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Archive for noviembre 2011

Último capítulo de esta larga serie dedicada a las citas mitológicas en los Carmina Burana, iniciada el 30 de octubre de 2010, y que, en estos últimos números, se ha centrado en la figura de Paris.

Continuamos con el canto III de la Ilíada que iniciamos en nuestro anterior capítulo:

En tales términos habló. Helena sintió que en el pecho le palpitaba el corazón; pero al ver el hermosísimo cuello, los lindos pechos y los refulgentes ojos de la diosa, se asombró y dijo:

—¡Cruel! ¿Por qué quieres engañarme? ¿Me llevarás acaso más allá, a cualquier populosa ciudad de la Frigia o de la Meonia amena donde algún hombre dotado de palabra te sea querido? ¿Vienes con engaños porque Menelao ha vencido a Alejandro, y quiere que yo, la diosa, vuelva a su casa? Ve, siéntate al lado de Paris, deja el camino de las diosas, no te conduzcan tus pies al Olimpo; y llora, y vela por él, hasta que te haga su esposa o su esclava. No iré allá, ¡vergonzoso fuera!, a compartir su lecho; todas las troyanas me lo vituperarían, y ya son muchos los pesares que conturban mi corazón.

La diosa Afrodita le respondió colérica:

— ¡No me irrites, desgraciada! No sea que, enojándome, te abandone; te aborrezca de modo tan extraordinario como hasta aquí te amé; ponga funestos odios entre troyanos y dánaos, y tú perezcas de mala muerte.

Así habló. Helena, hija de Zeus, tuvo miedo; y echándose el blanco y espléndido velo, salió en silencio tras de la diosa, sin que ninguna de las troyanas lo advirtiera.

Tan pronto como llegaron al magnífico palacio de Alejandro, las esclavas volvieron a sus labores y la divina entre las mujeres se fue derecha a la cámara nupcial de elevado techo. La risueña Afrodita colocó una silla delante de Alejandro; sentóse Helena, hija de Zeus, que llevaba la égida, y apartando la vista de su esposo, le increpó con estas palabras:

—¡Vienes de la lucha… Y hubieras debido perecer a manos del esforzado varón que fue mi anterior marido! Blasonabas de ser superior a Menelao, caro a Ares en fuerza, en puños y en el manejo de la lanza; pues provócale de nuevo a singular combate. Pero no: te aconsejo que desistas, y no quieras pelear ni contender temerariamente con el rubio Menelao; no sea que en seguida sucumbas, herido por su lanza.

Contestó Paris:

—Mujer, no me zahieras con amargos reproches. Hoy ha vencido Menelao con el auxilio de Atenea; otro día le venceré yo, pues también tenemos dioses que nos protegen. Mas ea, acostémonos y volvamos a ser amigos. Jamás la pasión se apoderó de mi espíritu como ahora; ni cuando después de robarte, partimos de la amena Lacedemonia en las naves que atraviesan el ponto y llegamos a la isla de Cránae, donde me unió contigo amoroso consorcio: con tal ansia te amo en este momento y tan dulce es el deseo que de mí se apodera.

Dijo, y se encaminó al tálamo; la esposa le siguió, y ambos se acostaron en el torneado lecho. (Ilíada III, 395-448)

La traducción es de Luis Segalà i Estalella, en Espasa Calpe.

En el final del canto VI hay otra breve conversación entre los hermanos Paris y Héctor:

Οδ Πρις δθυνεν ν ψηλοσι δμοισιν,

λλ᾿ γ᾿, πε κατδυ κλυτὰ τεχεα ποικλα χαλκ,

σεατ᾿ πειτ᾿ ν στυ ποσ κραιπνοσι πεποιθς.

ς δ᾿ τε τις στατς ππος κοστσας π φτν

δεσμν πορρξας θείῃ πεδοιο κροανων

εωθς λοεσθαι ϋρρεος ποταμοο

κυδιων· ψο δ κάρη χει, μφ δ χαται

μοις ἀΐσσονται· δ᾿ γλαηφι πεποιθς

ῥίμφ γονα φρει μετά τ᾿ θεα κα νομν ππων·

ς υἱὸς Πριάμοιο Πάρις κατὰ Περγάμου κρης

τεχεσι παμφανων ς τ᾿ λκτωρ βεβκει

καγχαλων, ταχες δ πδες φρον· αψα δ᾿ πειτα

῞Εκτορα δον τετμεν δελφεν ετ᾿ ρ᾿ μελλε

στρψεσθ᾿ κ χρης θι ὀάριζε γυναικ.

τν πρτερος προσειπεν ᾿Αλξανδρος θεοειδς·

θεῖ᾿ μλα δ σε κα σσμενον κατερκω

δηθνων, οδ᾿ λθον νασιμον ς κλευες;

Τν δ᾿ παμειβμενος προσφη κορυθαολος ῞Εκτωρ·

δαιμνι᾿ οκ ν τς τοι νρ ς νασιμος εἴη

ργον τιμσειε μάχης, πε λκιμς σσι·

λλὰ κν μεθιες τε κα οκ θλεις· τ δ᾿ μν κρ

χνυται ν θυμ, θ᾿ πρ σθεν αἴσχε᾿ κοω

πρς Τρων, οἳ χουσι πολν πνον ενεκα σεο.

λλ᾿ ἴομεν· τὰ δ᾿ πισθεν ρεσσμεθ᾿, αἴ κ ποθι Ζες

δώῃ πουρανοισι θεος αειγεντσι

κρητρα στσασθαι λεθερον ν μεγάροισιν

κ Τροης λάσαντας ϋκνμιδας ᾿Αχαιος

Paris no demoró en el alto palacio; pues así que hubo vestido las magníficas armas de labrado bronce, atravesó presuroso la ciudad haciendo gala de sus pies ligeros. Como el corcel avezado a bañarse en la cristalina corriente de un río, cuando se ve atado en el establo, come la cebada del pesebre y rompiendo el ronzal sale trotando por la llanura, yergue orgulloso la cerviz, ondean las crines sobre su cuello, y ufano de su lozanía mueve ligero las rodillas encaminándose al sitio donde los caballos pacen; de aquel modo, Paris, hijo de Príamo, cuya armadura brillaba como un sol, descendía gozoso de la excelsa Pérgamo por sus ágiles pies llevado. El deiforme Alejandro alcanzó a Héctor cuando regresaba del lugar en que había pasado el coloquio con su esposa, y así le dijo:

—¡Mi buen hermano! Mucho te hice esperar y estarás impaciente, porque no vine con la prontitud que ordenaste.

Respondióle Héctor, de tremolante casco:

— ¡Hermano querido! Nadie que sea justo reprochará tu faena en el combate, pues eres valiente, pero a veces te abandonas y no quieres pelear, y mi corazón se aflige cuando oigo murmurar a los troyanos, que tantos trabajos por ti soportan. Pero vayamos y luego lo arreglaremos todo, si Zeus nos permite ofrecer en nuestro palacio la copa de la libertad a los celestes sempiternos dioses, por haber echado de Troya a los aqueos de hermosas grebas. (Ilíada VI, 502-529)

 

Y hasta aquí esta serie de capítulos sobre las alusiones mitológicas en los Carmina Burana, tanto la colección medieval, como la versión de Carll Orff, que nos han permitido conocer un poco mejor a determinados personajes allí citados: la Ocasión, Hécuba, Paris, Flora, Procne o Filomena.

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Un coche negro se detuvo ante el enorme portalón del monasterio de San Florián de Hierápolis. La figura desgarbada de Wolfgang Schadewaldt se apeó del vehículo. Se dirigió a la puerta e hizo sonar el timbre del recinto:

– ¿Quién va?, se oyó por el interfono

– Soy el teniente Schadewaldt. Tengo una cita con el abad, Dom Benedikt.

Al tiempo que se oía un sonido metálico, pero seco, la enorme puerta empezó a abrirse lentamente dejando ver progresivamente el hermoso patio interior. Un monje acudió a recibir a Schadewaldt y lo guió por este patio, hasta la parte lateral derecha por donde accedieron, cruzando una puerta de reja, al claustro del monasterio, ante cuya vista Schadewaldt quedó gratamente impresionado e, incluso, se detuvo brevemente para contemplarlo. Cuando el monje notó que Schadewaldt se detenía, se dio la vuelta y dijo:

– Es hermoso nuestro claustro, ¿verdad?

– Ciertamente lo es.

Y siguieron su camino por la galería hasta llegar a una puerta en el sector noroeste del claustro. El monje llamó y desde dentro resonó una voz grave que dijo: “Adelante”.

– El teniente Schadewaldt, eminencia.

– Muchas gracias, hermano Theodor. Se puede retirar.

El monje portero se retiró, dejando solos a Schadewaldt y al abad Dom Benedikt.

– No le negaré, teniente Schadewaldt, que me sorprendió recibir la llamada de la policía solicitando esta entrevista.

– Sí, puede resultar preocupante que la policía quiera hablar con alguien, pero ahora verá como no es nada grave.

– Y dígame. ¿a qué se debe su interés por hablar conmigo?

– Pues verá. Necesitamos localizar a una persona y nuestras averiguaciones nos hacen pensar que dicha persona ha podido estar aquí, residiendo por algún tiempo, ya que su monasterio ofrece la posibilidad de estudiar y cantar gregoriano, una de las principales aficiones del hombre a quien buscamos.

–  Sí, es cierto. Aquí vienen muchas personas a recibir clase de gregoriano de nuestro maestro de música Dom Ludovic. La comunidad ofrece la posibilidad a quien así lo desee de alojarse aquí y esta posibilidad ha sido elegida por muchos ciudadanos.

– Lo sabemos y, aunque hay otros monasterios en Pangea en los que se puede estudiar gregoriano, la ubicación del que Usted preside, su aislamiento y la categoría de sus clases, nos ha llevado a suponer que es aquí donde la persona a la que buscamos ha estado.

– ¿Su aislamiento? ¿Es que esa persona se esconde de alguien?

– No, no se esconde, pero podemos decir que es alguien a quien no gustan demasiado las relaciones sociales. Sabemos que siempre ha querido pasar inadvertido.

– Entiendo. Bueno, ¿y quién es esa persona?

– Un profesor de griego, de nombre Homer Greek, de quien únicamente sabemos que ya no trabaja en ningún centro de instrucción y a quien gusta el canto gregoriano.

– ¿Y este profesor no se ha colocado en ningún centro de instrucción dando clase de otras asignaturas?

– Pues, por lo que parece no. Y no me pregunte por qué, porque no estoy familiarizado con asuntos instructivos, más allá de los que afectan a mis hijos.

– Y se puede preguntar por qué razón la policía busca a un profesor de griego. ¿Ha cometido algún delito?

– ¡Oh, no! No es un asunto que tenga que ver con ningún delito. Digamos que tenemos la imperiosa necesidad de dar con esta persona, por un motivo que no le puedo explicar.

– ¿Es un asunto tan secreto que no puede decirme nada de él?

– Emmmm. Bueno, digamos que he de guardar sigilo profesional. Creo que con que Usted sepa que no es un asunto grave – con grave me refiero a que Homer Greek no es ningún delincuente – es suficiente.

– ¿No me puede dar una pista? Es que me ha intrigado Usted.

– Ufffff. Sólo le diré que necesitamos hallar al señor Greek para algo relacionado con su profesión. Y le añado, y espero confidencialidad por su parte, que es un asunto oficial.

