Último capítulo de la serie en la que finalizamos el repaso a escogidas muestras del tema de Dánae y la lluvia de oro en la historia del arte.
La Dánae de 1580 de Tintoretto (1518-1554), un óleo sobre lienzo de 142 x 182 centímetros, conservada en el Museo de Bellas Artes de Lyon, destaca por el primor en el tratamiento de las telas de la cama y la criada. Dánae, en cambio, aparece desnuda con un cuerpo blanco pálido en el que pueden apreciarse varias monedas muy cercanas a su zona púbica, sugiriendo la unión divina. Dirige su mirada a su sierva que recoge las monedas de oro en su mandil levantado hacia lo alto. Curiosas las miradas que se cruzan entre ellas dos. La escena se cierra en su derecha con una ventana dividida por un parteluz. En la parte derecha de esta ventana un laúd con su vientre hacia arriba es un curioso detalle en la obra. Como el perrillo faldero de la parte inferior izquierda, cuyo ojo izquierdo vivamente abierto denota el interés del animal por lo que sucede.
Destacar por último que ambas mujeres llevan sendas pulseras en sus manos, de aspecto muy similar.
La Dánae atribuida a Artemisia Gentileschi, puesto que hay quienes la atribuyen a su padre Orazio, quien también realizó un cuadro sobre el episodio, es un óleo sobre cobre de circa 1612, de 40,5 x 52,5 centímetros y conservado en el Saint Louis Art Museum, de Saint Louis (Missouri).
El cuadro que representa una sensual e impúdica Dánae ha sido objeto de largas controversias en cuanto a su atribución, en la incerteza de si debe considerarse obra de Artemisia o de su padre Orazio Gentileschi.
Ha jugado a favor de la inclusión del cuadro en el catálogo de Orazio el hecho de que la figura de Dánae representa una copia fiel, en escala reducida, de la Cleopatra perteneciente a la colección Amedeo Morandotti en Milán, considerada obra de Orazio. Hoy, sin embargo, también la atribución de la Cleopatra es controvertida, disputada entre padre e hija.
Diversas (aunque tal vez no decisivas) razones han llevado a numerosos críticos a decantarse a favor de la mano de Artemisia, colocando la realización a finales del 1612, periodo en el cual, trabajando en el taller paterno, su estilo trata de imitar el de su padre.
Absolutamente similar – en la utilización de los pigmentos y en la elaboración de sucesivos velos de colores – es el modo de dar viveza a los pliegues del lino y del terciopelo, y de dar curvas de luz al cuerpo y a las diversas tonalidades de la piel.
El asunto mitológico de la pintura, con Zeus que se transforma en lluvia de oro para unirse con Dánae recluida por su padre en una estancia de bronce, había sido ya ampliamente representado en el Cinquecento por artistas como Correggio y Tiziano. La carga sensual de Dánae asume en Artemisia fuertes acentos eróticos diseñados para complacer la mojigatería de los que encargaron la obra. El diseño del cuadro se centra en la completa desnudez de un cuerpo de curvas exuberantes y hace hincapié en el placer de una mirada que – junto al simbolismo de las monedas que se están acumulando en su zona púbica – indica la aproximación del clímax sexual.
En el vacío de la habitación, detrás del lecho en el que Dánae consuma su simbólica unión con Zeus, está representada la criada que se despreocupa completamente de todo cuanto sucede a su ama, e intenta aprovechar – y es la misma actitud que encontramos en el cuadro de Tiziano en el Kunsthistorisches Museum de Viena – de la lluvia de monedas de oro, recogiendo cuantas más mejor en los bordes levantados de sus vestidos.
Orazio Gentileschi (1563-1639) pintó circa 1623 una Dánae que destaca, sobre todo, por el contraste entre el fondo negro, sobre el que resaltan las monedas de oro, y la blancura del cuerpo de la joven y de los ropajes del lecho sobre el que está recostada. Un Eros sujeta los cortinajes de la cama y Dánae levanta su brazo derecho hacia la lluvia de monedas en señal de recibimiento.
Hendrick Goltzius (1558-1617) dedicó en 1603 una hermosa obra al episodio en un óleo sobre lienzo de 173,3 x 200 cm conservado en el Los Angeles County Museum of Art.
Como novedad respecto a otros cuadros es que Dánae está dormida. Tiene un rostro angelical y una piel blanca. Su mano derecha protege sus zonas erógenas. La estancia en la que se desarrolla la escena destaca por la gran presencia de oro y monedas: un cofre lleno en la parte inferior izquierda, monedas en el suelo en la parte central, junto a los zapatos de la joven, y collares en los cuellos de los Erotes que hay en la escena. Dos, en la parte izquierda, descorren las cortinas del lecho y otros dos, a la izquierda van también cargados con objetos dorados. Dos figuras arrodilladas están junto al lecho: una anciana, que podría ser la doncella de Dánae, le toca el cuerpo a la altura de su hombro derecho con su brazo izquierdo, mientras en su mano derecha sostiene una lámpara de oro. A su izquierda reconocemos a Hermes, con su casco alado y su caduceo sostenido por su mano derecha que apunta con su dedo índice hacia una figura en la parte superior izquierda del cuadro. Es un águila, símbolo de Zeus, en cuya garra izquierda sujeta el otro símbolo de esta divinidad, el rayo, cuya descarga es la que envía la lluvia de oro que inunda la estancia.
