Continuamos con la Fábula de Acteón de Luis Barahona de Soto, cuyas cuarenta primeras décimas ofrecimos en la entrada anterior
LI
Y las manos con que cobra 500
el hombre de otros mortales
la ventaja en que les sobra,
hechas con los pies iguales,
mudaron la forma y obra.
De piel dura se vistieron 505
los miembros, y así perdieron
su forma, niervo por niervo,
hasta que un ligero ciervo
entre todos compusieron.
LII
Las señales corporales 510
tienen significación
de las espirituales;
que cual es la inclinación
ellas se nos muestran tales.
Solamente tu aspereza 515
no pareció a tu belleza,
que mil reinos mereció,
señora, y en ti mintió
la ley de naturaleza.
LIII
Cuanto al aspereza, digo, 520
tú muy mejor lo sabrás,
pues la has usado conmigo;
que en virtud y en lo demás
más que pudo usó contigo.
Quizá es mi dicha o planeta 525
que en todo fuiste perfeta;
pues eres, sin haber mella,
noble y discreta cual bella,
bella cual noble y discreta.
LIV
Conmigo estás rigurosa, 530
que nací en hora menguada:
que ya te he visto, engañosa,
con quien yo digo, no ha nada,
menos grave y más piadosa.
Hasme, señora, abatido, 535
apocado, entorpecido,
y no con tanta razón
como Diana a Acteón,
de hombre en bestia convertido.
LV
El odio en placer mudado, 540
le miraban con gran risa
las ninfas al desdichado,
burlando de la divisa
del gallardo enamorado.
Vengadas ya de su ira, 545
como de hombre de mentira,
no han vergüenza, mas les place;
porque la vergüenza nace
del seso del que nos mira.
LVI
Y él, viéndolas tan mudadas, 550
como aún la suya ignorase,
¡oh necedades usadas!
¿Quién duda que no pensase
que le eran aficionadas?
Porque el cuitado no siente 555
de qué se alegra la gente:
que siempre el cornudo fue
el último que los ve,
porque los tiene en la frente.
LVII
Mas un provechoso engaño 560
poco dura y mucho duele,
y más éste en ser tamaño:
hizo el agua lo que suele
y demostrole su daño.
La que, por su mal, buscó, 565
la que el cuerpo le mostró
por quien perdió su cordura,
la que mudó su figura,
ésa le desengañó.
LVIII
Vido la sombra de aquellos 570
que suelo yo aborrecer
por estar otro sin ellos,
puestos do solía tener
antes los rubios cabellos:
comenzó luego a temblar 575
conociéndose, y llorar;
que por menos mal tuviera
si mudara, o si perdiera,
lo que quedó por mudar.
LIX
Mas contemple el que más sabe 580
quién hay de pecho tan duro,
quién tan fuerte, que se alabe
que pudo dormir seguro
con ladrones y sin llave.
Y quién, al golpe mortal 585
de ver su cabeza tal
(dígalo quien lo ha pasado),
no tembló, como el tocado
LX
Viéndole su entendimiento 590
hecho bestia por amor,
verás si tendría tormento;
mas yo lo veré mejor,
pues que sintió lo que siento.
Comenzaba a aborrecello, 595
afligillo, entorpecello,
y esto tengo por cordura;
que al mal que no tiene cura
mayor mal es conocello.
LXI
No huye tan diligente 600
el can de rabia herido
cuando descuidadamente
su rostro pintado vido
en la clara y limpia fuente,
cuanto, sin tardarse nada, 605
viendo su cara afeada,
huyó el cuitado amador;
que es la vergüenza mayor
ante la persona amada.
LXII
Y por aquella aspereza 610
de breñas tanto voló,
sin un punto de pereza,
que aun él se maravilló
de su nueva ligereza.
Ni sed ni calor sentía; 615
sus pies de vista perdía;
el viento no le alcanzaba;
las piedras do el pie sentaba,
ni aun el suelo, no veía.
LXIII
Después que el monte cercó, 620
volvió do estaba Diana,
como aquel que madrugó
y se vuelve a la mañana
al lugar de do salió.
Su destino le procura 625
volver a la hermosura
do tenía de morir;
que por demás es huir
cada cual de su ventura.
LXIV
¡Qué gusto recebiría 630
el desventurado amante,
si tal vergüenza sentía,
volviendo a verse delante
de aquella de quien huía!
Yo lo entiendo, que lo siento: 635
que muero cuando me ausento,
por no verte, aunque te llevo,
y vuelvo a verte de nuevo
para doblar mi tormento.
LXV
Parose a considerar, 640
ya que se vio puesto allí,
si será mejor llegar
a que quien le puso así
le acabase de matar.
