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Archive for 29 de junio de 2011

El número 138 es, en la versión de Orff, el tercer número, y en él aparecen Febo, Flora, el Céfiro y Filomena.

3. Veris leta facies

Veris leta facies

mundo propinatur,

hiemalis acies

victa iam fugatur,

in vestitu vario

Phebus principatur,

nemorum dulcisono

que cantu celebratur.

Flore fusus gremio

Phebus novo more

risum dat, hoc vario

iam stipata flore.

Zephyrus nectareo

spirans in odore;

certatim pro bravio

curramus in amore.

Cytharizat cantico

dulcis Philomena,

flore rident vario

prata iam serena,

salit cetus avium

silve per amena,

chorus promit virginum

iam gaudia millena.

3. El alegre rostro de la primavera

El alegre rostro de la primavera

al mundo se ofrece;

la crudeza invernal,

vencida, ya huye.

Con ropaje variado

Flora reina,

la cual, con el canto de dulce sonido de los bosques,

es celebrada.

Pegado al regazo de Flora,

Febo, como si fuera la primera vez,

sonríe ante tal variedad

de vegetación ya tupida.

Céfiro sopla

con olor a néctar.

¡Con empeño, por el premio,

corramos hacia el amor!

Canta como acompañada de cítaras

la dulce Filomena;

con flores variadas

ríen los prados ya serenos.

Una bandada de pájaros revolotea

por los lugares agradables del bosque;

un coro de doncellas ya ofrece

un millar de goces.

Quizá convenga, en primer lugar, ofrecer lo que escribe Pierre Grimal en la entrada Flora de su Diccionario de Mitología Griega y Romana:

Floraes la potencia vegetativa que hace florecer los árboles; preside “todo lo que florece”. La leyenda pretende que ha sido introducida en Roma (como ocurre con Fides) por Tito Tacio, con otras divinidades sabinas. La honraban las poblaciones itálicas, tanto las no latinas como las latinas. Algunas poblaciones sabinas le habían consagrado un mes, el correspondiente al abril del calendario romano.

Con el nombre de Flora Ovidio ha relacionado un mito helénico, suponiendo que Flora, en realidad, era una ninfa griega llamada Cloris. Vagando por los campos, un día de primavera la vio Céfiro, el dios del viento, se enamoró de ella y la raptó, aunque después celebró convenientemente el matrimonio. En recompensa, y por el amor que le inspiraba, concedióle el don de reinar sobre las flores, no sólo las de los jardines, sino también las de los campos de cultivo. La miel es considerada como uno de los regalos de que hizo objeto a los hombres, así como las semillas de las innúmeras variedades de flores. Al contar esta leyenda, que tal vez sea invención suya, Ovidio se refiere explícitamente al rapto de Oritia por Bóreas. Sin duda éste es el modelo, al que añade un episodio singular: Flora se hallaría en el origen del nacimiento de Marte. Juno, enojada por la forma cómo nació Minerva, salida espontáneamente de la cabeza de Júpiter, quiso concebir un hijo sin él concurso de elemento masculino y se dirigió a Flora, la cual le entregó una flor cuyo simple contacto bastaba para fecundar a una mujer. De este modo Juno, sin comercio con Júpiter, dio a luz al dios cuyo nombre es el del primer mes de la primavera.


Flora tenía en Roma un sacerdote particular, uno de los doce flamines menores que se consideraban instituidos por Numa. En su honor celebrábanse las Floralia, señaladas por juegos en que intervenían las cortesanas. Estos dos últimos datos nos los propociona Marco Terencio Varrón, quien en su Res Rusticae I, 1, 6 escribió:

Et quoniam, ut aiunt, dei facientes adiuvant, prius invocabo eos, nec, ut Homerus et Ennius, Musas, sed duodecim deos Consentis; neque tamen eos urbanos, quorum imagines ad forum auratae stant, sex mares et feminae totidem, sed illos xii deos, qui maxime agricolarum duces sunt. Primum, qui omnis fructos agri culturae caelo et terra continent, Iovem et Tellurem: itaque, quod ii parentes, magni dicuntur, Iuppiter pater appellatur, Tellus terra mater. Secundo Solem et Lunam, quorum tempora observantur, cum quaedam seruntur et conduntur. Tertio Cererem et Liberum, quod horum fructus maxime necessari ad victum: ab his enim cibus et potio venit e fundo. Quarto Robigum ac Floram, quibus propitiis neque robigo frumenta atque arbores corrumpit, neque non tempestive florent. Itaque publice Robigo feriae Robigalia, Florae ludi Floralia instituti.

