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Archive for the ‘Mitología’ Category

 

Y llegamos, por fin, a esta larga serie en la que hemos glosado, con ayuda de la traducción y notas de José Guillermo Montes Cala, en su edición en Gredos, el poema “Hero y Leandro”, de Museo el Gramático, que surgió, allá por el 23 de diciembre de 2015, como consecuencia de la audición en el programa de Radio Clásica “El mundo de la fonografía”, que dirigía y presentaba el inigualable y tristemente fallecido José Luis Pérez de Arteaga, el 10 de octubre de 2015, del poema sinfónico “Ero e Leandro” de Alfredo Catalani, interpretado por la Oquesta Sínfónica de Roma, dirigida por Francesco La Vecchia.

 

En aquel primer capítulo también hablamos de la cantata Ero e Leandro HWV 150 (Qual ti riveggio, oh Dio!) de Handel que ofrecemos en esta última entrada.

 

 

Estábamos ofreciendo poemas quevedianos de tono burlesco sobre el mito de Hero y Leandro y, en el anterior capítulo, ofrecimos completo el poema de Quevedo Hero y Leandro en paños menores.

 

 

 

Carlos García Gual, al final del prólogo a la edición de Montes Cala, dice:

Es muy curioso que tanto Góngora como Quevedo coincidieran en darnos sus caricaturas del idilio, desmitificando el episodio con sus brochazos de farsa. Contrastan con el tono general con que los autores del Siglo de Oro evocaron la trágica historia de los amantes. Un tono que reaparece en autores posteriores, como los ilustrados Luzán y Nicolás Fernández de Moratín, que le dedicaron sendos poemas, excelentes ambos.

Tambien de sus dos poemas podemos citar, muy brevemente, los comienzos. Ignacio de Luzán compuso en cuartetas un buen relato titulado: “Leandro y Hero, idilio anacreóntico”, que empieza asi:

Musa, tú que conoces

los yerros, los delirios

los bienes y los males

de los amantes finos

Dime quién fue Leandro

qué Dios o qué maligno

astro en las fieras ondas

cortó a su vida el hilo

Leandro a quién mil veces

los duros ejercicios

del estadio ciñeron

de rosas y de mirtos

equívoco contigo”.

 

 

Y Nicolás Fernández de Moratín (1737-1780) un soneto de clásico corte:

Del más constante amor nave y pirata,

faluca ardiente, y bergantín amante,

intrépido, amoroso y arrogante

boga Leandro en piélagos de plata.

Más ¡ay! que inquieto el Euro se desata:

gime el ponto con silbo resonante,

y al viviente bagel ya fluctuante

atropella, sumerge y arrebata.

Viéndose de la muerte amenazado,

él las ondas con voz entristecida

así clamaba el joven desdichado:

Perdonadme (les dijo) ahora en la ida;

y sofocad mi aliento fatigado,

en volviendo de ver a mi querida.

 

 

 

 

Hemos encontrado también Hero y Leandro, poema sinfónico compuesto por Ginés Martínez Vera para orquesta sinfónica, basado en la mitología griega, con el que en 2016 ganó la medalla de plata en THE GLOBAL MUSIC AWARDS 

 

Pero no debemos prolongar mas este prólogo, en el que sólo hemos querido destacar algunos hitos de esa tradición hispánica del tema y del poema de Museo. Los comentarios críticos que Francisca Moya, en su ya citado estudio, y José Guillermo Montes Cala, en su introducción, ofrecen cuidadosa y doctamente permiten tener una buena idea de la larga estela de imitaciones y ecos de la misma en nuestra literatura.

 

 

Sírvanos este párrafo del final del prólogo de García Gual, para dar fin también a nuestro trabajo sobre Hero y Leandro y su pervivencia en la poesía española, que hemos realizado con la inestimable ayuda de la traducción y notas de José Guillermo Montes Cala, en su edición de Gredos, el prólogo de Carlos García Gual a dicha edición, María Jesús Franco Durán (Universidad de Salzburgo, Austria) en El mito de Hero y Leandro: algunas fuentes grecolatinas y supervivencia en el Siglo de Oro español, y Francisca Moya del Baño en El tema de Hero y Leandro en la literatura española (publicaciones de la Universidad de Murcia, 1966.

Si ha servido mínimamente para recordar este mito de la antigüedad clásica, nos daremos por satisfechos.

