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Archive for septiembre 2017

 

Estamos finalizando ya esta serie sobre algunas fuentes clásicas sobre Sócrates que surgió, allá por el 28 de octubre de 2016, a propósito de una referencia de Aulo Gelio a la paciencia de Sócrates con su mujer Jantipa (Noches Áticas I, XVII), y que nos ha servido de hermosa y curiosa excusa para esta serie.

Seguimos con esta breve selección de fuentes.

Pausanias, en Descripción de Grecia I, 22, 8 nos dice que Sócrates, hijo de Sofronisco, esculpió una estatua de las Gracias, a la entrada de la Acrópolis:

κατὰ δὲ τὴν ἔσοδον αὐτὴν ἤδη τὴν ἐς ἀκρόπολιν Ἑρμῆν, ὃν Προπύλαιον ὀνομάζουσι, καὶ Χάριτας Σωκράτην ποιῆσαι τὸν Σωφρονίσκου λέγουσιν, ᾧ σοφῷ γενέσθαι μάλιστα ἀνθρώπων ἐστὶν ἡ Πυθία μάρτυς, ὃ μηδὲ Ἀνάχαρσιν ἐθέλοντα ὅμως καὶ δι᾽ αὐτὸ ἐς Δελφοὺς ἀφικόμενον προσεῖπεν.

En la misma entrada de la Acrópolis están el Hermes que llaman Propileo y las Cárites, que dicen que esculpió Sócrates, hijo de Sofronisco, del que la Pitia testificó que era el más sabio de los hombres, lo que no dijo ni siquiera de Anacarsis, aunque lo quería, y por ello fue a Delfos.

La traducción es de María Cruz Herrero Ingelmo, en Gredos, quien nos dice sobre Anacarsis, en nota al pie:

Era uno de los Siete Sabios, un filósofo escita, que vivió en Grecia en el siglo VI a. C. En el siglo IV a. C. se convirtió en una especie de modelo de vida para los filósofos cínicos. Cf. C. García Gual, Los siete sabios (y tres más), Madrid, 1989, págs. 137-158.

 

El propio Pausanias, en Descripción de Grecia IX, 35, 7, insiste en la idea:

Σωκράτης τε ὁ Σωφρονίσκου πρὸ τῆς ἐς τὴν ἀκρόπολιν ἐσόδου Χαρίτων εἰργάσατο ἀγάλματα Ἀθηναίοις. καὶ ταῦτα μέν ἐστιν ὁμοίως ἅπαντα ἐν ἐσθῆτι˙ οἱ δὲ ὕστερον, οὐκ οἶδα ἐφ’ ὅτῳ, μεταβεβλήκασι τὸ σχῆμα αὐταῖς. Χάριτας γοῦν οἱ κατ’ ἐμὲ ἔπλασσόν τε καὶ ἔγραφον γυμνάς.

Y Sócrates, hijo de Sofronisco, delante de la entrada de la Acrópolis esculpió unas imágenes de las Cárites para los atenienses. Todas están igualmente vestidas, pero las posteriores no sé por qué motivo han cambiado la representación. En todo caso, en mi tiempo esculpen y pintan Carites desnudas.

Pese a la coincidencia con el nombre del filósofo, y también con el de su padre, con toda probabilidad no sea nuestro filósofo. Lo aportamos por la coincidencia.

Plutarco, Vida de Pericles 13, 7 escribe:

τὸ δὲ μακρὸν τεῖχος, περὶ οὗ Σωκράτης ἀκοῦσαί φησιν αὐτὸς εἰσηγουμένου γνώμην Περικλέους, ἠργολάβησε Καλλικράτης.

El muro prolongado, cuya idea dice Sócrates había oído explicar al mismo Pericles, fue obra de Calícrates.

Más adelante, en Vida de Pericles 24, 5 Añade:

τὴν δ’ Ἀσπασίαν οἱ μὲν ὡς σοφήν τινα καὶ πολιτικὴν ὑπὸ τοῦ Περικλέους σπουδασθῆναι λέγουσι: καὶ γὰρ Σωκράτης ἔστιν ὅτε μετὰ τῶν γνωρίμων ἐφοίτα, καὶ τὰς γυναῖκας ἀκροασομένας οἱ συνήθεις ἦγον ὡς αὐτήν, καίπερ οὐ κοσμίου προεστῶσαν ἐργασίας οὐδὲ σεμνῆς, ἀλλὰ παιδίσκας ἑταιρούσας τρέφουσαν.

Algunos son de opinión que Pericles se inclinó a Aspasia por ser mujer sabia y de gran disposición para el gobierno, pues el mismo Sócrates, con sujetos bien conocidos, frecuentó su casa, y varios de los que la trataron llevaban sus mujeres a que la oyesen, sin embargo, de que su modo de ganar la vida no era brillante ni decente, porque vivía de mantener esclavas para mal tráfico.

 

Cicerón alude brevemente a Sócrates en Disputaciones Tusculanas IV, 29 62-63, a propósito de la tragedia Orestes, de Eurípides:

Continet autem omne sedationem animi humana in conspectu posita natura; quae quo facilius expressa cernatur, explicanda est oratione communis condicio lexque vitae. itaque non sine causa, cum Orestem fabulam doceret Euripides, primos tris versus revocasse dicitur Socrates:

“neque tam terribilis ulla fando oratio est,

nec fors nec ira caelitum invectum malum,

quod non natura humana patiendo ecferat.”

Ahora bien, el examen de la naturaleza humana contiene todos los medios de tranquilizar el alma, pero, para que la imagen de esa naturaleza pueda discemirse con más facilidad, hay que exponer con palabras la condición común y la ley de la vida. Por ello, cuando Eurípides representó su tragedia Orestes, se dice que Sócrates, no sin razón, pidió que se repitieran los tres primeros versos:

No hay palabras tan terribles de expresar,

ni golpe de la fortuna, ni mal infligido por la cólera de los

[celestes,

que la naturaleza humana con su capacidad de sufrimiento

[no pueda soportar

 

La traducción es de Alberto Medina González, en Gredos.

