Dejábamos nuestro primer capítulo del basilisco con fragmentos del libro de Jan Bondeson La sirena de Fiji y otros ensayos sobre historia natural y no natural. En ellos se decía que el silbido del basilisco ponía en fuga a las serpientes. Esto mismo nos lo dice Claudio Eliano, en su Historia Animalium II, 7:
᾿Εν Λιβύῃ ἡμιόνους ἢ τετρωμένους ᾿Αρχέλαος λέγει ἢἀπειπόντας ὑπὸ δίψους ἐρρῖφθαι νεκροὺς πολλούς. Πολλάκις δὲ ὄφεων ἐπιρρεῦσαν φῦλον πάμπολυ τῶν κρεῶν ἐσθίειν·ἐπὰν δὲ βασιλίσκου συρίγματος ἀκούσῃ, τὰ μὲν ὑπὸ τοῖς εἰλυοῖς καὶ τῇ ψάμμῳ ἀφανίζεσθαι τὴν ταχίστην καὶ ἀποκρύπτεσθαι, τὸν δὲ προσελθόντα κατὰ πολλὴν τὴν εἰρήνην δειπνεῖν, εἶτα αὖθις ὑποσυρίζειν καὶ ἀπαλλάττεσθαι, τοὺς δὲ ἡμιόνους καὶ τὸ δεῖπνον τὸ ἐξ αὐτῶν σημαίνεσθαι τὸ ἐντεῦθεν, τὸ τοῦ λόγου τοῦτο, ἄστροις.
Arquelao dice que en Libia los mulos heridos o extenuados de sed son abandonados en gran cantidad, como si estuvieran muertos. A menudo un gran número de serpientes de todas clases se lana a comer su carne, y, cuando oyen el silbido del basilisco, desaparecen rapidísimamente y se ocultan en sus cubiles o debajo de la arena. El basilisco llega al lugar y con toda tranquilidad se da un festín, luego se marcha y se aleja silbando. Y el basilisco señala el lugar de los mulos y del banquete suministrado por ellos, según el dicho “ante las estrellas”.
Antes, en II 5, ha dicho:
σπιθαμὴ δὲ βασιλίσκου τὸ μῆκός ἐστι, καὶ μέντοι καὶ θεασάμενος ὁ τῶν ὄφεων μήκιστος αὐτὸν οὐκ ἐς ἀναβολὰς ἀλλὰ ἤδη ἐκ τῆς τοῦ φυσήματος προσβολῆς αὖός ἐστιν. εἰ δὲ ἄνθρωπος κατέχοι ῥάβδον, εἶτα ταύτην ἐκεῖνος ἐνδάκοι, τέθνηκεν ὁ κύριος τῆς λύγου.
El basilisco no mide más que un palmo, pero, en mirándolo una serpiente, por larga que sea, no tras algún tiempo sino al instante, a la simple emisión del aliento, queda tiesa. Y si un hombre tiene una caña como bastón y el basilisco la muerde, el dueño de la caña muere.
El propio Claudio Eliano, en III, 31 escribe:
᾿Αλεκτρυόνα φοβεῖται λέων. Καὶ βασιλίσκος δὲ τὸν αὐτὸν ὄρνιν, ὥς φασιν, ὀρρωδεῖ, καὶ κατιδὼν τρέμει, καὶ ἀκούων ᾄδοντος σπᾶταί τε καὶ ἀποθνήσκει. ταῦτα ἄρα καὶ οἱ τὴν Λιβύην ὁδοιποροῦντες τὴν τῶν τοιούτων τροφὸν δέει τοῦ προειρημένου βασιλίσκου εἶτα μέντοι συνέμπορον καὶ κοινωνὸν τῆς ὁδοῦ τὸν ἀλεκτρυόνα ἐπάγονται, ὅσπερ οὖν τὸ τηλικοῦτον κακὸν ἀπαλλάξει αὐτοῖς.
El león tiene miedo del gallo. Y el basilisco, según se dice, se horroriza ante esta ave. Al verla, el basilisco se echa a temblar, y al oírla cantar, experimenta convulsiones y se muere. Éste es el motivo de que los viajeros en Libia, que es creadora de tales seres monstruosos, lleven como compañero y socio en el camino a un gallo por miedo al dicho basilisco; y este gallo los preserva de semejante peste.
No sabemos si este hecho de que el basilisco muera ante el canto de un gallo influyó para que se representara, como más arriba hemos dicho, en la nota al pie del texto de Plinio, al basilisco en la iconografía cristiana con medio cuerpo de gallo y medio de serpiente.