¿Qué otro mal temer pudiera? 645
Y éste mucho menos fuera,
y esperaba un bien sin nombre;
que quien tal lo hizo de hombre
lo hiciese hombre de fiera.
LXVI
Aquesto pudo temer 650
el desdichado amador,
no le hiciese volver
en otra cosa peor,
que no fuese para ver.
Mas yo no sé en qué pudiera 655
volverlo que peor fuera,
más triste y más abatido;
contémplelo aquel que ha sido
algún tiempo lo que él era.
LXVII
Y así, puesto en tal discordia, 660
ningún peligro le espanta,
y, al fin, redujo en concordia
que nunca en belleza tanta
faltara misericordia.
A sus pies arrodillado, 665
descubrirle su cuidado
quiso y su pena mortal;
mas todo le sale a mal
al que es desaventurado.
LXVIII
Que con un gemido cuyo 670
dolor las entrañas tuyas,
señora, y el rostro tuyo
moviera, lágrimas suyas
vertió en el rostro no suyo.
Aunque no sé si moviera 675
tu rostro; mas otra fiera
que no fuera tan cruel
moviera, a lo menos, él,
como Diana no fuera.
LXIX
Que ésta y tú debéis de ser 680
las dos que en toda la tierra
nacistes para poder
hacer a las gentes guerra
y mudallas de su ser.
Esta fue nuestra fortuna; 685
¿por dicha, en nación alguna,
hay frente tan bien guardada,
que no la tenga lisiada
con sus menguantes la luna?
LXX
¿Hay do no se hayan sentido 690
cosquillas, miedos y celos?
Pues por ti, ¡cuántos ha habido!
Yo bastara, que, en mis duelos,
milagro y ejemplo he sido.
Díganlo vuestros blasones, 695
do pintáis mil corazones,
y, en medio, las dos ufanas,
diciendo: «De dos Dianas
veis aquí mil Acteones».
LXXI
Y así, las rodillas puestas, 700
no cesando de gemir,
y las orejas enhiestas,
quisiera el triste decir
tales palabras como éstas:
«Ya has mostrado tu poder 705
y lo que sabes hacer:
hazaña ha sido de diosa,
y será más milagrosa
volviéndola a deshacer.
LXXII
Ten misericordia agora 710
deste cuerpo que pagó
sin ofenderte, señora;
el tuyo es el que pecó,
que nos prende y enamora.
Tú, señora, lo causaste; 715
sin causa me castigaste;
¿a quién no tornara mudo
el claro cuerpo desnudo
con que el alma me ligaste?
LXXIII
Y si el cuitado Acteón 720
no merece tanto bien,
dame esta consolación:
que goce deste desdén
un día tu Endimïón.
Que aunque le vuelvas después 725
a la gloria en que le ves,
si él por mí se viere así,
podré decir entre mí:
«Mal de muchos, gozo es».
LXXIV
¿Qué es esto, que yo no he sido 730
el primero ni el que más
en el mundo te ha ofendido,
só el primero que jamás
tus castigos ha sufrido?
Ni te pude ofender cuanto 735
ha ya pagado mi llanto,
si no es que es la culpa inmensa,
o que mi amor te es ofensa;
que no podré pagar tanto.
LXXV
El rústico que abrasó 740
tu templo y sagrado techo
con una muerte pagó;
y a mí, con otro en mi pecho,
aún una no me bastó.
Ya que no es galardonado, 745
no sea el amor castigado
con tanta crueldad, te ruego;
sea, siquiera, igual el fuego
al mérito y al pecado.
LXXVI
¿En qué más pecó Acteón 750
por adorar tu belleza
que en lo que pecó Orïón,
sacrílego a tu pureza,
y por pena ha galardón?
Nadie nuestras causas viera 755
que la mía no escogiera,
yo príncipe, y él pastor,
él de Venus, yo de Amor;
¡y él de estrella, y yo de fiera!
LXXVII
Aunque dicen, y es verdad, 760
que de vos son remitidos
con menos dificultad
los pecados cometidos
contra vuestra castidad,
yo, que menos mal pensé, 765
más parece que pequé;
aunque, si no me estorbaras,
yo sé que me perdonaras,
si hay en los refranes fe.
LXXVIII
Esto es lo que llaman hado: 770
coger uno los sudores
de lo que otro ha trabajado,
y, entre tantos ofensores,
ser el justo el castigado.
Quédese todo a tu cuenta; 775
tú das la gloria y la afrenta;
tu querer es el derecho;
que yo estaré satisfecho
con que estés dello contenta.
LXXIX
¡Oh tú, Tiresias dichoso, 780
que viste un cuerpo desnudo,
tan divino y más piadoso,
aunque yo no sé si pudo
ser tan gentil y hermoso!
Tú, en el yerro igual conmigo, 785
sin querer fuiste testigo:
bañar en su fuente viste
a Minerva, y recebiste
mayor premio que castigo.
