(Carlos García Gual)
Terminábamos el anterior capítulo con el poema XXIX de Garcilaso, que García Gual recoge en su prólogo a la edición de Montes Cala, en Gredos.
Francisca Moya del Baño, en su trabajo citado El tema de Hero y Leandro en la Literatura espanola, dice sobre el soneto garcilasiano:
Boscán inició la adaptación del endecasílabo y sus estrofas típicas italianas, pero “Garcilaso en su exquisito arte logró la incorporación definitiva de esta métrica a la lengua castellana” (A. Valbuena, Historia de la literatura española).
No obstante, y también según Valbuena, los sonetos son lo más deficiente de la obra del poeta toledano; la adaptación no ha sido lograda del todo y sólo se pueden destacar algunos de entre ellos. Y el soneto, salvo en contados casos no pasa de un intento afortunado, resultando la composición métrica más desigualmente adaptada por el poeta castellano.
Pero debido a la categoría de Garcilaso, aunque no sobresalga en los sonetos como en el resto de su producción, merece un muy destacado lugar. La lengua empleada es sonora, rica en matices; en la selección y distribución de palabras poéticas actúa siguiendo un procedimiento semejante a Góngora, por lo que enlaza de una manera más o menos directa con el Barroco. El soneto 29 trata de los amores de Leandro y Hero, es decir de la travesía del joven, pues se prevé la muerte, aunque nada se dice de ella. Podía ser muy bien de un autor barroco cuyo “barroquismo” no hubiese sido llevado a extremos.
Musicalidad en los versos, en las palabras, abundancia de adjetivos, precedidos del artículo como “Leandro, el animoso” (audax), que destaca la idea de animoso, “amoroso fuego”, “ímpetu furioso”. El último endecasílabo del primer cuarteto:
“embraveciendo
el agua con un ímpetu furioso”
ofrece unas características especiales, hay un encabalgamiento muy logrado entre “embraveciendo” y el objeto directo “el agua”. Se da un predominio de vocales obscuras (4 u, 3 o) y el acento en 6ª, al recaer sobre la i, penetrante y aguda, consigue los efectos del oleaje de un día de tormenta. El ritmo dactílico de la palabra “ímpetu”, palabra clave y significativa, ayuda a conseguir los efectos deseados.
No obstante, hay un abuso de gerundios, que riman poco estéticamente: “ardiendo”, “embraveciendo”, “pudiendo”, “muriendo”.
Marcial, pues, está presente con su epigrama en este soneto. Leandro se dirige a las olas, pero su voz no fue de ellas oída:
“Ondas, pues no os escusa que yo muera
dejadme allá llegar, y a la tornada
vuestro furor esecutá en mi vida”.
Gran éxito parece ser que consiguió este soneto, citado y comentado muchas veces. En su novela Las fortunas de Diana, Lope (de Vega) recuerda unos versos del soneto de Garcilaso, imitación de Marcial, “por quien a vuestra merced (la señora Marcia Leonarda) le está mejor no conocer su lengua”: “ondas dejadme pasar y matadme cuando vuelva”.
Gracián dice de Garcilaso en su Discurso 35: “oye como lo traduce el coronado cisne Garcilaso: tan sublime asunto es el traducir bien poemas de grandes autores”.
Y Herrera dice del soneto que con él se abre la larga serie de imitaciones que este afortunado epigrama ha tenido en España.
Y volvemos ahora con García Gual, quien trae a escena a otro poeta, que glosó en octavas reales el soneto de Garcilaso:
Es Garcilaso quien introduce el tema en la poesía renacentista española, si bien no parece tomarlo del poema de Museo, sino de una alusión de Marcial, y de Ovidio acaso. Glosa Aldana el soneto dedicando una octava real a cada verso con singular maestría: es la escena única del mar embravecido que apaga los ruegos y la vida del apasionado nadador, que se despliega en catorce octavas que concluyen en un verso de Garcilaso cada una, excelente homenaje al gran poeta.