De la relación entre Sócrates y Alcibíades nos habla Plutarco en Vida de Alcibíades IV, 4:

ἤδη δὲ πολλῶν καὶ γενναίων ἀθροιζομένων καὶ περιεπόντων, οἱ μὲν ἄλλοι καταφανεῖς ἦσαν αὐτοῦ τὴν λαμπρότητα τῆς ὥρας ἐκπεπληγμένοι καὶ θεραπεύοντες, ὁ δὲ Σωκράτους ἔρως μέγα μαρτύριον ἦν τῆς πρὸς ἀρετὴν εὐφυΐας τοῦ παιδός, ἣν ἐμφαινομένην τῷ εἴδει καὶ διαλάμπουσαν ἐνορῶν, φοβούμενος δὲ τὸν πλοῦτον καὶ τὸ ἀξίωμα καὶ τὸν προκαταλαμβάνοντα κολακείαις καὶ χάρισιν ἀστῶν καὶ ξένων καὶ συμμάχων ὄχλον, οἷος ἦν ἀμύνειν καὶ μὴ περιορᾶν ὥσπερ φυτὸν ἐν ἄνθει τὸν οἰκεῖον καρπὸν ἀποβάλλον καὶ διαφθεῖρον. οὐδένα γὰρ ἡ τύχη περιέσχεν ἔξωθεν οὐδὲ περιέφραξε τοῖς λεγομένοις ἀγαθοῖς τοσοῦτον ὥστ’ ἄτρωτον ὑπὸ φιλοσοφίας γενέσθαι, καὶ λόγοις ἀπρόσιτον παῤῥησίαν καὶ δηγμὸν ἔχουσιν· ὡς Ἀλκιβιάδης εὐθὺς ἐξ ἀρχῆς θρυπτόμενος καὶ ἀποκλειόμενος ὑπὸ τῶν πρὸς χάριν ἐξομιλούντων εἰσακοῦσαι τοῦ νουθετοῦντος καὶ παιδεύοντος, ὅμως ὑπ᾽ εὐφυΐας ἐγνώρισε Σωκράτη καὶ προσήκατο, διασχὼν τοὺς πλουσίους καὶ ἐνδόξους ἐραστάς.

Desde luego se dedicaron muchos de los principales a seguirle y obsequiarle; pero era bien claro que la mayor parte de ellos no admiraban ni halagaban otra cosa que lo bello de su figura: sólo el amor de Sócrates nos da un indudable testimonio de su virtud y de su índole generosa. Advertía que ésta se manifestaba y resplandecía en su semblante; y temiendo a su riqueza, al esplendor de su origen y a la muchedumbre de ciudadanos, de forasteros y de aliados que trataban de apoderarse de él con sus lisonjas y sus obsequios, se propuso defenderlo y no desampararlo, como una planta que en flor iba a perder y viciar su nativo fruto. Porque en nada la fortuna le fue tan favorable, ni le pertrechó tanto exteriormente con los que llamamos bienes, como con haberle hecho por medio de la filosofía invulnerable e impasible a los dichos mordaces y cáusticamente libres de tantos como desde el principio se propusieron corromperle y retraerle de oír a su amonestador y maestro; y así es que, a pesar de todo, por la bondad de su índole hizo conocimiento con Sócrates, y se estrechó con él, apartando de sí a los ricos y distinguidos amadores.

La traducción se ha sacado de Wikisource.

 

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Seguimos el repaso a los poemas castellanos que han tratado el mito de Hero y Leandro y que citan Franco Durán, Moya del Baño y García Gual. Hemos visto ejemplos de Diego Hurtado de Mendoza, Juan de Coloma, Francisco Sáa de Miranda, Diego Hernando de Acuña, Gutierre de Cetina, y Diego Ramírez Pagán.

Vamos con otra tanda.

 

Fernando de Herrera (1534-1597) escribió poemas a modo de traducción de textos latinos (Geórgicas de Virgilio, Epigramas de Marcial y Tebaida de Estacio) que glosaban el mito de Hero y Leandro:

 

¿Qu’ el joven, a quien buelve grande fuego

el duro Amor en medio de sus uesos?

Tardo en la ciega noche ‘l mar turbado

con rotas tempestades abre y corta;

y encima de la grande puerta truena

del alto cielo, i los heridos mares

bravos sonidos dan en los peñascos,

ni lo pueden tornar los padres míseros

ni la virgen, que sobre el cuerpo muerto,

ha de morir de cruda y fiera muerte.

(Traducción de Virgilio, Geórgicas III, 257-263)

 

Fernando de Herrera el Divino por Francisco PachecoLibro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones, Madrid, Biblioteca de la Fundación Lázaro Galdiano.

 

Cuando el osado Leandro,

olvidado de temor,

iba por el mar estrecho

a gozar su dulce amor;

cansado y puesto en peligro

del mar lleno de furor,

ya que las hinchadas aguas

causaban su perdición;

a las ondas que lo siguen

dijo así el triste amador

(como si jamás las ondas

se muevan a compasión):

perdonadme mientras llego,

a dó dejé el corazón,

y mostrad en mi a la vuelta

vuestro ímpetu y furor.

(Paráfrasis de Marcial, Epigrama 25)

 

Dice Menéndez Pelayo: Insertó Herrera esta traducción suya del agudísimo Marcial en sus Anotaciones a Garcilaso (1580) para ilustrar el soneto del poeta toledano que comienza: Pasando el mar Leandro el animoso.

 

Mas a tí, Admeto, te fue dado en premio

con orla i friso Lidio un rico manto,

i con púrpura ardiente recamado

nada en él el mancebo, que desprecia

el mar de Frixo, i en pintadas ondas

trasluze ‘l joven de color cerúleo.

Parece que torciendo vá las manos,

i que trueca los braços y el cabello

en el estambre se rocía todo.

En la otra parte en l’alta torre puesta

a la finiestra en vano congoxosa

está de Sesto la hermosa virgen,

i la luz sabídora casi muerta.

(Traducción de Estacio, Tebaida VI, 542-547)

 

Aqueste el premio fue de la victoria,

y luego el rey Admeto ha recibido

por el segundo honor de aquella gloria

un manto de oro y púrpura tejido,

en que de Ero labrada está la historia,

la alta torre de Sesto, rel mar de Abido,

y entre las fieras ondas del estrecho

nadando el mozo con osado pecho.