LXXX
De lumbre fuiste privado, 790
y otra te dio con que vieses
lo futuro por pasado,
y un tal bastón con que fueses
más que con vista guiado.
Castigos bien desiguales: 795
que a ti los ojos mortales,
y a mí todos me faltaron,
y ésos y aquéstos miraron
los secretos celestiales».
LXXXI
Aquesto pudo pensar 800
de hablar, y no habló
el triste, ni hubo lugar,
que es lo que dijera yo
si me dejaras hablar.
Mas por habla le ha salido 805
un doloroso gemido
que a ellas forzó de reír,
y a él de vergüenza a huir,
de sí mismo muy corrido.
LXXXII
Pues ya a este tiempo llegaba 810
la trulla de los sirvientes
que la caza procuraba,
y cerros, valles y fuentes
con asechanzas cercaba.
Gran tropel, gran grita había; 815
todo el monte se hundía:
¡tanto caballo, escudero,
tanto cazador, montero,
cual tal príncipe tendría!
LXXXIII
Con lebreles se embaraza, 825
con sabuesos da la traza,
galgos y podencos lleva
y perdigueros de prueba,
para varïar la caza.
LXXXIV
Cerros, valles, llanos, cuestas, 830
hinchen los hados crueles,
no de cosas como aquéstas,
pigüelas y cascabeles,
sino dardos y ballestas.
Cuál el arco blando y sano, 835
cuál el venablo en la mano,
cuál cornetas, cuál bocinas,
con que las selvas vecinas
atronaban y lo llano.
LXXXV
Cuál varias redes tendía, 840
cuál las guardas ordenaba,
cuál los estorbos desvía,
y cuál bien consideraba
por dónde pasar podría.
Cuál las ramas desgajadas 845
mira por do están echadas,
cuál anda tomando el viento,
y cuál, si el suelo está liento,
le sigue por las pisadas.
LXXXVI
Por el rastro le sacaron, 850
y después de descubierto,
con el orden lo acosaron
y con el mismo concierto
que de su industria tomaron.
Él, entonces, despertado, 855
alzó la vista alterado,
temiendo lo que sería,
de la clara vocería
de los suyos asombrado.
LXXXVII
Y, habiéndolos conocido, 860
olvidado de quien era,
como poco [ha] lo había sido,
quiso estarse, y mejor fuera;
que ahorrara lo corrido.
Mas, como un perro llegó, 865
y él, como el daño sintió,
huyó porque no le asiesen,
pesándole que supiesen
tan bien lo que él les mostró.
LXXXVIII
Puso esfuerzo tan de veras 870
a la carrera el temor,
que no fueran tan ligeras
las piernas de algún ventor,
si tú, Diana, quisieras.
Iguales somos en todo; 875
que yo, por el mismo modo,
huyendo destos tormentos,
doy en pasados contentos,
que me ponen más de lodo.
LXXXIX
Consideraba el cuitado 880
(aunque no le aprovechaba,
por estar ya tan cercado)
las partes donde cazaba
y do teme ser cazado.
Quiere dellas desviarse, 885
mas viene luego a enredarse
en otras partes peores;
que de tantos cazadores
nadie pudiera librarse.
XC
Ya le faltaba el vigor 890
en tanta tribulación,
y quisiera con amor
decirles: «Yo soy Acteón:
conocé a vuestro señor».
La cabeza al cielo alzó, 895
y a dar sus quejas probó
a sus monteros feroces;
mas faltáronle las voces,
y, en lugar dellas, gimió.
XCI
En esto, con diente fiero 900
le agarran, echando llamas,
Melanquetes, el primero,
el segundo, Teridamas,
y Oresitrofo el tercero;
Icnobates y Leucón, 905
Hárpalo, Dromas, Ladon,
Alce, Tigris y Dorceo,
Nape, Terclas, Hileo,
Melampo, Lagne y Terón.
XCII
Pues los demás, enseñados 910
a acometer y sagaces
en rastrear, que ocupados
tenían por ambas haces
los montes jamás cortados,
los aires despedazando 915
con la nariz, y buscando
los demás con sus ladridos,
llegaron a los gemidos
del que estaban desmembrando.
XCIII
Y todos, muy diligentes, 920
dan en el triste, que está
hecho presa de sus gentes,
que casi no tenía ya
donde le hincasen dientes.
Pues la compaña llegada 925
de la gente asalariada
para esto por su dinero,
no se tiene por montero
quien no le daba lanzada.
XCIV
Y así, la selva resuena 930
de su gente que llamaba
«¡Acteón!» a boca llena,
pensando que se holgaba
con lo que le dio tal pena:
cual suelen mis pensamientos, 935
siendo de mi mal contentos,
recordarme, porque vea
tu memoria, que acarrea
para mí grandes tormentos.