Aquí está el poema de Aldana:
Entre el Asia y Europa es repartido
un estrecho de mar, do el fuerte Eolo,
con ímpetu terrible embravecido,
muestra revuelto el uno y otro polo:
de aquí la triste moza, desde Abido,
siente a su amigo entre las ondas solo;
aquí dio fin al último reposo,
pasando el mar, Leandro el animoso.
De un ardiente querer, de un mozo ardiente
la más ardiente llama aquí se muestra,
que de un pecho gentil, noble y valiente,
da aquel furor que el fiero niño adiestra.
¡Oh milagro de amor, que tal consiente!
¡Oh estrella en rodear mil glorias diestra,
pues mansa le aguardaste feneciendo,
en amoroso luego todo ardiendo.
No torbellino de aire ni nublado,
no por las aguas, con helado viento,
subirse el ancho mar al cielo airado,
temblar el alto y bajo firmamento,
al animoso mozo enamorado
pudieron detener solo un momento;
el cual, la blanca espuma ya partiendo,
esforzó el viento, y fuese embraveciendo.
Los brazos y las piernas ya cansadas
mueve el mozo gentil con pecho fuerte
y lucha con las ondas alteradas,
mas antes con el fin ya de su suerte.
¡Oh Parcas!, ¿cómo sois tan mal miradas
en no aguardarle, a la tornada, muerte?,
pues ya cortando va el pecho amoroso
las aguas con un ímpetu furioso.
Déjale, ¡oh Parca!, ver dentro en los brazos
de su querida y de su amada Hero,
concédeles que den sendos abrazos
en remembranza de su amor primero;
aplaca el mar que en tantos embarazos
por evitar, se puso, un gozo entero;
¿ya no le ves sin fuerza y sin reposo,
vencido del trabajo presuroso?
[…]
[…]
Los brazos con flaqueza y pesadumbre,
ya de puro cansado, mueve apenas:
ora se ve del cielo allá en la cumbre,
ora revuelto en medio a las arenas.
Dice, volviendo a ver su clara lumbre:
Luz que tan dulce escuridad me ordenas;
mostrando por tal fin ser más dichoso,
que de su propia vida congojoso.
En esto el viento, con furioso asalto,
hiere la torre de la bella Hero,
que, muerta y desmayada, en lo más alto
está esperando a su amador primero,
mas viendo al mar tan intratable y falto
y el mundo triste, al espantable agüero,
regando sus mejillas, casi helada,
como pudo esforzó su voz cansada.
Probó esforzar su voz, mas cuando quiso
detúvola el dolor que la ocupaba,
y el órgano, forzado, al improviso,
en sospirar profundo lo exhalaba;
de aquí tomó la desdichada aviso
que su caro Leandro ya faltaba,
y tornando a cobrar la voz primera,
a las ondas habló desta manera:
¡Oh turbias aguas que so el gran tridente
del repentino dios vais gobernadas.
paz a mi bien metido en la corriente,
paz ya, por Dios, corrientes alteradas;
socorro al dulce esposo prestamente,
socorro, que en mi mal vais concertadas,
socorro -dice- a mi Leandro y vida!
Mas nunca fue su voz dellas oida.
Mas ¿quién podrá contar, ¡oh avaro cielo!
las quejas que en el viento el mozo pierde
viendo, presente tanto desconsuelo,
quebrarse el tronco de su vida verde?
Dijo a la mar, forzando el sutil velo
del aliento vital que al alma muerde:
dejadme allá llegar, ondas, siquiera,
ondas, pues no se excusa que yo muera.
Y procediendo con el ruego honesto:
¡Hero, Hero! -pasito profería-
¡oh cara Hero, oh Hero!, ¿qué es aquesto?
¿quién nos aparta, oh cara Hero mía?
Un golpe muy furioso le dio en esto
que el aliento postrero en él desvía;
queriendo hablar, su voz fue aquí acabada:
dejadme allá llegar, y a la tornada.
No pudo más porque en el pecho helado
el alma fuerza tanta no cobraba,
y queriendo salir del cuerpo amado
a la fría boca un poco de aire daba.
Al fin, con sospirar breve y cortado
que el nombre de Hero casi pronunciaba,
dijo difuto y muerto en su salida:
Vuestro furor esecutá en mi vida.
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