En nuestro anterior capítulo ya hicimos una valoración de la triste y lamentable noticia del posible caso de pedofilia que afecta a un sacerdote diocesano en nuestra provincia.
Bien es cierto que, técnicamente, no es todavía un caso de pedofilia, sino de distribución de pornografía infantil. En la noticia del periódico “Mediterráneo” se dice que el sacerdote tenía 21.000 archivos de niños y bebés en actitud sexual. Y me asalta una duda, ¿estas fotografías las habrá tomado el presunto delincuente o se habrá limitado a colaborar en una red de pornografía?
En cualquier caso es un hecho que repugna, pero que, como ya he dicho en el anterior artículo no nos debe llevar a juzgar a todos por igual y a suponer que en el colectivo de sacerdotes hay legión de pederastas. Los habrá, supongo, como en cualquier otro colectivo, si es que hecho tan atroz hay que juzgarlo por colectivos.
Quiero insistir en la idea de separar radicalmente la opción por el celibato y la pedofilia o pederastia. Nada tiene que ver que a un sacerdote se le imponga el voto de la castidad, que él acepta libremente, con que abuse de niños, o archive en el ordenador de su casa miles de fotografías de niños en actitud sexual. Hemos de tener también en cuenta que los casos de pederastia en el seno de la Iglesia son los que más repercusión mediática tienen y pude ocurrir que pensemos que el porcentaje de pederastas es altísimo, cuando, estoy convencido, en absoluto lo es. Creo, por el contrario, que la mayoría de sacerdotes son personas íntegras, con sus defectos como cualquiera otra.
Otra cosa que me pregunto es si este párroco habrá calibrado el daño que su comportamiento puede provocar en la feligresía católica y las alas que ha dado a los ya habituales críticos con la Iglesia. Da pena leer los comentarios que se han hecho en la noticia del periódico que hemos enlazado, en el que se mezclan churras y merinas y se habla desde el desconocimiento, la desinformación, la tergiversación, la manipulación a la que nos someten determinados medios o, simplemente, el odio, la mala fe o las ganas de ensañarse. Sirvan estas líneas de uno de los comentarios:
Pido a este mogigato (sic) gobierno que no destine ni una pela más de mis impuestos a sufragar los gastos de la iglesia, entre ellos las minutas de abogados que defienden a estas cucarachas, los terrenos cedidos altruísticamente (sic) para que instalen esos colegios en los que no se da o se da «como se da» la asignatura CIUDADANIA, los fastos de las visitas de esos de las faldas de colores y el Papa movil, los ordenadores de que se sirven para introducirse en páginas de internet donde cargan y descargan toda esa porqueria, de pagar a funcionarios de toda escala que escudados en sus creencias dan cobertura a toda esta P#TA MIERD@.
La persona que hace este comentario no sabe que la Iglesia se sostiene, en un muy alto porcentaje, de los impuestos de quienes así lo hemos decidido. Se refiere a la asignatura de Educación para la ciudadanía en un totum revolutum. Utiliza el manoseado asunto de los gastos de las visitas papales y, lo peor, generaliza a gran escala, ya que, de la lectura de su comentario parece que todos los sacerdotes (para él cucarachas) se dedican a descargar pornografía.
Es un ejemplo de lo que ya advertíamos que ocurriría. El siguiente comentario sigue en la misma línea, pero además nos llama a los cristianos “ingenuo rebaño”.
¿Por qué ocurre que la mayor parte de comentarios procede de personas no creyentes, y además anticlericales beligerantes, de dudoso gusto y peores formas de expresión?
Quienes debemos sentirnos, y lo estamos como demuestro en estos artículos, muy dolidos, tristes, apenados, decepcionados y duramente interpelados, somos los creyentes, que no debemos caer en la crítica destructiva, como la que ofrecen los mencionados comentarios, sino condenar los hechos, exigir responsabilidades a la autoridad eclesiástica (para algo la Iglesia es jerárquica), reclamar unidad y, sobre todo, justicia, verdad y caridad.
