Esta serie de artículos surge tras la contemplación de un cuadro de Rembrandt titulado Historias de Diana, de 73’5 x 93’5 cm y conservado en el Museum Wasserburg Anholt de Isselburg-Anholt en Alemania, en la frontera con Holanda.
El cuadro está firmado y fechado “REMBRANDT. FT. 1634”.
Roberta D’Adda en su comentario al lienzo en la colección Los Grandes Genios del Arte, que se ofrecía con el periódico El Mundo en el 2003, dice:
Nada se sabe del origen de este cuadro, cuya primera noticia es su aparición en una subasta parisiense en 1774. La composición es atípica con respecto a otros cuadros mitológicos de Rembrandt, de los cuales se diferencia por la cantidad de figuras, el tratamiento del paisaje y la elección de colores. Pero la originalidad de esta pintura es todavía más llamativa si se considera que constituye un auténtico unicum iconográfico.
Ante el fondo de un luminoso paisaje modulado en tonos verdes y turquesa se sitúa el baño de Diana y sus ninfas, que aparecen en primer plano. La idílica escena es turbada por dos acontecimientos dramáticos que tienen lugar en la orilla, a los lados del cuadro. A la izquierda irrumpe el joven cazador Acteón, que ve la desnudez de la diosa: la casta Diana lo castiga transformándolo en ciervo y haciendo que sus proipis perros lo despedacen. A la derecha, las ninfas descubren la gravidez de Calisto, amada por Júpiter; según el mito, Diana castiga a Calisto, que había faltado al voto de castidad, convirtiéndola en oso y azuzando contra ella a sus perros. Ambos episodios, que se cuentan en dos libros distintos de las Metamorfosis de Ovidio, son unidos por Rembrandt en una sola escena por primera vez. Para la ambientación y para algunos temas narrativos, el maestro se inspiró en grabados del Renacimiento italiano, en los cuales, con todo, ambos episodios eran tratados por separado.
En el amplio paisaje, las figuras destacan por la luminosidad de las carnaciones y por la realista vivacidad de los gestos y actitudes, fruto de la original invención del maestro. La unidad narrativa del conjunto está determinada por los movimientos y por las miradas de las figuras, que unen entre sí a los tres grupos de la composición. A la extrema izquierda, el detalle de los dos perros que pelean parece sugerir el trágico epílogo de los sucesos.
La diosa Diana tenía fama de perversa y vengativa, hasta el punto que sus víctimas fueron abundantes.
La primera fue Níobe, hija de Tántalo. Tuvo siete hijos y siete hijas. Feliz y orgullosa de sus hijos, Níobe declaró un día que era superior a Leto, madre de un solo hijo y una sola hija, Apolo y Ártemis. La diosa la oyó y, ofendida, pidió a sus hijos que la vengasen. Así lo hicieron matando a los hijos de Níobe con sus flechas: Ártemis se encargó de las muchachas y Apolo de los chicos.
Otra de sus víctimas fue el cazador gigante Orión. Las razones difieren, pero sea como fuere, la diosa envió a Orión un escorpión que con su picadura lo mató.
Otro cazador que sufrió su cólera fue Acteón, uno de nuestros dos protagonistas. Durante una cacería el cazador había visto bañarse desnuda a Ártemis en un manantial. La diosa lo convirtió en ciervo y enfureciendo a los cincuenta perros que formaban la jauría de Acteón los azuzó contra él. Los perros lo devoraron sin reconocerlo, y luego lo buscaron en vano por todo el bosque, que llenaban con sus gemidos.
La diosa es asimismo causante de la muerte de Meleagro. Por haberse olvidado Eneo de sacrificar a Ártemis cuando ofrendaba a todos los dioses las primicias de sus cosechas, la diosa envió contra su país, Calidón en Etolia, un jabalí enorme. Acudieron a cazarlo numerosos héroes y también Meleagro, hijo de Eneo. Las Moiras habían dicho a su madre Altea que el destino y la vida de su hijo estaban unidos a un tizón que ardía en el hogar. Si se consumía del todo, Meleagro moriría. Altea lo sacó del fuego, lo apagó y lo guardó en un cofre. Entre los cazadores había una mujer, Atalanta, de la cual estaba enamorado Meleagro, a pesar de estar casado con Cleopatra. El animal fue abatido y correspondieron a Meleagro los despojos del animal, que ofreció a Atalanta. Sus tíos protestaron ante este hecho y él los mató. Indignada por este hecho, Altea, echó el tizón mágico al fuego y su hijo murió. Tras el ataque de ira, y al darse cuenta de su acción se ahorcó al mismo tiempo que su nuera Cleopatra.
