ακτορος ὑπ’ αὐτοῦ καθαίρεται, καὶ λαμβάνει παρ’ αὐτοῦ τὴν θυγατέρα ᾿Αντιγόνην καὶ τῆς χώρας τὴν τρίτην μοῖραν. καὶ γίνεται θυγάτηρ αὐτῷ Πολυδώρα, ἣν ἔγημε Βῶρος ὁ Περιήρους. ἐντεῦθεν ἐπὶ τὴν θήραν τοῦ Καλυδωνίου κάπρου μετ’ Εὐρυτίωνος ἐλθών, προέμενος ἐπὶ τὸν σῦν ἀκόντιον Εὐρυτίωνος τυγχάνει καὶ κτείνει τοῦτον ἄκων. Πάλιν οὖν ἐκ Φθίας φυγὼν εἰς ᾿Ιωλκὸν πρὸς ῎Ακαστον ἀφικνεῖται καὶ ὑπ’ αὐτοῦ καθαίρεται. ἀγωνίζεται δὲ καὶ τὸν ἐπὶ Πελίᾳ ἀγῶνα, πρὸς ᾿Αταλάντην διαπαλαίσας. καὶ ᾿Αστυδάμεια ἡ ᾿Ακάστου γυνή, Πηλέως ἐρασθεῖσα, περὶ συνουσίας προσέπεμψεν αὐτῷ λόγους. μὴ δυναμένη δὲ πεῖσαι, πρὸς τὴν γυναῖκα αὐτοῦ πέμψασα ἔφη μέλλειν Πηλέα γαμεῖν Στερόπην τὴν ᾿Ακἀστου θυγατέρα· καὶ τοῦτο ἐκείνη ἀκούσασα ἀγχόνην ἀνάπτει. Πηλέως δὲ πρὸς ῎Ακαστον καταψεύδεται, λέγουσα ὑπ’ αὐτοῦ περὶ συνουσίας πεπειρᾶσθαι. ῎Ακαστος <δὲ> ἀκούσας κτεῖναι μὲν ὃν ἐκάθηρεν οὐκ ἠβουλήθη, ἄγει δὲ αὐτὸν ἐπὶ θήραν εἰς τὸ Πήλιον. ἔνθα ἁμίλλης περὶ θήρας γενομένης, Πηλεὺς μὲν ὧν ἐχειροῦτο θηρίων τὰς γλώσσας τούτων ἐκτέμνων εἰς πήραν ἐτίθει, οἱ δὲ μετὰ ᾿Ακἀστου ταῦτα χειρούμενοι κατεγέλων ὡς μηδὲν τεθηρακότος τοῦ Πηλέως. ὁ δὲ τὰς γλώσσας παρασχόμενος ὅσας εἶχεν ἐκείνοις, τοσαῦτα ἔφη τεθηρευκέναι. ἀποκοιμηθέντος δὲ αὐτοῦ ἐν τῷ Πηλίῳ, ἀπολιπὼν ῎Ακαστος καὶ τὴν μάχαιραν ἐν τῇ τῶν βοῶν κόπρῳ κρύψας ἐπανέρχεται. ὁ δὲ ἐξαναστὰς καὶ ζητῶν τὴν μάχαιραν, ὑπὸ τῶν Κενταύρων καταληφθεὶς ἔμελλεν ἀπόλλυσθαι, σώζεται δὲ ὑπὸ Xείρωνος· οὗτος καὶ τὴν μάχαιραν αὐτοῦ ἐκζητήσας δίδωσι.
Peleo huyó a Ftía, corte de Euritión, hijo de Áctor, que lo purificó (de haber matado a su hermano Foco, junto con su otro hermano Telamón) y le entregó a su hija Antígona, junto con un tercio del país. Tuvieron una hija, Polidora, a la que desposó Boro, hijo de Perieres. Desde allí Peleo partió con Euritión a la caza del jabalí de Calidón, pero al disparar un dardo contra el jabalí alcanzó involuntariamente a Euritión y lo mató.
Huyendo esta vez de Ftía llegó ante Acasto, en Yolco, que lo purificó. En los juegos celebrados en honor de Pelias compitió con Atalanta en la lucha. Astidamía, esposa de Acasto, enamorada de Peleo, quiso concertar con él una cita, y como no pudo convencerlo, envió a su mujer la noticia de que Peleo iba a casarse con Estérope, hija de Acasto; Antígona al oírlo se ahorcó. La misma mujer de Acasto acusó falsamente a Peleo ante su marido de haber intentado seducirla. Cuando Acasto oyó aquello no quiso matar a quien él había purificado, y lo llevó a cazar al Pelión. Allí se suscitó la porfía por la caza, y Peleo, cortando las lenguas de los animales que había capturado, las metió en el morral. Los de Acasto guardaron sus presas y se burlaban de Peleo por no haber cazado nada; pero éste mostró las lenguas y dijo que había cazado tantos animales como lenguas había. Habiéndose quedado dormido en el pelión, Acasto lo abandonó y, después de haberle ocultado la espada entre el estiércol de las vacas, regresó. Al despertar peleo y buscar la espada fue apresado por los Centauros, pero a punto de perecer lo salvó Quirón, quien además le devolvió su espada – que él había encontrado.
En III, 13, 7 sigue la historia:
Πηλεὺς δὲ μετὰ ταῦτα σὺν ᾿Ιάσονι καὶ Διοσκούροις ἐπόρθησεν ᾿Ιωλκόν, καὶ ᾿Αστυδάμειαν τὴν ᾿Ακάστου γυναῖκα φονεύει, καὶ διελὼν μεληδὸν διήγαγε δι’ αὐτῆς τὸν στρατὸν εἰς τὴν πόλιν.
Después de esto Peleo, con Jasón y los Dióscuros, arrasó Yolco; a Astidamía, la mujer de Acasto, le dio muerte y después de separar sus miembros hizo pasar al ejército entre ellos hacia la ciudad.
Todas las traducciones de Apolodoro son de Margarita Rodríguez de Sepúlveda en Gredos, en su edición económica que Planeta DeAgostini sacó al mercado con el nombre de Los Clásicos de Grecia y Roma.
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