Greek no llegó a su casa. Dom Theodor lo dejó en la estación. Allí se sentó a esperar en los andenes al tren Alfa procedente de Megalópolis con destino a Neápolis. Mientras estaba sentado, Greek sacó un viejo periódico. Su fecha era el 27 de septiembre de 2085. En la página de internacional destacaba un titular:
Roban una estela del Museo del Ágora de Atenas
La noticia informaba de cómo, pese a las medidas de seguridad, una estela de mármol de 1’57 x 41 cm había sido robada. Era todo un misterio cómo los ladrones habían podido acceder al museo, cargar con la pesada pieza y salir de nuevo sin que sonaran las alarmas. Nunca se descubrió nada, ni se detuvo a los ladrones ni, mucho menos, se recuperó la estela. Hacía ya 110 años del hecho y ya casi nadie lo recordaba. El tren Alfa llegaba. Homer Greek plegó el periódico, tomó su maletín y subió al tren.
A esa misma hora Schadewaldt y Rhode comprobaban que Greek no estaba en su casa de Hierápolis y regresaron a la comisaría de Neápolis. Desde sendos automóviles les observaban dos personas: Denys Page y Ulrich von Wilamowitz.
Llegaron los tres a la capital de Pangea con una diferencia de veinte minutos.
Homer Greek se dirigió a la Avenida de los Campos Elíseos, sede del Instituto Superior de Arqueología. En la recepción preguntó por el despacho de Michael Ventris.
– Sexta planta, despacho 14. Cuando salga del ascensor a la izquierda; la penúltima puerta del pasillo a mano derecha.
– Muchas gracias.
Unos golpes en la puerta hicieron que el señor Ventris levantara la cabeza y dijera:
– ¡Adelante!
El joven arqueólogo vio entrar a un anciano, de unos 80 años, tocado con un sombrero gris y con un maletín en su mano derecha. Llevaba gafas de montura metálica dorada que descansaban sobre una nariz bastante ancha, provista de dos orificios bastante considerables. Su cara era pequeña y redonda y sus ojos marrones claros y no demasiado grandes. Su escaso pelo era ya blanco, aunque estaba por completo ausente de su amplia frente.
No era muy alto y su complexión era más bien fuerte para su edad, aunque no se puede decir que fuera grueso. Vestía una gabardina de color crema que dejaba ver un traje gris y una pajarita verde turquesa, que destacaba por contraste con los colores crema y gris.
Las manos del anciano eran pequeñas, como pudo comprobar Ventris, cuando aquél se detuvo ante su mesa, tras recorrer con paso rápido la distancia que separaba ésta de la puerta. Una vez junto a la mesa, el viejo se quitó el sombrero, sonrió y preguntó:
– ¿Es Usted el señor Michael Ventris?
– Sí, señor. ¿En qué puedo ayudarle?
– Tengo entendido que dirige Usted al equipo de arqueólogos que trabaja en las excavaciones de Paleópolis.
– Sí, así es.
– También sé que han hallado en ellas una estela con un texto escrito en griego, ¿no es cierto?
– Bueno, lo cierto es que…
– No hace falta que me esconda nada, porque estoy informado de todo.
– Perdone, ¿de qué está Usted informado?
– Pues de su hallazgo y de su incapacidad para traducir el texto; también sé que el Ministerio del Interior, por petición del de Instrucción Pública, ha iniciado, por medio de la policía de la comisaría central de Neápolis, la búsqueda de un profesor de griego que pueda traducir el texto. Sé que tienen programada una rueda de prensa para comunicar su descubrimiento, y que no pueden presentarse sin haber traducido la estela.
– ¿Y Usted cómo sabe todo eso?
– Pues porque soy el profesor de griego al que busca la policía; me temo que el último profesor de griego vivo.
– ¡Así que es Usted Homer Greek!
– En efecto.
– Tenía entendido que la policía tenía problemas en encontrarlo.
– Sí, hasta hace poco, aunque he decidido presentarme aquí para ayudarles voluntariamente en su descubrimiento.
– ¡Qué bien! Se lo agradezco. Tengo aquí una copia del texto de la estela.
– No hace falta que me la enseñe.
– ¿Cómo dice?
– Lo conozco perfectamente
– ¿Conoce Usted el texto de la estela?
– Por supuesto.
– ¿ Y cómo?
– Mire: el 26 de septiembre de 2085 unos ladrones robaron una estela del Museo del Ágora de Atenas. Nunca se pudo dar con su paradero, ni el de la estela ni el de los ladrones.
La estela contenía un texto. Se trataba del Decreto contra la tiranía, hallado en el peristilo bajo la Stoa de Átalo en 1952. Era una estela en mármol de 1’57 x 41 cm, que, como le he dicho, se conservaba en el Museo del Ágora de Atenas. Su número de catálogo era Agora I 6524. En la parte superior de la inscripción había un relieve con la Democracia coronando al pueblo (Demos); el relieve podría ser un reflejo de una pintura de Eufránor. La datación más probable es el 337-6 a. C.
– Creo haber oído algo sobre ese robo. Me parece que se considera uno de los misterios de la arqueología moderna, o mejor, de la museística. Nunca se recuperó la estela, ¿verdad?
– Completa, no.
– ¿Cómo “completa, no”?
– Se perdió el relieve de la coronación del Demos.
– ¿Y el resto de la estela?
– Apareció más tarde
– ¿Dónde?
– ¿Sabe Usted quién era Plato Menander?
– Pues no
– Fue el primer profesor de griego del colegio “Paideia”, desde su creación, en el 2104, y hasta el 2135. Le sucedió en el puesto Pindar Hesiod hasta el 2151, año de la eliminación de la materia de griego en la instrucción secundaria. Durante un curso, el 2140-2141, el doctor Hesiod estuvo de profesor de Historia Antigua en la universidad “Koiné” de Neápolis y en el “Paideia” le sucedió un joven profesor que es quien está ahora hablando con Usted.
– ¿Y qué pintan aquí el profesor Menander, el doctor Hesiod y Usted?
– Pues verá. Yo mantuve una muy buena relación con Pindar Hesiod, hasta el punto que me confió un secreto y me hizo un regalo. El secreto era que la parte con el texto de la estela robada en Atenas había llegado, no se sabe cómo, a manos del profesor Menander. Éste, a su vez, y antes de morir, se la dio a Pindar, para que la custodiara. Cuando el doctor Hesiod lo consideró oportuno hizo conmigo lo que Menander había hecho con él: me regaló la estela.
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