Es triste también que, cuando el pedófilo es un maestro, como ocurrió no hace mucho en Castellón, no se carga, y con razón, contra todo el colectivo de los docentes, y sí que se haga, cuando el pedófilo es un sacerdote. ¡Ahora resulta que la pedofilia es culpa de la Iglesia! Seamos objetivos y ponderados y no tergiversemos, prejuzguemos, juzguemos, condenemos a todo un inmenso colectivo.
De los cinco puntos que nos planteábamos tratar
- Taxativa condena del hecho.
- Recordatorio de cómo debe ser un sacerdote, según los textos de la propia Iglesia.
- Reconocimiento y consideración de la Iglesia como una santa y pecadora, como recoge el título del artículo.
- Puntualizaciones a la falsa, injusta e interesada ecuación de “pedofilia derivada del celibato”.
- Constatación de que nuestra fe sigue intacta, porque no se funda en las acciones de los hombres.
se puede decir que ya hemos respondido a los puntos 1, 3 y 4.
Nos queda por tanto hablar de loas cuestiones 2 y 5.
Vamos con el punto 2.
La Constitución del Concilio Vaticano II Lumen Gentium, al hablar del Pueblo de Dios, en su punto 10, dice sobre todos los bautizados:
Baptizati enim, per regenerationem et Spiritus Sancti unctionem consecrantur in domum spiritualem et sacerdotium sanctum, ut per omnia opera hominis christiani spirituales offerant hostias, et virtutes annuntient Eius qui de tenebris eos vocavit in admirabile lumen suum (cf. 1Pt 2,4-10). Ideo universi discipuli Christi, in oratione perseverantes et collaudantes Deum (cf. Act 2,42-47), seipsos hostiam viventem, sanctam, Deo placentem exhibeant (cf. Rom 12,1), ubique terrarum de Christo testimonium perhibeant, atque poscentibus rationem reddant de ea, quae in eis est, spe vitae aeternae (cf. 1Pt 3,15).
Fideles vero, vi regalis sui sacerdotii, in oblationem Eucharistiae concurrunt, illudque in sacramentis suscipiendis, in oratione et gratiarum actione, testimonio vitae sanctae, abnegatione et actuosa caritate exercent.
Los bautizados, en efecto, son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz (cf. 1 P 2,4-10). Por ello todos los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabando juntos a Dios (cf. Hch 2,42-47), ofrézcanse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (cf. Rm 12,1) y den testimonio por doquiera de Cristo, y a quienes lo pidan, den también razón de la esperanza de la vida eterna que hay en ellos (cf. 1 P 3,15).
Los fieles, en cambio, en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la Eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación y caridad operante.
Estamos llamados, por tanto, a una vida santa, abnegada y a la caridad.
Más adelante, en el número 28 habla de los presbíteros y dice, entre otras cosas:
In singulis localibus fidelium congregationibus Episcopum, quocum fidenti et magno animo consociantur, quodammodo praesentem reddunt eiusque munera et sollicitudinem pro parte suscipiunt et cura cotidiana exercent. Qui sub auctoritate Episcopi portionem gregis dominici sibi addictam sanctificant et regunt, Ecclesiam universalem in suo loco visibilem faciunt et in aedificando toto corpore Christi (cf. Eph 4,12) validam opem afferunt. Ad bonum autem filiorum Dei semper intenti operam suam ad opus pastorale totius dioeceseos, immo totius Ecclesiae conferre studeant. Corpori igitur Episcoporum, ratione Ordinis et ministerii, omnes Sacerdotes, tum dioecesani tum religiosi coaptantur et bono totius Ecclesiae pro sua vocatione et gratia inserviunt.
Vi communis sacrae ordinationis et missionis Presbyteri omnes inter se intima fraternitate nectuntur, quae sponte ac libenter sese manifestet in mutuo auxilio, tam spirituali quam materiali, tam pastorali quam personali, in conventibus et communione vitae, laboris et caritatis.
