Como ya viene siendo tradicional (todo lo tradicional que permiten, con éste, cuatro primeros de enero), dedico el primer artículo del año a la PAZ, en el día en el que la Iglesia celebra la Jornada Mundial por la Paz. Otros años (2009) hemos aportado textos de la Gaudium et Spes (constitución del Concilio Vaticano II) o de la encíclica Pacem in terris de Juan XXIII y de la misma encíclica Pacem in terris del citado pontífice (2010).
También es habitual que me refiera al concierto de año nuevo en la Sala Dorada de la Filarmónica de Viena.
Este año dirigirá al conjunto austríaco Franz Welser-Möst. No será la primera vez que Franz Welser-Möst dirija a la Filarmónica. En junio de 2010 también dirigió el segundo gran evento anual, el Concierto de la Noche de Verano Schönbrunn. El programa para mañana es el siguiente
- Marcha de los jinetes, op. 428 (Johann Strauss, 1825-1899)
- Vals de la muchachita del Danubio, op. 427 (Johann Strauss, 1825-1899)
- La polca de las amazonas, op. 9 (Johann Strauss, 1825-1899)
- Debut Quadrille, op. 2 (Johann Strauss, 1825-1899)
- Los de Schönnbrunn, op. 200 (Joseph Lanner, 1801-1843)
- ¡Hacia adelante!, op. 432 (Johann Strauss, 1825-1899)
- INTERMEDIO
- Czardas de «Ritter Pasman» (Johann Strauss, 1825-1899)
- Llantos de despedida, vals, op. 179 (Johann Strauss, 1825-1899)
- Furioso-Galopp, op. 114 (Johann Strauss padre, 1804-1849)
- Vals Mephisto nº 1 (Franz Liszt, 1811-1886).
- Polca de Afar, op. 270 (Josef Strauss, 1827-1870)
- Marcha española, op. 433 (Johann Strauss, 1825-1899)
- Danza gitana de «La Perla de Iberia» (Joseph Hellmesberger, 1855-1907)
- Cachucha, galopp, op. 97 (Johann Strauss padre, 1804-1849)
- Amor y gozo son mi vida, op. 263 (Josef Strauss, 1827-1870)
- Sin demora, polca rápida, op. 112 (Eduard Strauss, 1835-1916)
- Vals del Danubio Azul, op. 314 (Johann Strauss, 1825-1899)
- Marcha Radetzky, op. 228 (Johann Strauss padre, 1804-1849)
Como se puede apreciar hay un compositor ajeno a este mundo de las polkas y los valses: Franz Lizst (nacido el 22 de octubre de 1811). Pero su presencia se explica ya que en el 2011 se cumplen 200 años de su nacimiento. Tratándose de un concierto de valses es lógico que se haya elegido el Vals de Mephisto del compositor húngaro.
Aquí está en versión de piano:
Hay también dos guiños a España: la Marcha española de Johann Strauss y la danza gitana “La Perla de Iberia” de Joseph Hellmesberger. También el galopp Cachucha de Johann Strauss, padre tiene carácter español.
Finalmente, aparte del recuerdo a un húngaro por su bicentenario, hay otro regusto magiar en las Czardas de «Ritter Pasman».
Así lo explica el presidente de los filarmónicos vieneses, Clemens Hellsberg:
“Es también una pequeña señal política, pues España tuvo la presidencia de la Unión Europea este año (en el primer semestre), y Hungría la ocupará el año próximo”. Hellsberg también ha dicho:
«España siempre ha fascinado a compositores austríacos«.
Recordó también que especialmente Hellmesberger, un «compositor fantástico de operetas», se sintió muy atraído por la cultura mediterránea, y los músicos quisieron hacer un «bloque» de tres piezas con composiciones de influencia hispánica.
Por último, no sabemos si las amazonas del polka op. 9 de Johann Strauss son las mujeres que montan a caballo, o las mujeres mitológicas griegas. Si fuera esto último, habría una referencia mitológica en el concierto de Año Nuevo 2011.
Y volvemos al asunto de la paz.
Buscando algo nuevo que decir (¿lo hay?) sobre la paz, he encontrado un mensaje ya antiguo, pues es de 1979 y tiene, por tanto, 32 años. En realidad, se firmó el 8 de diciembre de 1978. Pero me ha parecido fresco, claro, directo, sano, optimista, vehemente, esperanzador.
No lo ofrezco completo, pero casi. Destaca de este mensaje que, hasta su punto III, y prescindiendo del Prólogo, nada hay que pueda desvelar que está escrito por un papa, salvo la frase: Corresponden a la voluntad de Dios sobre los hombres, del final del apartado I. Es ya en el apartado III, del que he suprimido el segundo párrafo (La visión cristiana de la paz) donde las alusiones “religiosas” son ya evidentes.
Lo escribió también un papa, Juan Pablo II. Fue su primer Mensaje en la Jornada Mundial por la Paz que instituyó Pablo VI, y el XII desde que se instituyó esta Jornada.