Entre el agua pintada transparente

el cuerpo se parece fatigado,

fuera de ella se ve la altiva frente

con el cabello. al parecer mojado;

el mar. alborotado de repente,

y él un brazo y otro ya cansado,

procurando con una y, otra mano

las olas apartar del mar insano.

Está del hondo estrecho a la ribera

la alta torre, ya, en ella fatigada

Ero, que al triste amante en vano espera

de la congoja y del temor helada.

Y a pierde la. esperanza, y desespera;

que la lumbre mil veces apagada

del enemigo viento, parecía

que su desdicha y su dolor sabía.

(Paráfrasis de Estacio, Tebaida, VI. 542-547)

 

 

Félix Lope de Vega Carpio (1562-1635) no fue menos y trató el tema en su soneto LXXX, que cuenta con un logrado inicio, en el que juega con el ardor de su amor y la frialdad de las aguas del Helesponto, con el valor de Leandro que le hace ver más estrecho el estrecho que cruza. Bella es la imagen del fuego amoroso, vencido por el mayor elemento (el agua). Muy logrado el verso: el remedio fue cuerdo, el amor loco. Bello final, en el que el ahogamiento de Leandro, que ha bebido mucha agua, no logra aplacar la sed de su alma enamorada. He aquí el bello soneto de Lope:

Por ver si queda en su furor deshecho,

Leandro arroja el fuego al mar de Abido,

que el estrecho del mar al encendido pecho

parece mucho más estrecho.

Rompió las sierras de agua largo trecho,

pero el fuego en sus límites rendido

del mayor elemento fue vencido,

más por la cantidad, que por el pecho.

El remedio fue cuerdo, el amor loco,

que como en agua remediar espera

el fuego, que tuviera eterna calma:

Bebióse todo el mar, y aún era poco;

que si bebiera menos no pudiera

templar la sed desde la boca al alma.

 

 

El logroñés Francisco López de Zárate (1580-1658) da un giro a la historia, mostrando el amor de la marina diosa por Leandro, y la envidia de Neptuno, así como los celos de Hero, que se lanza a los brazos de Neptuno.

 

“A Leandro y Ero”

Ya cuando el Sol en sombra se bolvía;

cerrando los horrores del estrecho,

que del regazo, bien que no del pecho

de la Amante al Amante dividía.

Leandro, que a ruegos horas quitó al día,

siendo nave de sí, surcó el estrecho:

el mar·, con tanto incendio llamas hecho,

nuevo escarmiento en él apercebía.

Mas Neptuno invidiaba sus amores;

amava a Leandro la marina diosa,

que su cuidado redimió en sus brazos.

Ero por oponerse a sus fabores

arrojóse de amor muerta, o zelosa,

el Dios la recibió dándole abrazos.

 

Existe también un Soneto Viejo, de autor desconocido. José María de Cossío dice: aunque seguramente el soneto es posterior al de Garcilaso, tiene carácter más arcaico y tono de menor autenticidad renacentista que el del poeta toledano. El “soneto viejo” resume la materia del caso de Hero y Leandro en el último y fatal trance. No sigue modelo que yo conozca, ni para la versión vaga y sin especificación de accidentes la necesitaba. Debió de disfrutar este soneto de cierta popularidad y difusión.

 

 

Aquí lo tenemos:

 

Hero de la alta torre do miraba

a su Leandro, que en el mar venía,

helósele la sangre que tenía,

murióse cuando vio que muerto estaba.

Con lágrimas el mar acrescentaba,

el aire con sospiros encendía,

estremos eran grandes los que hacía,

palabras eran tales las que hablaba.

“¡Oh mal logrado esposo, oh dulce amigo!,

espérame, no partas, que ya muero;

de un golpe dio la muerte dos heridas.

Recíbeme, mi bien, allá contigo;

a do murió Leandro, muera Hero,

¡parézcanse las muertes a las vidas!”

 

Hero and Leander (1863), óleo sobre lienzo de 158 x 300 cm., de Victor Müller. Städelsches Kunstinstitut. Frankfurt am Main

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Es citado de nuevo Sócrates en Aristóteles, Metafísica XIII, IX, 1086a 35-1086b 5, cuando habla de las teorías de los primeros principios y las primeras causas o y elementos.

τὰ μὲν οὖν ἐν τοῖς αἰσθητοῖς καθ’ ἕκαστα ῥεῖν ἐνόμιζον [scil. οἱ τὰς ἰδέας λέγοντες] καὶ μένειν οὐθὲν αὐτῶν, τὸ δὲ καθόλου παρὰ ταῦτα εἶναί τε καὶ ἕτερόν τι εἶναι. τοῦτο δ’, ὥσπερ ἐν τοῖς ἔμπροσθεν ἐλέγομεν, ἐκίνησε μὲν Σωκράτης διὰ τοὺς ὁρισμούς, οὐ μὴν ἐχώρισέ γε τῶν καθ’ ἕκαστον˙ καὶ τοῦτο ὀρθῶς ἐνόησεν οὐ χωρίσας.

Y es que pensaban que las realidades sensibles singulares fluyen y ninguna de ellas permanece y que, por el contrario, el universal existe separado fuera de ellas y es otra cosa. El universal, como deciamos mas arriba68, lo puso en marcha Socrates mediante las definiciones, si bien no lo separo, ciertamente, de los individuos. Y razono correctamente al no separarlo.

La traducción es de Tomás Calvo Martínez, en Gredos.