 

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Tras el primer romance quevediano “Hero y Leandro” (Esforzóse pobre luz) y el análisis de Vicente José Nebot Nebot, en La taberna nº 36, del poema Hero y Leandro en paños menores, vamos a ofrecerlo completo.

Aparece en este poema una breve una alusión al mito de Hero y Leandro, en el que estos amantes trágicos sufren un desafortunado final por intentar mantener un amor prohibido. Concretamente, Hero vivía en una torre en la que cada noche encendía una luz que servía para que Leandro pudiera atravesar el estrecho y pudieran reunirse. Una noche de tormenta, el viento apagó la luz de Hero, por lo que Leandro no tenía ninguna referencia y murió ahogado. También Hero murió, ya que se tiró desde la torre. En el poema se identifica su corazón con Leandro, por lo que se interpreta que lucha por sus sentimientos e intenta no morir por ellos (“su amor ostenta, su vivir apura”) en un tormento ardiente (“fuego proceloso”) que le causa que su amor por la dama del cabello dorado no pueda realizarse. Ya en la primera estrofa se hizo referencia a una tormenta, lo que le aporta un nuevo matiz: la “tempestad”, que se interpreta como el movimiento del cabello, también hace referencia al sufrimiento que le producen sus sentimientos amorosos.

 

Señor don Leandro,

vaya en hora mala,

que no puede en buena

quien tan mal se trata.

¿Qué se imagina cuando

de bajel se zarpa,

hecho por la Hero

aprendiz de rana?

¿Pescado se vuelve

el hijo de cabra,

para quien mondongo

quiere más que escamas?

 

 

Ya no hará en sorberse

el mar mucha hazaña

un amante huevo

pasado por agua.

Bracear y a ello,

por ver la muchacha,

una perla toda,

que a menudo ensartan.

Moza de una venta

que la Torre llaman

navegantes cuervos

porque en ella paran.

Chicota muy limpia,

no de polvo y paja,

que hace camas bien

y deshace camas.

 

 

Corita en cogote

y gallega en ancas,

gran mujer de pullas

para los que pasan.

Piernas de ramplón,

fornida de panza,

las uñas con cejas

de rascar la caspa.

Rolliza, y muy rollo,

donde cuelgan bragas,

derribada de hombros,

pero más de espaldas.

Que aunque del futuro

con nombre la llaman

del buen sum, es, fui,

cumple sus palabras.

Bien en puros cueros

va, pues, a esta dama,

que los apetece

más que las enaguas.

 

 

Y rema contento

mirando su cara,

estrellón de venta,

norte con quijadas.

Un candil le asoma

por una ventana,

farol de cocina

que el viento le apaga.

Tan mal prevenida,

que unas hojarascas

ardiendo no tiene

con que se enjugara.

Del candil la mecha

es toda su llama

y con muchas tales

no cura sus llagas.

 

 

Pero ir sin gregüescos

no es muy mala traza

para disculparse

del no darle blanca.

Si ansí fueran todos

a ver a sus daifas,

fueran ahorrados

y ahorros de paga.

Que aunque de sus uñas

hicieran tenazas,

estuvieran libres

que los desnudaran.

Si como va vuelve,

buena dicha alcanza,

y si por las cortas,

el mar no le embarga,

Guarde que le dé

por cárcel la casa,

pues son calabozos

sus mejores salas.

Mancebito, aguije,

que los vientos braman

y la luz dormita

ya en trémulas pausas.

 

 

Para cuando vuelva

pida las borrascas,

que a un arrepentido

no serán ingratas.

Si el nadar despacio

para entonces guarda,

andará entendido,

ya que necio hoy anda.

Porque de la moza

la limpieza es tanta,

que al hondo a lavarse

entrará de gana.

¿Pero qué le ha dado?

Sin duda es que traga

a la engendradora

de las cucharadas.

¿Juega al escondite?

 

 

Si danza, sea la alta,

que en el mar no es bueno

el danzar la baja

¿Se ahoga de veras,

o finge las bascas

por hacer reír

a la desollada?

Pero ya dió al traste.

¡Hay tan gran desgracia,

que a vista del puerto

no llegue a la playa!

No habrá habido ahogado

que mejor lo haga,

ni con menos gestos,

ni con mayor gracia.

Ya Hero lo ha visto

y por él se arranca

todos los cabellos,

y se mete a calva.

 

 

A diluvios llora,

no en forma ordinaria,

la nariz moquitas,

los ojos lagañas.

