Releía el otro día La realidad y el deseo (1924-1962) de Luis Cernuda y me encontré con algunos poemas con referentes clásicos.
Narciso está presente en, al menos, dos obras de dicha colección. El poema XIII de Primeras poesías (1924-1927), y Luis de Baviera escucha Lohengrin, en Desolación de la Quimera (1956-1962). Antes de hablar un poco de ambas obras, conviene que hablemos de las fuentes sobre Narciso.
Pierre Grimal, en su Diccionario de Mitología Griega y Romana nos dice:
Narciso era un hermoso joven que despreciaba el amor. Su leyenda es referida de distintas maneras según los autores. La versión más conocida es la de Ovidio en las ‘Metamorfosis’. En ella, Narciso es hijo del dios del Cefiso y de la ninfa Liríope. Al nacer, sus padres consultaron al adivino Tiresias, el cual les respondió que el niño «viviría hasta viejo si no se contemplaba a sí mismo». Llegado a la edad viril, Narciso fue objeto de la pasión de numerosísimas doncellas y ninfas, pero siempre permanecía insensible. Finalmente, la ninfa Eco se enamoró de él, pero no consiguió más que las otras. Desesperada, se retiró a un lugar solitario, donde adelgazó tanto, que de toda su persona sólo quedó una voz lastimera. Las doncellas despreciadas por Narciso piden venganza al cielo. Némesis las escucha y hace que, en un día muy caluroso, después de una cacería, Narciso se incline sobre una fuente para calmar la sed. Ve allí la imagen de su rostro, tan bello, que se enamora de él en el acto, e insensible ya al resto del mundo, se deja morir, inclinado sobre su imagen. Aun en el Éstige trata de contemplar los amados rasgos. En el lugar de su muerte, brotó una flor, a la que se dio su nombre: el narciso.
La versión beocia de la leyenda era sensiblemente distinta. En ella se decía que Narciso era un habitante de la ciudad de Tespias, no lejos del Helicón. Era joven y muy bello, pero despreciaba los placeres del amor. Estaba enamorado de él un joven llamado Aminias, pero él no le correspondía; lo rechazaba constantemente y acabó enviándole una espada como presente. Aminias, obediente, se suicidó con el arma ante la puerta de Narciso; pero al morir pidió la maldición de los dioses contra su cruel amado. Un día en que el joven se vio en una fuente, enamoróse de sí mismo y, desesperado ante su pasión, se suicidó. Los tespios tributaron un culto al Amor, cuyo poder quedaba patente en esta historia. En el lugar en que se había suicidado Narciso y donde la hierba había quedado impregnada con su sangre, nació una flor: el narciso.
La fuente principal para este tema nos la ofrece, como en muchas ocasiones, Ovidio en sus Metamorfosis III, 339-510. Ofrecemos sólo un fragmento, de los versos 407 a 426:
Fons erat inlimis, nitidis argenteus undis,
quem neque pastores neque pastae monte capellae
contigerant aliudve pecus, quem nulla volucris
nec fera turbarat nec lapsus ab arbore ramus;
gramen erat circa, quod proximus umor alebat,
silvaque sole locum passura tepescere nullo.
Hic puer et studio venandi lassus et aestu
procubuit faciemque loci fontemque secutus,
dumque sitim sedare cupit, sitis altera crevit,
dumque bibit, visae correptus imagine formae
spem sine corpore amat: corpus putat esse, quod unda est.
Adstupet ipse sibi vultuque inmotus eodem
haeret, ut e Pario formatum marmore signum;
spectat humi positus geminum, sua lumina, sidus
et dignos Baccho, dignos et Apolline crines
inpubesque genas et eburnea colla decusque
oris et in niveo mixtum candore ruborem,
cunctaque miratur, quibus est mirabilis ipse:
se cupit inprudens et, qui probat, ipse probatur,
dumque petit, petitur, pariterque accendit et ardet.