Aristóteles atribuye a Sócrates, en Metafísica XIII, IV, 1078b 17-32, los razonamientos inductivos y las definiciones universales:

Σωκράτους δὲ περὶ τὰς ἠθικὰς ἀρετὰς πραγματευομένου καὶ περὶ τούτων ὁρίζεσθαι καθόλου ζητοῦντος πρώτου (τῶν μὲν γὰρ φυσικῶν ἐπὶ μικρὸν Δημόκριτος ἥψατο μόνον καὶ ὡρίσατό πως τὸ θερμὸν καὶ τὸ ψυχρόν˙ οἱ δὲ Πυθαγόρειοι πρότερον περί τινων ὀλίγων, ὧν τοὺς λόγους εἰς τοὺς ἀριθμοὺς ἀνῆπτον, οἷον τί ἐστι καιρὸς ἢ τὸ δίκαιον ἢ γάμος˙ ἐκεῖνος δ’ εὐλόγως ἐζήτει τὸ τί ἐστιν˙ συλλογίζεσθαι γὰρ ἐζήτει, ἀρχὴ δὲ τῶν συλλογισμῶν τὸ τί ἐστιν˙ διαλεκτικὴ γὰρ ἰσχὺς οὔπω τότ’ ἦν ὥστε δύνασθαι καὶ χωρὶς τοῦ τί ἐστι τἀναντία ἐπισκοπεῖν, καὶ τῶν ἐναντίων εἰ ἡ αὐτὴ ἐπιστήμη˙ δύο γάρ ἐστιν ἅ τις ἂν ἀποδῴη Σωκράτει δικαίως, τούς τ’ ἐπακτικοὺς λόγους καὶ τὸ ὁρίζεσθαι καθόλου˙ ταῦτα γάρ ἐστιν ἄμφω περὶ ἀρχὴν ἐπιστήμης)˙ -ἀλλ’ ὁ μὲν Σωκράτης τὰ καθόλου οὐ χωριστὰ ἐποίει οὐδὲ τοὺς ὁρισμούς˙ οἱ δ’ ἐχώρισαν, καὶ τὰ τοιαῦτα τῶν ὄντων ἰδέας προσηγόρευσαν.

 

Sócrates, por su parte, se ocupaba en estudiar las virtudes éticas y trataba, el primero, de definirlas universalmente. En efecto, de los físicos, solamente Demócrito tocó esto en muy pequena medida y definió de algún modo lo caliente y lo frío. Los Pitagóricos, a su vez, se habían ocupado antes en definir unas pocas cosas reduciendo sus nociones a los números, por ejemplo, que es Ocasión Favorable, o Justicia, o Unión. Aquél, sin embargo, pretendía con razón encontrar el que-es, pues pretendía razonar por silogismos y el que-es constituye el punto de partida de los silogismos. Pues la dialéctica no era entonces lo suficientemente vigorosa como para ser capaz de investigar los contrarios aparte del que-es, y si la misma ciencia se ocupa de los contrarios. Dos son, pues, las cosas que cabe atribuir en justicia a Socrates: los razonamientos inductivos y las definiciones universales. Y ambas estan, ciertamente, en el principio de la ciencia.

Sócrates, sin embargo, no separaba los universales ni las definiciones. Pero otros los separaron denominándolos “Ideas de las cosas que son”.

 La traducción es de Tomás Calvo Martínez, en Gredos.

De nuevo en Ética a Eudemo I, 1216b 2-10, Aristóteles habla sobre Sócrates y la virtud:

Σωκράτης μὲν οὖν ὁ πρεσβύτης ᾤετ’ εἶναι τέλος τὸ γινώσκειν τὴν ἀρετήν, καὶ ἐπεζήτει τί ἐστιν ἡ δικαιοσύνη καὶ τί ἡ ἀνδρεία καὶ ἕκαστον τῶν μορίων αὐτῆς. ἐποίει γὰρ ταῦτ’ εὐλόγως. ἐπιστήμας γὰρ ᾤετ’ εἶναι πάσας τὰς ἀρετάς, ὥσθ’ ἅμα συμβαίνειν εἰδέναι τε τὴν δικαιοσύνην καὶ εἶναι δίκαιον. ἅμα μὲν γὰρ μεμαθήκαμεν τὴν γεωμετρίαν καὶ οἰκοδομίαν καὶ ἐσμὲν οἰκοδόμοι καὶ γεωμέτραι. διόπερ ἐζήτει τί ἐστιν ἀρετή, ἀλλ’ οὐ πῶς γίνεται καὶ ἐκ τίνων.

Sócrates, el Viejo, pensaba que el fin es el conocimiento de la virtud, e investigaba qué es la justicia, el valor y cada una de las partes de la virtud; y su conducta era razonable, pues pensaba que todas las virtudes son ciencias, de suerte que conocer la justicia y ser justo iban simultáneos, dado que, en cuanto hemos aprendido la geometría y la arquitectura, somos ya arquitectos y geómetras. Por esta razón, él investigaba qué es la virtud, pero no cómo o de dónde procede.

 

 

Y, más adelante, en Ética a Eudemo VIII, 1246b 32-35, afrima, hablando de la prudencia, que Sócrates erró al considerar esta virtud como una ciencia:

ὥστε δῆλον ὅτι ἅμα φρόνιμοι καὶ ἀγαθαὶ ἐκεῖναι αἱ ἄλλου ἕξεις, καὶ ὀρθῶς τὸ Σωκρατικόν, ὅτι οὐδὲν ἰσχυρότερον φρονήσεως. ἀλλ’ ὅτι ἐπιστήμην ἔφη, οὐκ ὀρθόν: ἀρετὴ γάρ ἐστι καὶ οὐκ ἐπιστήμη, ἀλλὰ γένος ἄλλο γνώσεως.

Así pues, es evidente que los hombres son, al mismo tiempo, prudentes y buenos, y que aquellos modos de ser corresponden a personas distintas. Y son rectas las palabras de Sócrates de que unada es más poderoso que la prudencia», pero se equivocó cuando dijo que es una ciencia, pues es una virtud, y no una ciencia, sino otra clase de conocimiento.

 Traducción de Julio Pallí Bonet, en Gredos.

En Ética a Nicómaco, VII, 2, 1145 b 21-27, 31-34 y 3. 1147 b 14-17, respecto a la incontinencia y las opiniones sobre ella y sobre la continencia y el conocimeinto, Aristóteles vuelve a referirse a Sócrates.

