Los lectores perdonarán la introducción etimológica ofrecida en el anterior capítulo, pero tiene algo de interesante.
Vayamos ya con esos étimos edificantes que, en estos tiempos, un tanto convulsos se han perdido. Porque, en mi opinión, el civismo está en retirada en su doble sentido de participación de la ciudadanía y de respeto a las leyes, los bienes urbanos o las personas.
Se da la paradoja, no obstante, de que quienes, no muchos, sí tienen iniciativa ciudadana caen en una penosa falta de respeto, en un incivismo lacerante, cuando ejercen la primera. Un ejemplo reciente los insultos al expresidente del gobierno nada menos que en el escenario de una universidad, recinto que, para mi asombro y escarnio, se ha convertido en escenario habitual de muestras de desorden, falta de respeto, insultos a políticos de todo tipo, asaltos de capillas acompañados de claro menosprecio a las creencias de otros o amenazas a quienes no opinan como nosotros.
La destrucción de mobiliario urbano tras manifestaciones, ejemplo de iniciativa ciudadana, es también algo habitual.
Si pasamos al civismo en cuanto a mantener limpia la ciudad, circular correctamente en bicicleta, anunciar los cambios de dirección con el intermitente o no usar el teléfono o consultar Whatsapp mientras se conduce, la situación se ha vuelto, al menos en Castellón, desesperante.
¿Ciudadanos? de cualquier edad haciendo caso omiso de esos artilugios misteriosos de ignota utilidad, llamados papeleras, paseando a su perrito por las aceras y permitiéndoles miccionar y otras acciones en paredes y ruedas de coches, bajando la basura a cualquier hora del día, dejando trastos y enseres de todo tipo en cualquier esquina, decorando una papelera o contenedor dejando una lata de refresco o una piel de plátano en su parte superior, por ahorrarse el ciclópeo e ímprobo esfuerzo de acertar en el agujero o levantar la tapa, arrancando ramas de árboles o sacudiendo violentamente sus aún débiles troncos, …
¿Qué decir de las bicicletas? Circulando en calles en dirección contraria, o por las aceras a toda velocidad, sin respetar los semáforos, ante la pasividad de la autoridad correspondiente.
¿Y el intermitente? Ya dediqué un artículo a este tema al que (¡soy así!) le tengo querencia y me angustia. He hecho la prueba en una rotonda de abundante tráfico y de 30 coches sólo indicaron que abandonaban la misma 4 de ellos. Ello comportaba dos consecuencias: que los vehículos que querían incorporarse a la rotonda, como los coches que circulaban por ella, no indicaban que la abandonaban, no accedían a ella por temor a un choque; luego comprobaban que el coche sí la abandonaba, haciendo la circulación más densa.
La otra consecuencia es que los peatones que intentamos cruzar un paso de peatones a la salida de la rotonda, lo cruzamos cuando vemos que el coche no pone en intermitente y, por tanto, no abandona la rotonda, sí lo hace y está a punto de atropellarnos.
Pero es que ahora ya no se pone el intermitente ni para indicar los giros a derecha e izquierda en las calles, ni para indicar que se abandona la autovía o para señalar un cambio al carril izquierdo para un adelantamiento y la consiguiente vuelta al carril de la derecha.
Todo eso ocurre a todas horas en mi ciudad. Es una variedad de civismo, llamada circulación que se aprende en educación vial.
Últimamente está de moda que pandillas de jóvenes asalten y tomen un lugar en el que hablan, chillan, mean, pintan paredes, escupen en el suelo cada cinco segundos, insultan a la gente, todo ello mientras consultan el whatsapp, no sea que se acabe el mundo mientras, o escuchan música desde su teléfono, por supuesto sin auriculares. Cerca de mi casa hay uno de estos grupos, al lado de un templo, y se atreven, a parte de mearse todos los días en la puerta de la iglesia, a fumar en una sala previa a la nave o gritar a la gente que entra en ella.
Los ejemplos se multiplican: motocicletas circulando por sendas y caminos de montaña o presencia de desperdicios en esas mismas montañas.
También aquí incluyo los usos de las redes sociales para amenazas, burlas, mofas, soflamas, propagación de bulos, acusaciones falsas, reproducción de palizas a personas, etc.
Hay que recuperar el civismo en su doble faceta, pues sólo con él podemos “construir”, el otro étimo de CIVICONS, una sociedad más tolerante, respetuosa, sana, pacífica, armoniosa, honrada…
En cambio, algunos le añaden a struo el prefijo de y se empeñan en destruir lo que ha costado construir entre todos y con tanto esfuerzo. Me preocupa la falta de memoria de nuestra juventud, cuando no su ignorancia sobre la historia reciente de España. A veces, algunos nos quieren retrotraer muy atrás para, recordando algunos hechos negativos, sembrar discordia, y no valoran, sino, al contrario, directamente desprecian, los hechos positivos de la transición y el indudable cambio acaecido en nuestra sociedad y país con el esfuerzo de todos, la búsqueda de consenso o la cesión en algunos puntos por parte de partidos de diferente ideología. Ejemplo de ello son la modernización de infraestructuras, la universalización de educación y sanidad, o hechos políticos como los Pactos de la Moncloa, que algunos piden reeditar, o la redacción de la Constitución, en mi opinión no suficientemente valorada, a veces no aplicada ni acatada y vista últimamente como susceptible de reforma urgente.
Ahora, hasta los cardenales de la sede valentina realizan declaraciones bochornosas, llenas de mentiras, falsedades, miedos infundados, prejuicios, sin caridad alguna. Aquí, ni civismo, ni construcción. Y encima usa la expresión “caballo de Troya”. ¿Qué evangelio lee este hombre, por Dios? Desde luego no Mateo 25, 31-46.
¿No son trigo limpio? ¿Invasión? ¿Mezcla de qué? ¿La mezcla es mala? ¿Quién está detrás? ¿Pocos son perseguidos? Desde luego él no ha estado lúcido.
¡Qué pena, Dios mío!
Menos mal que creemos por Quien creemos. Igual que creemos en la Humanidad, pese a las barbaridades, crímenes y atrocidades que ha cometido a lo largo de la historia, también creemos en la iglesia, pese a sus barbaridades pasadas, sus pecados actuales y hechos y palabras tan desafortunadas, penosas, que causan rabia, decepción e impotencia, pronunciadas por miembros suyos que deberían ser ejemplo de lo contrario.
Bueno, reconduzco el discurso y acabo.
CIVICONS es el nombre de una empresa constructora de Castellón, pero podría ser el nombre de un partido político o de asociación cívica. Ese partido o asociación se esforzarían por hacer a los ciudadanos protagonistas de la vida política, etimológicamente entendida, y participantes en la gestión del Estado, no sólo con su voto cada cuatro años. Y, además, trabajarían por construir una nación más solidaria, cívica, unida, con ciudadanos libres, respetuosos, tolerantes, conocedores de su historia, gozosos con su presente e ilusionados con su futuro.