Y aquí concluye el relato de las Metamorfosis de Ovidio sobre el tétrico mito de Procne, Tereo y Filomela.
Es capaz, después de tales acciones, de volver a Progne, que, al ver a su esposo, busca a su hermana; pero él profiere mentirosos gemidos, le cuenta una supuesta muerte, y las lágrimas le dieron crédito. Se arranca Progne desde los hombros las ropas resplandecientes de oro en anchas franjas, y se viste telas negras y apresta un sepulcro vacío y ofrece sacrificios expiatorios a unos falsos manes y llora la fatalidad de su hermana, a quien no era así como debía llorar. Había recorrido el dios los doce signos en el transcurso de un año. ¿Qué podría hacer Filomela? Una guarida le cierra la posibilidad de huir, los muros de la granja se alzan impenetrables, construidos de sólida piedra, su boca muda está desprovista de la capacidad de delatar lo ocurrido. Grande es el talento propio del dolor, y el ingenio acude en socorro de las situaciones apuradas. De un telar de los bárbaros cuelga ella, astuta, una urdimbre, y en medio de los hilos blancos entreteje unas marcas de color púrpura que son la denuncia del atentado, y una vez terminado el trabajo se lo entrega a una esclava y le pide por señas que se lo lleve a su señora; aquélla, conforme se le había pedido, se lo entregó a Progne: no sabe qué es lo que entrega en aquel tejido.
Tereo, Procne y Filomela. Fresco de Sebastiano del Piombo. Villa Farnesina, Roma
Despliega la prenda la consorte del salvaje tirano y lee el desdichado mensaje de su suerte, y (¡es admirable que pudiera!) calla: el dolor le selló la boca, y su lengua no encontró las palabras de suficiente indignación que buscaba, y tampoco le es posible llorar, sino que se precipita dispuesta a confundir el bien y el mal, y toda entera se entrega a imaginar la venganza.Era la época en que las señoras sitonias suelen celebrar los festivales bienales de Baco; la noche es testigo de los festivales. Por la noche resuena el Ródope de agudos tintineo s del bronce: por la noche salió de su casa la reina, y se equipa para los ritos del dios y empuña las armas frenéticas. Se cubre la cabeza con sarmientos y pámpanos, de su costado izquierdo cuelga una piel de ciervo, sobre su hombro descansa una ligera jabalina. Lanzándose a través de las selvas acompañada de un tropel de seguidoras, resulta terrible Progne y, alterada por el enfurecimiento de su rencor, simula el tuyo, Baco. Llega al fin al apartado caserío y profiere alaridos y hace resonar el euhoe y echa abajo la puerta y arrastra consigo a su hermana y llevándosela la viste con los atavíos de Baco y le oculta el rostro con hojas y ramas de hiedra, y tirando de ella, que está espantada, la conduce dentro de sus propias murallas.
Cuando Filomela se dio cuenta de que se encontraba en la mansión infame, sintió escalofríos la infeliz y palideció en toda su tez. Progne, después de alcanzar un lugar idóneo, quita a su desdichada hermana los ornamentos cultuales, le descubre el rostro avergonzado y se echa en sus brazos. Pero Filomela no es capaz, teniéndose por rival de su hermana, de levantar los ojos hacia ella, y queriendo jurar, con la cabeza inclinada hacia el suelo, y poner a los dioses por testigos de que aquella deshonra se le había hecho por fuerza, su mano hizo las veces de la voz. Arde Progne y no contiene su cólera, y reprochando el llanto de su hermana le dice: «No es con lágrimas como hay que ventilar esto, sino con hierro, sino con algo, si lo tienes, que pueda superar al hierro. Yo, hermana, estoy preparada para todas las atrocidades: yo, o bien, quemando con teas el palacio real, arrojaré al culpable Tereo en medio de las llamas, o bien le arrancaré con el hierro la lengua o los ojos y los miembros que te quitaron la honra, o bien a través de mil heridas echaré fuera su alma dañina. Grande es lo que estoy decidida a hacer: lo que va a ser, todavía no lo sé». Mientras tales cosas expone Progne, se acerca Itis a su madre; su presencia le sugiere qué es lo que puede hacer, y mirándolo con ojos implacables dijo: «¡Ay! ¡Qué parecido eres a tu padre!», y sin hablar más prepara una acción siniestra y hierve en silenciosa cólera.
