Finalizadas la introducción a la ópera La Bohème y el breve análisis musical de la misma, abordamos ya esos brevísimos guiños al mundo grecolatino que detectamos en la ópera.
Y comenzamos con el acto I, en el que hay dos mínimos detalles que nos hacen evocar el mundo clásico, en este caso, griego.
Pero pongámonos en situación: En la buhardilla de una casa del Barrio Latino de París, dos artistas bohemios, Marcello, pintor, y Rodolfo, poeta, se hallan trabajando la tarde del día de Nochebuena. Hace frío y ambos deciden quemar algo en la estufa. Marcello propone sacrificar una silla, pero Rodolfo lo detiene, y tomando un voluminoso manuscrito, grita una palabra que constituye nuestro primer referente: Eureka!
Marcello le pregunta si ha encontrado algo para quemar y Rodolfo dice que “las ideas van a arder”, por lo que Marcello ofrece su lienzo (El paso del Mar Rojo), pero Rodolfo dice que el lienzo pintado huele mal, de manera que su ardiente drama los calentará. Éste es el momento:
In Soffitta
(Amplia finestra dalla quale si scorge una distesa di tetti coperti di neve. A sinistra, un camino. Una tavola, un letto, un armadietto, una piccola libreria, quattro sedie, un cavalletto da pittore con una tela sbozzata ed uno sgabello: libri sparsi, molti fasci di carte, due candelieri. Uscio nel mezzo, altro a sinistra. Rodolfo guarda meditabondo fuori della finestra. Marcello lavora al suo quadro: «Il passaggio del Mar Rosso», con le mani intirizzite dal freddo e che egli riscalda alitandovi su di quando in quando, mutando, pel gran gelo, spesso posizione.)
En la Buhardilla
(Amplia ventana desde la cual se divisan tejados cubiertos de nieve. A la izquierda una estufa. Una mesa, una cama, un taburete, una pequeña librería, cuatro sillas, un caballete con una tela esbozada y un escabel: libros esparcidos, pilas de papeles, dos candelabros. Una puerta en el centro; otra, a la izquierda. Rodolfo, en la ventana, mira hacia fuera, meditabundo. Marcelo trabaja en su cuadro «El paso del Mar Rojo», con las manos rígidas por el frío, que calienta con su boca. Cambia de posición con frecuencia debido al intenso frío)
RODOLFO
Fuoco ci vuole…
MARCELLO
(afferrando una sedia e facendo atto di spezzarla)
Aspetta… sacrifichiam la sedia!
(Rodolfo impedisce con energia l’atto di Marcello con gioia ad un’idea che gli è balenata)
RODOLFO
Eureka!
MARCELLO
Trovasti?
RODOLFO
(Corre alla tavola e ne leva un voluminoso scartafaccio)
Sì. Aguzza l’ingegno. L’idea vampi in fiamma.
MARCELLO
(additando il suo quadro)
Bruciamo il Mar Rosso?
RODOLFO
No. Puzza la tela dipinta. Il mio dramma…, l’ardente mio dramma ci scaldi.
MARCELLO
(con comico spavento)
Vuoi leggerlo forse? Mi geli.
Luciano Pavarotti y Gino Quilico, Rodolfo y Marcello en La Bohème
Y aquí su traducción:
RODOLFO
Necesitamos un fuego…
MARCELO
(Agarrando una silla y haciendo el acto de romperla)
Espera… ¡sacrificaremos la silla!
(Rodolfo impide la acción de Marcelo, con alegría, por una idea que se le acaba de ocurrir)
RODOLFO
¡Eureka!
MARCELO
¿Lo has encontrado?
RODOLFO
(Corre hacia la mesa y saca, un voluminoso manuscrito)
¡Sí! Aguza el ingenio…¡Que ardan en llamas las ideas!
MARCELO
(señalando su cuadro)
¿Quemamos el Mar Rojo?
RODOLFO
No; apesta la tela pintada. Mi obra de teatro… ¡Que nos caliente mi fogoso drama!
MARCELO
(Teatralizando un gesto de espanto)
¿Vas a leerlo quizás? Me congelaría aún más.
Aquí tenemos la escena, que va mucho más allá de la escena:
Por tanto, ¡eureka! es nuestra primera pincelada. Palabra muy conocida, aunque ya no muchos sabrían identificar a su autor y menos decir de dónde proviene el término.
El diccionario de la RAE dice:
eureka: (Del griego εὕρηκα, he hallado, perfecto de εὑρίσκειν, hallar).
1. interjección. Usada cuando se halla o descubre algo que se busca con afán.
En efecto, es la 1ª persona del singular del indicativo de perfecto (que no de aoristo, como se lee en la Wikipedia) activo del verbo εὑρίσκειν, hallar. Como el perfecto griego tiene valor resultativo lo podríamos traducir por “ya lo tengo”, algo que nos recuerda aquella serie de dibujos animados Vickie, el vikingo, cuyo protagonista era Vickie, un niño vikingo de pelo rojo que, a pesar de llevar casco, armadura y espada, prefería utilizar la inteligencia antes que la fuerza. Cuando le venía una idea a la cabeza, se rascaba la nariz y gritaba: «¡Ya lo tengo!”
Pero el más famoso ¡eureka!, que en la ópera exclama Rodolfo, se debe a Arquímedes y se relaciona con la investigación que le encomendó el rey de Siracusa Hierón II, entre el 265 y el 230 a. C., cuando un orfebre le elaboró una corona de oro con el metal que el propio rey le entregó. Las dudas y una denuncia sobre si el componente único de la corona era oro, o por el contrario, el orfebre había mezclado plata, hicieron que el rey ordenara la citada investigación. Arquímedes halló la solución casualmente, cuando se bañaba en su bañera, descubriendo su principio y separando los conceptos de peso y volumen.
Arquímedes tenía que resolver el problema sin dañar la corona, así que no podía fundirla y convertirla en un cuerpo regular para calcular su masa y volumen, a partir de ahí, su densidad. Mientras tomaba un baño, notó que el nivel de agua subía en la bañera cuando entraba, y así se dio cuenta de que ese efecto podría ser usado para determinar el volumen de la corona. Debido a que el agua no se puede comprimir, la corona, al ser sumergida, desplazaría una cantidad de agua igual a su propio volumen. Al dividir el peso de la corona por el volumen de agua desplazada se podría obtener la densidad de la corona. La densidad de la corona sería menor que la densidad del oro si otros metales menos densos le hubieran sido añadidos. Cuando Arquímedes, durante el baño, se dio cuenta del descubrimiento, se dice que salió corriendo desnudo por las calles, y que estaba tan emocionado por su hallazgo que olvidó vestirse. Según el relato, en la calle gritaba «¡Eureka!» (en griego antiguo: εὕρηκα que significa «¡Lo he encontrado!
La anécdota nos ha sido transmitida por Vitruvio, en el Libro IX de su De architectura.