Sigue el capítulo 35 con el reencuentro de Pinocho y Gepetto que, en el vientre de la ballena, se cuentan sus diferentes peripecias.
– Ti riconobbi anch’io, — disse Geppetto, — e sarei volentieri tornato alla spiaggia: ma come fare? Il mare era grosso e un cavallone m’arrovesciò la barchetta. Allora un orribile Pesce-cane che era lì vicino, appena m’ebbe visto nell’acqua corse subito verso di me, e tirata fuori la lingua, mi prese pari pari, e m’inghiottì come un tortellino di Bologna.
– E quant’è che siete chiuso qui dentro? — domandò Pinocchio.
– Da quel giorno in poi, saranno oramai due anni: due anni, Pinocchio mio, che mi son parsi due secoli!
– E come avete fatto a campare? E dove avete trovata la candela? E i fiammiferi per accenderla, chi ve li ha dati?
– Ora ti racconterò tutto. Devi dunque sapere che quella medesima burrasca, che rovesciò la mia barchetta, fece anche affondare un bastimento mercantile. I marinai si salvarono tutti, ma il bastimento colò a fondo e il solito Pesce-cane, che quel giorno aveva un appetito eccellente, dopo aver inghiottito me, inghiottì anche il bastimento…
– Come? Lo inghiottì tutto in un boccone?… — domandò Pinocchio maravigliato.
– Tutto in un boccone: e risputò solamente l’albero maestro, perché gli era rimasto fra i denti come una lisca. Per mia gran fortuna, quel bastimento era carico di carne conservata in cassette di stagno, di biscotto, ossia di pane abbrostolito, di bottiglie di vino, d’uva secca, di cacio, di caffè, di zucchero, di candele steariche e di scatole di fiammiferi di cera. Con tutta questa grazia di Dio ho potuto campare due anni: ma oggi sono agli ultimi sgoccioli: oggi nella dispensa non c’è più nulla, e questa candela, che vedi accesa, è l’ultima candela che mi sia rimasta…
– E dopo?…
– E dopo, caro mio, rimarremo tutt’e due al buio.
– Allora, babbino mio, — disse Pinocchio, — non c’è tempo da perdere. Bisogna pensar subito a fuggire…
– A fuggire?… e come?
– Scappando dalla bocca del Pesce-cane e gettandosi a nuoto in mare.
– Tu parli bene: ma io, caro Pinocchio, non so nuotare.
– E che importa?… Voi mi monterete a cavalluccio sulle spalle e io, che sono un buon nuotatore, vi porterò sano e salvo fino alla spiaggia.
– Illusioni, ragazzo mio! — replicò Geppetto, scotendo il capo e sorridendo malinconicamente. — Ti par egli possibile che un burattino, alto appena un metro, come sei tu, possa aver tanta forza da portarmi a nuoto sulle spalle?
– Provatevi e vedrete! A ogni modo, se sarà scritto in cielo che dobbiamo morire, avremo almeno la gran consolazione di morire abbracciati insieme.
– Y yo te reconocí también- interrumpió Gepeto -, y hubiera vuelto a la playa; pero no podía. El mar estaba muy malo, y una furiosa ola me volcó la barquita.
Entonces me vio un horrible dragón que estaba cerca, vino hacia mí, y sacando la lengua me tragó como si hubiera sido una píldora.
-¡Y cuanto tiempo hace que estás aquí?
– Desde aquel día hasta hoy habrán pasado unos dos años. ¡Dos años, Pinocho mío, que me han parecido dos siglos!
-¿Y qué has hecho para comer? ¿Y dónde has encontrado la vela? ¿Y de dónde has sacado las cerillas?
– Te lo contaré todo. Aquella misma borrasca que hizo volcar mi barquilla echó a pique un buque mercante. Todos los marineros se salvaron; pero el buque se fue al fondo, y el mismo dragón, que sin duda tenía aquel día un excelente apetito, después de tragarme a mí se tragó también el buque.
-¿Cómo? ¿Se lo tragó de un solo bocado? – preguntó Pinocho maravillado.
– De un solo bocado; y no devolvió más que el palo mayor, porque se le había quedado entre los dientes, como si fuera una espina de pescado. Por fortuna mía, aquel barco estaba cargado no sólo de carne conservada en latas, sino también de galleta, o sea pan de marineros, y botellas de vino, pasas, café, azúcar, velas y cajas de cerillas. Con todo esto que Dios me envió he podido arreglarme dos años; pero hoy estoy ya en los restos: ya no queda nada que comer, y esta vela es la última.
-¿Y después?
-¡Oh! Después, hijo mío, estaremos los dos a oscuras.
– Entonces no hay tiempo que perder, papá – dijo Pinocho -. Debemos pensar en huir.
-¡Huir! ¿Y cómo?
– Saliendo por la boca del dragón y echándonos a nado en el mar.
– Sí, está muy bien; pero el caso es que yo, querido Pinocho, no sé nadar.
-¿Y qué importa? Te pones a caballo sobre mí, y como yo soy buen nadador, te llevaré a la orilla sano y salvo.
-¡Ilusiones, hijo mío! – replicó Gepeto moviendo la cabeza y sonriendo melancólicamente -. ¿Te parece posible que un muñeco que apenas tiene un metro de alto tenga fuerza bastante para llevarme a mí sobre las espaldas?
– Haremos la prueba, y ya lo verás. De todos modos, si Dios ha dispuesto que debemos morir, al menos tendremos el consuelo de morir abrazados.