– Por supuesto que cuenta con mi confidencialidad. Pero, cuando habla de asunto oficial, ¿se refiere a algo relacionado con las autoridades civiles o judiciales?

– Digamos que asunto oficial tiene que ver con el ámbito de la profesión del señor Greek, que es la instrucción.

– ¿Quiere decir eso que quien busca a esa persona es la administración educativa?

– Digamos que sí.

– ¿Y la administración educativa no lleva un registro de sus funcionarios?

– Sí, pero se da el caso de que nuestro personaje es profesor de griego, y como Usted sabe, el griego no figura ya en los planes de estudio…

– Por desgracia.

– … y ya no ejerce. Tenemos otras pistas relacionadas con su actividad profesional, de las que se encargan otros colegas de mi departamento, y a mi me ha tocado seguir la pista de esta afición de Homer Greek por el canto gregoriano y por eso he llegado aquí, tras solicitarle la entrevista.

–  Muy bien.

– Bueno… ¿y?

– ¿Y, qué?

– Que si le suena el nombre de Homer Greek. Si tiene constancia de que se ha alojado aquí para estudiar gregoriano. Si hacen un registro de las personas que aquí vienen y allí figuran datos que nos permitan dar con él.

– Bueno, lo cierto es que de ese asunto son otros miembros de la comunidad los que se ocupan. Es verdad que los estudiantes de gregoriano internos comparten con nosotros, hasta cierto punto, la vida monacal, pero tampoco llegamos a un contacto demasiado estrecho. Así, de entrada, no me suena el nombre de Homer Greek. Por supuesto que no hacemos ningún registro de nuestros huéspedes. No somos un hotel.

– Pero, a buen seguro que, cuando alguien se pone en contacto con ustedes para solicitar albergue, le pedirán cuanto menos el nombre para reservarle plaza y le extenderán algún recibo o factura por el alojamiento y la manutención recibida, porque Ustedes cobran esos servicios, ¿no?

– Bueno… Sí, tomamos los nombres, pero si se refiere Usted a si guardamos un registro de los mismos, no lo hacemos. Evidentemente cobramos la estancia en nuestras instalaciones, es una de nuestros ingresos, junto con la encuadernación, pero el recibo se lo lleva el interesado; a nosotros, como comprenderá, nos interesa cobrar el dinero.

– No puedo creer que no tengan algún registro de las personas que se han alojado aquí, por muy básico que sea. ¿No hay ningún monje que se encargue de esa cuestión? ¿No hay ningún monje archivero, por llamarle de alguna manera?

– Tal vez en este asunto le puedan ayudar más Dom Ludovic, el maestro de canto, y quizás Dom Nikolaus, el hermano encargado del servicio de albergue, pero me temo que no le puedan dar más información.

– ¿Y el maestro de canto no conocerá el nombre de alguien que ha sido alumno suyo?

– Lo desconozco, pero me temo que en las clases y prácticas de canto gregoriano no importa demasiado el nombre de las personas. Es cierto que no es muy educado hablar con alguien si no es por su nombre, pero como le digo, le remito a esos hermanos. ¿Con cuál de ellos quiere hablar?

–  Con los dos, por supuesto.

– De acuerdo, voy a llamar a Dom Theodor, para que le lleve a nuestra biblioteca. En un momento acudirán allí, primero Dom Nikolaus y luego Dom Ludovic.

– Muy bien

Dom Benedikt oprimió un botón que había sobre la esquina izquierda de su mesa y, al cabo de un minuto, el hermano Theodor se presentó en su despacho.

– Lleve al teniente Schadewaldt a la biblioteca, hermano Theodor. Allí debe hablar con otros dos miembros de nuestra comunidad. Ya me encargo yo de decirles que vayan allí.

– De acuerdo, Dom Benedikt.

– Espere en la biblioteca, teniente Schadewaldt; en unos momentos se presentará allí Dom Nikolaus.

– Gracias; después de hablar con ambos, me gustaría hablar de nuevo con Usted.

–  Será un placer. Dom Theodor le volverá a traer aquí.

Y  Schadewaldt salió del despacho  tras los pasos de Dom Theodor.

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Santa Cecilia 2011

No podíamos dejar de decir algo del día de hoy, ya una tradición en nuestro blog. Santa Cecilia, patrona de los músicos, profesionales y aficionados, como yo,  y de la música, a la que ya hemos dedicado dos artículos en nuestro anterior blog; el primero y el segundo. Y otros dos en este: el primero en el 2008 y el segundo, en el 2009, además de una serie con el capítulo I, el II, el III, y el IV, en el año 2110.

Elegimos para esta breve referencia en el 2011 una de nuestras obras favoritas dedicadas a la santa y a la música, la Oda para el día de Santa Cecilia HWV 76 de G. F. Handel de la que ofrecemos una selección de vídeos.

En la armonía celestial:

están presentes el cello:

la flauta:

la trompeta:

los violines:

el órgano:

Orfeo:

y la música que entona el firmamento.

Una delicia para los sentidos, como lo es el Benedictus de la Messe Sollenelle en l’honneur de Sainte Cécile de Charles Gounod, cantado además por Barbara Hendricks.

Y, como no, el cierre lo pone el Gloria de la misma misa, con la gran Pilar Lorengar como solista soprano. Cantan además el tenor Heinz Hoppe y el bajo Franz Crass. Dirige a los coros René Duclos y a la Orquesta de la Sociedad de conciertos del Conservatorio de París el director Jean Claude Hartemann.

Espero que no haya problemas con los vídeos y se pueda disfrutar de la música. De eso se trata en este día.

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Más adelante Homero nos narra el momento exacto del enfrentamiento entre marido burlado y burlador, es decir, entre Menelao y Paris; nos cuenta como Paris, apunto de ser muerto por Menelao, es salvado por Afrodita que lo lleva a palacio y cómo la diosa conduce a Helena al lecho de Paris; la conversación entre los esposos es también interesante:

Ο δ᾿ πε ον κτερθεν μλου θωρχθησαν,

ς μσσον Τρων κα ᾿Αχαιν στιχωντο

δεινν δερκμενοι· θάμβος δ᾿ χεν εσορωντας

Τρῶἀς θ᾿ πποδάμους κα ϋκνμιδας ᾿Αχαιος.

κα ῥ᾿ γγς σττην διαμετρητ ν χρ

σεοντ᾿ γχεας λλλοισιν κοτοντε.

πρσθε δ᾿ ᾿Αλξανδρος προει δολιχσκιον γχος,

κα βάλεν ᾿Ατρεδαο κατ᾿ σπδα πντοσε ἴσην,

οδ᾿ ρρηξεν χαλκς, νεγνάμφθη δ ο αχμ

σπδ᾿ ν κρατερῇ· δ δετερον ρνυτο χαλκ

᾿Ατρεδης Μενλαος πευξάμενος Δι πατρί·

Ζε να δς τσασθαι με πρτερος κκ᾿ οργε

δον ᾿Αλξανδρον, κα μς π χερσ δμασσον,

φρα τις ρργσι κα ψιγνων νθρπων

ξεινοδκον κακὰ ῥέξαι, κεν φιλτητα παρσχ.


῏Η α κα μπεπαλν προει δολιχσκιον γχος,

κα βάλε Πριαμδαο κατ᾿ σπδα πντοσε ἴσην·

διὰ μν σπδος λθε φαεινς βριμον γχος,

κα διὰ θρηκος πολυδαιδλου ρρειστο·

ντικρ δ παρα λαπάρην διάμησε χιτνα γχος·

δ᾿ κλνθη κα λεατο κρα μλαιναν.

᾿Ατρεδης δ ρυσςμενος ξφος ργυρηλον

πλξεν νασχμενος κρυθος φλον· μφ δ᾿ ρ᾿ ατ

τριχθά τε κα τετραχθ διατρυφν κπεσε χειρς.

᾿Ατρεδης δ᾿ μωξεν δν ες ορανν ερν·

Ζε πάτερ ο τις σεο θεν λοτερος λλος·

τ᾿ φάμην τσασθαι ᾿Αλξανδρον κακτητος·

νν δ μοι ν χερεσσιν γη ξφος, κ δ μοι γχος

ἠΐχθη παλμηφιν τσιον, οδ᾿ βαλν μιν.

῏Η κα παξας κρυθος λβεν πποδασεης,

λκε δ᾿ πιστρψας μετ᾿ ϋκνμιδας ᾿Αχαιος·

γχε δ μιν πολκεστος μὰς παλν π δειρν,

ς ο π᾿ νθερενος χες ττατο τρυφαλεης.

κα ν κεν εἴρυσσν τε κα σπετον ρατο κδος,

ε μ ρ᾿ ξ νησε Δις θυγάτηρ ᾿Αφροδτη,

ο ῥῆξεν μάντα βος φι κταμνοιο·

κειν δ τρυφλεια ἅμ᾿ σπετο χειρ παχείῃ.

τν μν πειθ᾿ ρως μετ᾿ ϋκνμιδας ᾿Αχαιος

ῥῖψ᾿ πιδινσας, κμισαν δ᾿ ρηρες ταροι·

ατρ ψ προυσε κατακτμεναι μενεανων

γχεó χαλκείῳ· τν δ᾿ ξρπαξ᾿ ᾿Αφροδτη

εα μάλ᾿ ς τε θες, κάλυψε δ᾿ ρ᾿ ἠέρι πολλ,

κάδ δ᾿ εσ᾿ ν θαλάμ εὐώδεó κηεντι.

ατ δ᾿ α ῾Ελνην καλους᾿ ἴε· τν δ κχανε

πργ φ᾿ ψηλ, περ δ Τρα λις σαν·

χειρ δ νεκταρου ανο τναξε λαβοσα,

γρηΐ δ μιν óκυα παλαιγενó προσειπεν

εροκμ, ο Λακεδαμονι ναιετοσ

σκειν εἴρια καλά, μάλιστα δ μιν φιλεσκε·

τ μιν εισαμνη προσεφνεε δῖ᾿ ᾿Αφροδτη·

δερ᾿ ἴθ᾿· ᾿Αλξανδρς σε καλε οκον δ νεσθαι.

κενος γ᾿ ν θαλμ κα δινωτοσι λχεσσι

κάλλε τε στλβων κα εμασιν· οδ κε φαης

νδρ μαχεσςάμενον τν γ᾿ λθεν, λλ χορν δ

ρχεσθ᾿, ἠὲ χοροο νον λγοντα καθζειν.


Cuando hubieron acabado de armarse separadamente de la muchedumbre, aparecieron en el lugar que mediaba entre ambos ejércitos, mirándose de un modo terrible; y así los troyanos, domadores de caballos, como los aqueos, de hermosas grebas, se quedaron atónitos al contemplarlos. Encontráronse aquéllos en el medido campo, y se detuvieron blandiendo las lanzas y mostrando el odio que recíprocamente se tenían. Alejandro arrojó el primero la luenga lanza y dio un bote en el escudo liso del Atrida, sin que el bronce lo rompiera: la punta se torció al chocar con el fuerte escudo. Y Menelao Atrida disponiéndose a acometer con la suya oró al padre Zeus:

—¡Zeus soberano! Permíteme castigar al divino Alejandro que me ofendió primero, y hazle sucumbir a mis manos, para que los hombres venideros teman ultrajar a quien los hospedare y les ofreciere su amistad.