En la Dánae de Cornelis Van Poelenburgh (1595-1667) destaca la nube de la que se desprende la lluvia dorada y que ocupa la parte superior izquierda de la pintura. En la parte derecha una blanca y recostada Dánae desnuda (únicamente una sábana blanca cubre su zona púbica) dirige, sorprendida, su mirada hacia esta lluvia. A su derecha su criada levanta su delantal para recoger las monedas de oro, mientras, a su vez, mira a su señora. Tres angelitos o Erotes juegan al pie de la cama. En primer plano, lo que semeja un pollo y un cacharro de metal tumbado.
En 1891 Alexandre Jacques Chantron (1843-1918) nos ofrece una de las Dánaes más eróticas con una joven sola que se vuelve hacia el cielo en una posición lasciva y sensual, descorriendo ella misma el tapiz rojo tras el cual está la lluvia dorada, siendo ella misma quien la recibe.
Las diferentes corrientes pictóricas del siglo XX se harán eco del tema una vez más, pero esta vez tratándolo de diferente manera. Por un lado nos encontraremos con las representaciones realizadas en el Modernismo, en ellas aparece de nuevo el tema sensual y fuertemente erótico, pero esta vez cargado de un esteticismo en formas, líneas y colores característicos del movimiento. Un ejemplo significativo lo podemos encontrar en la obra de Gustav Klimt de 1907 en donde aparece una Danae encerrada en sí misma recibiendo la lluvia dorada, casi deleitándose en ella y amándola.
La obra se conserva en la Galería Welz de Salzburgo y es un óleo sobre lienzo. En Artehistoria leemos:
Una de las obras más famosas de Klimt está inspirada en la mitología griega, temática no muy habitual en la producción del maestro vienés –Leda es otro de los escasos ejemplos-. Danae era hija de Acrisio, rey de Argos. El oráculo había pronosticado que el hijo de Danae mataría a Acrisio, por lo que éste encerró a su hija en una torre de bronce, al cuidado de una anciana y alejada del mundo. Sin embargo, Acrisio no pudo evitar que su hija fuera seducida por Zeus, quien convertido en lluvia de oro, engendró en Danae el hijo no deseado por Acrisio. El recién nacido sería llamado Perseo y cuando el rey conoció la noticia, encerró a su hija y su nieto en un cofre y los arrojó al mar, siendo recogidos en la isla de Séfiros por Dictis, hermano del tirano Polidectes. A pesar de evitar la muerte a manos de su nieto, Perseo acabó con la vida de Acrisio, aunque fuera de manera accidental. Klimt elude las referencias clásicas del Renacimiento y el Barroco –Tiziano o Rubens– al presentarnos a la joven Danae de manera aislada, sin ninguna referencia espacial, rodeada de elegantes y decorativas telas que enmarcan su curvilínea silueta. La postura de Danae acentúa el erotismo y la sexualidad del momento de la seducción, recibiendo en su sexo la lluvia de oro que permitirá el engendramiento de Perseo. Las formas redondeadas -características del modernismo– y el color dorado aumentan la erotización del asunto, convirtiendo el maestro el desnudo en un elemento decorativo, según algunos especialistas. Como bien dice J.M. Palmier: «La sensualidad y lo erótico están presentes por doquier; pero aquellas mujeres semidesnudas, aquellos cuerpos dormidos, habían sido aceptados por la burguesía y la aristocracia vienesa». En efecto, sus cuerpos desnudos nunca provocarán gran polémica, si exceptuamos las obras de la Universidad y el Friso Beethoven. El sueño se ha apoderado de la joven y se presenta totalmente aislada del espectador. Para algunos críticos se puede interpretar como que Klimt ya no se siente amenazado por la mujer. Estilísticamente, destacaría la delicadeza de líneas gracias a su acertado dibujo, el empleo de tonalidades brillantes y el contraste de la piel dorada de Danae frente a las telas oscuras que la rodean. La línea sinuosa domina la composición, desapareciendo toda referencia espacial y eliminando la sensación de perspectiva tradicional. El resultado es una obra cargada de belleza que se ha convertido en símbolo de una época.
Y hasta aquí esta serie sobre tres obras mitológicas de Rembrandt que nos han permitido estudiar un poco los personajes plasmados y dar un breve repaso al tratamiento que otros artistas dieron a los episodios.
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