Alfonsina Janés, en su edición bilingüe de las Elegías y Epigramas de Johann Wolfgang von Goethe, en la serie Erasmus de la editorial Bosch, dice de las Elegías Romanas del autor de Frankfurt:
Las Elegías Romanas no fueron escritas en Italia, pero sí en una época en que Goethe estaba completamente dominado por el recuerdo de Roma. Su estancia en esta ciudad señala un momento decisivo para su posterior evolución. En Italia Goethe se dedicó al dibujo, a las ciencias naturales, a la poesía, a aprender y a disfrutar. Fue allí donde se dio cuenta de que había nacido para escribir y no para dibujar, a pesar de su febril actividad en este aspecto…
La importancia de este viaje para su obra es enorme. Si en su juventud expresó las tendencias de su generación, lo que el público esperaba, ahora se dio cuenta de que el arte no es sólo una actividad procedente del sentimiento, sino un trabajo de importancia vital; el artista no debe limitarse a manifestar sus estados de ánimo, sino que debe entregarse a una labor educativa. Este cambio se expresa también en el lenguaje y el estilo. Antes de Italia, por ejemplo, adopta formas emparentadas con la poesía popular; después de Italia, se renueva tomando como modelo a los poetas latinos…
Dominik Jost aduce como fuentes de las Elegías romanas las elegías de los poetas latinos, especialmente de Propercio, la obra de Ovidio, Basia de Johannes Secundus, Ardinghello de Heinse y la poesía anacreóntica. La tradición anacreóntica se refleja en el sentimiento de la vida alegre y juguetón que impregna todas las elegías. Falta, en cambio, el tema de la bebida, y el amoroso está tratado de manera muy distinta. Cierto es que Goethe en Italia se dedicó a leer poesía griega y latina, pero no pude decirse que luego la imitara. La antigüedad es más bien como una capa extendida sobre sus elegías, pero paralelismos con las fuentes clásicas no hay tantos como suele creerse. Goethe las leyó con toda atención y aprendió a escribir en su estilo. Claro que algunos de sus temas se encuentran en los antiguos, por ejemplo en Propercio la glorificación de Roma o la contemplación de la amada mientras duerme; Ovidio y Tibulo describen el truco del vino para darse cita; también hay en las elegías antiguas divagaciones sobre temas mitológicos o sobre la historia de la ciudad. Pero en general Goethe evita los temas puramente literarios y no abandona el terreno de su propia experiencia, y si algunas situaciones son las mismas que las de los antiguos (lecho, calle, taberna), no describe la vida mundana de Roma en toda su amplitud, no lamenta las malas costumbres ni anhela tiempos y lugares remotos, su amada no es infiel, avariciosa ni caprichosa…
Las Elegías Romanas giran en torno a tres temas: los amores de Faustina y el poeta, la ciudad de Roma, los personajes de la mitología, cuya historia amorosa sirve al autor para trazar paralelismos con la suya. Gracias a ellos la ciudad adquiere vida verdadera, gracias a Roma el amor se concreta en el espacio. Estos dos factores hacen posible que las elegías sean algo más que simple poesía idílica.
Al relacionarse los episodios amorosos con la emoción artística sentida en Roma, la cual busca sus paralelos en la mitología, tiene lugar una especie de justificación, pues se constatan hechos similares suprainvividuales y extrahistóricos. Uno de los elementos de este ciclo, que será una constante en la obra de Goethe, es la aparición de la poesía como objeto poético, la reflexión sobre la propia actividad…
Las Elegías romanas son una alabanza de lo natural. La ética que las anima es el epicureísmo, el hedonismo; el hombre tiene la obligación de ser feliz; la vida práctica se orienta hacia las necesidades verdaderas del hombre de sentimientos naturales. Las elegías cantan una vida sin temores, el recogimiento, la renuncia al ajetreo de la vida pública y de la fama, la dedicación al estudio de la naturaleza y del arte, la discreción, el carácter sagrado de las fuerzas naturales, el reconocimiento pleno de los límites humanos, la aceptación sin temor de la caducidad y la muerte, el poder del amor que domina a hombres y dioses, el culto al amor por parte de todos aquellos a quienes ha sometido…
El protagonista mitológico de las Elegías romanas es Eros, el pícaro, el dios que guía al poeta de la misma manera que Mefisto a Faust. Eros vive en la elegía, pues ésta es su forma poética propia. El Eros de las Elegías romanas representa para Goethe un nuevo modo de amar que no supone emancipación alguna de la moral burguesa, pues no tiene nada que ver con ella. Se trata de un modo de amar totalmente opuesto a la afinidad espiritual glorificada por Goethe en obras anteriores; aquí Eros se traslada a un estado de inocencia, de simplicidad, se transforma en manifestación de la ley natural, con lo que adquiere valor casi religioso. El amor abandona todo fondo sentimental, no hay suspiros anhelantes ni emotividad vaga ni recuerdos; este amor exige el goce del momento presente…
Casi todas las elegías están compuestas siguiendo el mismo principio: se parte de una situación a la que l lector se siente trasladado como si fuera algo actual y que perdura a lo largo de todo el poema, pero gracias a las reflexiones, descripciones y asociaciones se amplía a tiempos pasados. La tendencia conclusiva del pentámetro contribuye a la claridad estilística y a la libertad del conjunto. El estilo hímnico y heroico se evita, si bien Goethe se acerca a él en algunos finales; lo que predomina es el tono narrativo e idílico.
Nosotros vamos a detenernos en dos de ellas, la III y la XII, en la edición citada.
La Elegía III es ésta:
Laß dich, Geliebte, nicht reun, daß du mir so schnell dich ergeben!
Glaub’ es, ich denke nicht frech, denke nicht niedrig von dir.
Vielfach wirken die Pfeile des Amor: einige ritzen,
Und vom schleichenden Gift kranket auf Jahre das Herz.
Aber mächtig befiedert, mit frisch geschliffener Schärfe
Dringen die andern ins Mark, zünden behende das Blut.
In der heroischen Zeit, da Götter und Göttinnen liebten,
Folgte Begierde dem Blick, folgte Genuß der Begier.
Glaubst du, es habe sich lange die Göttin der Liebe besonnen,
Als im Idäischen Hain einst ihr Anchises gefiel?
Hätte Luna gesäumt, den schönen Schläfer zu küssen,
O, so hätt’ ihn geschwind, neidend, Aurora geweckt.
Hero erblickte Leandern am lauten Fest, und behende
Stürzte der Liebende sich heiß in die nächtliche Flut.
Rhea Silvia wandelt, die fürstliche Jungfrau, der Tiber
Wasser zu schöpfen, hinab, und sie ergreifet der Gott.
So erzeugte sich Mars zwei Söhne! – die Zwillinge trinket
Eine Wölfin, und Rom nennt sich die Fürstin der Welt.
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