Narciso (1597.1599), óleo sobre lienzo de 110 x 92 cm., de Caravaggio, Museo Nacional de Arte Antiguo, Palacio Barberini, Roma
Había una fuente límpida, de aguas resplandecientes como la plata, que no habían tocado ni los pastores ni las cabras que pastan en el monte ni otro ganado alguno, y que ningún pájaro ni fiera ni rama caída de árbol había alterado. Alrededor había un césped al que la inmediata humedad daba alimento, y una espesura que nunca permitiría que aquel paraje se entibiase con el sol. Allí el muchacho, fatigado por la pasión de la caza y el calor, fue a tenderse, atraído tanto por la fuente como por la belleza del sitio. Y mientras ansía apaciguar la sed, otra sed ha brotado; mientras bebe, cautivado por la imagen de la belleza que está viendo, ama una esperanza sin cuerpo; cree que es cuerpo lo que es agua. Se extasía ante sí mismo y permanece inmóvil y con el semblante inalterable, como una estatua tallada en mármol de Paros. Apoyado en tierra contempla el doble astro de sus ojos, sus cabellos, dignos de Baco y dignos de Apolo, sus mejillas lampiñas, su cuello de marfil, la gracia de su boca, y el color sonrosado que se mezcla con una nívea blancura, y se admira él de todo lo que le hace admirable. Se desea a sí mismo sin saberlo, gusta el mismo a quien gusta, al solicitar es solicitado, y a la vez que enciende arde.
La traducción es de Antonio Ruiz de Elvira en la colección Alma Mater del CSIC.
También el mitógrafo Conón, Διηγήσεις– Narrationes 24, habla sobre Narciso
Ἡ κδʹ, ἐν Θεσπείᾳ τῆς Βοιωτίας (ἔστι δ´ ἡ πόλις οὐχ ἑκὰς τοῦ Ἑλικῶνος) παῖς ἔφυ Νάρκισσος πάνυ καλὸς καὶ ὑπερόπτης Ἔρωτός τε καὶ ἐραστῶν. Καὶ οἱ μὲν ἄλλοι τῶν ἐραστῶν ἐρῶντες ἀπηγόρευσαν, Ἀμεινίας δὲ πολὺς ἦν ἐπιμένων καὶ δεόμενος· ὡς δ´ οὐ προσίετο ἀλλὰ καὶ ξίφος προσέπεμψεν, ἑαυτὸν πρὸ τῶν θυρῶν Ναρκίσσου διαχειρίζεται, πολλὰ καθικετεύσας τιμωρόν οἱ γενέσθαι τὸν θεόν. Ὁ δὲ Νάρκισσος ἰδὼν αὑτοῦ τὴν ὄψιν καὶ τὴν μορφὴν ἐπὶ κρήνης ἰνδαλλομένην τῷ ὕδατι, καὶ μόνος καὶ πρῶτος ἑαυτοῦ γίνεται ἄτοπος ἐραστής· τέλος ἀμηχανῶν, καὶ δίκαια πάσχειν οἰηθεὶς ἀνθ´ ὧν Ἀμεινίου ἐξύβρισε τοὺς ἔρωτας, ἑαυτὸν διαχρᾶται. Καὶ ἐξ ἐκείνου Θεσπιεῖς μᾶλλον τιμᾶν καὶ γεραίρειν τὸν Ἔρωτα καὶ πρὸς ταῖς κοιναῖς θεραπείαις καὶ ἰδίᾳ θύειν ἔγνωσαν· δοκοῦσι δ´ οἱ ἐπιχώριοι τὸν νάρκισσον τὸ ἄνθος ἐξ ἐκείνης πρῶτον τῆς γῆς ἀνασχεῖν, εἰς ἣν ἐχύθη τὸ τοῦ Ναρκίσσου αἷμα.
Narciso (1819) de Karl Pavlovich Bryulov
La 24. En la ciudad de Tespias de Beocia (la ciudad no dista mucho del Helicón) nació un niño muy hermoso, de nombre Narciso, que menospreciaba a Eros y a los enamorados. El resto de amantes dejaron de amarlo, pero Aminias perseveraba con celo y lo deseaba; pero él no le correspondía y le envió una espada y Aminias se mató ante las puertas de Narciso, suplicando encarecidamente que la divinidad lo castigara. Un día Narciso, viendo su propia imagen y su forma reflejada en el agua de una fuente, se convirtió en único y primer insólito amante de sí mismo. Finalmente, desesperado y creyendo que pagaba lo merecido por haber despreciado los amores de Amintias, se mató. Y por esto los tespios decidieron honrar más y adorar a Eros y ofrecerle sacrificios además de los cultos comunes que se le ofrendaban. Los naturales del país creen que la flor del narciso surgió por primera vez de la tierra en la que había caído la sangre de Narciso.
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