Una de las esculturas que desde siempre más me han impresionado es la de “Apolo y Dafne” de Bernini, que se puede admirar en la Galleria Borghese de Roma. El trabajo del escultor con el mármol, especialmente en los miembros de Dafne convertidos en ramas y hojas, o en sus cabellos, o en las caras de ambos personajes o su postura forzada, es realmente prodigioso. Me parece acertado este comentario de Artehistoria:
Lo esencial de esta obra es que Bernini aporta una reflexión plástica sobre las transformaciones de la materia y la forma con esa insólita valentía con que traslada al mármol los versos ovidianos, trocando en pura energía dinámica una composición estática, complicada por los gestos en espiral. Con un incomparable virtuosismo técnico y fáctico, dándole al mármol la transparencia del alabastro y confiriéndole la morbidez de la cera, ilustró el instante en que los tiernos miembros de Dafne se transforman en dura corteza y en ramas de laurel; pero, además, puliendo las superficies de los cuerpos para que los acaricie la luz o entretallando otras para que se concentre, subrayó la tensión emocional entre el estupor de Apolo y el horror de Dafne.
La obra, además, permite un recorrido visual por parte del espectador que puede captar el momento de la transformación, desde la contemplación de la conversión en hojas y ramas de sus brazos y piernas a la definitiva transformación en árbol, perceptible si nos situamos a las espaldas de Apolo, ya que el dios nos tapa a la ninfa y sólo vemos un árbol.
Movimiento y dinamismo temporal son otros valores de la escultura. La postura de ambos personajes, con los brazos extendidos y apoyados en un solo pie, la agitación de los cabellos y las líneas diagonales del conjunto son todo un homenaje al movimiento. El tiempo es también tratado por el artista que ha plasmado el momento preciso en que Dafne empieza a convertirse en laurel, mutando su cuerpo, cambiando su apariencia en una comparación con nuestra vida y nuestro cuerpo que experimenta cambios continuos. Es lo que afirma Pitágoras en el final de las Metamorfosis de Ovidio (XV, 214 y siguientes):
‘Nostra quoque ipsorum semper requieque sine ulla
corpora vertuntur, nec quod fuimusve sumusve,
cras erimus; fuit illa dies, qua semina tantum
spesque hominum primae matris latitavimus alvo:
artifices natura manus admovit et angi
corpora visceribus distentae condita matris
noluit eque domo vacuas emisit in auras.
editus in lucem iacuit sine viribus infans;
mox quadrupes rituque tulit sua membra ferarum,
paulatimque tremens et nondum poplite firmo
constitit adiutis aliquo conamine nervis.
inde valens veloxque fuit spatiumque iuventae
transit et emeritis medii quoque temporis annis
labitur occiduae per iter declive senectae.
También nuestros mismos cuerpos se están transformando siempre y sin reposo alguno, y ni lo que hemos sido ni lo que somos lo seremos mañana; hubo un día en que, siendo solamente semilla y esperanza de hombres, vivíamos en el vientre de nuestra primera madre: la naturaleza nos tendió sus manos creadoras y no quiso que nuestros cuerpos estuvieran agobiados y ocultos en las entrañas de una madre distendida, y de casa nos hizo salir al aire libre. El infante, sacado a la luz, permaneció tendido sin fuerzas; después a cuatro patas y a la manera de los animales trasladó su cuerpo; y poco a poco, temblando y con las corvas no seguras todavía, se puso en pie ayudando a sus músculos con algún apoyo. Más tarde fue fuerte y rápido y pasa el tramo de la juventud y después de consumir también los años de la época intermedia se desliza por el camino inclinado de la vejez que se acerca al ocaso.
La traducción es de Antonio Ruiz de Elvira en la colección Alma Mater del CSIC.
Por otro lado, siempre me ha parecido la obra una alegoría de la labor del escultor que trabaja su materia prima, en este caso el mármol. La transformación de Dafne en laurel como alegoría de la transformación del frío y estático mármol en un grupo escultórico vitalista y lleno de movimiento.