XCV
Buscábanle con hervor, 940
con cuidado y vigilancia;
piensan que sin su señor
era menos su ganancia,
¡y fuera sin él mayor!
Él a su nombre quisiera 945
responderles, si pudiera;
mas alzábales la cara,
y harto más se holgara
si nunca jamás los viera.
XCVI
Bien, señora, como cuando 950
con estos celos mortales
me mandaste estar callando,
que publicaba mis males,
no pudiendo más, mirando.
Así el cuitado haría, 955
pues que hablar no podía,
viendo como le mataba
la compaña que pensaba
que en aquello le servía.
XCVII
No le ven los malandantes, 960
aunque le ven cual está,
y él holgara (no te espantes),
que no le vieran ya,
o que le vieran cual antes.
Así como yo quisiera, 965
mudado en forma de fiera,
pues desdeñado me has,
o que no me vieses más,
que me vieses cual era.
XCVIII
Y así todos ensangrientan 970
sus dientes en el cuitado
a quien piensan que contentan,
cual se han en mí ensangrentado
tus ojos, que me sustentan.
Danme una vana esperanza, 975
conociendo tu mudanza,
de que al fin será cual es
para matarme después
con nueva desconfianza.
XCIX
Ya no pudo sostenerse 980
el miserable en los pies,
y, al fin, hubo de tenderse,
cual mis manos ahora ves
que no pueden defenderse.
Y aquellas rabias extrañas, 985
usando en él de sus mañas,
así le despedazaron
cual las tuyas, que rasgaron
con desamor mis entrañas.
C
Y entre tantos embarazos, 990
por más milagro, se cuenta
que nunca abajó sus brazos
Diana, ni fue contenta
hasta hacerlo pedazos.
Los mismos términos veo 995
yo, señora, en mi deseo,
y en la priesa que me das,
que al cabo me dejarás
como al hijo de Aristeo.
CI
Aunque si tú estás contenta 1000
de mi martirio, señora,
tal gloria me representa,
que conozco desde agora
que me alcanzas en la cuenta.
Pues si, por haber mirado, 1005
Acteón fue así tratado,
yo, que miré y deseé,
a cuenta desto, no sé
en qué debo ser mudado.
P. S.: A este artículo le corresponde el honor de ser el que hace 200 de los publicados en este blog. El primer post se colgó el 7 de octubre de 2007. Desde entonces han pasado 2 años, 1 mes y 20 días, esto es, 780 días, lo que supone un artículo cada cuatro días, aproximadamente. El mes más prolífico fue enero de 2009, con 24 artículos, los más estériles julio de 2008 y septiembre de 2009, con tan sólo 2.
Por supuesto ha habido artículos mejores y peores, elaborados y casi improvisados, largos y más breves, algunos de los que nos sentimos satisfechos y otros que, una vez leídos en el blog, como si fuéramos un lector ajeno, nos han parecido muy flojos. Otros, como el presente y el anterior, en los que nos limitamos a ofrecer algo que se puede consultar en otro lugar, pueden parecer, con toda la razón, a alguien algo superfluo, sin sentido. Pero la decisión de hacerlo ha sido ponderada y, aunque sólo sea por los enlaces y las imágenes, nos compensa.
En fin, de todo tiene que haber
A este «honor» se suma otra coincidencia: hace apenas unas horas se han superado las 100.000 visitas a este espacio, lo que significa que cada día han entrado en este blog, de media, 128 personas. Siempre me he preguntado cómo se cuenta esto de las visitas: ¿es una visita el que simplemente, buscando en la red, abre por apenas unos segundos una página web? ¿los que entran en el blog leen los artículos completos? ¿buscan imágenes? ¿toman información completa? ¿cómo llegan? ¿hay lectores fieles que leen todos los artículos completos? ¿se nos leerá allende los mares o sólo se nos conoce en el territorio más cercano?
Es la grandeza de la red y un acicate para los muchos que escribimos en blogs: que lo que ofrecemos sea de provecho para muchas personas.
Ha habido, finalmente, 268 comentarios, incluidos los míos.
A todas las personas que han entrado, hayan hecho o no comentarios, muchas gracias. Espero que lo que aquí se ha publicado les haya sido de provecho y lo siga siendo.
Y recordar, finalmente, que cada vez nos sentimos más satisfechos del nombre que elegimos para nuestro blog. Como asiduos lectores de otros blogs, páginas y sitios internáuticos, descubrimos que siempre hay alguien que ya ha tratado lo que nos proponemos nosotros. Es cierto que, en un principio, nos molesta o contraria la idea de no ser originales, pero después pensamos que nuestro enfoque es diferente. Nos consuela, en definitiva, la frase del Eclesiastés: NIHIL SUB SOLE NOVUM.