Recordemos lo que decía Pablo VI en su primer mensaje:
Nos dirigimos a todos los hombres de buena voluntad para exhortarlos a celebrar “El Día de la Paz” en todo el mundo, el primer día del año civil, 1 de enero de 1968. Sería nuestro deseo que después, cada año, esta celebración se repitiese como presagio y como promesa, al principio del calendario que mide y describe el camino de la vida en el tiempo, de que sea la Paz con su justo y benéfico equilibrio la que domine el desarrollo de la historia futura.
Nos pensamos que esta propuesta interprete las aspiraciones de los Pueblos, de sus Gobernantes, de las Entidades internacionales que intentan conservar la Paz en el mundo, de las Instituciones religiosas tan interesadas en promover la Paz, de los Movimientos culturales, políticos y sociales que hacen de la Paz su ideal, de la Juventud, —en quien es más viva la perspicacia de los nuevos caminos de la civilización, necesariamente orientados hacia un pacífico desarrollo—, de los hombres sabios que ven cuán necesaria sea hoy la Paz y al mismo tiempo cuán amenazada.
La proposición de dedicar a la Paz el primer día del año nuevo no intenta calificarse como exclusivamente nuestra, religiosa, es decir católica; querría encontrar la adhesión de todos los amigos de la Paz, como si fuese iniciativa suya propia, y expresarse en formas diversas, correspondientes al carácter particular de cuantos advierten cuán hermosa e importante es la armonía de todas las voces en el mundo para la exaltación de este primer bien, que es la Paz, en el múltiple concierto de la humanidad moderna.
La Iglesia Católica, con intención de servicio y de ejemplo, quiere simplemente «lanzar la idea», con la esperanza que alcance no sólo el más amplio asentimiento del mundo civil, sino que tal idea encuentre en todas partes múltiples promotores, hábiles y capaces de expresar en la “Jornada de la Paz”, a celebrarse al principio de cada nuevo año, aquel sincero y fuerte carácter de humanidad consciente y redimida de sus tristes y funestos conflictos bélicos, que sepa dar a la historia del mundo un desarrollo ordenado y civil más feliz…
La Paz se funda subjetivamente sobre un nuevo espíritu que debe animar la convivencia de los Pueblos una nueva mentalidad acerca del hombre, de sus deberes y sus destinos. Largo camino es aún necesario para hacer universal y activa esta mentalidad; una nueva pedagogía debe educar las nuevas generaciones en el mutuo respeto de las Naciones, en la hermandad de los Pueblos, en la colaboración de las gentes entre sí y también respecto a su progreso y desarrollo. Los organismos internacionales, instituidos para este fin, deben ser sostenidos por todos, mejor conocidos, dotados de autoridad y de medios idóneos para su gran misión. La «Jornada de la Paz» debe hacer honor a estas Instituciones y rodear su trabajo de prestigio, de confianza y de aquel sentido de expectación que debe tener en ellas vigilante el sentido de sus gravísimas responsabilidades y fuerte la conciencia del mandato que se les ha confiado.
Una advertencia hay que recordar. La paz no puede estar basada sobre una falsa retórica de palabras, bien recibidas porque responden a las profundas y genuinas aspiraciones de los hombres, pero que pueden también servir y han servido a veces, por desgracia, para esconder el vacío del verdadero espíritu y de reales intenciones de paz, si no directamente para cubrir sentimientos y acciones de prepotencia o intereses de parte. Ni se puede hablar legítimamente de paz, donde no se reconocen y no se respetan los sólidos fundamentos de la paz: la sinceridad, es decir, la justicia y el amor en las relaciones entre los Estados y, en el ámbito de cada una de las Naciones, de los ciudadanos entre sí y con sus gobernantes; la libertad de los individuos y de los pueblos, en todas sus expresiones: cívicas, culturales, morales, religiosas; de otro modo no se tendrá la paz —aun cuando la opresión sea capaz de crear un aspecto exterior de orden y de legalidad—, sino el brotar continuo e insofocable de revueltas y de guerras.
Es, pues, a la paz verdadera, a la paz justa y equilibrada, en el reconocimiento sincero de los derechos de la persona humana y de la independencia de cada Nación que Nos invitamos a los hombres sabios y fuertes a dedicar esta Jornada…
En necesario siempre hablar de Paz. Es necesario educar al mundo para que ame la Paz, la construya y la defienda; contra las premisas de la guerra que renacen (emulaciones nacionalistas, armamentos, provocaciones revolucionarias, odio de razas, espíritu de venganza, etc.) y contra las insidias de una táctica de pacifismo que adormece al adversario o debilita en los espíritus el sentido de la justicia, del deber y del sacrificio, es preciso suscitar en los hombres de nuestro tiempo y de las generaciones futuras el sentido y el amor de la Paz fundada sobre la verdad, sobre la justicia, sobre la libertad, sobre el amor.
