A la videoconferencia no asistió Dumézil. En efecto, cuando se hallaba en una cafetería cercana a la comisaría tomando lo que pretendía ser un rápido café antes de la entrevista con Orpheus, lo abordó un joven.
– ¿Detective Dumézil?
– ¿Sí?
– Me llamo Robert Flacelière y soy estudiante de Historia Antigua. ¿Podría hablar un momento con Usted?
– Dígame, joven, ¿cómo sabe Usted quién soy?
– Pues verá… en mis estudios de Historia Antigua preciso información sobre métrica griega y sé que hay un profesor de griego que escribió un libro sobre esta materia y me interesa contactar con él. Por otra parte, no me pregunte cómo, sé que la policía busca a este mismo profesor y me preguntaba si Usted podía facilitarme el contacto con él.
– Mire, joven, si le soy claro y sincero, no sé a qué se refiere.
– Señor Dumézil, no trate de engañarme, porque sé de buena tinta que la policía anda detrás de ese profesor de griego. Lo que no sé es a santo de qué quiere la policía dar con él. Es más lógico que lo quiera encontrar yo, como le he dicho, por las razones aducidas, pero, puesto que me he enterado de que también Ustedes lo buscan, he pensado que podía decirme algo sobre su rastreo.
– Para ser estudiante de Historia Antigua está Usted muy puesto en la más rabiosa actualidad.
– Los historiadores están continuamente investigando, buscando, rastreando…
– Ya veo. ¿A qué profesor de griego se refiere Usted?
– ¿Es que hay muchos?
– No sé, por si es el mismo que buscamos nosotros. Dumézil se mordió la lengua.
– Luego ¿buscan a uno? Lo sabía. Me refiero a Homer Greek.
– No puedo decirle nada sobre el asunto y mucho menos facilitarle datos reservados.
– Bueno… lo comprendo, pero me conformaría con que me sacara de una gran duda que tengo.
– ¿Cuál?
– ¿Para qué buscan a Greek? ¿Ha cometido algún delito?
– No, es la respuesta a la segunda pregunta. A la primera no puedo responder.
– ¿Tan grave es el asunto?
– No grave, sino delicado.
– Defina delicado.
– Pues eso, delicado, peliagudo, sutil.
– ¿Tiene que ver con la educación?
– Mire, tengo mucha prisa. Debo ir a comisaría, dijo Dumézil saliendo de la cafetería.
– ¿Tiene que ver con Sappho Corina?
Dumézil se paro en secó y dio media vuelta contemplando muy serio a Flacelière.
– Oiga, ¿es Usted estudiante o detective privado?
– O sea que la señora Corina está por medio del asunto.
– No va a conseguir Usted nada de mí.
– Me conformo con qué me diga para qué buscan a Greek, por favor.
– No
– ¿Corina sabe para qué buscan a Homer?
– ¡Es Usted un pesado!, gritó un destemplado Dumézil.
– ¿Pero qué le cuesta darme la razón por la cual buscan a Greek? Aunque sólo sea una aproximación.
– Bueno, para que deje en paz, le doy una pista. ¿de acuerdo?
– Muy bien
– Tiene que ver con la arqueología
– ¿Concretamente con qué?
– ¡Ah! Yo le he dado la pista; Usted investigue.
– Arqueología…profesor de griego. Bueno, se me ocurre que necesiten a un profesor de griego para traducir algún texto en esa lengua que hayan hallado recientemente. Como los arqueólogos no saben griego… ¡no pueden descifrar o traducir el texto en cuestión! ¡Qué fuerte! Un hallazgo arqueológico que no puede ser oficialmente comunicado por el ridículo a no poder descifrarlo. ¿Se trata de eso, no, señor Dumézil?
Dumézil miraba a Flacelière con un gesto que denotaba a la vez enojo, rabia, sorpresa, incredulidad y arrepentimiento. Ahora se daba cuenta de que se le había ido la mano con la pista. “Claro, tonto,” se decía, “arqueología y profesor de griego llevan a una conexión lógica. ¡Idiota!”
– Usted, verá. Me esperan en comisaría. Hasta luego.
Y partió hacia el edificio de la policía, situado enfrente de la cafetería.
– Adiós, pero me parece que por ahí van los tiros.
Y Flacelière salió pitando hacia la redacción de “Ebdomada”
Dumézil llegó tarde a la videoconferencia.
Arístides Orpheus era un anciano entrañable. Menudo, regordete, sonriente, semejaba un osito de peluche y producía mucha ternura en quienes conversaban con él. Tenía todavía la mente despejada y una buena memoria. Hablaba queda y lentamente, con una voz cantarina, y se apoyaba con elegancia en un bastón.