ἀπορήσειε δ’ ἄν τις πῶς ὑπολαμβάνων ὀρθῶς ἀκρατεύεταί τις. ἐπιστάμενον [μὲν] οὖν οὔ φασίν τινες οἷόν τε εἶναι˙ δεινὸν γὰρ ἐπιστήμης ἐνούσης, ὡς ᾤετο Σωκράτης, ἄλλο τι κρατεῖν καὶ περιέλκειν αὐτὴν ὥσπερ ἀνδράποδον. Σωκράτης μὲν γὰρ ὅλως ἐμάχετο πρὸς τὸν λόγον ὡς οὐκ οὔσης ἀκρασίας˙ οὐθένα γὰρ ὑπολαμβάνοντα πράττειν παρὰ τὸ βέλτιστον, ἀλλὰ δι’ ἄγνοιαν

Se podría preguntar cómo un hombre que tiene recto juicio puede ser incontinente. Algunos dicen que ello es imposible, si se tiene conocimiento: pues, como Sócrates pensaba sería absurdo que, existiendo el conocimiento, otra cosa lo dominara y arrastrara como a un esclavo. Sócrates, en efecto, combatía a ultranza esta teoría, y sostenía que no hay incontinencia, porque nadie obra contra lo mejor a sabiendas, sino por ignorancia.

 

 

 […..] εἰσὶν δέ τινες οἳ τὰ μὲν συγχωροῦσι τὰ δ’ οὔ. τὸ μὲν γὰρ ἐπιστήμης μηθὲν εἶναι κρεῖττον ὁμολογοῦσιν, τὸ δὲ μηθένα πράττειν παρὰ τὸ δόξαν βέλτιον οὐχ ὁμολογοῦσιν

Hay algunos que, en parte, están de acuerdo con esta tesis y, en parte, no: pues admiten que nada hay más fuerte que el conocimiento, pero no están de acuerdo con que uno no pueda tener una conducta opuesta a lo que le parece mejor.

 καὶ διὰ τὸ μὴ καθόλου μηδ᾽ ἐπιστημονικὸν ὁμοίως εἶναι δοκεῖν τῷ καθόλου τὸν ἔσχατον ὅρον καὶ ἔοικεν ὃ ἐζήτει Σωκράτης συμβαίνειν˙ οὐ γὰρ τῆς κυρίως ἐπιστήμης εἶναι δοκούσης παρούσης γίνεται τὸ πάθος, οὐδὲ αὕτη περιέλκεται διὰ τὸ πάθος, ἀλλὰ τῆς αἰσθητικῆς.

Y, puesto que el último término no es universal ni científico, ni se considera semejante a lo universal, parece ocurrir lo que Sócrates buscaba; en efecto no es en presencia de lo que consideramos conocimiento en el principal sentido en el que se produce la pasión, ni es este conocimiento el que es arrastrado por la pasión, sino el sensible.

 

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Iniciamos en el presente artículo de esta longeva serie el repaso a los poemas castellanos que los tres autores, cuyos trabajos estamos glosando, a saber, Franco Durán, Moya del Baño y García Gual citan. Los estamos ofreciendo, por orden cronológico de nacimiento del autor. Tras Diego Hurtado de Mendoza y Juan de Coloma, seguimos con nuevos autores.

 

Aquí tenemos el soneto del coninmbricense Francisco Sáa de Miranda (1448-1558), amigo y admirador de Garcilaso, que escribió en su lengua nativa y en español:

 

Entre Sesto y Abido en mar estrecho,

luchando con las ondas sin sosiego,

con noche alta Leandro prueba el ruego,

prueba lágrimas tristes sin provecho.

Viendo que es todo vano, pone el pecho

de nuevo al bravo mar, ojos al fuego,

que en alta torre luce, ioh amor ciego,

que tanta crueldad has visto y hecho!

Nadaba, mientras pudo, hacia la playa,

de Sesto deseado y dulce puerto,

porque siquiera allí muriendo vaya.

“En fin, -ondas, vencéis- dijo cubierto

ya dellas, -más no haréis que allá no vaya.

¿Vivo no quereis vos? -pues iré muerto.

 

Héro et Léandre (1798), óleo sobre tabla de 253 x 318 cm., de Jean Joseph Taillasson. Museo de Bellas Artes de Burdeos

Diego Hernando de Acuña (1518-1580) también escribió sobre el mito:

 

De la alta torre al mar Hero miraba,

al mar, que siempre más se embravecía,

y esperando a Leandro se temía

mas siempre con temerse le esperaba.

Cuando la tempestad ya le acababa 

de su vida la lumbre, y de su guía,

y el cuerpo sin el alma a dar venía

do el alma con el cuerpo deseaba,

en esto la triste Hero, esclareciendo,

vio muerto a su Leandro en la ribera

del viento y de las ondas arrojado,

y dejóse venir sobre él, diciendo:

“Alma, pues otro bien ya no se espera,

éste al menos te será otorgado”.

 

Hero encuentra a Leandro (1880), óleo sobre lienzo de 200 x 140 cm., de Ferdinand Keller Colección privada

 

Gutierre de Cetina (1520-1557) dedicó dos sonetos al mismo mito. Éste es el primero, con claros ecos de los epigramas XXVb y CLXXXI de Marcial:

 

Leandro, que de amor en fuego ardía

puesto que a su deseo contrastaba,

al fortunoso mar que no cesaba,

nadando a su pesar, vencer quería.

Más viendo ya que el fin de su osadía

a la rabiosa muerte lo tiraba,

mirando aquella torre en donde estaba

Ero, a las fieras ondas se volvía.

A las cuales con ansia enamorada

dijo: “Pues aplacar furor divino,

enamorado ardor, no puede nada,

dejadme al fin llegar de este camino,

pues poco he de tardar, y a la tornada

secutad vuestra safia y mi destino.

 

Y aquí, el segundo:

 

Con aquel recelar que amor nos muestra

mezclado el desear con gran cuidado,

viendo soberbio el mar, el cielo airado,

Hero estaba esperando a la fenestra.

Cuando fortuna, que hacer siniestra

quiso la fin de un bien tan deseado,

al pie de la alta torre ya ahogado

del mísero Leandro el cuerpo adiestra.

Ciega, pues, del dolor extraño, esquivo,

de la fenestra con furor se lanza

sobre Leandro en el caer diciendo:

“Pues a mis brazos que llegase vivo

no quiso el hado, ¡oh sola mi esperanza!

espera, que a dó vas te vo’y siguiendo”.