Dijo, y blandiendo la luenga lanza, acertó a dar en el escudo liso del Priámida. La ingente lanza atravesó el terso escudo, se clavó en la labrada coraza y rasgó la túnica sobre el ijar. Inclinóse el troyano y evitó la negra muerte. El Atrida desenvainó entonces la espada guarnecida de argénteos clavos; pero al herir al enemigo en la cimera del casco, se le cae de la mano, rota en tres o cuatro pedazos. Suspira el héroe, y alzando los ojos al anchuroso cielo, exclama:

—¡Padre Zeus, no hay dios más funesto que tú! Esperaba castigar la perfidia de Alejandro, y la espada se quiebra en mis manos, la lanza resulta inútil y no consigo vencerle.

Dice, y arremetiendo a Paris, cógele por el casco adornado con espesas crines de caballo y le arrastra hacia los aqueos de hermosas grebas, medio ahogado por la bordada correa que, atada por debajo de la barba para asegurar el casco, le apretaba el delicado cuello. Y se lo hubiera llevado, consiguiendo inmensa gloria, si al punto no lo hubiese advertido Afrodita, hija de Zeus, que rompió la correa, hecha del cuero de un buey degollado: el casco vacío siguió a la robusta mano, el héroe lo volteó y arrojó a los aqueos, de hermosas grebas, y sus fieles compañeros lo recogieron. De nuevo asaltó Menelao a Paris para matarle con la broncínea lanza; pero Afrodita arrebató a su hijo con gran facilidad, por ser diosa, y llevóle, envuelto en densa niebla, al oloroso y perfumado tálamo. Luego fue a llamar a Helena, hallándola en la alta torre con muchas troyanas; tiró suavemente de su perfumado velo, y tomando la figura de una anciana cardadora que allá en Lacedemonia le preparaba a Helena hermosas lanas y era muy querida de ésta, dijo la diosa Afrodita:

—Ven. Te llama Alejandro para que vuelvas a tu casa. Hállase, esplendente por su belleza y sus vestidos, en el torneado lecho de la cámara nupcial. No dirías que viene de combatir, sino que va al baile o que reposa de reciente danza. (Ilíada III, 340-394)

Hasta aquí la traducción del texto griego.

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Sigmáticos y atemáticos

Quienes sigan este espacio, ya saben que, de cuando en cuando, y a pesar de ser un blog dedicado a la cultura clásica y el mundo grecolatino, nos permitimos el lujo de hacer referencia a cuestiones de carácter religioso que enlazamos con la finalidad de nuestro blog por el uso de las lenguas clásicas en los textos bíblicos.

Pues bien, se celebra hoy, a nivel litúrgico, la Solemnidad de Cristo Rey, fiesta antiguamente muy popular y celebrada, pero que también suele asociarse a grupos conservadores católicos que han hecho del grito “Viva Cristo Rey” uno de sus dudosas y equivocadas señas de identidad. Esta fiesta, en el domingo 34 del tiempo ordinario, cierra el año litúrgico, que no coincide con el civil. El domingo próximo será el primero del tiempo litúrgico del Adviento, inicio de un nuevo ciclo litúrgico, que además comporta cambio de ciclo de lecturas; pasamos del A, en el que se ha leído a Mateo, al B, con Marcos como evangelista de referencia.

Lejos de las alharacas pasadas o el uso de la figura de Jesús, rey del universo, con fines políticos o reivindicativos de sectores conservadores o involucionistas, la fiesta de hoy está muy relacionada con la frase de San Juan de la Cruz: en el atardecer de la vida te examinarán del amor.

Eso será lo decisivo: ¿Qué he hecho yo por hacer la vida más sencilla, más fácil, menos dolorosa, más soportable, más alegre a mis prójimos? ¿He sabido ver en aquellas personas que me rodean la figura de Cristo? ¿He servido a los demás o me he servido de ellos?

No me valdrá sacar una relación de actos piadosos, de oraciones rezadas, de celebraciones litúrgicas realizadas, de donativos entregados. Si no he amado, suspenderé el examen. Sí, te examinarán del amor. Y, como diría un alumno, ¿Qué saldrá en el examen? Jesús nos lo recuerda en el evangelio de hoy.

En ese sentido me viene a la memoria el que fuera obispo de la diócesis de Segorbe-Castellón, Don José María Cases Deordal. Hombre sencillo y orante, caritativo y muy cercano a la gente. Ha sido definido por los que le conocieron de cerca como un santo, hasta el punto que se han iniciado los trámites para su beatificación.

Hablo de él, porque su lema episcopal (los lemas episcopales dicen mucho del estilo de quienes los adoptan) era: quamdiu fecistis uni ex his fratribus meis minimis, mihi fecistis, esto es, “cada vez que lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. Toda una declaración de intenciones. Don José María había elegido como lema la respuesta de Jesús a quienes le preguntaban cuando sí o cuando no lo vistieron, le dieron de comer o beber, le visitaron o lo acogieron. Evidentemente, reconocía que aquello que vale es el amor ejercido con los demás, que no es sino el amor tenido a Dios.

José Antonio Pagola hace el siguiente comentario del evangelio:

El relato no es propiamente una parábola sino una evocación del juicio final de todos los pueblos. Toda la escena se concentra en un diálogo largo entre el Juez que no es otro que Jesús resucitado y dos grupos de personas: los que han aliviado el sufrimiento de los más necesitados y los que han vivido negándoles su ayuda. A lo largo de los siglos los cristianos han visto en este diálogo fascinante «la mejor recapitulación del Evangelio», «el elogio absoluto del amor solidario» o «la advertencia más grave a quienes viven refugiados falsamente en la religión». Vamos a señalar las afirmaciones básicas. Todos los hombres y mujeres sin excepción serán juzgados por el mismo criterio. Lo que da un valor imperecedero a la vida no es la condición social, el talento personal o el éxito logrado a lo largo de los años. Lo decisivo es el amor práctico y solidario a los necesitados de ayuda. Este amor se traduce en hechos muy concretos. Por ejemplo, «dar de comer», «dar de beber», «acoger al inmigrante», «vestir al desnudo», «visitar al enfermo o encarcelado». Lo decisivo ante Dios no son las acciones religiosas, sino estos gestos humanos de ayuda a los necesitados. Pueden brotar de una persona creyente o del corazón de un agnóstico que piensa en los que sufren. El grupo de los que han ayudado a los necesitados que han ido encontrando en su camino, no lo han hecho por motivos religiosos. No han pensado en Dios ni en Jesucristo. Sencillamente han buscado aliviar un poco el sufrimiento que hay en el mundo. Ahora, invitados por Jesús, entran en el reino de Dios como «benditos del Padre». ¿Por qué es tan decisivo ayudar a los necesitados y tan condenable negarles la ayuda? Porque, según revela el Juez, lo que se hace o se deja de hacer a ellos, se le está haciendo o dejando de hacer al mismo Dios encarnado en Cristo. Cuando abandonamos a un necesitado, estamos abandonando a Dios. Cuando aliviamos su sufrimiento, lo estamos haciendo con Dios. Este sorprendente mensaje nos pone a todos mirando a los que sufren. No hay religión verdadera, no hay política progresista, no hay proclamación responsable de los derechos humanos si no es defendiendo a los más necesitados, aliviando su sufrimiento y restaurando su dignidad. En cada persona que sufre Jesús sale a nuestro encuentro, nos mira, nos interroga y nos suplica. Nada nos acerca más a él que aprender a mirar detenidamente el rostro de los que sufren con compasión. En ningún lugar podremos reconocer con más verdad el rostro de Jesús.

Destaco esta frase: No hay religión verdadera, no hay política progresista, no hay proclamación responsable de los derechos humanos si no es defendiendo a los más necesitados, aliviando su sufrimiento y restaurando su dignidad.

Pero hasta ahora no hemos dicho nada del título de nuestro artículo. Lo hemos elegido porque el texto griego del evangelio nos puede servir para observar dos de los tipos de aoristos griegos: los sigmáticos y los radicales temáticos. Existen además los radicales atemáticos.

Los aoristos pueden formarse añadiendo las desinencias personales (secundarias en el modo indicativo) directamente a la raíz, aoristos radicales atemáticos; podemos distinguir los radicales atemáticos sin alternancia larga / breve, como ἔστην, ἔβην, ἔγνων de ἵστημι, βαίνω, γιγνώσκω, respectivamente; o los que presentan alternancia larga / breve, como ἔδωκα frente a ἔδομεν, ἔθηκα frente a ἔθεμεν,  ἧκα frente a εἷμεν de δίδωμι, τίθημι, ἵημι, respectivamente.

Precedidos de la vocal temática, tenemos los radicales temáticos, como ἔλιπον, ἔμαθον o ἔλαθον, de  λείπω, μανθάνω, λανθάνω, respectivamente, que se conjugan como los imperfectos de análoga formación, sólo que con cambio de raíz: imperfecto ἐμάνθανον frente a aoristo ἔμαθον.

Finalmente, el aoristo sigmático está caracterizado por la presencia constante de una sigma como morfema. Siempre que la desinencia personal tiene una inicial consonántica, se ha introducido una α breve. En la tercera del singular, la ε breve podría relacionarse con la flexión del perfecto, pero ambos temas tienen pocos puntos comunes. A partir de aquí, el antiguo aoristo atemático con alternancia se convirtió en un tema en –σα, claro y de fácil conjugación.

En los verbos en oclusiva la característica de aoristo (σα) precedida de la consonante de la raíz dio lugar a cambios fonéticos. Las labiales (π, β, φ), guturales (κ, γ, χ) y dentales (τ, δ, θ), seguidas de la sigma (σα) se transforman en ψ y ξ en los dos primeros casos, mientras que desaparecen en el tercero.

Así γράψω, ἔγραψα (γράφω), πλέξε, ἔπλεξα (πλέκω), ψεύσω, ἔψευσα (ψεύδω).

En los verbos en líquida y nasal, tenemos un aoristo asigmático, como el futuro (cuya característica es la ausencia de la σ y, en consecuencia, la aparición de hiatos que se resuelven con las esperadas contracciones: έσω <έω </ –έσομαι <έομαι <οῦμαι); pero en el aoristo se produce un alargamiento compensatorio de la vocal radical de manera que la ε pasa a diptongo ει y la α pasa a η (excepto cuando le precede una ι o una ρ), como en ἤγγειλα, ἔνειμα, ἔφηνα, ἔσπειρα, ἐμίανα, ἐπέρανα de ἀγγέλλω, νέμω, φαίνω, μιαίνω, περαίνω, respectivamente.

Vamos con el texto griego del evangelio:

ταν δ λθ υἱὸς το νθρώπου ν τ δόξ ατο κα πάντες ο γγελοι μετ ατο, τότε καθίσει π θρόνου δόξης ατο· κα συναχθήσονται μπροσθεν ατο πάντα τ θνη, κα φορίσει ατος π λλήλων, σπερ ποιμν φορίζει τ πρόβατα π τν ρίφων, κα στήσει τ μν πρόβατα κ δεξιν ατο τ δ ρίφια ξ εωνύμων.

τότε ρε βασιλες τος κ δεξιν ατο, δετε, ο ελογημένοι το πατρός μου, κληρονομήσατε τν τοιμασμένην μν βασιλείαν π καταβολς κόσμου· πείνασα γρ κα δώκατέ μοι φαγεν, δίψησα κα ποτίσατέ με, ξένος μην κα συνηγάγετέ με, γυμνς κα περιεβάλετέ με, σθένησα κα πεσκέψασθέ με, ν φυλακ μην κα λθατε πρός με.