Hecho el paréntesis de los textos de Claudio Eliano, seguimos con Bondeson:
En la famosa novela de Heliodoro, Aethiopica, la realidad de fenómenos tales como el amor a primera vista y el mal de ojo es sostenida basándose en el hecho indiscutible de que el basilisco “por su mero aliento y su mirada agostará y tullirá todo lo que se ponga en su camino”.
Aquí aportamos nosotros el pasaje de Heliodoro de Émesa (Etiópicas o Teágenes y Cariclea, III, 8):
Τεκμηριούτω δέ σοι τὸν λόγον εἴπερ ἄλλο τι καὶ ἡ τῶν ἐρώτων γένεσις, οἷς τἀ ὁρώμενα τὴν ἀρχὴν ἐνδίδωσι οἷον ὑπήνεμα διὰ τῶν ὀφθαλμῶν τὰ πάθη ταῖς ψυχαῖς εἰστοξεύοντα. Καὶ μάλα γε εἰκότως, τῶν γὰρ ἐν ἡμῖν πόρων τε καὶ αἰσθήσεων πολυκίνη τόν τε καὶ θερμότατον οὖσα ἡ ὄψις δεκτικωτέρα πρὸς τὰς ἀπορροίας γίνεται, τῷ κατ᾿ αὐτὴν ἐμπύρῳ πνεύματι τὰς μεταβάσεις ἐρώτων ἐπισπωμένη. Εἰ δὲ χρή σοι καὶ παραδείγματος ἕνεκα λόγον τινὰ φυσικώτερον παραθέσθαι, βίβλοις ἱεραῖς ταῖς περὶ ζῴων ἀνάγραπτον, ὁ χαραδριὸς τοὺς ἰκτεριῶντας ἰᾶται καὶ ὁ τοῦτο πάσχων εἰ τῷ ὀρνέῳ προσβλέποι …. τὸ δὲ φεύγει καὶ ἀποστρέφεται τοὺς ὀφθαλμοὺς ἐπιμῦσαν, οὐ φθονοῦν ὡς οἴονταί τινεςτ ῆς ὠφελείας ἀλλ᾿ ὅτι θεώμενος ἕλκειν καὶ μετασπᾶν εἰς ἑαυτὸν ὥσπερ ῥεῦμα πέφυκε τὸ πάθος καὶ διὰ τοῦτο ἐκκλίνει καθάπερ τρῶσιν τὴν ὅρασιν. Καὶ ὄφεων δὲ ὁ καλούμενος βασιλίσκος ὅτι καὶ πνεύματι μόνον καὶ βλέμματι πᾶν ἀφαυαίνει καὶ λυμαίνεται τὸ ὑποπῖπτον ἴσως ἀκήκοας· εἰ δέ τινες καὶ τοὺς φιλτάτους καὶ οἷς εὖνοι τυγχάνουσι καταβασκαίνουσιν οὐ χρὴ θαυμάζειν, φύσει γὰρ φθονερῶς ἔχοντες οὐχ ὃ βούλονται δρῶσιν ἀλλ᾿ ὃ πεφύκασι.
Y como prueba de lo que te digo, basta con referirme a la génesis de los enamoramientos: éstos, en efecto, se producen en principio únicamente por la vista, cuya función es clavar en las almas mediante los ojos los sentimientos que, por decirlo de algún modo, vuelan por el viento como saetas. Es muy sencilla la explicación para esto, porque de todos nuestro órganos y sentidos el de la vista es el más móvil y caliente y, por tanto, el más apto para recibir las emanaciones que afluyen. Gracias, pues, a su carácter, como de fuego, la vista es lo que mejor atrae los enamoramientos, cuando pasan por delante de ella.
Y si hace falta mostrarte, a modo de ejemplo, un argumento tomado más bien de las ciencias naturales, que se halla registrado en los libros sagrados que verán sobre los animales, hay que mencionar el alcaraván, ave que cura de la ictericia. Cuando uno que parezca esta enfermedad lo mira, el pájaro huye y al punto se da la vuelta cerrando los ojos, no porque, como algunos creen, al envidia le induzca a a denegar ese favor al enfermo, sino porque, por su naturaleza, al recibir la mirada arrastra hacia sí mismo y se atrae la enfermedad, como a través de un canal. Ésta, y no otra, es la causa de que evite mirar a tales personas, porque lo hieren. De los ofidios, el llamado basilisco, quizás hayas oído que sólo con su aliento y su mirada deseca y corrompe todo lo que se pone a su alcance. De modo que no hay que maravillarse de que algunos lleguen a aojar incluso a sus seres más queridos y a quienes mejor quieren. Como son envidiosos por naturaleza, no es su voluntad la causa de que hagan eso, sino su constitución intrínseca.
La traducción es de Emilio Crespo Güemes, en Gredos.