E senza dir altro, Pinocchio prese in mano la candela, e andando avanti per far lume, disse al suo babbo:
– Venite dietro a me, e non abbiate paura. E così camminarono un bel pezzo, e traversarono tutto il corpo e tutto lo stomaco del Pesce-cane. Ma giunti che furono al punto dove cominciava la gran gola del mostro, pensarono bene di fermarsi per dare un’occhiata e cogliere il momento opportuno alla fuga.
Ora bisogna sapere che il Pesce-cane, essendo molto vecchio e soffrendo d’asma e di palpitazione di cuore, era costretto a dormir a bocca aperta: per cui Pinocchio, affacciandosi al principio della gola e guardando in su, poté vedere al di fuori di quell’enorme bocca spalancata un bel pezzo di cielo stellato e un bellissimo lume di luna.
– Questo è il vero momento di scappare, — bisbigliò allora voltandosi al suo babbo. — Il Pescecane dorme come un ghiro: il mare è tranquillo e ci si vede come di giorno. Venite dunque, babbino, dietro a me e fra poco saremo salvi.
Detto fatto, salirono su per la gola del mostro marino, e arrivati in quell’immensa bocca cominciarono a camminare in punta di piedi sulla lingua; una lingua così larga e così lunga, che pareva il viottolone d’un giardino. E già stavano lì lì per fare il gran salto e per gettarsi a nuoto nel mare, quando, sul più bello, il Pesce-cane starnutì, e nello starnutire, dette uno scossone così violento, che Pinocchio e Geppetto si trovarono rimbalzati all’indietro e scaraventati novamente in fondo allo stomaco del mostro.
Nel grand’urto della caduta la candela si spense, e padre e figliuolo rimasero al buio.
– E ora?… — domandò Pinocchio facendosi serio.
– Ora ragazzo mio, siamo bell’e perduti.
– Perché perduti? Datemi la mano, babbino, e badate di non sdrucciolare!…
– Dove mi conduci?
– Dobbiamo ritentare la fuga. Venite con me e non abbiate paura.
Ciò detto, Pinocchio prese il suo babbo per la mano: e camminando sempre in punta di piedi, risalirono insieme su per la gola del mostro: poi traversarono tutta la lingua e scavalcarono i tre filari di denti. Prima però di fare il gran salto, il burattino disse al suo babbo:
– Montatemi a cavalluccio sulle spalle e abbracciatemi forte forte. Al resto ci penso io.
Appena Geppetto si fu accomodato per bene sulle spalle del figliuolo, Pinocchio, sicurissimo del fatto suo, si gettò nell’acqua e cominciò a nuotare. Il mare era tranquillo come un olio: la luna splendeva in tutto il suo chiarore e il Pesce-cane seguitava a dormire di un sonno così profondo, che non l’avrebbe svegliato nemmeno una cannonata.
Y sin decir más, tomó Pinocho la vela, y adelantándose para alumbrar el camino, dijo a su padre:
-¡Sígueme, Y no tengas miedo!
Hicieron de este modo una buena caminata, atravesando todo el estómago del dragón. Pero al llegar al sitio donde empezaba la espaciosa garganta del monstruo, se detuvieron para echar una ojeada y escoger el momento más oportuno para la fuga.
Pues, señor, como el dragón, viejo ya y padeciendo de asma y de palpitaciones al corazón, tenía que dormir con la boca abierta, acercándose más y mirando hacia arriba, pudo Pinocho ver por fuera de aquella enorme boca abierta un buen pedazo de cielo estrellado y el resplandor de la Luna.
-¡Esta es la gran ocasión para escaparnos! – dijo Pinocho en voz baja a su padre -.
El dragón duerme como un lirón: el mar esta tranquilo, y se ve como si fuera de día. Ven, ven, papito, y verás como dentro de poco estamos en salvo! Dicho y hecho. Con mucho cuidado salieron de la garganta del monstruo, y al llegar a su inmensa boca siguieron andando muy despacio, de puntillas, lengua, que era tan larga y tan ancha como un paseo. Y ya estaban para dar un salto y arrojarse a nado en el mar, cuando al dragón se le ocurre estornudar, y en el estornudo dio una sacudida tan violenta, que Pinocho y Gepeto fueron lanzados hacia adentro, y se encontraron otra vez en el estómago del monstruo ¡Claro! ¡La vela se apagó, y padre e hijo se quedaron a oscuras!
-¡Esto sí que es bueno! – dijo Pinocho malhumorado.
¿Lo ves, hijo, lo ves? Ahora, ¿qué hacemos?
¿Qué hacemos? ¡Toma! ¡Ya verás! Dame la mano, y procura no escurrirte.
-¿Dónde quieres ir?
– Pues a empezar de nuevo. Ven conmigo, y no tengas miedo.
Pinocho tomó la mano de su padre, y andando siempre sobre la punta de los pies, consiguieron llegar otra vez a la garganta del monstruo. Atravesaron toda la lengua, y salvaron las tres filas de dientes. Antes de saltar al agua dijo a su padre el muñeco.
– Monta a caballo sobre mi espalda y agárrate fuerte. ¡Todo lo fuerte que puedas! De lo demás me encargo yo.
Así lo hizo Gepeto. Y el gran Pinocho, valiente y seguro de sí mismo, se arrojó al agua y empezó a nadar vigorosamente. El mar estaba tranquilo como un lago; la Luna llena esparcía su pálida luz de plata, y el dragón seguía durmiendo con un sueño tan profundo, que no le hubieran despertado cincuenta cañonazos.
Deja una respuesta