Sibila cimeria
Finalizamos en este capítulo el texto de Dionisio de Halicarnaso, Historia Antigua de Roma, IV, 62, sobre los Libros Sibilinos:
Μετὰ δὲ τὴν τρίτην ἐπὶ ταῖς ἑβδομήκοντα καὶ ἑκατὸν ὀλυμπιάσιν ἐμπρησθέντος τοῦ ναοῦ, εἴτ´ ἐξ ἐπιβουλῆς, ὡς οἴονταί τινες, εἴτ´ ἀπὸ ταὐτομάτου, σὺν τοῖς ἄλλοις ἀναθήμασι τοῦ θεοῦ καὶ οὗτοι διεφθάρησαν ὑπὸ τοῦ πυρός. Οἱ δὲ νῦν ὄντες ἐκ πολλῶν εἰσι συμφορητοὶ τόπων, οἱ μὲν ἐκ τῶν ἐν Ἰταλίᾳ πόλεων κομισθέντες, οἱ δ´ ἐξ Ἐρυθρῶν τῶν ἐν Ἀσίᾳ, κατὰ δόγμα βουλῆς τριῶν ἀποσταλέντων πρεσβευτῶν ἐπὶ τὴν ἀντιγραφήν· οἱ δ´ ἐξ ἄλλων πόλεων καὶ παρ´ ἀνδρῶν ἰδιωτῶν μεταγραφέντες· ἐν οἷς εὑρίσκονταί τινες ἐμπεποιημένοι τοῖς Σιβυλλείοις, ἐλέγχονται δὲ ταῖς καλουμέναις ἀκροστιχίσι· λέγω δ´ ἃ Τερέντιος Οὐάρρων ἱστόρηκεν ἐν τῇ θεολογικῇ πραγματείᾳ.
Cuando el templo se incendió después de la CLXXIII Olimpiada (83 a. C.), bien intencionadamente, según creen algunos, bien por accidente, el fuego destruyó los oráculos junto con las otras ofrendas consagradas al dios. Los que ahora existen se han recogido en muchos lugares, unos en las ciudades de Italia, otros en Eritras, en Asia, pues por orden del Senado se enviaron tres embajadores para copiarlos; algunos proceden de otras ciudades y fueron transcritos por particulares. En estos oráculos se encuentran algunos interpolados entre los sibilinos, pero estos se reconocen por los llamados acrósticos. Sigo lo que cuenta Terencio Varrón en su obra sobre la religión.
fueron transcritos por particulares: Después de su destrucción en el incendio, se recogió una nueva colección de diversas procedencias que fue expurgada en tiempos de Augusto de los elementos que se suponían apócrifos. El nuevo ejemplar quedó depositado en el templo de Apolo en el Palatino. A la cultura judeo-helenística y posteriormente a la influencia cristiana se deben muchas falsificaciones.
Hasta aquí en texto de Dionisio de Halicarnaso, con la traducción y notas de Almudena Alonso y Carmen Seco, en Gredos.
Otro de los autores que nunca falta en las fuentes clásicas sobre casi cualquier personaje o episodio es Ovidio y sus Metamorfosis. En este caso, el poeta de Sulmona dedica los versos 101 al 157 del libro XIV de su magna obra:
Has ubi praeteriit et Parthenopeia dextra
moenia deseruit, laeva de parte canori
Aeolidae tumulum et, loca feta palustribus ulvis,
litora Cumarum vivacisque antra Sibyllae
intrat et, ut manes adeat per Averna paternos, 105
orat. at illa diu vultum tellure moratum
erexit tandemque deo furibunda recepto
‘magna petis,’ dixit, ‘vir factis maxime, cuius
dextera per ferrum, pietas spectata per ignes.
Cuando Eneas pasó de largo este país y dejó atrás, a la derecha, las murallas de Parténope, y a la izquierda, el sepulcro del musical Eólida y aquellos parajes plegados de aguas pantanosas, penetra en la costa de Cumas y en la cueva de la longeva Sibila, y solicita que se le permita llevar, por el Averno, hasta el alma de su padre; mas ella, después de detener su mirada fija en la tierra largo rato, la levantó al fin, y, poseída del delirio del dios que la ha invadido, dijo: «Mucho es lo que pides, hombre eminente por tus hazañas, cuya diestra ha sido probada entre las armas, y cuya piedad entre las llamas.