Otra de sus víctimas fue la ninfa Calisto, nuestra segunda protagonista, de la que se había enamorado Zeus. Calisto se había consagrado a Ártemis y, por tanto, a la virginidad. Zeus se unió a ella adoptando la figura de la diosa Ártemis, pues Calisto rehuía a los hombres. De la unión nació Árcade. Calisto estaba encinta, cuando un día Ártemis y sus compañeras decidieron bañarse en una fuente; Calisto hubo de desnudarse y su falta fue descubierta. Indignada, Ártemis la transformó en osa, y luego, por instigación de Hera, o por su propia cólera, la mató de un flechazo. Zeus convirtió a Calisto en constelación: la Osa Mayor.
La contemplación del cuadro de Rembrandt, en el que aparecen dos de las víctimas de Ártemis / Diana, nos ha llevado a buscar en las fuentes clásicas la presencia de Acteón y Calisto. Además ofreceremos ejemplos iconográficos de ambos episodios que, como hemos visto, en Rembrandt aparecen unidos.
Empezaremos por Acteón y rastrearemos su presencia en obras de escritores clásicos. Indefectiblemente, Acteón está ligado al episodio reproducido por Rembrandt, su conversión en ciervo por haber visto a Ártemis / Diana bañándose desnuda y du despedazamiento por sus propios perros.
En la tragedia de Eurípides Las Bacantes, Cadmo, el abuelo de Acteón, se dirige a otro nieto suyo, Penteo, hijo de su hija Ágave en matrimonio con Equión, para que se una a él y Tiresias en un coro báquico en honor a Dioniso.
Penteo rechazará furibundo tal invitación, lo que provocará la reacción de Tiresias quien afirma que Penteo está loco y causará una pena (jugando con las palabras Penteo (Πενθεύς, Pentheús) y πένθος, pénthos (pena, en griego) a la casa de Cadmo.
Al final, Penteo acabará como Acteón, despedazado, pero no por sus perros, sino por una jauría de “entusiasmadas” ménades, que toman a Penteo como víctima del descuartizamiento ritual (sparagmós); su madre Ágave toma la cabeza de Penteo y la coloca en la punta de su tirso.
ὁρᾷς τὸν ᾿Ακτέωνος ἄθλιον μόρον,
ὃν ὠμόσιτοι σκύλακες ἃς ἐθρέψατο
διεσπάσαντο, κρείσσον᾿ ἐν κυναγίαις
᾿Αρτέμιδος εἶναι κομπάσαντ᾿, ἐν ὀργάσιν.
ὃ μὴ πάθῃς σύ· δεῦρό σου στέψω κάρα
κισσῷ· μεθ’ ἡμῶν τῷ θεῷ τιμὴν δίδου.
¿Ves el infeliz destino de Acteón,
al que despedazaron los carnívoros lebreles
que él había criado, por haberse jactado de ser superior
a Ártemis en las cacerías, por los bosques de la montaña?
¡Que no te pase a ti! ¡Ven acá y corona tu cabeza
con yedra! ¡Ven con nosotros a honrar al dios!
Eurípides, Bacantes 337-342
Traducción de Carlos García Gual y Luis Alberto de Cuenca y Prado quienes, en nota a pie de página dicen:
Ya antes se ha citado a Acteón, otro nito de Cadmo, que sufrió un destino semejante al que aguarda a Penteo. De nuevo en 1227
(καὶ τὴν μὲν ᾿Ακτέων᾿ ᾿Αρισταίῳ ποτὲ
τεκοῦσαν εἶδον Αὐτονόην ᾿Ινώ θ’ ἅμα
allí he visto a la madre de Acteón, que parió de Aristeo,
a Autónoe, y a Ino, junto a ella)
y en 1291
οὗπερ πρὶν ᾿Ακτέωνα διέλαχον κύνες
allí donde antes destrozaron a Acteón sus perros
se vuelve a aludir a él.
La versión que aquí nos ofrece Eurípides del motivo de la muerte de Acteón no es la más corriente. Según Estesícoro y Acusilao, Ártemis habría dado muerte a éste porque cortejaba a Sémele, provocando los celos de Zeus. Más tarde la versión más difundida es la que poetiza Calímaco: que fue destrozado por sus perror por haber sorprendido a la diosa mientras ésta se bañaba desnuda. (Cf. Calímaco, Himnos V 110 y sigs.; Ovidio, Met. III 138 y sigs.). El motivo de la muerte de Acteón, devorado por sus propios canes, está bien representado en la plástica griega del siglo V.