En la Eneida (III, 615 y siguientes) Aqueménides, uno de los compañeros de Ulises, se encuentra con Eneas y Anquises en la isla de Sicilia y les narra también lo ocurrido con Polifemo:
‘sum patria ex Ithaca, comes infelicis Vlixi,
nomine Achaemenides, Troiam genitore Adamasto
paupere mansissetque utinam fortuna! profectus.
hic me, dum trepidi crudelia limina linquunt,
immemores socii uasto Cyclopis in antro
deseruere. domus sanie dapibusque cruentis,
intus opaca, ingens. ipse arduus, altaque pulsat
sidera di talem terris auertite pestem!
nec uisu facilis nec dictu adfabilis ulli;
uisceribus miserorum et sanguine uescitur atro.
uidi egomet duo de numero cum corpora nostro
prensa manu magna medio resupinus in antro
frangeret ad saxum, sanieque aspersa natarent
limina; uidi atro cum membra fluentia tabo
manderet et tepidi tremerent sub dentibus artus
haud impune quidem, nec talia passus Vlixes
oblitusue sui est Ithacus discrimine tanto.
nam simul expletus dapibus uinoque sepultus
ceruicem inflexam posuit, iacuitque per antrum
immensus saniem eructans et frusta cruento
per somnum commixta mero, nos magna precati
numina sortitique uices una undique circum
fundimur, et telo lumen terebramus acuto
ingens quod torua solum sub fronte latebat,
Argolici clipei aut Phoebeae lampadis instar,
et tandem laeti sociorum ulciscimur umbras.
sed fugite, o miseri, fugite atque ab litore funem
rumpite.
nam qualis quantusque cauo Polyphemus in antro
lanigeras claudit pecudes atque ubera pressat,
centum alii curua haec habitant ad litora uulgo
infandi Cyclopes et altis montibus errant.
tertia iam lunae se cornua lumine complent
cum uitam in siluis inter deserta ferarum
lustra domosque traho uastosque ab rupe Cyclopas
prospicio sonitumque pedum uocemque tremesco.
uictum infelicem, bacas lapidosaque corna,
dant rami, et uulsis pascunt radicibus herbae.
omnia conlustrans hanc primum ad litora classem
conspexi uenientem. huic me, quaecumque fuisset,
addixi: satis est gentem effugisse nefandam.
uos animam hanc potius quocumque absumite leto.’
Vix ea fatus erat summo cum monte uidemus
ipsum inter pecudes uasta se mole mouentem
pastorem Polyphemum et litora nota petentem,
monstrum horrendum, informe, ingens, cui lumen ademptum.
trunca manum pinus regit et uestigia firmat;
lanigerae comitantur oues; ea sola uoluptas
solamenque mali.
postquam altos tetigit fluctus et ad aequora uenit,
luminis effossi fluidum lauit inde cruorem
dentibus infrendens gemitu, graditurque per aequor
iam medium, necdum fluctus latera ardua tinxit.
nos procul inde fugam trepidi celerare recepto
supplice sic merito tacitique incidere funem,
uertimus et proni certantibus aequora remis.
“Ítaca es mi patria, compañero del infortunado Ulises,
de nombre Aqueménides, que a Troya por la pobreza de mi padre
Adamasto marché (¡y ojalá hubiera conservado esa fortuna!)
Aquí, mientras temblando dejan los crueles umbrales,
me abandonaron mis compañeros sin reparar en la vasta caverna
del Ciclope. Morada de sangre corrompida y manjares cruentos,
sin luz en su interior, enorme. Y él, altísimo, toca las altas
estrellas (¡los dioses aparten de las tierras peste semejante!)
y a nadie resulta fácil verlo ni es fácil escucharlo;
de las entrañas se alimenta de los desgraciados y de su negra sangre.
Yo mismo lo he visto cuando los cuerpos de dos de los nuestros
apresados en su enorme mano, tendido en medio de su cueva,
los machacó contra las rocas y se inundaron sus umbrales con la sangre
desparramada; le he visto cuando los miembros devoraba cubiertos
de negra sangre y temblaban tibios aún entre sus dientes.
Mas no quedó sin castigo ni Ulises lo consintió,
ni en tan comprometida situación se olvidó el de Ítaca de sí mismo.
Pues en cuanto saciado de comida y ahogado en vino
reclinó la vencida cerviz y se tumbó por la cueva,
inmenso, vomitando los restos en sueños y bocados
bañados en vino sanguinolento, suplicamos nosotros a los grandes
dioses y sorteando el cometido de cada cual a una y a su alrededor
nos derramamos, y con una aguda punta perforamos su ojo
enorme, el único que se ocultaba bajo la torva frente,
del tamaño de un escudo de Argos o de la lámpara de Febo,
y vengamos al fin, contentos, las sombras de nuestros compañeros.
Pero huid, desgraciados. Huid y cortad la maroma
de la playa.
Que así y tan grandes como ese Polifemo que en antro cavo
cierra lanígeras ovejas y ordeña sus ubres,
otros cien Cíclopes terribles habitan esparcidos
estas curvas riberas y vagan por las cumbres de sus montes.
Tres veces los cuernos de la luna de luz se han llenado
desde que arrastro mi vida en las selvas y en las cuevas
y guaridas que las fieras dejan y desde una roca observo
a los Cíclopes gigantes y tiemblo al ruido de sus pasos y a sus voces.
Pobre alimento, bayas y cerezas silvestres de los roquedales,
me ofrecen las ramas y las hierbas me nutren con las raíces arrancadas.
Al recorrer estos lugares vi, por vez primera, que una flota
llegaba a estas costas, la vuestra. Y, fuese cual fuese,
a ella me he rendido, contento de haber escapado de un pueblo nefando.
Vosotros mejor cobraos esta vida con la muerte que os plazca.”
»Apenas había hablado cuando en lo alto del monte descubrimos
al propio Polifemo, pastor de sus ganados, moviéndose
con su vasta mole en dirección a las conocidas riberas,
monstruo horrendo, informe y gigantesco, sin su ojo.
Un pino cortado gobierna sus pasos y les sirve de apoyo;
le siguen sus lanígeras ovejas, que era éste su solo placer
y el consuelo de su desgracia.
Luego que tocó las aguas profundas y llegó al mar,
de su ojo atravesado lavó la líquida sangre
rechinando los dientes en un gemido, y camina ya en medio
de las aguas sin que las olas mojen sus altos costados.
Así que nosotros aceleramos la huida temblorosos, merecidamente
acogiendo al suplicante, y en silencio cortamos las cuerdas
y nos lanzamos al mar empeñados en un combate de remos.