τότε ποκριθήσονται ατ ο δίκαιοι λέγοντες, Κύριε, πότε σε εδομεν πεινντα κα θρέψαμεν, διψντα κα ποτίσαμεν; πότε δέ σε εδομεν ξένον κα συνηγάγομεν, γυμνν κα περιεβάλομεν; πότε δέ σε εδομεν σθενοντα ν φυλακ κα λθομεν πρός σε;

κα ποκριθες Βασιλες ρε ατος, μν λέγω μν, φ σον ποιήσατε ν τούτων τν δελφν μου τν λαχίστων, μο ποιήσατε.

τότε ρε κα τος ξ εωνύμων, πορεύεσθε π μο [ο] κατηραμένοι ες τ πρ τ αώνιον τ τοιμασμένον τ διαβόλ κα τος γγέλοις ατο· πείνασα γρ κα οκ δώκατέ μοι φαγεν, δίψησα κα οκ ποτίσατέ με, ξένος μην κα ο συνηγάγετέ με, γυμνς κα ο περιεβάλετέ με, σθενς κα ν φυλακ κα οκ πεσκέψασθέ με.

τότε ποκριθήσονται κα ατο λέγοντες, Κύριε, πότε σε εδομεν πεινντα διψντα ξένον γυμνν σθεν ν φυλακ κα ο διηκονήσαμέν σοι;

τότε ποκριθήσεται ατος λέγων, μν λέγω μν, φ σον οκ ποιήσατε ν τούτων τν λαχίστων, οδ μο ποιήσατε.

κα πελεύσονται οτοι ες κόλασιν αώνιον, ο δ δίκαιοι ες ζων αώνιον.

Destaquemos los aoristos:

Sigmáticos:

Indicativo: πείνασα (πεινάω), ποτίσατέ (ποτίζω), πεσκέψασθέ (ἐπισκέπτομαι), θρέψαμεν (τρέφομαι), σθένησα (ἀσθενέω), ποτίσαμεν (ποτίζω), ποιήσατε (ποιέω), δίψησα (διψάω), διηκονήσαμέν (διακονέω)

Imperativo: κληρονομήσατε (κληρονομέω)

Radicales temáticos:

Infinitivo: φαγεν (ἔδω / ἐσθίω)

Subjuntivo: λθ(ἔρχομαι)

Indicativo: συνηγάγετέ (συνάγω), περιεβάλετέ (περιβάλλω), εδομεν (εἴδω / ὁράω), συνηγάγομεν (συνάγω), περιεβάλομεν (περιβάλλω), λθομεν (ἔρχομαι)

Radicales atemáticos con alternancia larga / breve:

Indicativo: δώκατέ (δίδωμι), λθατε (ἔρχομαι).

Hay además otras formas verbales:

Indicativos de presente activos: φορίζει (ἀφορίζω), λέγω

Imperativos de presente activos: πορεύεσθε (πορεύω).

Participios de presente activos: λέγοντες (λέγω), πεινντα (πεινάω), διψντα (διψάω), σθενοντα (ἀσθενέω), λέγων (λέγω).

Participios de aoristo pasivos: ποκριθες (ἀποκρίνω).

Imperfectos medios: μην (εἰμί).

Futuros activos: καθίσει (καθίζω), φορίσει (ἀφορίζω), στήσει (ἵστημι), ρεῖ (εἴρω / λέγω).

Futuros medios: πελεύσονται (ἀπέρχομαι).

Futuros pasivos: συναχθήσονται (συνάγω), ποκριθήσονται (ἀποκρίνω), ποκριθήσεται (ἀποκρίνω).

Participios de perfecto pasivos en ελογημένοι (εὐλογέω), ἡτοιμασμένην, τοιμασμένον (ἑτοιμάζω), κατηραμένοι (καταράομαι).

Sólo nos queda ofrecer la traducción del texto:

Cuando el Hijo del Hombre llegue en su gloria, y todos sus ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria y ante él comparecerán todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Colocará a las ovejas a su derecha y a las cabras a su izquierda. Entonces el rey dirá a los de la derecha: Venid, benditos de mi Padre, a heredar el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era forastero y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me visitasteis, estaba encarcelado y vinisteis a verme. Los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber, forastero y te recibimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y fuimos a visitarte? El rey les contestará: Os aseguro que lo que hayáis hecho a uno solo de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis. Después dirá a los de su izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, era forastero y no me acogisteis, estaba desnudo y no me vestisteis, estaba enfermo y encarcelado y no me visitasteis. Ellos replicarán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, inmigrante o desnudo, enfermo o encarcelado y no te socorrimos? Él responderá: Os aseguro que lo que no hicisteis a uno de estos más pequeños no me lo hicisteis a mí. Éstos irán al castigo perpetuo y los justos a la vida eterna.

Y hasta aquí este artículo redactado con precipitación y cuyas imágenes son todas diferentes escudos episcopales con su lema en latín, sacado de frases evangélicas.

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El centro de instrucción secundaria “Paideia”, fundado en el 2104, y próximo a cumplir 90 años de existencia, estaba orgulloso de ofrecer a su alumnado la mejor formación que un joven podía encontrar en Neápolis. El material más moderno e innovador, los mejores equipos electrónicos, audiovisuales, digitales, informáticos, tecnológicos o deportivos; los mejores laboratorios de biología, física o química. Una magnífica aula de música y un polifuncional salón de actos, así como un gimnasio completísimo y distintas pistas deportivas. Se sumaba a ello un excelente laboratorio de idiomas, auténtica envidia de otros centros, que había costado mucho dinero, aunque se mostraba cada día que pasaba como una gran inversión.

Pero no sólo las instalaciones eran de lo mejor y más moderno; los mejores docentes de cada materia se habían dado cita en aquel centro instructivo. No sólo eran profesionales de sólida formación universitaria, sino que todos habían realizado su master, su doctorado, su curso en el extranjero y había participado en numerosos cursos de perfeccionamiento en su materia y, en general, en didáctica, psicopedagogía, resolución de conflictos o recursos humanos.

La dirección del centro sabía explotar estos elementos para atraer a lo más granado de la sociedad neapolitana, a los hijos e hijas de las familias más acomodadas y también a los alumnos que en su instrucción primaria había destacado por su rendimiento académico. Éstos, aunque pertenecieran a familias menos acomodadas o de una clase social media o baja, eran admitidos en el centro, que les gestionaba una beca del estado o, directamente, la otorgaba el propio centro, pues era para él más importante contar con alumnado excelente que “perder” dinero, cosa que, por otro lado, no ocurría, ya que la matrícula y los gastos que suponían estudiar en el “Paideia” eran muy elevados.

Muchos de los alumnos del centro había conseguido premios estatales en instrucción y otros tantos llegaban a las diferentes universidades de la nación con impecables expedientes académicos.

El centro tenía como objetivo la instrucción integral del alumnado en todas las facetas del saber, desde la música a la educación física, pasando por la física, las matemáticas, la literatura, la tecnología o los idiomas. Todo de acuerdo a los vigentes planes de estudio y, en ellos, las materias de Latín y Griego no estaban presentes.

Sí lo estuvieron tiempo atrás, entre el año de fundación del centro y el 2173, año de desaparición del Latín; el Griego lo hizo en el 2151. También en ambas materias el centro contó con magníficos profesionales, entre los que destacaron Marcus Virgil y Titus Horace, en la asignatura de Latín, y Pindar Hesiod o Plato Menander, en Griego.

Estos profesores, esforzados, ilusionados, denodados, que esperaban, contra toda esperanza, un futuro mejor para sus asignaturas, trataron de comunicar  a sus alumnos su pasión por el mundo grecolatino, aquel mundo de la Tercera Era, tan lejano en el tiempo, pero tan cercano en el espíritu, en el modo de ser, en la lengua, en la cultura de Pangea.

No entendían la hostilidad de las autoridades educativas contra sus materias, tan poco nocivas, o ¿acaso sí porque obligaban a los alumnos a cuestionarse ciertas ideas, conceptos y a pensar y reflexionar?

Observaban con horror cómo la autoridad instructiva de la nación desmantelaba, en virtud de una muy opinable rentabilidad o utilidad de los conocimientos, los estudios clásicos y, en cualquier foro en el que se hallaran, advertían a quien quisiera escucharles de las consecuencias que llegaría a tener esta medida.

No olvidaban su trabajo docente en el que trataban de innovar y hacer uso de los medios digitales, informáticos, electrónicos y audiovisuales en el plano didáctico, para estar con los tiempos y atraer más a unos alumnos sometidos a una gran presión familiar, pedagógica y social que trataba de apartarlos de unos estudios inútiles, ineficaces, poco rentables y obsoletos.

No le valieron al griego los esfuerzos de personas como Pindar Hesiod o Plato Menander que en el centro “Paideia” desarrollaron una labor digna de encomio, que incluso consiguió premios nacionales, en alumnado y profesorado. Como se ha dicho, el griego desapareció de los planes de estudio universitarios en el 2138 y el 2151 fue el último año en el que se ejerció su docencia en la instrucción secundaria.

El primer profesor de griego del “Paideia” fue Plato Menander, desde su creación, en el 2104, y hasta el 2135. Le sucedió en el puesto Pindar Hesiod hasta el 2151, año de la eliminación de la materia en la instrucción secundaria. Durante un curso, el 2140-2141, este último estuvo ejerciendo la docencia de Historia Antigua, especialidad de la que era también Doctor, puesto que ya no existían los estudios de Filología Clásica, en la universidad “Koiné” de Neápolis y en el “Paideia” le sucedió un joven profesor que había finalizado la carrera de Estudios Clásicos en el 2138, año de su eliminación en los planes de estudio universitarios.

Con apenas 25 años el sustituto de Hesiod, llamado Homer Greek, se encargó de la docencia del griego en el selecto centro neapolitano. Su juventud y su inexperiencia le impidieron estar a la altura del titular de la plaza, pero, aun así, suplió su bisoñez, su falta de rodaje y su aún reciente, y poco asentada formación universitaria, con grandes dosis de ilusión, imaginación y trabajo.

Fue un curso realmente fructífero, que le permitió crecer como persona y como profesor. Tuvo la suerte de estar rodeado de buenos compañeros de trabajo y de tener un escaso, pero entusiasta grupo de alumnos, a los que impartía la docencia de Griego y de Cultura Grecolatina. En un primer momento le costó hacerse un hueco en el claustro de profesores que recelaba del sustituto del estimado y valorado Pindar Hesiod, pero poco a poco se granjeó la simpatía de sus compañeros que supieron ver en él a un joven amante del trabajo y de su asignatura, dispuesto a colaborar en todas las experiencias didácticas del centro y a aumentar la calidad de la instrucción que el “Paideia” ofrecía a la sociedad de Neápolis, y de Pangea en general, pues al centro acudían alumnos de otras localidades de la nación.

En el curso 2140-2141 corrían ya vientos muy contrarios a la lengua de Platón en los centros de instrucción secundaria, tras haber sido eliminados ya en la universidad, y el joven Homer Greek veía con gran preocupación su inminente futuro, lo cual no era óbice para entregarse a su trabajo, que él definía como un la inoculación en el alumnado de un virus absolutamente benigno, pero adictivo, a la lengua y cultura griegas, y también latinas, que había ocupado toda la Tercera Era. No entendía cómo los protagonistas de toda una Era en la historia de la Humanidad habían de ser borrados de la instrucción de los jóvenes pangeanos.

Su colectivo, bastante reducido, había luchado y lo continuaba haciendo contra la decisión gubernamental, que contaba incluso con la oposición de la Secretaria Yourcenar. Se había perdido la batalla en la universidad, pero aún no se había perdido la guerra de las Clásicas.

