Seguimos con nuestra serie sobre Prometeo y a ella añado hoy una aportación singular e interesante, y además inesperada.
Acostumbro a hacer limpieza los viernes por la tarde o los sábados por la mañana. Casualmente el otro día (tocaba sábado), mientras limpiaba las estanterías de mi despacho, cayó literalmente en mi mano el libro de Sigmund Freud El malestar en el cultura. No dudé en hojearlo y, para mi sorpresa, contenía un artículo sobre la conquista del fuego con directas alusiones al mito prometeico.
El artículo me parece genial. Sin más paso a transcribirlo.
Sigmund Freud, Sobre la conquista del fuego:
En una acotación a mi estudio sobre El malestar en la cultura aludí, aunque sólo incidentalmente, a cierta conjetura que el material psicoanalítico nos ofrece respecto de la forma en que el hombre primitivo habría conquistado el dominio sobre el fuego.
Véome ahora inducido a volver sobre el mencionado tema por las opiniones discrepantes de la mía que expuso Albrecht Schaeffer y por la sorprendente referencia de Erlenmeyer, en su reciente estudio, acerca de la prohibición de orinar sobre las cenizas que rige entre los mogoles.
Creo que mi hipótesis -de que la condición previa para la conquista del fuego habría sido la renuncia al placer de extinguirlo con el chorro de orina, placer de intenso tono homosexual– puede ser confirmada mediante la interpretación de la leyenda griega de Prometeo, siempre que se tenga debida cuenta de la obvia deformación que media entre los hechos históricos y su representación en el mito.
Estas deformaciones son de la misma índole -y no más violentas- que las que toleramos a diario cuando reconstruimos, a partir de los sueños de nuestros pacientes, sus vivencias infantiles reprimidas, tan extraordinariamente importantes.
Los mecanismos aplicados en esta deformación consisten en la representación simbólica y en la sustitución por lo contrario. No me atrevo a interpretar de tal manera todos los rasgos del mito, pues bien podría ser que en su trama se hubiesen agregado a los hechos primitivos otros sucesos más recientes.
Pero los elementos que admiten interpretación analítica son precisamente los más notables e importantes: la manera en que Prometeo transporta el fuego, la índole de su acto (sacrilegio, robo, engaño de los dioses) y el sentido del castigo que se le impone.
El titán Prometeo -un héroe cultural aún dotado de carácter divino; quizá en la versión original un demiurgo y creador de seres humanos- trae pues, a los hombres, oculto en un bastón hueco, en una rama de hinojo, el fuego que ha robado a los dioses.
Si nos hallásemos ocupados en la interpretación de un sueño, de buen grado entenderíamos aquel escondrijo como un símbolo fálico, pese a que nos molesta un tanto la insólita acentuación de su oquedad. Pero, ¿cómo relacionar este tubo fálico con la conservación del fuego?
He aquí una conexión que nos parece infructuoso establecer, hasta que recordamos el proceso de la transformación o sustitución por lo contrario, de la inversión de las relaciones mutuas, tan frecuente en el sueño y tantas veces revelador de su sentido oculto.
No es el fuego lo que el hombre alberga en su tubo fálico, sino, por el contrario, el medio para extinguir la llama, el líquido chorro de su orina.
De este vínculo entre fuego y agua surge al punto un material analítico que ya nos es familiar.
En segundo lugar, nos hallamos con que la conquista del fuego es un crimen sacrílego, pues se obtiene mediante el robo, la sustracción. Henos aquí ante un rasgo constante e invariable de todas las leyendas sobre la conquista del fuego, presente en los pueblos más dispares y distantes, y no sólo en la leyenda griega de Prometeo, el portador de la llama. Aquí debe hallarse, pues, el elemento nuclear de esta deformada reminiscencia humana.
Pero, ¿por qué aparece la obtención del fuego indisolublemente ligada a la idea de un sacrilegio? ¿Quién es aquí el perjudicado, el engañado?
En la versión de Hesíodo la leyenda nos ofrece una respuesta directa, pues en otra narración, no vinculada directamente con el fuego, Prometeo engaña a Zeus en favor de los hombres, al preparar los sacrificios que le son ofrendados.
¡De manera que los engañados son los dioses! Como se sabe, la mitología concede a los dioses el privilegio de satisfacer todos los deseos a que la criatura humana debe renunciar, como bien lo vemos en el caso del incesto.
En términos analíticos, diríamos que en la vida pulsional, el ello, es el dios engañado con la renuncia a la extinción del fuego, de modo que en la leyenda un deseo humano se habría transformado en un privilegio de los dioses, pues en este nivel legendario la divinidad de ningún modo tiene carácter de superyó, sino que aún representa a la omnipotente vida pulsional.
La sustitución por lo contrario llega a su grado máximo en el tercer elemento de la leyenda, en el castigo que sufre el conquistador del fuego. Prometeo es encadenado a una peña y un buitre le roe diariamente el hígado.
También en las leyendas ígneas de otros pueblos interviene un ave, de modo que ha de tener en el conjunto alguna significación que por el momento me abstengo de interpretar.
En cambio, nos hallaremos en terreno seguro al tratar de explicar por qué se eligió el hígado para aplicar el castigo. Para los antiguos, el hígado era asiento de todas las pasiones y de los deseos; así, un castigo como el sufrido por Prometeo era el más adecuado para un delincuente pulsional, para un delito cometido bajo el impulso de deseos ofensivos.
Pero en el demiurgo del fuego nos encontramos precisamente con lo contrario: ha renunciado a sus pulsiones, demostrando cuán benéfica, pero también cuán imprescindible para los fines culturales es semejante renuncia.
gracias