Y puesto que, según dicen, los dioses favorecen a los que lo hacen, en primer lugar los invocaré a ellos, y no, como Homero y Ennio, a las Musas, sino a los doce dioses consentes; y no me refiero a los urbanos, cuyas imágenes doradas se hallan junto al foro, seis masculinos y otras tantas femeninas, sino a aquellos doce dioses, que son los patronos especiales de los agricultores. En primer lugar, a los que contienen todos los frutos de la agricultura en el cielo y la tierra, Júpiter y Tellus; y así, puesto que ellos son llamados los padres universales, Júpiter es llamado Padre, Tellus es llamada la Madre Tierra. En segundo lugar al Sol y la Luna, cuyos cursos son observados, cuando se siembra o cosecha algo. En tercer lugar a Ceres y Líber, porque sus frutos son los más necesarios para vivir: pues de ellos llegaron del terreno cultivado la comida y la bebida. En cuarto lugar a Róbigo y Flora, con cuyo concurso el añublo no corrompe los granos y los árboles y florecen oportunamente. Y así fueron instituidas públicamente en honor de Robigo las fiestas Robigalia, y en el de Flora los juegos florales (las Floralia).

Las Robigalia, según se dice creadas por Numa Pompilio, se celebraban el 25 de abril (ante diem VII Kalendas Maias) y las Floralia duraban cinco días, desde el 28 de abril al 2 de mayo, y parece que fueron instituidas el 238 a. C. por mandato de un oráculo de los Libros Sibilinos con el propósito de lograr de la diosa la protección del período de floración.

Leamos la leyenda en Ovidio, Fastos V, 193 y siguientes:

sic ego; sic nostris respondit diva rogatis

dum loquitur, vernas efflat ab ore rosas:

‘Chloris eram quae Flora vocor: corrupta Latino

nominis est nostri littera Graeca sono.

Chloris eram, nymphe campi felicis, ubi audis

rem fortunatis ante fuisse viris.

Quae fuerit mihi forma, grave est narrare modestae;

sed generum matri repperit illa deum.

Ver erat, errabam; Zephyrus conspexit, abibam;

insequitur, fugio: fortior ille fuit.

Et dederat fratri Boreas ius omne rapinae,

ausus Erecthea praemia ferre domo.

Vim tamen emendat dando mihi nomina nuptae,

inque meo non est ulla querella toro.

[Vere fruor semper: semper nitidissimus annus,

arbor habet frondes, pabula semper humus.]


Est mihi fecundus dotalibus hortus in agris;

aura fovet, liquidae fonte rigatur aquae:

hunc meus implevit generoso flore maritus,

atque ait «arbitrium tu, dea, floris habe.»

Saepe ego digestos volui numerare colores,

nec potui: numero copia maior erat.

Roscida cum primum foliis excussa pruina est

et variae radiis intepuere comae,

conveniunt pictis incinctae vestibus Horae,

inque leves calathos munera nostra legunt;

protinus accedunt Charites, nectuntque coronas

sertaque caelestes implicitura comas.

Prima per immensas sparsi nova semina gentes:

unius tellus ante coloris erat;

prima Therapnaeo feci de sanguine florem,

et manet in folio scripta querella suo.

Así dije, así respondió la diosa a mi pregunta; mientras habla, de la boca exhala primaverales rosas. “Yo Cloris fui a la que ahora llaman Flora; la letra griega de mi nombre ha sido corrompida por el sonido latino. Era Cloris, ninfa de una feliz y fértil tierra en la cual dicen que antes gentes afortunadas vivían. Cuál era mi belleza le es difícil expresarlo a mi modestia, pero ésta consiguió para mi madre un dios como yerno. Era primavera, yo caminaba; Céfiro me vio, yo me alejaba; él me persigue, huyo; él fue más fuerte. Había concedido Bóreas a su hermano derecho de toda rapiña al haberse atrevido aquél a tomar un premio de la mansión Erectea (Bóreas había raptado a Oritía, hija del rey ateniense Erecteo).

Corrige, sin embargo, su violencia al darme el nombre de esposa y en mi lecho no hay ninguna queja. Disfruto una eterna primavera; siempre es muy brillante la estación; los árboles tienen frondas, la tierra siempre pastos. Tengo un fecundo jardín en los campos que fueron mi dote, oreado por las auras; regadas sus aguas por fuentes fluidas; mi marido lo llenó generosamente de flores y dijo: “diosa, sé tú árbitro de las flores”. A menudo quise contar sus diferentes colores y no pude, pues mayor era su número. Tan pronto como el helado rocío sale de las hojas y los variados follajes se entibian con los rayos del sol, acuden las Horas ceñidas con coloridos vestidos y recogen en ligeras canastas mis regalos. Enseguida llegan las Gracias y entrelazan coronas y guirnaldas para atar sus celestes cabelleras. Fui la primera que sembró nuevas semillas por innúmeros pueblos. Antes la tierra sólo tenía un color. Fui la primera que hizo una flor (el jacinto) de la sangre de Terapna (ciudad  de Laconia; Laconia era la tierra de Hiacinto, pues éste era de Amiclas, cerca de Esparta) y permanece escrito en sus hojas su lamento.


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