En el Prólogo a su Mensaje Juan Pablo II decía, recordando a Pablo VI:
Yo recojo de manos de mi venerado predecesor el bastón de peregrino de la paz. Camino a vuestro lado con el Evangelio de la paz. «Bienaventurados los que trabajan por la paz». Al comienzo del año 1979, os invito a celebrar la Jornada Mundial, colocándola —de acuerdo con el deseo de Pablo VI— bajo el signo de la educación a la paz.
Y ahora, sí, vamos con su Mensaje (en este primer artículo ofrecemos una parte) que dejamos para la reflexión:
“PARA LOGRAR LA PAZ, EDUCAR A LA PAZ”
A todos vosotros que deseáis la paz:
Una aspiración incoercible
Conseguir la paz: he ahí el resumen y la coronación de todas nuestras aspiraciones. La paz —tal es nuestro convencimiento— es plenitud y es alegría. Para hacerla real entre los países, se multiplican los intentos a través de intercambios bilaterales o multilaterales, conferencias internacionales; algunos toman personalmente iniciativas valientes, con el fin de establecer la paz o de hacer desaparecer la amenaza de una nueva guerra.
Una confianza quebrantada
Pero al mismo tiempo, se observa que tanto las personas como los grupos no acaban de arreglar sus conflictos secretos o públicos. ¿Será pues la paz un ideal fuera de nuestro alcance? El espectáculo cotidiano de las guerras, de las tensiones, de las divisiones siembra la duda y el desaliento. Focos de discordia y de odio parecen incluso atizados artificialmente por algunos que no pagan las consecuencias. Y con demasiada frecuencia los gestos de paz son irrisoriamente incapaces de cambiar el curso de las cosas, cuando no son arrastrados y al final utilizados por la lógica dominante de la explotación y de la violencia.
En unas partes, la timidez y la dificultad de las reformas necesarias envenenan las relaciones entre grupos humanos, unidos sin embargo por una larga o ejemplar historia común; nuevas ambiciones de poder inclinan a recurrir a la coacción del número o a la fuerza brutal para aclarar la situación, bajo la mirada impotente, muchas veces interesada y cómplice, de otros países próximos o lejanos; tanto los más fuertes como los más débiles ya no depositan su confianza en los pacientes procedimientos de la paz.
En otras partes, el temor de una paz mal asegurada, los imperativos militares y políticos, los intereses económicos y comerciales llevan consigo la constitución de arsenales o la venta de armas de una capacidad alarmante de destrucción: la carrera de armamentos prevalece entonces sobre las grandes tareas pacíficas que deberían unir a los pueblos en una nueva solidaridad, alimenta conflictos esporádicos, pero sangrientos, y acumula las más graves amenazas. Es verdad: a primera vista, la causa de la paz tiene ante sí un obstáculo desesperante.
De palabras de paz…
Sin embargo, en casi todos los discursos públicos, a nivel de naciones o de organismos internacionales, rara vez se ha hablado tanto de paz, de distensión, de entendimiento, de soluciones razonables de los conflictos, de acuerdo con la justicia. La paz se ha convertido en el lema que tranquiliza o quiere seducir. Esto, en cierto sentido es un hecho positivo: la opinión pública de las naciones no aguantaría ya que se haga la apología de la guerra ni tampoco que se corra el riesgo de una guerra ofensiva.
…a convicciones de paz
Pero para poner de manifiesto el desafío que se impone a toda la humanidad, frente a la dura tarea de la paz, hace falta algo más que palabras, sinceras o demagógicas. Sobre todo es necesario que penetre el verdadero espíritu de la paz a nivel de hombres políticos, de medios o de centros de los que dependen más o menos directamente, más o menos secretamente, los pasos decisivos hacia la paz o al contrario la prolongación de las guerras o de las situaciones de violencia. Es necesario, como mínimo, apoyarse sobre principios elementales pero seguros, como son los siguientes: las cosas de los hombres deben ser tratadas con humanidad, y no por la violencia. Las tensiones, los contenciosos y los conflictos deben ser arreglados por negociaciones razonables y no por la fuerza. Las oposiciones ideológicas deben confrontarse en un clima de diálogo y de libre discusión. Los intereses legítimos de grupos determinados deben tener también en cuenta los intereses legítimos de los otros grupos afectados y las exigencias del bien común superior. El recurso a las armas no debería ser considerado como el instrumento adecuado para solucionar los conflictos. Los derechos humanos imprescriptibles deben ser salvaguardados en toda circunstancia. No está permitido matar para imponer una solución.
Estos principios humanitarios los puede encontrar todo hombre de buena voluntad en su propia conciencia. Corresponden a la voluntad de Dios sobre los hombres. Para que se conviertan en convicciones, tanto para los poderosos como para los débiles, e impregnen toda su actividad, hay que devolverles toda su fuerza. Es necesaria una educación paciente y prolongada a todos los niveles.