El relato de la resurrección de Jesús, el hecho más importante y el capital de la religión cristiana, es tan relevante que el Domingo de Resurrección se prolonga en lo que se llama la Octava de Pascua.
Con esta serie de artículos, cuya publicación iniciamos en el sábado de esta Octava de Pascua, nos proponemos ofrecer un breve estudio comparativo de las narraciones neotestamentarias del pasaje de la resurrección de Jesús, así como material ajeno en el que se reflexiona o se da información teológica y cristológica sobre el más importante elemento de la fe cristiana.
Con el Domingo de Resurrección comienzan los cincuenta días del tiempo pascual que concluye en Pentecostés. La Octava de Pascua se trata de la primera semana de la Cincuentena; se considera como si fuera un solo día, es decir, el júbilo del Domingo de Pascua se prolonga ocho días seguidos.
La Pascua de Cristo es el acto supremo e insuperable del poder de Dios. Es un acontecimiento absolutamente extraordinario, el fruto más hermoso y maduro del «misterio de Dios». Es tan extraordinario, que resulta inenarrable en aquellas dimensiones que escapan a nuestra capacidad humana de conocimiento e investigación. Y, aun así, también es un hecho «histórico», real, testimoniado y documentado. Es el acontecimiento en el que se funda toda nuestra fe. Es el contenido central en el que creemos y el motivo principal por el que creemos.
Del libro de José-Ramón Busto Saiz, Cristología para empezar (Santander, 1991; Sal Terrae), ofrecemos los apartados 1. 3 y 1. 4 dentro del capítulo IV La resurrección de Jesús, porque nos ofrecen informaciones y matices muy interesantes.
Relatos sobre la tumba vacía
Tenemos también los relatos sobre la tumba vacía. En la investigación historicocrítica los relatos sobre la tumba vacía se han venido a entender como leyendas sacras.
Una leyenda sacra es un relato que explica por qué algunos sitios son sagrados, por qué un lugar es un centro de peregrinación, un centro donde se da de una o de otra manera una comunicación especial con Dios. Es decir, que una leyenda sacra es una legitimación literaria de un lugar como lugar sagrado. La exégesis historicoliteraria entiende los relatos sobre la tumba de Jesús que aparecen en el evangelio como leyendas sagradas. Serían relatos tardíos y más bien populares que no merecerían fiabilidad histórica, aunque con ellos se nos transmita también el convencimiento de la comunidad primitiva sobre la resurrección del Señor. La exégesis historicocrítica, en este punto, parte de un presupuesto racionalista, que es el siguiente: no es necesario que el cuerpo de Jesús desempeñe ningún papel en la resurrección.
Este punto necesita quizá una breve explicación. Jesús no revivió, sino que resucitó. Esto quiere decir que Jesús no volvió a esta vida, sino a la vida de Dios. Esto no es un invento moderno, sino que es de lo más estrictamente tradicional. Ésta ha sido siempre la fe de la Iglesia, que se ha formulado de diversas maneras. Siempre hemos expresado nuestra fe a este respecto diciendo que Jesús resucitó para nunca más morir. Si Jesús hubiera vuelto a esta nuestra forma de existencia, habría estado sometido de nuevo a la muerte. Jesús no volvió a esta vida, sino que resucitó para la vida de Dios. La resurrección de Jesús no es lo mismo que la resurrección de Lázaro o la de la hija de Jairo. La hija de Jairo resucita y vuelve a morir, porque ha vuelto a esta vida.
En consecuencia, si se mostrara el cuerpo de Jesús en la tumba, ello no argüiría nada en contra de la resurrección. Jesús resucitado no puede ser fotografiado. Si intentáramos sacar una foto al Señor resucitado, no saldría nada, porque Jesús no ha vuelto a esta vida. Está fuera del espacio, del tiempo, de las dimensiones. Jesús resucitado no vive ya nuestra vida, sujeta a las coordenadas de espacio, tiempo, peso…Y esto lo dan a entender los textos del Nuevo Testamento cuando nos presentan a Jesús penetrando en la estancia donde se encuentran los apóstoles «estando cerradas las puertas» (Jn 20,1926). El cuerpo de Jesús es, pues, en principio, innecesario para la resurrección. La exégesis historicocrítica entiende que, habida cuenta de que el cuerpo es innecesario para la resurrección, no tuvo, de hecho, ninguna parte en ella.
Así pues, los relatos sobre la tumba vacía son generalmente entendidos como leyendas para comunicar de una manera popular que el Señor ha resucitado. Esto tiene sus problemas historicocríticos. Porque una leyenda sacra, lógicamente, debería referirse a una tumba ocupada. Nosotros vamos a visitar tumbas ocupadas, precisamente porque conservan los restos de personas queridas. No tiene mucho sentido el surgimiento de una leyenda sacra sobre una tumba vacía.