 

Gutierre de Cetina, Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones, Madrid, Biblioteca de la Fundación Lázaro Galdiano

 

El sacerdote murciano, Diego Ramírez Pagán (ca 1524-d. 1562), escribió cuatro sonetos también sobre Hero y Leandro, los titulados: Leandro habla consigo mismo, A la muerte de Leandro, A la muerte de Hero y En la sepultura de Leandro y Hero orillas del mar.

 

En Leandro habla consigo mismo el joven de Ábido establece un breve diálogo con su pensamiento, que lo previene de los peligros de su travesía. El amor hacia Hero, lógicamente, se impone:

 

Leandro no te muestres atrevido,

contra el viento que fuerzas acrecienta,

tan brava es y furiosa la tormenta,

que aun yendo en buena nave yvas perdido.

No te fíes del mar embravecido,

ni de Boreas feroz que mucho alienta,

ni lumbre al mirador, no tienen cuenta

las veces que se ha muerto y encendido.

Dexadme ya covardes pensamientos.

Veo resplandecer a mi Lucero,

y yo estoy con vosotros disputando.

¿Qué parte será el agua, ni los vientos

contra la deidad de la alta Hero

que con divina boz me está llamando?

 

A la muerte de Leandro emplea claros antecedentes de Museo y Ovidio. Museo decía en el verso 255 Su remero, su pasajero, su propia nave (= αὐτὸς ἐὼν ἐρέτης, αὐτόστολος, αὐτόματος νηῦς). En estrecho paralelismo Ovidio, en Heroidas XVIII, 148, escribía: idem navigium, navita, vector ero!. Observemos cómo Ramírez dice:

 

su cuerpo de navío le servía,

él mismo era la barca. y él remava

Aquí está el soneto:

Hacia Sesto Leandro navegava

al tiempo que la mar se embravecía,

su cuerpo de navío le servía,

él mismo era la barca. y él remava.

Tan noche, y tan escuro el cielo estaba

que ni una estrella sola parecía,

si no la lumbre que Hero le encendía,

y el viento cada punto la matava.

Dioses del mar, y tú, Venus nascida

en estas ondas, dixo, a vos invoco,

dad fácil curso al puerto de mi Hero.

O crueldad, que nunca fue entendida

de sus dioses la boz, y hasta un poco

fue tragado del mar horrendo y fiero.

 

La despedida de Hero y Leandro (antes de 1837), óleo sobre lienzo de 146 x 236 cm., de Joseph Mallord William Turner. The National Gallery de Londres

 

A la muerte de Hero narra, de forma descarnada, el suicidio de Hero, lanzándose sobre el cuerpo de su amado, incapaz de vivir sin él; comprobando que el dolor no acaba con su vida, decide lanzarse desde la torre. El último verso es, realmente, tajante: se arroja, cahe, y muere en un momento.

 

Aquí tenemos el suicidio de Hero:

Hero con alaridos rompe el cielo,

de ver la era dolor y gran mancilla,

quando a Leandro en la mojada orilla

vio mortal y tendido en aquel suelo.

Sobre todo dolor, su desconsuelo,

la color roxa, buelta en amarilla,

el tempestuoso mar se maravilla,

y se para a escuchar su triste duelo.

Mas viendo quel dolor ya se tardava

en quitarle la vida y el tormento,

por seguir muerta al que sin alma estava

de la torre, ligera más que el viento,

sobre el cuerpo del moço, que espirava,

se arroja, cahe, y muere en un momento.

 

En la sepultura de Leandro y Hero orillas del mar es una invitación a los caminantes a que se detengan a contemplar la tumba de los amantes y piensen en su “doloroso y acerbo caso”:

 

O tu que vas tu vía caminando

detén un poco el passo pressuroso,

llora el acerbo caso, y doloroso

de los que fenescen bien amando.

El mancebo de Abido, que nadando

passó del Hellesponto el mar furioso,

aquí murió, y aquí tiene reposo,

poca piedra y gran mar lo están guardando.

Y en este su estrechísimo aposento

a su divina Hero da acogida,

muerta por él con sobra de tormento.

Gran deidad aquí yaze escondida,

hay honra al venerable monumento

que dá a los dos muriendo inmortal vida.

Hero lamenta la muerte de Leandro (1635-1637), color sobre lienzo de 155 x 251 cm., de Jan van den Hoecke. Kunsthistorisches Museum de Viena, Gemäldegalerie

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Nos referíamos en el anterior capítulo de esta serie a los hijos de Sócrates, de los que habla Antonio Tovar en su Vida de Sócrates. Por cierto, que Tovar también habla de la bigamia de Sócrates, a la que nos referimos en el capítulo II de esta serie. Aquí lo tenemos:

Una de estas anécdotas interesadas es la historia de la bigamia de Sócrates. Aristóteles, que dedicó a la eugenesia una atención especial, consideró el caso de Sócrates, tanto, a lo que parece, en el mismo como en sus hijos, y entonces se encontró con el problema de que un genio como Sócrates tuvo tres hijos todos vulgares. Para que el experimento fuera suficiente, no bastaba con que los tres hijos pudieran ponerse a cuenta de Xantipa; era mejor que dos mujeres hubiesen concebido del sabio con resultado igualmente mediocre. Y Aristóteles presto crédito a la fábula que hablaba de unas relaciones amorosas de Sócrates con Mirtó, la hija de Arístides el Justo. Los aristotélicos del siglo III recibieron la historieta con alegría, y Aristoxeno, Sátiro, Demetrio Falereo, afirman la cosa y la rodean de detalles cada vez más precisos. La primera mujer sería Xantipa, la madre de Lamprocles; para los otros dos hijos, Sofronisco y Menéxeno, habría que hablar de Mirtó; tal es el orden que parece deducirse de Aristóteles, mientras que otros afirman que si Xantipa aparece bien atestiguada en el Fedón como la esposa de Sócrates cuando su condena, mal podía ser Mirtó la segunda, por lo que había que suponer un orden contrario; pero entonces la dificultad es conciliar este orden con el hecho de que Lamprocles, el hijo de Xantipa en las Memorables, es el primogénito.