El banquete de Tereo (1636-7), óleo sobre lienzo de 195 x 267 cm, de Peter Paul Rubens. Museo del Prado.
Cuando al fin llegó el hijo y saludó a su madre y se le colgó del cuello con sus bracitos y le dio besos mezclados con infantiles caricias, se sintió impresionada, sí, la madre, y su cólera, desarmada, se detuvo, y sus ojos, sin querer, se humedecieron de lágrimas que brotaban a su pesar. Pero tan pronto como advirtió que como madre vacilaba por su acendrada ternura, apartó de él la mirada volviéndose de nuevo al rostro de su hermana, y mirándolos alternativamente a los dos dijo: «¿Por qué el uno me prodiga caricias y la otra está muda y con la lengua arrancada? A la que éste llama madre, ¿por qué aquélla no la llama hermana? Considera, hija de Pandíon, de qué marido eres esposa. Estás decayendo; un crimen es tener amor materno para quien tiene a Tereo por consorte».
Y en el acto arrastró a Itis, como un tigre del Ganges a la cría lactante de una cierva a través de las selvas umbrosas, y cuando se encontraron en un sitio apartado de la profunda mansión, mientras el niño tiende las manos y advierte ya su destino y grita «¡madre, madre!» y busca su cuello, lo traspasa Progne con la espada en el sitio donde el pecho se une al costado, y no vuelve la cabeza. Incluso un solo golpe hubiera bastado para su muerte: pero Filomela le corta el cuello; y aquellos miembros, vivos todavía y que aún conservaban algode aliento, los despedazan; a continuación unos saltan en capaces calderos de bronce, otros chisporrotean en asadores: chorrea sangre la estancia. Con ellos sirve la esposa una mesa a la que invita a Tereo, que nada sabe, y fingiendo que se trata de un rito tradicional de sus padres al que solo es lícito que asista el marido, hizo retirarse a acompañantes y criados. Tereo así, sentado en alto sitial de sus antepasados, va devorando y amontona en su vientre sus propias vísceras, y, tan grande es la oscuridad de su alma, dice: «Llamad aquí a Itis». No puede Progne disimular su salvaje goce, y ansiando ser la mensajera de su propia calamidad dice: «Dentro tienes a quien pides». Mira él a su alrededor y pregunta dónde está; mientras sigue preguntando y vuelve a llamar, avanzó de un salto Filomela, conforme estaba con los cabellos salpicados de la infernal carnicería, y arrojó a la vista del padre la cabeza ensangrentada de Itis, y en ningún otro momento habría preferido poder hablar y testimoniar su goce con bien merecidas palabras.
El tracio derriba la mesa con estentóreos gritos e invoca a las viperinas hermanas del valle estigio, y unas veces ansía abrirse el pecho, si pudiera, y sacar de allí el espantoso festín y las entrañas sumergidas, otras veces llora y se llama miserable sepulcro de su hijo, ya, en fin, persigue con el hierro desnudo a las hijas de Pandíon. Se hubiera dicho que los cuerpos de las Cecrópides estaban sostenidos por alas: por alas estaban sostenidos. Una de ellas se encamina a las selvas, la otra se acerca a los tejados, y aún no han desaparecido de su pecho las señales de la matanza y sus plumas están marcadas de sangre. Él, veloz, por su dolor y por el deseo de castigar, se convierte en un pájaro que tiene en la cabeza una erguida cresta; el pico se prolonga desmesuradamente sustituyendo a la larga lanza; abubilla es el nombre del pájaro y tiene el aspecto de un guerrero armado.
Y hasta aquí estos capítulos dedicados al mito de Tereo, Procne y Filomela, a propósito de los ejemplares de abubilla, ruiseñor y golondrina del museo de Ciencias Naturales del IES Ribalta de Castellón.