En cada una de las congregaciones locales de fieles representan al Obispo, con el que están confiada y animosamente unidos, y toman sobre sí una parte de la carga y solicitud pastoral y la ejercen en el diario trabajo. Ellos, bajo la autoridad del Obispo, santifican y rigen la porción de la grey del Señor a ellos encomendada, hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y prestan eficaz ayuda en la edificación de todo el Cuerpo de Cristo (cf. Ef 4,12), Preocupados siempre por el bien de los hijos de Dios, procuren cooperar en el trabajo pastoral de toda la diócesis e incluso de toda la Iglesia. Todos los sacerdotes, tanto diocesanos como religiosos, están, pues, adscritos al Cuerpo episcopal, por razón del orden y del ministerio, y sirven al bien de toda la Iglesia según vocación y gracia de cada cual.
En virtud de la común ordenación sagrada y de la común misión, todos los presbíteros se unen entre sí en íntima fraternidad, que debe manifestarse en espontánea y gustosa ayuda mutua, tanto espiritual como material, tanto pastoral como personal, en las reuniones, en la comunión de vida, de trabajo y de caridad.
Finalmente, el número 39 llama a la santidad de todos los miembros de la Iglesia:
Ecclesia, cuius mysterium a Sacra Synodo proponitur, indefectibiliter sancta creditur. Christus enim, Dei Filius, qui cum Patre et Spiritu «solus Sanctus» celebratur, Ecclesiam tamquam sponsam suam dilexit, Seipsum tradens pro ea, ut illam sanctificaret (cf. Eph 5,25-26), eamque Sibi ut corpus suum coniunxit atque Spiritus Sancti dono cumulavit, ad gloriam Dei. Ideo in Ecclesia omnes, sive ad Hierarchiam pertinent sive ab ea pascuntur, ad sanctitatem vocantur, iuxta illud Apostoli: «Haec est enim voluntas Dei, sanctificatio vestra» (1Thess 4,3; cf. Eph 1,4). Haec autem Ecclesiae sanctitas in gratiae fructibus quos Spiritus in fidelibus producit, incessanter manifestatur et manifestari debet; multiformiter exprimitur apud singulos, qui in suo vitae ordine ad perfectionem caritatis, aedificantes alios, tendunt; proprio quodam modo apparet in praxi consiliorum, quae evangelica appellari consueverunt. Quae consiliorum praxis, Spiritu Sancto impellente, a multis christianis assumpta, sive privatim sive in conditione vel statu in Ecclesia sancitis, praeclarum in mundo fert, et ferre oportet, eiusdem sanctitatis testimonium et exemplum.
La Iglesia, cuyo misterio está exponiendo el sagrado Concilio, creemos que es indefectiblemente santa. Pues Cristo, el Hijo de Dios, quien con el Padre y el Espíritu Santo es proclamado «el único Santo», amó a la Iglesia como a su esposa, entregándose a Sí mismo por ella para santificarla (cf. Ef 5,25-26), la unió a Sí como su propio cuerpo y la enriqueció con el don del Espíritu Santo para gloria de Dios. Por ello, en la Iglesia, todos, lo mismo quienes pertenecen a la Jerarquía que los apacentados por ella, están llamados a la santidad, según aquello del Apóstol: «Porgue ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación» (1 Ts 4, 3; cf. Ef 1, 4). Esta santidad de la Iglesia se manifiesta y sin cesar debe manifestarse en los frutos de gracia que el Espíritu produce en los fieles. Se expresa multiformemente en cada uno de los que, con edificación de los demás, se acercan a la perfección de la caridad en su propio género de vida; de manera singular aparece en la práctica de los comúnmente llamados consejos evangélicos. Esta práctica de los consejos, que, por impulso del Espíritu Santo, muchos cristianos han abrazado tanto en privado como en una condición o estado aceptado por la Iglesia, proporciona al mundo y debe proporcionarle un espléndido testimonio y ejemplo de esa santidad.
Pidamos, pues, sacerdotes santos.
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