El resto de profesorado mostraba una actitud desigual ante los problemas del colectivo de instructores clásicos, por usar la terminología gubernativa. Mientras unos se mostraban solidarios con la gens classica, como a veces la llamaba Pindar Hesiod, y apoyaban sus quejas y reivindicaciones, otros permanecían ajenos a esta justa lucha y observaban el desarrollo de los acontecimientos con distanciamiento y frialdad.

Y llegó el final del curso. Pindar Hesiod se reincorporó desde su destino universitario y Homer Greek abandonó el “Paideia”, dejando un buen recuerdo entre compañeros colegas y alumnos y llevándose él también una magnífica impresión de aquel centro instructivo.

Por delante se le abría un futuro incierto.

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En la Ilíada es amplia la presencia de Paris.  Es citado con el nombre de Paris en III 325, 437; VI 280, 503, 512; XII 93; XIII 490, 660; XV 341; XXII 359; XXIV 249.

Como Alejandro es citado en III 16, 27, 30, 37, 58, 87, 100, 136, 253, 281, 284, 289, 329, 346, 352, 366, 390, 403, 421, 425, 450, 452; IV 96; V 62; VI 290, 313, 332, 356, 517; VII 2, 355, 374, 388, 389, 400; VIII 82,; XI 124, 369, 505, 581; XIII 766, 774; XXII 115; XXIV 28, 763.

En el libro III, donde más veces es citado,  se nos narra el singular combate entre Paris y Menelao. Antes de él, no obstante, es muy interesante la diatriba o rapapolvo que su hermano Héctor le propina. En algunos pasajes ofrecemos también el original griego:

Cuando ambos ejércitos se hubieron acercado el uno al otro, apareció en la primera fila de los troyanos Alejandro, semejante a un dios, con una piel de leopardo en los hombros, el corvo arco y la espada; y blandiendo dos lanzas de broncínea punta, desafiaba a los más valientes argivos a que con él sostuvieran terrible combate.

Menelao, caro a Ares, viole venir con arrogante paso al frente de la tropa, y como el león hambriento que ha encontrado un gran cuerpo de cornígero ciervo o de cabra montés, se alegra y lo devora, aunque lo persigan ágiles perros y robustos mozos; así Menelao se holgó de ver con sus propios ojos al deiforme Alejandro —figuróse que podría castigar al culpable— y al momento saltó del carro al suelo sin dejar las armas. (Ilíada III, 15-29)


Τὸν δ᾿ ὡς οὖν ἐνόησεν ᾿Αλέξανδρος θεοειδὴς

ἐν προμάχοισι φανέντα, κατεπλήγη φίλον ἦτορ,

ἂψ δ᾿ ἑτάρων εἰς ἔθνος ἐχάζετο κῆρ᾿ ἀλεείνων.

ὡς δ᾿ ὅτε τίς τε δράκοντα ἰδὼν παλίνορσος ἀπέστη

οὔρεος ἐν βήσσῃς, ὑπό τε τρόμος ἔλλαβε γυῖα,

ἂψ δ᾿ ἀνεχώρησεν, ὦχρός τέ μιν εἷλε παρειὰς,

ὣς αὖτις καθ᾿ ὅμιλον ἔδυ Τρώων ἀγερώχων

δείσας ᾿Ατρέος υἱὸν ᾿Αλέξανδρος θεοειδής.

Τὸν δ᾿ ῞Εκτωρ νείκεσσεν ἰδὼν αἰσχροῖς ἐπέεσσιν·

Δύσπαρι εἶδος ἄριστε γυναιμανὲς ἠπεροπευτὰ

αἴθ᾿ ὄφελες ἄγονός τ᾿ ἔμεναι ἄγαμός τ᾿ ἀπολέσθαι·

καί κε τὸ βουλοίμην, καί κεν πολὺ κέρδιον ἦεν

ἢ οὕτω λώβην τ᾿ ἔμεναι καὶ ὑπόψιον ἄλλων.

ἦ που καγχαλόωσι κάρη κομόωντες ᾿Αχαιοὶ

φάντες ἀριστῆα πρόμον ἔμμεναι, οὕνεκα καλὸν

εἶδος ἔπ᾿, ἀλλ᾿ οὐκ ἔστι βίη φρεσὶν οὐδέ τις ἀλκή.

ἦ τοιόσδε ἐὼν ἐν ποντοπόροισι νέεσσι

πόντον ἐπιπλώσας, ἑτάρους ἐρίηρας ἀγείρας,

μιχθεὶς ἀλλοδαποῖσι γυναῖκ᾿ εὐειδέ᾿ ἀνῆγες

ἐξ ἀπίης γαίης νυὸν ἀνδρῶν αἰχμητάων

πατρί τε σῷ μέγα πῆμα πόληΐ τε παντί τε δήμῳ,

δυσμενέσιν μὲν χάρμα, κατηφείην δὲ σοὶ αὐτῷ;

οὐκ ἂν δὴ μείνειας ἀρηΐφιλον Μενέλαον;

γνοίης χ᾿ οἵου φωτὸς ἔχεις θαλερὴν παράκοιτιν·

οὐκ ἄν τοι χραίσμῃ κίθαρις τά τε δῶρ᾿ ᾿Αφροδίτης

ἥ τε κόμη τό τε εἶδος ὅτ᾿ ἐν κονίῃσι μιγείης.


ἀλλὰ μάλα Τρῶες δειδήμονες· ἦ τέ κεν ἤδη

λάϊνον ἕσσο χιτῶνα κακῶν ἕνεχ᾿ ὅσσα ἔοργας.

Τὸν δ᾿ αὖτε προσέειπεν ᾿Αλέξανδρος θεοειδής·

῞Εκτορ ἐπεί με κατ᾿ αἶσαν ἐνείκεσας οὐδ᾿ ὑπὲρ αἶσαν·

αἰεί τοι κραδίη πέλεκυς ὥς ἐστιν ἀτειρὴς

ὅς τ᾿ εἶσιν διὰ δουρὸς ὑπ᾿ ἀνέρος ὅς ῥά τε τέχνῃ

νήóον ἐκτάμνῃσιν, ὀφέλλει δ᾿ ἀνδρὸς ἐρωήν·

ὣς σοὶ ἐνὶ στήθεσσιν ἀτάρβητος νόος ἐστί·

μή μοι δῶρ᾿ ἐρατὰ πρόφερε χρυσέης ᾿Αφροδίτης·

οὔ τοι ἀπόβλητ᾿ ἐστὶ θεῶν ἐρικυδέα δῶρα

ὅσςά κεν αὐτοὶ δῶσιν, ἑκὼν δ᾿ οὐκ ἄν τις ἕλοιτο·

νῦν αὖτ᾿ εἴ μ᾿ ἐθέλεις πολεμίζειν ἠδὲ μάχεσθαι,

ἄλλους μὲν κάθισον Τρῶας καὶ πάντας ᾿Αχαιούς,

αὐτὰρ ἔμ᾿ ἐν μέσσῳ καὶ ἀρηΐφιλον Μενέλαον

συμβάλετ᾿ ἀμφ᾿ ῾Ελένῃ καὶ κτήμασι πᾶσι μάχεσθαι·

ὁππότερος δέ κε νικήσῃ κρείσσων τε γένηται,

κτήμαθ᾿ ἑλὼν εὖ πάντα γυναῖκἀ τε οἴκαδ᾿ ἀγέσθω·

ο῏ δ᾿ ἄλλοι φιλότητα καὶ ὅρκια πιστὰ ταμόντες

ναίοιτε Τροίην ἐριβώλακα, τοὶ δὲ νεέσθων

῎Αργος ἐς ἱππόβοτον καὶ ᾿Αχαιΐδα καλλιγύναικα.

Pero Alejandro, semejante a un dios, apenas distinguió a Menelao entre los combatientes delanteros, sintió que se le cubría el corazón y para librarse de la muerte, retrocedió al grupo de sus amigos. Como el que descubre un dragón en la espesura de un monte, se echa con prontitud hacia atrás, tiémblanle las carnes y se aleja con la palidez pintada en sus mejillas, así el deiforme Alejandro, temiendo al hijo de Atreo, desapareció en la turba de los altivos troyanos.

Advirtiólo Héctor y le reprendió con injuriosas palabras:

— ¡Miserable Paris, el de más hermosa figura, mujeriego, seductor! Ojalá no te contaras en el número de los nacidos o hubieses muerto célibe. Yo así lo quisiera y te valdría más que no ser la vergüenza y el oprobio de los tuyos. Los aqueos de larga cabellera se ríen de haberte considerado como un bravo campeón por tu bella figura, cuando no hay en tu pecho ni fuerza ni valor. Y siendo cual eres, ¿reuniste a tus amigos, surcaste los mares en ligeros buques, visitaste a extranjeros, y trajiste de remota tierra una mujer linda, esposa y cuñada de hombres belicosos, que es una gran plaga para tu padre, la ciudad y el pueblo todo, causa de gozo para los enemigos y una vergüenza para ti mismo? ¿No esperas a Menelao, caro a Ares? Conocerías al varón de quien tienes la floreciente esposa, y no te valdrían la cítara, los dones de Afrodita, la cabellera y la hermosura cuando rodaras por el polvo. Los troyanos son muy tímidos: pues si no, ya estarías revestido de una túnica de piedras por los males que les has causado.

Respondióle el deiforme Alejandro:

— ¡Héctor! Con motivo me increpas y no más de lo justo; pero tu corazón es inflexible como el hacha que hiende un leño y multiplica la fuerza de quien la maneja hábilmente para cortar maderos de navío: tan intrépido es el ánimo que en tu pecho se encierra. No me reproches los amables dones de la dorada Afrodita, que no son despreciables los eximios presentes de los dioses y nadie puede escogerlos a su gusto. Y si ahora quieres que luche y combata, detén a los demás troyanos y a los aqueos todos, y dejadnos en medio a Menelao, caro a Ares, y a mi para que peleemos por Helena y sus riquezas: el que venza, por ser más valiente, lleve a su casa mujer y riquezas; y después de jurar paz y amistad, seguid vosotros en la fértil Troya y vuelvan aquéllos a la Argólide, criadora de caballos, y a la Acaya, de lindas mujeres. (Ilíada III, 30-75)


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El monasterio benedictino de San Florián se alzaba majestuoso sobre la cima de una escarpada montaña en la localidad de Hierápolis, a unos 100 kilómetros de Neápolis. Los muros de sus lados oeste y norte caían literalmente a plomo sobre una de las vertientes de la colina, que terminaba de forma abrupta, dando paso a un gran precipicio.

Por la otra parte la subida era más tendida, aunque una zigzagueante carretera con un importante desnivel revelaba que desde la base del monte hasta su cima eran muchos los metros ascendidos. El monasterio se abocaba, en efecto, a un precipicio en cuyo final se hallaba la pequeña localidad de Hierápolis, de unos 5000 habitantes.

La mole del monasterio surgía poderosa en la cima del monte Oros y constituía uno de los reclamos turísticos de la población, ya que el propio edificio, la fotografía que podía realizarse del lugar, así como las vistas y paisajes que se podían divisar desde la montaña, eran ciertamente espectaculares.