El de Apolo y Dafne siempre ha sido uno de mis mitos favoritos y es una suerte que tenga tratamiento en tres grandes artes: la plástica, la literatura y la música.
En la serie que ahora iniciamos vamos a dar un breve repaso a estas manifestaciones del mito de Apolo y Dafne. El repaso será desigual, ya que dedicaremos más tiempo a la literatura y la música y menos a la pintura y escultura, ya que en éstas nos limitaremos a ofrecer imágenes del mito que servirán de apoyo visual a los textos.
Y comenzamos por la literatura y, en concreto, por la poesía española de los siglos XVI y XVII.
Si queremos analizar el tratamiento que del mito de Apolo y Dafne hicieron los poetas españoles del Siglo de Oro, forzosamente hemos de tomar como punto de referencia el relato que del mismo realiza Publio Ovidio Nasón (43 a. C. – 17 d. C.) en el libro I (versos 452 – 566) de sus Metamorfosis.
Es ésta la obra que representa la culminación de la labor poética del poeta de Sulmona y ocupa un lugar destacado en la historia de la literatura universal. A pesar de dar la impresión de ser un mero complejo de narraciones míticas, constituyen un verdadero poema científico-filosófico, en el que el autor trata de emular De rerum natura de Lucrecio. A través de sus 12. 000 hexámetros, repartidos en 15 libros, podemos distinguir el hilo conductor, que comienza en la primera metamorfosis, la conversión del caos en el mundo organizado, y prosigue, siguiendo la guía cronológica de las genealogías, hasta la transformación de César en astro, al final del poema En este final además el sabio Pitágoras expone en un profético discurso de extraordinaria amplitud la doctrina de la metamorfosis, entendida ésta como la fuerza creadora y transformadora del universo, explicando el misterio del devenir y, por tanto, la razón única de las infinitas metamorfosis narradas por el poeta a lo largo de 15 libros seguidos.
Ahora bien, los presupuestos filosófico – científicos, tan enfáticamente afirmados, quedan al margen de la ejecución poética de la obra. De hecho, casi todas las transformaciones, algunas de ellas aparatosas, que en ésta tienen lugar, se resuelven en relatos de carácter episódico, de tono ligero, erótico, amable o puramente sensual, adornados con insuperable riqueza de imaginación y de detalles coloristas, amontonados a veces en barroca mescolanza, como producto de la frívola inspiración de su musa juguetona. Para valorar adecuadamente esta obra hemos de prescindir, por tanto, de su estructura de conjunto y de los artificios formales y sustanciales con que van ligadas varias leyendas y también de aquellas partes en que se realiza un gran esfuerzo para expresar artísticamente ciertos conceptos y modalidades de diversas metamorfosis.
En cuanto a la inclusión de relatos dentro de otros relatos, ya Virgilio había sentado un precedente de la inserción mitográfica en la introducción del episodio de Aristeo en el de Orfeo y Eurídice(Geórgicas, IV), siguiendo, a su vez, el ejemplo de Catulo, que había incluido la leyenda de Ariadna en su epitalamio de Tetis y Peleo. Hay en la obra cuadros de matices delicadísimos, llenos de inefable seducción, como el relato de la hospitalidad con que los humildes ancianos Filemón y Baucis honran a los dioses viajeros; relato rebosante de viva religiosidad, de delicadeza y de ternura conyugal, reflejada en el deseo de los dos enamorados, que sólo piden a los dioses la gracia de morir al mismo tiempo.
Muy hermoso. Gracias por entretenernos la vida amenamente
[…] San Esteban, Santos Cirilo y Metodio, San Juan Crisóstomo, los mitos en Carmina Burana, el mito de Apolo y Dafne, los de Alcestis, Idomeneo, Néstor, Prometeo o Diana, cuadros mitológicos de Rembrandt, lo […]
[…] Salieri (De Esquilo a Salieri), Lizst (Dos poemas sinfónico mitológicos de Lizst), Handel (Se non posso averti in seno), Stravinski (Tres ballets griegos de Stravinski), Telemann (serie Ungöttliche Saturnia!), Puccini […]