Pone tamen, Troiane, metum potiere petitis 110
Elysiasque domos et regna novissima mundi
me duce cognosces simulacraque cara parentis.
Invia virtuti nulla est via.’ dixit et auro
fulgentem ramum silva Iunonis Avernae
monstravit iussitque suo divellere trunco. 115
Paruit Aeneas et formidabilis Orci
vidit opes atavosque suos umbramque senilem
magnanimi Anchisae; didicit quoque iura locorum,
quaeque novis essent adeunda pericula bellis.
Pero abandona el temor, troyano; lograrás tus deseos, conocerás, guiado por mí, las mansiones del Elíseo y los reinos postreros del mundo, así como la imagen querida de tu progenitor; no hay camino inaccesibles» dijo y le mostró una rama resplandeciente de oro en la selva de Juno, la del Averno ordenándole que la arrancase de su tronco. Obedeció Eneas, y vio las riquezas del espantable Orco y a sus antepasados, y la sombra anciana del magnánimo Anquises; aprendió también las leyes de la región, y cuáles eran los riesgos que en nuevas guerras había él de afrontar.
Eneas y la Sibila de Cumas (ca. 1646), óleo sobre lienzo de 152 x 196 cm., de François Perrier. Museo Nacional de Varsovia
Inde ferens lassos averso tramite passus 120
cum duce Cumaea mollit sermone laborem.
Dumque iter horrendum per opaca crepuscula carpit,
‘seu dea tu praesens, seu dis gratissima,’ dixit,
‘numinis instar eris semper mihi, meque fatebor
muneris esse tui, quae me loca mortis adire, 125
quae loca me visae voluisti evadere mortis.
Pro quibus aerias meritis evectus ad auras
templa tibi statuam, tribuam tibi turis honores.’
A su retorno, conforme avanza con pasos fatigados por el sendero que tiene delante, atenúa el esfuerzo hablando con su guía, la de Cumas. Y mientras sigue aquel camino horrible en medio de tenebroso crepúsculo, dice: “Ya seas una diosa en persona, ya una predilecta de los dioses, para mí serás siempre como una divinidad, y yo reconoceré que, por sus servicios, te pertenezco a ti que has querido que yo visitase el país de la muerte después de verla. Por tales merecimientos yo, una vez elevado a las brisas del aire, fundaré para ti un templo, y te ofrendaré los honores del incienso.”
Respicit hunc vates et suspiratibus haustis
‘nec dea sum,’ dixit ‘nec sacri turis honore 130
humanum dignare caput, neu nescius erres,
lux aeterna mihi carituraque fine dabatur,
si mea virginitas Phoebo patuisset amanti.
Dum tamen hanc sperat, dum praecorrumpere donis
me cupit, «elige,» ait «virgo Cumaea, quid optes 135
optatis potiere tuis.» ego pulveris hausti
ostendens cumulum, quot haberet corpora pulvis,
tot mihi natales contingere vana rogavi;
excidit, ut peterem iuvenes quoque protinus annos.
La adivina se vuelve a él y después de exhalar profundos suspiros, dice: «Ni soy diosa, ni debes tú tributar a una persona humana el honor del sagrado incienso; y para que no yerres por ignorancia, sabe que se me ofreció gozar eternamente del reino de la luz, exento de término, si mi virginidad se hacía accesible al amor de Febo. Pero él, con esa esperanza, y con el anhelo de seducirme con dádivas, me dijo: «Elige lo que tú quieras, doncella de Cumas, gozarás de lo que desees». Yo cogí y le mostré un puñado de polvo; le pedí, insensata, alcanzar tantos cumpleaños como granos tenía el polvo; me olvidé de solicitar que aquellos años fuesen también jóvenes hasta el fin.
Sibila Frigia
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