El monasterio era del año 1732, la Quinta Era, y tenía, pues, la ya provecta edad de 463 años. Los benedictinos lo ocuparon desde 1854, pues antes fue ocupado por la orden de los agustinos. La comunidad actual no era muy numerosa: sólo veintiocho monjes que, fieles a su regla de Ora et labora, se dedicaban a la oración y al trabajo, en este caso a la encuadernación artesanal de todo tipo de libros, desde los de carácter religioso, solicitados desde todas las partes del país, incluyendo leccionarios, devocionarios y demás, hasta los encargos privados de álbumes fotográficos.

En una época en que cualquier cosa se podía hacer con los avanzados y variados medios electrónicos, informáticos, digitales y reprográficos, suponía un auténtico placer poder tener en casa y leer un libro encuadernado de forma totalmente artesanal por las expertas manos de la comunidad benedictina de San Florián.

De la localidad al monasterio había una media hora en automóvil, aunque, quizás, lo que más circulaba por la, por otro lado, peligrosa carretera eran bicicletas, ya que la subida constituía para los ciclistas de la zona un reto a la vez que una auténtica delicia; reto, porque los porcentajes de la subida exigían una buena condición física, pues había rampas del 12% y el porcentaje medio era del 8%. En total la ascensión era de 8 kilómetros. La delicia residía en los hermosos paisajes y preciosas vistas que ofrecía la escalada a ambos lados de la sinuosa carretera. Hacia oriente el verde valle de Clorocroma, con las altas cumbres de la cordillera del Lofos, hacia el oeste el valle en el que estaba enclavada la propia Hierápolis, el valle de Napa, y, al fondo, el mar. También era una auténtica delicia la bajada desde lo alto del monte. Esos ocho kilómetros en descenso suponían una venganza del ciclista por las penalidades que había experimentado en la subida, al tiempo que una ocasión para relajarse, no demasiado por las exigencias técnicas del descenso, dejando que el viento golpeara el rostro del esforzado deportista en un dejarse ir controlado por las curvas del recorrido.

El monasterio era también objetivo de los amantes del arte y de los turistas en general, ya que albergaba tres joyas: la iglesia, el claustro y la biblioteca. La primera era de estilo tardobarroco y poseía un altar mayor realmente espectacular, con una pintura que recogía la figura del titular del monasterio, el santo austríaco nacido en el 304, la Tercera Era, que fuera soldado del ejército romano y murió mártir al ser lanzado al río Enns, afluente del Danubio, con una piedra atada al cuello. La pintura reflejaba el momento en que la devota Valeria recogía el cuerpo sin vida de Florián, que las aguas del Enns habían arrojado río abajo hasta la orilla de un  meandro.

Columnas salomónicas doradas se ubicaban a los lados del cuadro que estaba rodeado por todas partes de ebúrneo alabastro.

Destacaba también en el templo la capilla lateral de Santa Apolonia, la santa mártir de Alejandría, de un recargado estilo barroco. Todo el fondo y los laterales de la capilla estaban decorados, en un auténtico horror vacui, con estucos, alabastros, dorados y mármoles.

El tercer tesoro de la iglesia era el púlpito rematado con un dosel que estaba decorado, como era usual, por una paloma, símbolo del Espíritu Santo, que debería auxiliar al celebrante en su homilía.

Anexo a la iglesia se hallaba la segunda joya del recinto: un hermoso claustro con columnata en estilo salomónico y cuidado jardín, dividido en cuatro zonas que separaban cuatro calles adoquinadas, que se encontraban en el centro del claustro donde se levantaba un pozo de blanca caliza. Las paredes internas del claustro estaban todas ella decoradas por frescos donde se plasmaban en colores ocres, terrosos, rojos y verdosos escenas del evangelio: la Anunciación, la Natividad, el Bautismo, el Sermón de la Montaña, la Transfiguración, la Entrada en Jerusalén, la Última Cena, la Oración en el huerto, la Crucifixión y la Resurrección. El contraste entre los colores de los frescos y la blancura de los arcos, las columnas y las galerías del claustro era realmente impactante.

En la panda o galería este del claustro se hallaba un portalón que daba acceso a la tercera joya del monasterio: la biblioteca. No era demasiado grande, pero tanto su decoración, como, especialmente, su contenido eran espectaculares. Tenía dos alturas: una planta baja con mesas y estanterías y un pasillo elevado, al que se accedía por una escalera metálica de caracol en el lateral derecho, que daba la vuelta a todo el recinto, para así poder acceder a los volúmenes depositados en esta segunda altura.

Albergaba esta coqueta biblioteca manuscritos de los siglos XII y XIII, así como obras posteriores, llevadas allí desde otros centros religiosos del país. A fe que los monjes tenían en los tesoros que esta biblioteca albergaba un buen modelo a seguir en la encuadernación que era su principal fuente de ingresos.

El 4 de mayo, fiesta de san Florián, los devotos católicos de la localidad de Hierápolis subían en procesión al monasterio en cuya iglesia tenía lugar una eucaristía, que presidían el abad de la comunidad benedictina y el párroco del pueblo, si es que no se acercaba el obispo diocesano. En el gran patio del monasterio se celebraba una animada feria y se instalaban allí tiendas móviles con productos de la comarca. Pese al extendido proceso de secularización experimentado en Pangea en la Octava Era, todavía era muy significativa la presencia de la confesión católica, a todos los niveles, educativos, sociales, caritativos, en los medios de comunicación, etc. Y uno de los elementos que, en lo más profundo del proceso de secularización, había resistido de forma contundente había sido el de la religiosidad popular, manifestada en fiestas de calle, de barrio, de pueblo, en honor de santos o vírgenes, donde la religiosidad se unía al aspecto lúdico, social, gastronómico y festivo.

En la eucaristía con motivo de la fiesta del patrono, el coro de la abadía interpretaba piezas de canto gregoriano, una misa, generalmente la Lux et Origo, ya que era propia del tiempo pascual, y el 4 de mayo siempre cae en este tiempo, o bien la de Angelis, la Orbis Factor, la Fons Bonitatis, y otros motetes.

Sí, el monasterio tenía un buen coro gregoriano, formado por sus veintiocho monjes, que dirigía Dom Ludovic, el encargado de la formación de los miembros de la comunidad y del acompañamiento musical de las ceremonias religiosas.

El monasterio, además, y como segunda fuente de ingresos, a parte de la encuadernación artesanal, ofrecía un servicio de albergue a las personas que quisieran pasar unos días, o incluso una temporada, con la comunidad. Dentro de este servicio se podía elegir entre un régimen abierto, en el que el huésped gozaba de plena libertad horaria, ya que había servicio de comedor diferente al de la comunidad monacal, y un régimen en todo semejante al de los monjes, excepto en el trabajo de encuadernación. En esta segunda opción, los huéspedes llevaban el exigente horario de la comunidad, cuyo esquema era el siguiente:

Despertar a las 5 de la mañana, Maitines a las 5h 30 con la comunidad; a continuación tiempo para oración personal y lectura hasta el rezo de Laudes a las 7h 30 con la comunidad, seguido de un nuevo espacio para la oración personal y lectura.

Después a las 10h misa en la iglesia con la comunidad.

Llegaba después el trabajo de los monjes en la encuadernación, hasta el rezo de Sexta, a las 13h.

Después llegaba la comida en el refectorio y el rezo de la Nona a las 14h.

Seguía un breve espacio para la recreación, y continuaba el trabajo hasta el rezo de Vísperas a las 17h, seguida de un tiempo de oración personal y lectura.

Tras la cena, servida a las 19h 30  venía el oficio de Completas a las 20h 30 y el retiro nocturno.

Dado el predicamento del coro gregoriano del monasterio y la categoría musical de Dom Ludovic, muchos huéspedes habían solicitado recibir algunas nociones teóricas y prácticas de canto gregoriano y el abad, Dom Benedikt, había accedido a ello. Es por eso que desde las 11 a las 13 de la mañana y de 15 a 17, mientras el resto de monjes se dedicaba al trabajo de encuadernación, Dom Ludovic se dedicaba a formar en el canto gregoriano a los huéspedes del monasterio, muchos de los cuales llegaban expresamente con el fin de aprender algún rudimento, o profundizar, según el caso, en el aprendizaje de la música del tetragrama.

Dom Ludovic todavía recordaba la dedicación, buen gusto, interés y bella voz de un huésped que resultó ser profesor de griego.

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Tercera y última entrega del Juicio de las diosas de Luciano de Samosata.

ΑΦΡΟΔΙΤΗ

Αὕτη σοι ἐγὼ πλησίον, καὶ σκόπει καθ᾿ ἓν ἀκριβῶς μηδὲν παρατρέχων, ἀλλ᾿ ἐνδιατρίβων ἑκάστῳ τῶν μερῶν. εἰ δ᾿ ἐθέλεις, ὦ καλέ, καὶ τάδε μου ἄκουσον. ἐγὼ γὰρ πάλαι ὁρῶσά σε νέον ὄντα καὶ καλὸν ὁποῖον οὐκ οἶδα εἴ τινα ἕτερον ἡ Φρυγία τρέφει, μακαρίζω μὲν τοῦ κάλλους, αἰτιῶμαι δὲ τὸ μὴ ἀπολιπόντα τοὺς σκοπέλους καὶ ταυτασὶ τὰς πέτρας κατ᾿ ἄστυ ζῆν, ἀλλὰ διαφθείρειν τὸ κάλλος ἐν ἐρημίᾳ τί μὲν γὰρ ἂν σὺ ἀπολαύσειας τῶν ὀρῶν; τί δ᾿ ἂν ἀπόναιντο τοῦ σοῦ κάλλους αἱ βόες; ἔπρεπεν δὲ ἤδη σοι καὶ γεγαμηκέναι, μὴ μέντοι ἀγροῖκόν τινα καὶ χωρῖτιν, οἷαι κατὰ τὴν ῎Ιδην αἱ γυναῖκες, ἀλλά τινα ἐκ τῆς ῾Ελλάδος, ἢ ᾿Αργόθεν ἢ ἐκ Κορίνθου ἢ Λάκαιναν οἵαπερ ἡ ῾Ελένη ἐστίν, νέα τε καὶ καλὴ καὶ κατ᾿ οὐδὲν ἐλάττων ἐμοῦ, καὶ τὸ δὴ μέγιστον, ἐρωτική. ἐκείνη γὰρ εἰ καὶ μόνον θεάσαιτό σε, εὖ οἶδα ἐγὼ ὡς ἅπαντα ἀπολιποῦσα καὶ παρασχοῦσα ἑαυτὴν ἔκδοτον ἕψεται καὶ συνοικήσει. Πάντως δὲ καὶ σὺ ἀκήκοάς τι περὶ αὐτῆς.

ΠΑΡΙΣ

Οὐδέν, ὦ ᾿Αφροδίτη· νῦν δὲ ἡδέως ἂν ἀκούσαιμί σου τὰ πάντα διηγουμένης.

ΑΦΡΟΔΙΤΗ

Αὕτη θυγάτηρ μέν ἐστι Λήδας ἐκείνης τῆς καλῆς ἐφ᾿ ἣν ὁ Ζεὺς κατέπτη κύκνος γενόμενος.

