Y, tras haber ofrecido en el anterior capítulo el primer romance burlesco de Góngora Fábula de Hero y Leandro (1610) que se inicia así: Aunque entiendo poco griego, vamos ahora con el otro romance gongorino, que es continuación del ya ofrecido:
SEGUNDA PARTE DE LA FÁBULA DE LOS AMORES DE HERO Y LEANDRO, Y DE SUS MUERTES (1589)
Arrojóse el mancebito
al charco de los atunes,
como si fuera el estrecho
poco más de medio azumbre.
Ya se va dejando atrás
las pedorreras azules
con que enamoró en Abido
mil mozuelas agridulces.
Del estrecho la mitad
pasaba sin pesadumbre,
los ojos en el candil,
que del fin temblando luce,
cuando el enemigo cielo
disparó sus arcabuces,
se desatacó la noche
y se orinaron las nubes.
Los vientos desenfrenados
parece que entonces huyen
del odre donde los tuvo
el griego de los embustes.
El fiero mar, alterado,
que ya sufrió como yunque
al ejército de Jerjes,
hoy a un mozuelo no sufre;
mas el animoso joven,
con los ojos cuando sube,
con el alma cuando baja,
siempre su norte descubre.
No hay ninfa de Vesta, alguna,
que así de su fuego cuide
como la dama de Sesto
cuida de guardar su lumbre:
con las almenas la ampara,
porque ve lo que le cumple,
con las manos la defiende
y con las ropas la cubre;
pero poco le aprovecha,
por más remedios que use,
que el viento con su esperanza
y con la llama concluye.
Ella entonces, derramando
dos mil perlas de ambas luces,
a Venus y a Amor promete
sacrificios y perfumes;
pero Amor, como llovía,
y estaba en cueros, no acude,
ni Venus, porque con Marte
está cenando unas ubres.
El amador, en perdiendo
el farol que lo conduce,
menos nada y más trabaja,
más teme y menos presume;
ya tiene menos vigor,
ya más veces se zabulle,
ya ve en el agua la muerte,
ya se acaba, ya se hunde.
Apenas expiró, cuando,
bien fuera de su costumbre,
cuatro palanquines vientos
a la orilla lo sacuden,
al pie de la amada torre
donde Hero se consume,
no deja estrella en el cielo
que no maldiga y acuse;
y viendo el difunto cuerpo,
la vez que se lo descubren
de los relámpagos grandes
las temerosas vislumbres,
desde la alta torre envía
el cuerpo a su amante dulce,
y la alma a donde se queman
pastillas de piedra zufre.
Apenas del mar salía
el sol a rayar las cumbres,
cuando la doncella de Hero,
temiendo el suceso, acude,
y, viendo hecha pedazos
aquella flor de virtudes,
de cada ojo derrama
de lágrimas dos almudes.
Juntando los mal logrados,
con un punzón de un estuche
hizo que estas tristes letras
una blanca piedra ocupen:
Hero somos, y Leandro,
no menos necios que ilustres,
en amores y firmezas
al mundo ejemplos comunes.
El amor, como dos huevos
quebrantó nuestras saludes:
él fue pasado por agua,
yo estrellada mi fin tuve.
Rogamos a nuestros padres
que no se pongan capuces,
sino, pues un fin tuvimos,
que una tierra nos sepulte.
Y tras Góngora, su gran rival: Quevedo
García Gual nos dice en el prólogo de la edición de Montes Cala en Gredos:
En Quevedo encontramos un soneto de tono serio (titulado “Describe a Leandro fluctuante en el mar”) y dos poemas burlescos (F. Moya recoge uno más, que parece variante del último).
Éste es el soneto serio:
Describe a Leandro fluctuante en el mar
Flota de cuantos rayos y centellas
en puntas de oro el ciego Amor derrama,
nada Leandro; y cuanto el polo brama
con olas, tanto gime por vencellas.
Maligna luz multiplicó en estrellas
y grande incendio sigue pobre llama:
en la cuna de Venus quien bien ama,
no debió recelarse de perdellas.
Vela y remeros es, nave sedienta;
mas no le aprovechó, pues desatado
Noto los campos líquidos violenta.
Ni volver puede, ni pasar a nado;
si llora crece el mar y la tormenta;
que hasta poder llorar le fue vedado.
Y éste el otro:
En crespa tempestad del oro undoso
nada golfos de luz ardiente y pura
mi corazón, sediento de hermosura,
si el cabello deslazas generoso.
Leandro en mar de fuego proceloso
su amor ostenta, su vivir apura;
Ícaro en senda de oro mal segura
arde sus alas por morir glorioso.
Con pretensión de fénix encendidas
sus esperanzas, que difuntas lloro,
intenta que su muerte engendre vidas.
Avaro y rico, y pobre en el tesoro,
el castigo y la hambre imita a Midas,
Tántalo en fugitiva fuente de oro.
Franco Durán en su trabajo citado dice sobre las obras de Góngora y Quevedo:
Si con Góngora los dioses antiguos mantenían su categoría de tales, a pesar de la ridiculización de que son objeto los héroes de la mitología clásica, con Quevedo la burla y el sarcasmo llega a límites insospechados. El romance en versos cortos «Hero y Leandro en paños menores» nos indica ya desde su título el carácter que este autor va a darle a su fábula.
Hero es una moza de una venta llamada La Torre -aquí la transformación de la torre en la que vivía Hero por el nombre de una posada- que se dedica a la prostitución y cuyos clientes principales son los marinos que se paran allí a descansar. Leandro es uno de estos hombres que es recibido por Hero cada noche. Quevedo satiriza en extremo la relación sexual de la prostituta y el navegante. A través de alusiones a diversos refranes y metáforas despectivas, interrogaciones retóricas y lenguaje vulgar, el autor acelera el ritmo de romance, mucho más narrativo en Góngora, y nos ofrece una versión escéptica para llegar a la máxima deformación en el tratamiento de los modelos antiguos. Quevedo se sirve de algunas imágenes conocidas –el huevo pasado por agua para designar la natación de Leandro y una Hero estrellada en el epitafio final- utilizadas anteriormente, como ya hemos dicho, por Mateo Vázquez de Leca y Góngora en su versión de 1610.
Se debe considerar la absoluta decadencia en el tratamiento del género que alcanzaría su máximo apogeo en la primera mitad del siglo XVIII con Francisco Nieto y Molina, entre otros.
De la historia de Hero y Leandro también tiene Quevedo una versión seria que nos cuenta la historia amorosa de los dos personajes. La única novedad con respecto a las fuentes grecolatinas y a la dimensión que le dieron el resto de los poetas hasta aquí mencionados, es el suicidio de Hero sin llegar a conocer la muerte de su amante.
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