No faltaron por ello autores que acudieron a la invención de que Sócrates fue sencillamente un bígamo, que estuvo a la vez casado con las dos, autorizado por una supuesta ley que habría admitido, en vista de la despoblación resultante de las guerras, que para aumentar la población de Atenas pudieran los ciudadanos estar casados con una ateniense y a la vez tener hijos de una concubina.

Pero lo que comenzó en Aristóteles (si es que la referencia es realmente de él) por ser una información creída ligeramente con referencia a un interés científico, se había convertido en rumor indecoroso que les convenía mucho a los novelescos peripatéticos que se divertían en ridiculizar a Sócrates. Surgió una literatura contraria y en Panecio, y más tarde en Plutarco, hallamos huellas de una crítica contra toda esta mentida historieta de la bigamia de Sócrates.

 

 

En realidad, las relaciones con Mirto y toda esta historia surgen sencillamente de referencias confusas e interpretadas interesadamente primero en la literatura sobre la eugenesia, y luego en la chismografía peripatética. Sócrates no estuvo casado sino con Xantipa, y ella debía de ser mucho más joven que él, pues si el primogénito, Lamprocles, era “ya muchacho” cuando la muerte del maestro, y los otros dos hijos eran pequeños, esto nos prueba que el maestro se casó tarde, cuando tendría más de cincuenta años, o casi más cerca de los sesenta. Lo que no se puede hacer es juzgar el matrimonio de Sócrates con un criterio moderno.

Aun los mismos antiguos de siglos posteriores estaban muy lejos del estilo primitivo de la vida familiar en el siglo v.

Podemos decir que se ha escrito demasiado y sin necesidad sobre el asunto de las relaciones entre Sócrates y Xantipa. En aquel tiempo, el matrimonio apenas había sobrepasado la relación natural que tiene por único objeto la propagación de la estirpe. Por lo demás, Xantipa, según Burnet, podía ser de buena familia: la forma de su nombre la pone en relación con la familia de Pericles, y también es aristocrático el nombre de su hijo Lamprocles.

De nuevo en la Retórica de Aristóteles, 1419 a 8-12, cuando el Estagirita habla de los usos retóricos de la interrogación se refiere al diálogo entre Sócrates y su acusador Meleto:

οἷον Σωκράτης Μελήτου οὐ φάσκοντος αὐτὸν θεοὺς νομίζειν, εἴρηκεν εἰ δαιμόνιόν τι λέγοι, ὁμολογήσαντος δὲ ἤρετο εἰ οὐχ οἱ δαίμονες ἤτοι θεῶν παῖδες εἶεν ἢ θεῖόν τι, φήσαντος δὲ «ἔστιν οὖν» ἔφη «ὅστις θεῶν μὲν παῖδας οἴεται εἶναι, θεοὺς δὲ οὔ;»

Por ejemplo: cuando Meleto dijo que Sócrates no apreciaba a los dioses, como, sin embargo, admitió que (Sócrates) reconocía 10 a un cierto daímon, éste le hizo la pregunta de si los daímones eran hijos de los dioses o, al menos, algo divino; y, al asentir él, le replicó: «¿y es posible que alguien crea que existen los hijos de los dioses y no los dioses?»

 Traducción de Quintín Racionero, en Gredos.

 

 

El propio Aristóteles, en Ética a Nicómaco 1127b, 22-26, en el capítulo dedicado a la sinceridad, en el Libro IV, escribe:

οἱ δ’ εἴρωνες ἐπὶ τὸ ἔλαττον λέγοντες χαριέστεροι μὲν τὰ ἤθη φαίνονται˙ οὐ γὰρ κέρδους ἕνεκα δοκοῦσι λέγειν, ἀλλὰ φεύγοντες τὸ ὀγκηρόν˙ μάλιστα δὲ καὶ οὗτοι τὰ ἔνδοξα ἀπαρνοῦνται, οἷον καὶ Σωκράτης ἐποίει.

Los irónicos, que minimizan sus méritos, tienen, evidentemente, un carácter más agradable, pues parecen hablar así no por bueno, sino para evitar la ostentación. Éstos niegan, sobre todo, las cualidades más reputadas, como hacía Sócrates.

Traducción de Julio Pallí Bonet, en Gredos.

Nueva alusión a Sócrates en Aristóteles la tenemos en la Metafísica I, VI, 987b 1-6, cuando habla de los principios y las causas en Platón.

Σωκράτους δὲ περὶ μὲν τὰ ἠθικὰ πραγματευομένου περὶ δὲ τῆς ὅλης φύσεως οὐθέν, ἐν μέντοι τούτοις τὸ καθόλου ζητοῦντος καὶ περὶ ὁρισμῶν ἐπιστήσαντος πρώτου τὴν διάνοιαν, ἐκεῖνον ἀποδεξάμενος διὰ τὸ τοιοῦτον ὑπέλαβεν [scil. Plato] ὡς περὶ ἑτέρων τοῦτο γιγνόμενον καὶ οὐ τῶν αἰσθητῶν.

Como, por otra parte, Sócrates se había ocupado de temas éticos y no, en absoluto de la naturaleza en su totalidad, sino que buscaba lo universal en aquellos temas, habiendo sido el primero en fijar la atención en las definiciones, [Platón] lo aceptó, si bien supuso por tal razón que aquell no se da en el ámbito de las cosas sensibles, sino en el de otro tipo de realidades.

La traducción es de Tomás Calvo Martínez, en Gredos.

 

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Y tras el poema de Francisco de Aldana, que glosaba el soneto XXIX de Garcilaso, al que alude García Gual en su prólogo a la edición de Gredos, proseguimos con lo que dice el helenista mallorquín en el citado prólogo a la edición de Montes Cala, en Gredos:

Cierto que el tema de los amantes de Sesto y Abido ya estaba en la Literatura Española mucho antes del Renacimiento, por influencia de dos famosas cartas, la XVIII y XIX, de las Heroidas de Ovidio. Alfonso X el Sabio, que tradujo algunas de las epístolas de las Heroidas, resumió la leyenda de Hero y Leandro en un pasaje de su General Estoria (según muestran muy precisa y claramente Pilar Saquero y Tomas González Rolán en su introducción al Bursario de Juan Rodríguez del Padrón, Madrid, 1984, págs. 22 y ss.). Fue, ya en el siglo XV, Juan Rodríguez del Padrón quien en su Bursario tradujo al castellano, acompañándolas de algún breve comentario, las dos epístolas ovidianas: la de Leandro a Hero y la de Hero a Leandro. Comparar los poemas ovidianos con el de Museo no es tarea para un prólogo como éste, pero resulta un curioso contraste el de las dos cartas paralelas compuestas con delicada retórica y el epilio poético de tono novelesco y final trágico, compuesto por un poeta tardío y erudito como es Museo.