ΠΑΡΙΣ

Ποία δὲ τὴν ὄψιν ἐστί;

ΑΦΡΟΔΙΤΗ

Λευκὴ μέν, οἵαν εἰκὸς ἐκ κύκνου γεγενημένην, ἁπαλὴ δέ, ὡς ἐν ὠῷ τραφεῖσα, γυμνὰς τὰ πολλὰ καὶ παλαιστική, καὶ οὕτω δή τι περισπούδαστος ὥστε καὶ πόλεμον ἀμφ᾿ αὐτῇ γενέσθαι, τοῦ Θησέως ἄωρον ἔτι ἁρπάσαντος. οὐ μὴν ἀλλ᾿ ἐπειδήπερ εἰς ἀκμὴν κατέστη, πάντες οἱ ἄριστοι τῶν ᾿Αχαιῶν ἐπὶ τὴν μνηστείαν ἀπήντησαν, προεκρίθη δὲ Μενέλεως τοῦ Πελοπιδῶν γένους. εἰ δὴ θέλοις, ἐγώ σοι καταπράξομαι τὸν γάμον.

ΠΑΡΙΣ

Πῶς φής; τὸν τῆς γεγαμημένης;

ΑΦΡΟΔΙΤΗ

Νέος εἶ σὺ καὶ ἀγροῖκος, ἐγὼ δὲ οἶδα ὡς χρὴ τὰ τοιαῦτα δρᾶν.

ΠΑΡΙΣ

Πῶς; ἐθέλω γὰρ καὶ αὐτὸς εἰδέναι.

ΑΦΡΟΔΙΤΗ

Σὺ μὲν ἀποδημήσεις ὡς ἐπὶ θέαν τῆς ῾Ελλάδος, κἀπειδὰν ἀφίκῃ εἰς τὴν Λακεδαίμονα, ὄψεταί σε ἡ ῾Ελένη. τοὐντεῦθεν δὲ ἐμὸν ἂν εἴη τὸ ἔργον, ὅπως ἐρασθήσεταί σου καὶ ἀκολουθήσει.

ΠΑΡΙΣ

Τοῦτο αὐτὸ καὶ ἄπιστον εἶναί μοι δοκεῖ, τὸ ἀπολιποῦσαν τὸν ἄνδρα ἐθελῆσαι βαρβάρῳ καὶ ξένῳ συνεκπλεῦσαι.

ΑΦΡΟΔΙΤΗ

Θάρρει τούτου γε ἕνεκα. παῖδε γάρ μοι ἐστὸν δύο καλώ, ῞Ιμερος καὶ ῎Ερως, τούτω σοι παραδώσω ἡγεμόνε τῆς ὁδοῦ γενησομένω· καὶ ὁ μὲν ῎Ερως ὅλος παρελθὼν εἰς αὐτὴν ἀναγκάσει τὴν γυναῖκα ἐρᾶν, ὁ δ᾿ ῞Ιμερος αὐτῷ σοι περιχυθεὶς τοῦθ᾿ ὅπερ ἐστίν, ἱμερτόν τε θήσει καὶ ἐράσμιον. καὶ αὐτὴ δὲ συμπαροῦσα δεήσομαι καὶ τῶν Xαρίτων ἀκολουθεῖν· καὶ οὕτως ἅπαντες αὐτὴν ἀναπείσομεν.

ΠΑΡΙΣ

Οπως μὲν ταῦτα χωρήσει, ἄδηλον, ὦ ᾿Αφροδίτη· πλὴν ἐρῶ γε ἤδη τῆς ῾Ελένης καὶ οὐκ οἶδ᾿ ὅπως καὶ ὁρᾶν αὐτὴν οἴομαι καὶ πλέω εὐθὺ τῆς ῾Ελλάδος καὶ τῇ Σπάρτῃ ἐπιδημῶ καὶ ἐπάνειμι ἔχων τὴν γυναῖκα καὶ ἄχθομαι ὅτι μὴ ταῦτα ἤδη πάντα ποιῶ.

ΑΦΡΟΔΙΤΗ

Μὴ πρότερον ἐρασθῇς, ὦ Πάρι, πρὶν ἐμὲ τὴν προμνήστριαν καὶ νυμφαγωγὸν ἀμείψασθαι τῇ κρίσει· πρέποι γὰρ ἂν κάμὲ νικηφόρον ὑμῖν συμπαρεῖναι καὶ ἑορτάζειν ἅμα καὶ τοὺς γάμους καὶ τὰ ἐπινίκια. Πάντα γὰρ ἔνεστί σοιτὸν ἔρωτα, τὸ κάλλος, τὸν γάμοντουτουὶ τοῦ μήλου πρίασθαι.


ΠΑΡΙΣ

Δέδοικα μή μου ἀμελήσῃς μετὰ τὴν κρίσιν.

ΑΦΡΟΔΙΤΗ

Βούλει οὖν ἐπομόσομαι;

ΠΑΡΙΣ

Μηδαμῶς, ἀλλ᾿ ὑπόσχου πάλιν.

ΑΦΡΟΔΙΤΗ

Υπισχνοῦμαι δή σοι τὴν ῾Ελένην παραδώσειν γυναῖκα, καὶ ἀκολουθήσειν γέ σοι αὐτὴν καὶ ἀφίξεσθαι παρ᾿ ὑμᾶς εἰς τὴν ῎Ιλιον· καὶ αὐτὴ παρέσομαι καὶ συμπράξω τὰ πάντα.

ΠΑΡΙΣ

Καὶ τὸν ῎Ερωτα καὶ τὸν ῞Ιμερον καὶ τὰς Xάριτας ἄξεις;

ΑΦΡΟΔΙΤΗ

Θάρρει, καὶ τὸν Πόθον καὶ τὸν  ῾Υμέναιον ἔτι πρὸς τούτοις παραλήψομαι.

ΠΑΡΙΣ

Οὐκοῦν ἐπὶ τούτοις δίδωμι τὸ μῆλον· ἐπὶ τούτοις λάμβανε.

AFRODITA.

– Aquí me tienes a tu lado. Examíname punto por punto y sin pasar nada por alto, sino deteniéndote en cada uno de mis miembros. Y ahora, si quieres, hermoso muchacho, escucha lo que voy a decirte. Ya hace tiempo que yo, al verte tan joven y hermoso, cual no sé si Frigia mantiene otro igual, te alabo por tu belleza, pero te echo en cara que no te vayas a vivir a la ciudad, abandonando estos riscos y estas peñas, desperdiciando inútilmente tu belleza en el desierto. Porque, ¿qué utilidad podrías obtener tú de los montes? ¿Cómo podrían beneficiarse las vacas de tu belleza? Debieras haberte casado ya, pero no con una rústica lugareña, como suelen ser las mujeres del Ida, sino con una griega de Argos, de Corinto, o de Laconia, como Helena, por ejemplo, que es joven, hermosa y en nada inferior a mí, y, lo que es más importante, apasionada. Con sólo que te viera ella, estoy bien segura, lo dejaría todo, se te entregaría por completo, te seguiría y viviría contigo. Pero, con toda seguridad, tú ya has oído hablar de ella.

PARIS.

– En absoluto, Afrodita, pero me gustaría que me contaras toda su historia.

AFRODITA.

– Es la hija de la famosa Leda, la hermosa mujer a cuyos brazos voló Zeus convertido en cisne.

PARIS

– ¿Y cómo es de aspecto?

AFRODITA

– Es blanca, como es natural habiendo nacido de un cisne, delicada, teniendo en cuenta que se ha gestado en un huevo, casi siempre desnuda para el ejercicio y experta en la lucha; hasta tal punto solicitada que incluso se originó una guerra por ella, por haberla raptado Teseo cuando aún era demasiado joven. Sin embargo, cuando llegó a la pubertad, todos los más distinguidos aqueos pretendieron su mano y fue escogido Menelao, de la estirpe de los Pelópidas. Si lo deseas, yo conseguiré que se case contigo

PARIS.

– ¿Qué dices? ¿Una boda con una mujer que ya está casada?

AFRODITA.

– Tú eres joven e ignorante, yo sé cómo hay que arreglar estas cosas.

PARIS

– ¿Cómo? Porque también yo quiero saberlo


AFRODITA

-Tú emprenderás un viaje, como si fueras a visitar Grecia, y una vez que llegues a Lacedemonia, Helena te verá. Lo demás es cosa mía, que se enamore de ti y que te siga.

PARIS

– Eso es precisamente lo que me parece increíble, que esté dispuestas a abandonar a su marido y quiera navegar con un hombre bárbaro y desconocido.

AFRODITA

– Ten confianza en lo que a esto se refiere. Yo tengo dos hijos muy bellos, Hímeros y Eros, y te los entregaré para que te sirvan como guías de viaje. Eros se meterá completamente en ella y la obligará a enamorarse, mientras que Hímeros se apoderará de ti y te convertirá, como es él, en alguien deseable e irresistible. Yo misma pediré a las Gracias que me acompañen, para que entre todas podamos convencerla.

PARIS

– No está claro cómo va a terminar este asunto, Afrodita, pero yo ya me estoy enamorando de Helena y no sé cómo me parece estar viéndola, me veo navegando rumbo a Grecia, y me parece encontrarme en Esparta y volver con ella, y ya me está molestando que no esté haciendo todo eso realmente.

AFRODITA

– No te enamores, Paris, antes de premiar con tu fallo a tu casamentera y madrina de boda. Porque sería conveniente que yo os acompañara victoriosa y celebremos juntamente tus bodas y mi trinfo. Porque de ti depende comprarlo todo, amor, belleza y boda, pagando con esta manzana.

PARIS

– Temo que me olvides una vez dictada la sentencia.

AFRODITA

– ¿Quieres que te preste juramento?

PARIS

– No se trata de so, peroz hazme otra vez la promesa.

AFRODITA

– Prometo que te entregaré a Helena como esposa, que ella te seguirá y llegará contigo a Ilión, y que yo estaré a tu lado y colaboraré contigo en todo.

PARIS

– ¿Y traerás también a Eros, a Hímeros y a las Gracias?

AFRODITA

– No te preocupes. Y además tomaré conmigo a Potos y a Himeneo.

PARIS.

– Entonces, con esas condiciones te doy la manzana, y tú acéptala en las mismas.

La traducción es de Juan Zaragoza Botella en Alianza Editorial (1269)

Ovidio, en Heroidas XVI y XVII, nos ofrece sendas cartas de Paris a Helena y de Helena a Paris.

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Sappho Corina había nacido en Neápolis y había estudiado en su ciudad natal, así como en la Universidad “Polibio” de Megalópolis, la segunda en importancia del país, ubicada en la ciudad homónima, que era la tercera en tamaño de Pangea, tras Neápolis y Palinodia. Estudió el grado de Biblioteconomía y se doctoró en dicha especialidad con muy buenas calificaciones. Tras sus estudios, empezó trabajando en la propia biblioteca de la universidad. Estuvo allí cinco años y mantuvo una estrecha colaboración con el Departamento de Historia Antigua de la Facultad de Historia, que dirigía el doctor Jacob Burckhardt. Siempre le había apasionado la historia antigua, así como la papirología y la codicología. Le encantaba recorrer con su vista las páginas de los códices antiguos, en especial los manuscritos miniados de la Cuarta Era, admirando las coloridas ilustraciones, las letras capitales, las miniaturas, tan semejantes a las escenas reflejadas en los vitrales de las catedrales románicas o protogóticas.

