Tras el primer romance quevediano “Hero y Leandro” (Esforzóse pobre luz) y el análisis de Vicente José Nebot Nebot, en La taberna nº 36, del poema Hero y Leandro en paños menores, vamos a ofrecerlo completo.
Aparece en este poema una breve una alusión al mito de Hero y Leandro, en el que estos amantes trágicos sufren un desafortunado final por intentar mantener un amor prohibido. Concretamente, Hero vivía en una torre en la que cada noche encendía una luz que servía para que Leandro pudiera atravesar el estrecho y pudieran reunirse. Una noche de tormenta, el viento apagó la luz de Hero, por lo que Leandro no tenía ninguna referencia y murió ahogado. También Hero murió, ya que se tiró desde la torre. En el poema se identifica su corazón con Leandro, por lo que se interpreta que lucha por sus sentimientos e intenta no morir por ellos (“su amor ostenta, su vivir apura”) en un tormento ardiente (“fuego proceloso”) que le causa que su amor por la dama del cabello dorado no pueda realizarse. Ya en la primera estrofa se hizo referencia a una tormenta, lo que le aporta un nuevo matiz: la “tempestad”, que se interpreta como el movimiento del cabello, también hace referencia al sufrimiento que le producen sus sentimientos amorosos.
Señor don Leandro,
vaya en hora mala,
que no puede en buena
quien tan mal se trata.
¿Qué se imagina cuando
de bajel se zarpa,
hecho por la Hero
aprendiz de rana?
¿Pescado se vuelve
el hijo de cabra,
para quien mondongo
quiere más que escamas?
Ya no hará en sorberse
el mar mucha hazaña
un amante huevo
pasado por agua.
Bracear y a ello,
por ver la muchacha,
una perla toda,
que a menudo ensartan.
Moza de una venta
que la Torre llaman
navegantes cuervos
porque en ella paran.
Chicota muy limpia,
no de polvo y paja,
que hace camas bien
y deshace camas.
Corita en cogote
y gallega en ancas,
gran mujer de pullas
para los que pasan.
Piernas de ramplón,
fornida de panza,
las uñas con cejas
de rascar la caspa.
Rolliza, y muy rollo,
donde cuelgan bragas,
derribada de hombros,
pero más de espaldas.
Que aunque del futuro
con nombre la llaman
del buen sum, es, fui,
cumple sus palabras.
Bien en puros cueros
va, pues, a esta dama,
que los apetece
más que las enaguas.
Y rema contento
mirando su cara,
estrellón de venta,
norte con quijadas.
Un candil le asoma
por una ventana,
farol de cocina
que el viento le apaga.
Tan mal prevenida,
que unas hojarascas
ardiendo no tiene
con que se enjugara.
Del candil la mecha
es toda su llama
y con muchas tales
no cura sus llagas.
Pero ir sin gregüescos
no es muy mala traza
para disculparse
del no darle blanca.
Si ansí fueran todos
a ver a sus daifas,
fueran ahorrados
y ahorros de paga.
Que aunque de sus uñas
hicieran tenazas,
estuvieran libres
que los desnudaran.
Si como va vuelve,
buena dicha alcanza,
y si por las cortas,
el mar no le embarga,
Guarde que le dé
por cárcel la casa,
pues son calabozos
sus mejores salas.
Mancebito, aguije,
que los vientos braman
y la luz dormita
ya en trémulas pausas.
Para cuando vuelva
pida las borrascas,
que a un arrepentido
no serán ingratas.
Si el nadar despacio
para entonces guarda,
andará entendido,
ya que necio hoy anda.
Porque de la moza
la limpieza es tanta,
que al hondo a lavarse
entrará de gana.
¿Pero qué le ha dado?
Sin duda es que traga
a la engendradora
de las cucharadas.
¿Juega al escondite?
Si danza, sea la alta,
que en el mar no es bueno
el danzar la baja
¿Se ahoga de veras,
o finge las bascas
por hacer reír
a la desollada?
Pero ya dió al traste.
¡Hay tan gran desgracia,
que a vista del puerto
no llegue a la playa!
No habrá habido ahogado
que mejor lo haga,
ni con menos gestos,
ni con mayor gracia.
Ya Hero lo ha visto
y por él se arranca
todos los cabellos,
y se mete a calva.
A diluvios llora,
no en forma ordinaria,
la nariz moquitas,
los ojos lagañas.
“¡Ay Leandro! -dijo-.
grítelo la fama,
que muerto el efeto
no vivió la causa.
Más ya que desnudo
a morir te echabas,
mucho tus vestidos
hoy me consolaran
Más pues todo amores
fué ese pecho y nada,
a nadar contigo
éste mío vaya.
Desde este desván
a ese mar de plata
dar conmigo quiero
una zaparrada,
por si a los dos juntos
piadoso nos traga,
como caperuzas,
algún pez tarasca.
Y en sepulcro vivo,
por tálamo, zampa
estos dos amargos
de una vez la Parca.
Que para memoria,
en las peñas pardas
que este dolor miran
casi lastimadas,
escribirá Amor
con letra bastarda
cortando una pluma
de sus propias alas:
Cual güevos murieron
tonto y mentecata,
Satanás los cene,
buen provecho le hagan.
Calló, y lo primero
el candil dispara;
y, por no mancharse
las olas se apartan:
Y deshecha en llanto,
como la que vacía,
echándose, dijo:
“Agua va”. a las aguas.
Hízose allá el mar
por no sustentarla,
y porque la arena
era menos blanda.
Dio sobre el aceite
del candil, de patas,
y en aceite puro
se quedó estrellada.
La verdad es ésta,
que no es patarata,
aunque más jarifa
Museo la canta.