Por otra parte, desde un punto de vista historicocrítico, los relatos sobre la tumba vacía tampoco dan cuenta cabal de todos los datos que nos transmiten los evangelios. Por ejemplo, el relato sobre la incredulidad de Pedro tras la visita al sepulcro. Aquí, de nuevo, hay que decir lo mismo que decíamos antes respecto a Jesús: todo lo que sea contra Pedro tiene suficientes visos de historicidad, porque Pedro es el primer testigo de la resurrección. Recordemos la confesión de fe «El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón» (Lc 24, 34).
Otro dato que necesita explicación: el hecho de las mujeres visitando la tumba vacía. Las mujeres no fueron a la tumba vacía a acabar de embalsamar el cuerpo de Jesús; eso no tiene ningún sentido; en todo caso, irían a la tumba a rezar. Pero el hecho de que los evangelios nos presenten a las mujeres yendo a la tumba, y en el evangelio de Juan (y en parte en el de Marcos) como las primeras testigos de la resurrección, ya es un dato importante, por una razón: porque «la mujer —según un dicho rabínico— es siempre mentirosa». La mujer no podía ser testigo en un juicio en el mundo judío. Esto significa que quien inventara una leyenda sobre la tumba vacía y pusiera en su narración como primeros testigos a un grupo de mujeres, lo estaría haciendo lo mejor posible para no merecer ningún crédito.
Tampoco los evangelios hacen uso apologético directo de la tumba vacía. En ellos no se dice nunca: puesto que la tumba está vacía, Jesús ha resucitado. Claro que tampoco habría sido un buen argumento. Lo que se dice en el evangelio de Mateo es que hay varias posibilidades de explicación del hecho de la tumba vacía. Entre otras, la más lógica: el robo del cadáver. Si la tumba está vacía, lo lógico es que el cadáver haya sido robado. Eso es lo que todo el mundo pensaría.
Finalmente, es difícil de mantener la idea de la existencia de una leyenda sobre la tumba vacía en Jerusalén si esa tumba estaba ocupada. Es ciertamente difícil que exista una leyenda sacra que hable de una tumba vacía si esa tumba no está vacía. A menos que pensemos, como algunos exegetas han hecho, que Jesús, como cualquier condenado, habría sido sepultado en la fosa común, lo cual tampoco hay que descartarlo del todo. Habría que explicar, entonces, el relato sobre José de Arimatea y su solicitud a Pilato del permiso para enterrar el cuerpo de Jesús.
En resumen: todo lo relativo a la tumba vacía que tenemos en los evangelios es dudoso desde un punto de vista histórico. Cuando digo «dudoso», quiero decir que es dudoso y discutido, es decir, que hay críticos y teólogos que mantienen que la tumba vacía se dio y fue un signo de 1a resurrección del Señor, y hay exegetas que mantienen que la tumba vacía no se dio, sino que es una mera leyenda sacra, una forma literaria para expresar el anuncio de la resurrección del Señor.
Lo importante es que, se diera o no se diera, la tumba vacía es innecesaria e insuficiente para la resurrección de Jesús. «Innecesaria» quiere decir que Jesús puede resucitar sin que el cuerpo tenga nada que ver en la resurrección. El cuerpo, en cuanto ese conjunto de átomos de hidrógeno, de carbono, de oxígeno, etc. , es innecesario para la resurrección. En la vida de Dios no hay oxígeno ni carbono. Lo físico del cuerpo no necesariamente tiene que ver en la resurrección de Jesús. Lo cual no quiere decir que no sea necesaria en la resurrección de Jesús, como también en la nuestra, la incorporación en la vida de Dios de nuestra dimensión corporal. Pero entonces, como dice Pablo, nuestro cuerpo será un cuerpo espiritual (1 Cor 15, 44).
El hecho histórico de la tumba vacía no sólo es innecesario, sino que es además insuficiente, como los mismos evangelios dan a entender. Ante la tumba vacía se pueden dar otras interpretaciones. Y lo lógico es pensar en algunas de ellas antes de pensar en 1a resurrección.
La tumba vacía es tan innecesaria y tan insuficiente como la Sábana Santa. La Sábana Santa es innecesaria para demostrar la resurrección, y además es insuficiente. Cuando algunos tratan de demostrar la resurrección de Jesús a partir de la Sábana Santa, se equivocan, porque, si demuestran la resurrección, han demostrado otra cosa distinta de la resurrección. Porque la resurrección es la entrada de Jesús en la vida de Dios, y la entrada de Jesús en la vida de Dios no es demostrable. No se puede demostrar ni por fotografía ni por rayos de ningún tipo, porque, evidentemente, Dios no produce radiaciones. Por tanto, cuando se quiere demostrar la resurrección haciendo hincapié en la tumba vacía, o se quieren medir radiaciones en la Sábana Santa, se está haciendo un flaco servicio a la fe.