La conversación con el señor Orpheus era un poco fatigosa y había que tomarla con calma, pues Arístides era dado a las digresiones y circunloquios y, de cuando en cuando, se paraba a comentar la belleza o interés de cierta pieza musical, que incluso tarareaba.
– Esa aria de El rapto en el serrallo de Mozart es una auténtica maravilla. Siempre me ha entusiasmado. “Marten aller Arten”.
Es un aria de tortura, típica de la ópera seria, una de los más difíciles del repertorio que combina la agilidad en los agudos con solidez en los graves. Tiene una introducción con cuarteto de violín, violonchelo, clarinete y oboe. Es la gran aria de este personaje, muy cuidada, larga y elaborada. Probablemente sea la más famosa de la ópera. Mozart reconoce en una carta a su padre: “He sacrificado un poco el aria de Constanza a la flexible garganta de Mlle. Cavallieri.”¿La conocen?
– No, yo al menos, no, dijo Fernández-Galiano. ¿Y tú, Lesky?
– No, ésa no. Conozco otras de Mozart, pero ésa no, señor Orpheus.
– Hay una semimelodía al inicio que recuerda al tema de la novena de Beethoven; todos se lucen, solistas de l orquesta y cantante. Las florituras en las palabras “verlache” y “belohne”, los instrumentos de viento doblando a la solista… ¡oh! y cuando la soprano canta con fuerza y determinación Ordne nur, gebiete, lärme, tobe, wüte, zuletzt befreit mich doch der Tod, con esa modulación para afrontar el final. Me gusta especialmente la versión de Cristina Deutekom.
– Sí, debe ser muy bella, por lo que cuenta, terció Rhode, desde Neápolis. Pero, señor Orpheus, le estábamos preguntando si conocía Usted a un profesor de griego llamado Homer Greek.
– Claro que lo conozco. Desde los tiempos del colegio “Anástasis”. Mantuvimos una gran colaboración en el coro y en las actividades musicales del centro.
– Según creo, Greek y Usted estuvieron juntos 12 cursos, ¿no es así?
– En efecto, fue una relación muy fructífera.
– Luego Greek se fue y Usted siguió en el “Anástasis”, ¿no?
– Sí, pero seguimos con la relación
– “Seguimos” ¿es tiempo pasado o es presente?
– Presente, por supuesto.
– Pero, ¿se ven o hablan por teléfono u otro medio?
– Por WebCam
– ¡Vaya, sí está Usted al día!
– Por tanto, sabe dónde vive Greek.
– Por supuesto y dos veces al año quedamos para vernos, una aquí y otra allí.
– Allí ¿dónde es?, casi suplicó Schadewaldt
– Pues en el monasterio
– ¿En San Florián?
– Sí, ¿cómo sabe que es ése?
– ¡Lo sabía!, masculló el teniente Schadewaldt.
– Lo que no sabemos es desde cuando vive allí
– ¡Uy!, desde hace casi 15 años, desde que se jubiló a los 65.
– ¿Y vive con los monjes?
– Sí, se puede decir que hace vida monacal, aunque no tiene celda ni se aloja en la parte de los monjes, sino en la hospedería. Lo que realmente le chifla es el canto gregoriano. Cuando voy, siempre me ofrecen los monjes un miniconcierto en la iglesia, que es preciosa. ¿Conocen San Florián? Es un lugar muy hermoso, con su claustro, su iglesia, sus patios, su huerta…
– Sí, señor Orpheus. Bueno, creo que esto es todo; no queremos cansarle.
– No, no estoy cansado. ¿Les he hablado de la cantata “Apollo e Dafne. La terra è liberata” de Händel? Es una delicia. Está basada en el mito de…
– En otra ocasión, Arístides, le dijo Albin Lesky. Bueno, muchas gracias por todo, y a seguir tan bien.
– Muchas gracias, señores, y a los de la pantalla también.
– Hasta luego, señor Orpheus, dijo Rhode.
– ¡Lo sabía! ¡Te lo dije! Está, vive, en San Florián.
– Hay que ir allí en seguida, aunque, siguiendo con mis intuiciones, creo que los monjes sospechan que sabemos algo y habrán procedido a eliminar huellas.
– Bien, no nos importa tanto dar con Greek allí como que nos digan dónde está, si es que se ha trasladado a otro lugar, dijo Rhode.
– El abad es duro de roer, Erwin.
– ¡Y yo soy un sabueso de fuertes caninos!, rió el capitán.
Partieron al punto hacia Hierápolis, dejando a Dumézil caviloso aún de su extraña entrevista con Flacelière.
– ¿Te pasa algo George?
– No, nada. Que tengan suerte, teniente.
– Hasta luego.
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