Le causaba satisfacción también el hecho de que estuvieran la gran mayoría escritos en latín, lengua que podía seguir con cierta facilidad, aunque no traducir con soltura. Respecto a la lengua de Virgilio, cabe decir que en la “Polibio” megalopolitana ya no había departamento como tal de Lengua Latina, y había sólo un residuo de dicha materia en el departamento de Historia. Por desgracia, también en Megalópolis habían desaparecido los estudios de Lengua Griega en el 2138. Sappho nació en el 2135, y cuando inició sus estudios universitarios, allá por el 2153, ya no existía dicha especialidad. A Sappho Corina le gustaba mucho la literatura griega que leía, con frecuencia, en traducción, claro, aunque le hubiera gustado leerla en el original griego. Aunque le gustaba toda, sentía predilección por la épica homérica, la tragedia sofoclea, la historiografía de Tucídides, la frescura de la comedia antigua, las novelas de Longo, Caritón de Afrodisias, Jenofonte de Éfeso y Heliodoro de Emesa, y ¿cómo no?, los poemas de Safo.

Los años en Megalópolis le permitieron realizar estudios sobre estos manuscritos conservados en la biblioteca del departamento de Historia. Tras su estancia en Megalópolis, obtuvo la plaza de bibliotecaria de la “Herodotea” de Neápolis, adonde llegó en el 2164, cuando contaba con 29 años. Toda una fulgurante carrera.

Su nuevo destino fue para ella un reto, ya que la principal biblioteca de la ciudad era enorme y albergaba miles y miles de ejemplares de cualquier especialidad, desde la cinegética a la filología árabe, pasando por la biología, la electrónica, la informática, el hebreo, la heráldica, la física nuclear, la gastronomía o las artes marciales, por citar sólo unos ejemplos. En los comienzos de su nuevo lugar de trabajo mostró gran ilusión por dar un nuevo impulso a la biblioteca, por ofrecer un mejor servicio a la ciudadanía, por convertirla en un centro cultural donde se ofrecieran conferencias y conciertos, se realizaran exposiciones o se proyectaran películas. Aunque un tanto mitigada por el paso de los años, siempre la acompañó esa ilusión en los ya casi 30 años que llevaba allí y estando muy cercana su jubilación.

A principios del 2165 se produjo un encuentro realmente especial en la vida de la joven Sappho. Estaba en pleno trabajo de organización de la sección de clásicos grecolatinos, cuando un hombre maduro, de unos 50 años, se acercó a ella a preguntarle algo.

– Buenos días, señora. Estoy buscando el libro Greek Metre de Martin Litchfield West, pero no logro dar con él. ¿Sabe Usted si está disponible o existe en la biblioteca?

– Buenos días, caballero. Sí, lo tenemos, aunque en este momento no está disponible. Estaba un tanto deteriorado y estamos en proceso de restauración. Aprovecharemos la ocasión para digitalizarlo, pues aún no lo estaba. No creo que tardemos más de una semana en tenerlo de nuevo en su lugar.

–  De acuerdo, en ese caso volveré entonces. Por cierto, tampoco he visto Griechische Metrik de Bruno Snell.

– Ése sí que no lo tenemos. Veo que está interesado en métrica griega antigua. No tenemos el de Snell, pero sí los de Maas, Dain, Gentili y Raven. ¿Le sirven ésos?

– También harían su labor, gracias, pero ésos ya los tengo en propiedad.

– Si no es indiscreción, ¿cómo es que le interesa la métrica griega antigua? Desde que estoy aquí he visto a pocas personas consultar libros en esta sección, y mucho menos de algo tan concreto y, permítame la expresión, selecto como la métrica griega.

– Bueno, digamos que me dedicaba hasta hace unos años a la docencia del griego, cuando la lengua de Tucídides aún se enseñaba, a pesar de ser un residuo testimonial. Ahora sigo con el griego a nivel privado y estoy en este momento con la poesía lesbia de Alceo y Safo y quería consultar algo sobre métrica, porque es una de mis pasiones en la vasta materia de la lengua griega.

– ¿Es Usted profesor de griego?

– Lo dice como si hubiera visto poco menos que un fantasma.

– Perdone, un fantasma no, pero una rara avis sí.

–  Ja, ja, ja. Rara avis in terris, nigroque simillima cycno, aunque de cisne negro tengo poco. Juvenal, Sátira VI, aunque toma la expresión de Persio: quando haec rara auis est, si quid tamen aptius exit.

– Deben quedar pocos como Usted y a mí me hace mucha ilusión conocer a uno. No pude estudiar en su momento griego, pese a que me gustaba mucho.

– Me alegra escucharlo. Sí deben quedar muy pocos. Soy la última promoción de alumnos de Clásicas de la universidad y debo haber sido uno de los últimos profesores. Éramos seis los que acabamos clásicas en el 2138, hace ya 27 años, aunque no sé nada de mis compañeros de clase. Además aún debe haber algún colega de las anteriores promociones, también escasas en estudiantes.

– Por aquí, desde que estoy yo, no se ha acercado mucha gente, aunque tal vez alguno fuera colega suyo. ¿Y dice que está ahora con la poesía de Safo? Es una de mis favoritas

– ¡Ah, sí! Me alegro. Es una poesía de gran fuerza y belleza con una métrica peculiar, debido a su cómputo silábico o isosilabismo, además de su ritmo cuantitativo. La poetisa da nombre a la estrofa sáfica, con su esquema AAB, formado por dos endecasílabos y un tercer endecasílabo ampliado por un gliconio.

– ¿Me puede poner algún ejemplo de esa estrofa, por favor?

–  Sí, el famoso comienzo del poema 31:

φαίνεταί μοι κνος σος θέοισιν

μμεν᾿ νηρ, ττις νάντιός τοι

σδάνει κα πλάσιον δυ φωνείσας πακούει

que sigue este esquema.

El hombre se sentó en una silla y escribió en una hoja ante la atenta mirada de Sappho Corina.

– u – x – u u – u – –

– u – x – u u – u – –

– u – x – u u – u – –  – u u – –

– Los dos primeros están formados por un crético (– u –) y un hiponacteo con acefalia (x – u u – u – –), mientras el tercero lo forman un crético (– u –), un gliconio con acefalia (x – u u – u –) y un ferecracio también con acefalia (–  – u u – –). De todas formas debemos destacar el papel de núcleo central que tiene el coriambo (– u u –), verdadero eje del verso, tanto desde el punto de vista rítmico como conceptual.

–  Realmente interesante. Es una lástima que todo este conocimiento se haya perdido o esté a punto de perderse. Bueno, es verdad que tenemos los manuales de métrica y las traducciones de los clásicos griegos, pero ¿quién puede leerlos en su original, si ya nadie estudia griego? Usted sí, y sus colegas que acabaron con Usted la carrera de clásicas. Pero, los alumnos a los que ha dicho que enseñaba griego, ¿podrán leer en su original esos versos de Safo?

–  Me temo que no, joven. Si no continuaron con el estudio de la lengua, seguro que la han olvidado al cabo de unos pocos años, y no creo que sigan con ella, pues no tienen, por desgracia donde estudiarla.

– Eso me ocurrió a mí; me hubiera gustado aprender griego, pero no tuve oportunidad. En Megalópolis, donde estudié, no había departamento de griego, ni de latín. Siempre me pareció una aberración

–  Sí, una aberración y un solemne desatino, aunque yo sea parte interesada. Estoy convencido de que en unos años, tras esta generación, nadie será capaz de leer en griego.

–  ¿Oiga? ¿Puede hacerme un favor?

–  Dígame

– Aquí al lado está la sección de textos en griego y tenemos Las Etiópicas de Heliodoro de Emesa, que es una de mis obras favoritas. ¿Podría leerme su comienzo, por favor?

–  Con mucho gusto.

Los dos se trasladaron a una sala contigua y Sappho Corina se dirigió muy segura de lo que hacía a la penúltima estantería de la sala y de la parte derecha del cuarto estante sacó la edición en griego de la novela de Heliodoro y se la entregó al profesor de griego quien, abriendo la obra por su inició leyó:

 ῾Ημέρας ἄρτι διαγελώσης καὶ ἡλίου τὰς ἀκρωρείας καταυγάζοντος, ἄνδρες ἐν ὅπλοις λῃστρικοῖς ὄρους ὑπερκύψαντες, ὃ δὴ κατ᾿ ἐκβολὰς τοῦ Νείλου καὶ στόμα τὸ καλούμενον ῾Ηρακλεωτικὸν ὑπερτείνει, μικρὸν ἐπιστάντες τὴν ὑποκειμένην θάλατταν ὀφθαλμοῖς ἐπήρχοντο καὶ τῷ πελάγει τὸ πρῶτον τὰς ὄψεις ἐπαφέντες, ὡς οὐδὲν ἄγρας λῃστρικῆς ἐπηγγέλλετο μὴ πλεόμενον, ἐπὶ τὸν πλησίον αἰγιαλὸν τῇ θέᾳ  κατήγοντο.  Καὶ ἦν τὰ ἐν αὐτῷ τοιάδε· ὁλκὰς ἀπὸ πρυμνησίων ὥρμει τῶν μὲν ἐμπλεόντων χηρεύουσα, φόρτου δὲ πλήθουσα· καὶ τοῦτο παρῆν συμβάλλειν καὶ τοῖς πόρρωθεν· τὸ γὰρ ἄχθος ἄχρι καὶ ἐπὶ τρίτου ζωστῆρος τῆς νεὼς τὸ ὕδωρ ἀνέθλιβεν.  ῾Ο δὲ αἰγιαλός, μεστὰ πάντα σωμάτων νεοσφαγῶν, τῶν μὲν ἄρδην ἀπολωλότων, τῶν δὲ ἡμιθνήτων καὶ μέρεσι τῶν σωμάτων  ἔτι σπαιρόντων, ἄρτι πεπαῦσθαι τὸν πόλεμον κατηγορούντων.

–  ¡Qué delicia!, exclamo Sappho y cómo cambia de leer:

El día había comenzado a sonreír hacía poco, y el sol aún iluminaba sólo las cumbres. Unos hombres armados como piratas se asomaron por encima del monte que se levanta a lo largo de la desembocadura del Nilo, en la boca que se llama Heracleótica, se detuvieron un momento y comenzaron a recorrer con la vista el mar que se extendía a sus pies. Echaron primero una ojeada hacia alta mar, pero como no se divisaba ningún barco que pudiera prometer botín para los piratas, volvieron su mirada a la ribera cercana. Lo que allí había era lo siguiente: una nave mercante, anclada y sujeta por las amarras, vacía de marinos, pero repleta de cargamento. Esto último, aun desde lejos como estaban no les era difícil colegirlo así, porque el peso hacía que el agua alcanzara hasta por encima de la tercera línea de flotación. La costa estaba completamente llena de cuerpos, recientemente asesinados: unos, ya muertos, otros, moribundos y con los miembros todavía palpitantes, denunciando que acababa de cesar el combate.

– Ya lo creo que cambia, como de la noche al día, aunque la traducción que ha leído es muy buena.

– Muchas gracias por haber leído para mí este comienzo.

–  De nada. Bueno ahora debo irme. Regresaré en una semana a ver si ya tienen el libro de West.

–  Muy bien. Por cierto, ¿puedo preguntarle cómo se llama Usted?

–  Por supuesto, me llamo Homer Greek.

– ¡Anda, sonoro nombre! Yo diría que épico, casi rió Sappho.

–  Y Usted, señora, ¿cómo se llama?

–  Sappho, Sappho Corina.

–  ¡Vaya! Poético nombre y por duplicado. Ahora entiendo lo de su gusto por la poetisa de Lesbos

–  Sí, sonrió la señorita Corina.

–  Bueno, me marcho. Muchas gracias por su atención, señora Corina.

–  A Usted por su clase particular, señor Greek.

–  Adiós.

–  Hasta luego.

Y así fue el primer encuentro entre Homer Greek y la entonces joven bibliotecaria.

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