“¡Ay Leandro! -dijo-.

grítelo la fama,

que muerto el efeto

no vivió la causa.

Más ya que desnudo

a morir te echabas,

mucho tus vestidos

hoy me consolaran

Más pues todo amores

fué ese pecho y nada,

a nadar contigo

éste mío vaya.

 

 

Desde este desván

a ese mar de plata

dar conmigo quiero

una zaparrada,

por si a los dos juntos

piadoso nos traga,

como caperuzas,

algún pez tarasca.

Y en sepulcro vivo,

por tálamo, zampa

estos dos amargos

de una vez la Parca.

Que para memoria,

en las peñas pardas

que este dolor miran

casi lastimadas,

escribirá Amor

con letra bastarda

cortando una pluma

de sus propias alas:

Cual güevos murieron

tonto y mentecata,

Satanás los cene,

buen provecho le hagan.

 

 

Calló, y lo primero

el candil dispara;

y, por no mancharse

las olas se apartan:

Y deshecha en llanto,

como la que vacía,

echándose, dijo:

“Agua va”. a las aguas.

Hízose allá el mar

por no sustentarla,

y porque la arena

era menos blanda.

Dio sobre el aceite

del candil, de patas,

y en aceite puro

se quedó estrellada.

La verdad es ésta,

que no es patarata,

aunque más jarifa

Museo la canta.

 

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Tras los dos sonetos serios de Quevedo ofrecidos en el anterior capítulo y un breve análisis de María José Franco Durán de la ridiculización, burla y sarcasmo que Quevedo hace de los mitos clásicos, vamos con uno de los romances del poeta madrileño.

El “Romance de Hero y Leandro” es, como el “Hero y Leandro en paños menores”, un romance cómico, y empieza:

 

“Hero y Leandro”

Esforzóse pobre luz pobre luz 

A contrahacer el Norte,

A ser piloto el deseo,

A ser farol una torre.

Atrevióse a ser Aurora

Una boca a media noche,

A ser bajel un amante,

Y dos ojos a ser Soles.

Embarcó todas sus llamas

El Amor en este joven,

Y caravana de fuego,

Navegó Reinos Salobres.

 

 

Nuevo prodigio del Mar

Le admiraron los Tritones;

Con centellas, y no escamas,

El agua le desconoce.

Ya el Mar le encubre enojado,

Ya piadoso le socorre,

Cuna de Venus le mece,

Reino sin piedad le esconde.

Pretensión de mariposa

Le descaminan los Dioses:

Intentos de Salamandra

Permiten que se malogren.

Si llora, crece su muerte,

Que aun no le dejan que llore;

Si ella suspira, le aumenta

Vientos que le descomponen.

 

Tate; (c) Tate; Supplied by The Public Catalogue Foundation

 

Armó el estrecho de Abido,

Juntaron vientos feroces

Contra una vida sin alma

Un ejército de montes:

Indigna hazaña del Golfo,

Siendo amenaza del Orbe,

Juntarse con un Cuidado

Para contrastar un hombre.

Entre la luz y la muerte

La vista dudosa pone;

Grandes Volcanes suspira

Y mucho piélago sorbe.

Pasó el mar en un gemido

Aquel espíritu noble:

Ofensa le hizo Neptuno,

Estrella le hizo Jove,

De los bramidos del Ponto

Hero formaba razones,

Descifrando de la orilla

La confusión en sus voces.

 

 

Murió sin saber su muerte,

Y expiraron tan conformes,

Que el verle muerto añadió

La ceremonia del golpe.

De piedad murió la luz,

Leandro murió de amores,

Hero murió de Leandro,

Y Amor de envidia murióse.

 

Vicente José Nebot Nebot, en La taberna nº 36, nos dice:

La degradación de los mitos en Quevedo se adscribe a su afamada producción satírico-burlesca, sumo ejemplo de imaginación expresiva y dominio del lenguaje. Los mitos clásicos, idealizados durante el periodo renacentista, representaron en Quevedo una gran fuente de inspiración para la composición tanto de poemas graves donde aflora el respeto artístico y, a su vez, para fraguar parodias sumamente degradadoras del mito.