María Jesús Franco Durán, en el citado trabajo (El mito de Hero y Leandro: algunas fuentes grecolatinas y supervivencia en el Siglo de Oro español) afirma:

Garcilaso se inspiró directamente en el epigrama XXVb de Marcial:

Cum peteret dulces audax Leandro amores

est fessus tumidis iam premeretur aquis

sic miser instantes adfatus dicitur undas:

«Parcite dum propero, mergite cum redeo.»

(XXV b

Dirigiéndose el audaz Leandro hacia sus dulces amores y, cansado, viéndose apurado por lo encrespado de las aguas, se dice que el desgraciado dirigió esta súplica a las amenazantes olas: “Perdonadme cuando tengo prisa por llegar, sumergidme cuando vuelva”.

Traducción de José Guillén, en Institución “Fernando el Católico” (CSIC), Zaragoza, 2004)

 

Marcial, así como Garcilaso, no nos relata la historia completa, sino que únicamente nos presenta a Leandro en el momento de pasar el Helesponto y que, vencido por el esfuerzo, se dirige en vano a las olas antes de morir.

 

Y añade Franco Durán:

Sin embargo, el mérito de Garcilaso fue el de introducir el tema en la literatura de Siglo de Oro. Su soneto, que estaba impreso en pliego suelto desde 1536, tuvo muchos imitadores y Hero y Leandro se convirtieron en un recurso temático que fue enriqueciéndose y moldeándose con las diversas versiones de otros poetas.

Sá de Miranda es uno de los primeros autores que engrosa la lista de los que imitaron a Garcilaso en el tratamiento del tema. En su soneto «A la muerte de Leandro» encontramos muchos paralelismos con aquel autor, aunque hay algunas novedades: Sá de Miranda localiza espacialmente la acción entre Sesto y Abido y en el segundo terceto Leandro desafía a las olas diciéndoles que no van a impedir su llegada, aunque sea muerto.

Más fiel a la fuente garcilasiana es Gutierre de Cetina que compuso un soneto en la misma línea y que no aporta novedades en cuanto al tema, pero va depurando el estilo poético.

García Gual, por su parte, en el prólogo a la edición de Montes Cala, en Gredos dice:

Más fieles al texto griego son las dos versiones castellanas en verso – en endecasílabos libres- de José Antonio Conde (Madrid, 1797) y Miguel Jiménez Aquino (Cádiz, 1922). Ambas están recogidas y comentadas sucintamente en el libro de F. Moya ya citado (El tema de Hero y Leandro en la Literatura espanola, Murcia, 1966). Van al final del apéndice, que recoge a modo de curiosa antología toda una serie de poemas y una comedia (la de Mira de Amescua, Comedia de Hero y Leandro) que testimonian la larga estela de ecos y reflejos dejados por el tema en nuestra literatura. Además de un romance anónimo judeo-español, figuran obras de Garcilaso, Gutierre de Cetina, Francisco Sáa de Miranda, Juan de Coloma, un romance anónimo y un soneto de autor desconocido, Diego Ramírez Pagán, Hernando de Acuña, Fernando de Herrera, Diego de Mendoza, Juan de Arjona, Valdés y Meléndez, Dona Hipólita de Narváez, Lope de Vega, Diego de Mexia, Salas Barbadillo, López de Zárate, Góngora, Bocángel, Medrano y Barrionuevo, Quevedo, Trillo y Figueroa, Manuel Salinas, Valmaseda, Ignacio de Luzán, Nicolás Fernández de Moratín, José Antonio Conde y Jiménez de Aquino. Los dos traductores cierran así una larga y significativa lista – e n la que aún se podría añadir algún nombre más, como los de Francisco de Aldana y Juan de Arquijo, por ejemplo, y algunos romances.

Nosotros ofrecemos algunas de las obras citadas por García Gual y Franco Durán, y que aporta Francisca Moya del Baño, en el apéndice citado por García Gual, por orden cronológico de nacimiento del autor:

Diego Hurtado de Mendoza (1417-1479) escribe, imitando a Virgilio, sobre Hero y Leandro, sin citarlos, parece que movido por la nueva escuela de Boscán.

¿Quién dio fuerzas al joven, que de hecho

le enciende Amor y le revuelve en fuego’?

En noche obscura el tespestoso estrecho

atravesar con lluvia y tiempo ciego,

cortar las bravas olas ·con el pecho;

truena y abrasa el cielo, y el mar luego

rompe las altas peñas resonando,

mas él con su furor pasa nadando.

No lo tienen turb·ados elementos,

ni los padres con lágrimas y llanto;

el mar negro sacado de cimientos,

no le aparta el, deseo, y pone espanto;

no la virgen· que en ansias y tormentos

suspensa pasará aquel entretanto,

y al fin morirá·muerte lastimera

sobre el cuerpo tendido en la ribera.

Diego Hurtado de Mendoza (1504-1575)

El aragonés Juan de Coloma (¿-1517) escribió también sobre los amantes helespontíacos:

En el soberbio mar se vía metido

Leandro y de sus ondas trastornado,

Y menos del temor de muerte helado

que del fuego de amores encendido,

cuando de congoxoso y oprimido,

de aliento y fuerza ya desesperado,

de aquel estorbo ya desamparado

más que de su morir y entristecido,

habló desta manera, mas fué en vano,

echando el alma en el postrer acento,

d’ uña cansada voz y dolorida:

“Oh riguroso mar y airado viento,

dexadme adonde voy allegar sano

y luego me ahogad a la venida.”

Hero se lamenta por Leandro muerto (ca. 1635-1637), óleo sobre lienzo de 155 x 215 cm., de Jan van den Hoecke. Kunsthistorisches Museum de Viena. Gemäldegallerie, Sala XII

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