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Archive for 26 de octubre de 2017

 

Tras el primer romance quevediano “Hero y Leandro” (Esforzóse pobre luz) y el análisis de Vicente José Nebot Nebot, en La taberna nº 36, del poema Hero y Leandro en paños menores, vamos a ofrecerlo completo.

Aparece en este poema una breve una alusión al mito de Hero y Leandro, en el que estos amantes trágicos sufren un desafortunado final por intentar mantener un amor prohibido. Concretamente, Hero vivía en una torre en la que cada noche encendía una luz que servía para que Leandro pudiera atravesar el estrecho y pudieran reunirse. Una noche de tormenta, el viento apagó la luz de Hero, por lo que Leandro no tenía ninguna referencia y murió ahogado. También Hero murió, ya que se tiró desde la torre. En el poema se identifica su corazón con Leandro, por lo que se interpreta que lucha por sus sentimientos e intenta no morir por ellos (“su amor ostenta, su vivir apura”) en un tormento ardiente (“fuego proceloso”) que le causa que su amor por la dama del cabello dorado no pueda realizarse. Ya en la primera estrofa se hizo referencia a una tormenta, lo que le aporta un nuevo matiz: la “tempestad”, que se interpreta como el movimiento del cabello, también hace referencia al sufrimiento que le producen sus sentimientos amorosos.

 

Señor don Leandro,

vaya en hora mala,

que no puede en buena

quien tan mal se trata.

¿Qué se imagina cuando

de bajel se zarpa,

hecho por la Hero

aprendiz de rana?

¿Pescado se vuelve

el hijo de cabra,

para quien mondongo

quiere más que escamas?

 

 

Ya no hará en sorberse

el mar mucha hazaña

un amante huevo

pasado por agua.

Bracear y a ello,

por ver la muchacha,

una perla toda,

que a menudo ensartan.

Moza de una venta

que la Torre llaman

navegantes cuervos

porque en ella paran.

Chicota muy limpia,

no de polvo y paja,

que hace camas bien

y deshace camas.

 

 

Corita en cogote

y gallega en ancas,

gran mujer de pullas

para los que pasan.

Piernas de ramplón,

fornida de panza,

las uñas con cejas

de rascar la caspa.

Rolliza, y muy rollo,

donde cuelgan bragas,

derribada de hombros,

pero más de espaldas.

Que aunque del futuro

con nombre la llaman

del buen sum, es, fui,

cumple sus palabras.

Bien en puros cueros

va, pues, a esta dama,

que los apetece

más que las enaguas.

 

 

Y rema contento

mirando su cara,

estrellón de venta,

norte con quijadas.

Un candil le asoma

por una ventana,

farol de cocina

que el viento le apaga.

Tan mal prevenida,

que unas hojarascas

ardiendo no tiene

con que se enjugara.

Del candil la mecha

es toda su llama

y con muchas tales

no cura sus llagas.

 

 

Pero ir sin gregüescos

no es muy mala traza

para disculparse

del no darle blanca.

Si ansí fueran todos

a ver a sus daifas,

fueran ahorrados

y ahorros de paga.

Que aunque de sus uñas

hicieran tenazas,

estuvieran libres

que los desnudaran.

Si como va vuelve,

buena dicha alcanza,

y si por las cortas,

el mar no le embarga,

Guarde que le dé

por cárcel la casa,

pues son calabozos

sus mejores salas.

Mancebito, aguije,

que los vientos braman

y la luz dormita

ya en trémulas pausas.

 

 

Para cuando vuelva

pida las borrascas,

que a un arrepentido

no serán ingratas.

Si el nadar despacio

para entonces guarda,

andará entendido,

ya que necio hoy anda.

Porque de la moza

la limpieza es tanta,

que al hondo a lavarse

entrará de gana.

¿Pero qué le ha dado?

Sin duda es que traga

a la engendradora

de las cucharadas.

¿Juega al escondite?

 

 

Si danza, sea la alta,

que en el mar no es bueno

el danzar la baja

¿Se ahoga de veras,

o finge las bascas

por hacer reír

a la desollada?

Pero ya dió al traste.

¡Hay tan gran desgracia,

que a vista del puerto

no llegue a la playa!

No habrá habido ahogado

que mejor lo haga,

ni con menos gestos,

ni con mayor gracia.

Ya Hero lo ha visto

y por él se arranca

todos los cabellos,

y se mete a calva.

 

 

A diluvios llora,

no en forma ordinaria,

la nariz moquitas,

los ojos lagañas.

“¡Ay Leandro! -dijo-.

grítelo la fama,

que muerto el efeto

no vivió la causa.

Más ya que desnudo

a morir te echabas,

mucho tus vestidos

hoy me consolaran

Más pues todo amores

fué ese pecho y nada,

a nadar contigo

éste mío vaya.

 

 

Desde este desván

a ese mar de plata

dar conmigo quiero

una zaparrada,

por si a los dos juntos

piadoso nos traga,

como caperuzas,

algún pez tarasca.

Y en sepulcro vivo,

por tálamo, zampa

estos dos amargos

de una vez la Parca.

Que para memoria,

en las peñas pardas

que este dolor miran

casi lastimadas,

escribirá Amor

con letra bastarda

cortando una pluma

de sus propias alas:

Cual güevos murieron

tonto y mentecata,

Satanás los cene,

buen provecho le hagan.

 

 

Calló, y lo primero

el candil dispara;

y, por no mancharse

las olas se apartan:

Y deshecha en llanto,

como la que vacía,

echándose, dijo:

“Agua va”. a las aguas.

Hízose allá el mar

por no sustentarla,

y porque la arena

era menos blanda.

Dio sobre el aceite

del candil, de patas,

y en aceite puro

se quedó estrellada.

La verdad es ésta,

que no es patarata,

aunque más jarifa

Museo la canta.

 

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