 

 

La historia de Hero y Leandro suscitó dos versiones quevedianas. “Hero y Leandro” está narrada como un amor desdichado y se trata de una versión seria, aunque sin el citado culto renacentista (compárese con el soneto de Hernando de Acuña, “De la alta torre al mar Hero miraba”, o con el de Garcilaso “Pasando el mar Leandro el animoso”), secundada por otros poetas barrocos. Probablemente, Góngora escribió la primera parodia del mito en “Arrojóse el mancebito”, en cuyo poema Quevedo copió la imagen de Leandro como huevo pasado por agua y de Hero como huevo estrellado, chistes que se hicieron muy populares y fueron muy imitados. En la versión sumamente burlesca de don Francisco “Hero y Leandro en paños menores”, la descripción y la narración grotescas llegan a innovadores extremos caricaturescos.

El romancillo “Hero y Leandro en paños menores” es una parodia mordaz en la que el autor se burla abiertamente de la historia de Hero y Leandro y, por extensión, del hecho amoroso. La forma métrica, el uso de versos hexasílabos, también se corresponde con los poemas de carácter satírico o festivo (baste citar algún ejemplo de Quevedo, “La vida poltrona”, o de Góngora, “Hermana Marica”). Leandro es aquí “aprendiz de rana”, frente a la “caravana de fuego” del otro poema quevediano dedicado al mito, y Hero es “moza de una venta”, con toda la denostación que ello implica, pues las mozas de las ventas tenían fama de echarse con sus huéspedes. La descripción de Hero es la de una figura grotesca, lejos de la idealización renacentista, con numerosas alusiones sexuales en que los amantes quieren encontrarse por apaciguar su deseo lujurioso.

 

 

Algunas referencias, comentadas por James O. Crosby: “…por ver la muchacha, / una perla toda / que a menudo ensartan” (la perla se ensarta metiendo el hilo por el agujero de ésta); “las uñas con cejas / de rascar la caspa” (además del sentido literal, alude a rascar el pelo del pubis). Hero es tratada como una ramera (“daifa”) que no cobra por sus favores, dado que Leandro va hacia su torre en cueros y sin “blanca”. Cuando éste se ahoga, es descrito de esta manera: “Pero ¿qué le ha dado? / sin duda es, que traga / a la engendradora / de las cucarachas”, ya que, explica Cobarrubias, “las cucarachas se criaban debajo de las tinajas de agua y de las piedras, donde hay humedad”. Mientras, Hero se desespera viendo a Leandro: “y por él se arranca / todos los cabellos / y se mete a calva”; sus lloros no son nada “ordinarios”, pues van mezclados de “moquitas” y “lagañas”. Seguidamente, el discurso que declama Hero es impropio de su imagen tradicional, insertado en una parodia donde se reúnen elementos burlescos hasta su término. Cuando Hero se lanza desde lo alto de la torre, el mar se aparta “por no sustentarla, / y porque la arena / era menos blanda”. Hero anuncia su caída al grito de “¡agua va!”, expresión de la época que anunciaba a la gente de la calle que se iba a tirar el agua sucia de la casa.

 

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Y, tras haber ofrecido en el anterior capítulo el primer romance burlesco de Góngora Fábula de Hero y Leandro (1610) que se inicia así: Aunque entiendo poco griego, vamos ahora con el otro romance gongorino, que es continuación del ya ofrecido:

SEGUNDA PARTE DE LA FÁBULA DE LOS AMORES DE HERO Y LEANDRO, Y DE SUS MUERTES (1589)

Arrojóse el mancebito

al charco de los atunes,

como si fuera el estrecho

poco más de medio azumbre.

Ya se va dejando atrás

las pedorreras azules

con que enamoró en Abido

mil mozuelas agridulces.

Del estrecho la mitad

pasaba sin pesadumbre,

los ojos en el candil,

que del fin temblando luce,

cuando el enemigo cielo

disparó sus arcabuces,

se desatacó la noche

y se orinaron las nubes.

 

(c) Sir Christopher Cook, Bt; Supplied by The Public Catalogue Foundation

 

Los vientos desenfrenados

parece que entonces huyen

del odre donde los tuvo

el griego de los embustes.

El fiero mar, alterado,

que ya sufrió como yunque

al ejército de Jerjes,

hoy a un mozuelo no sufre;

mas el animoso joven,

con los ojos cuando sube,

con el alma cuando baja,

siempre su norte descubre.

No hay ninfa de Vesta, alguna,

que así de su fuego cuide

como la dama de Sesto

cuida de guardar su lumbre:

con las almenas la ampara,

porque ve lo que le cumple,

con las manos la defiende

y con las ropas la cubre;

 

 

pero poco le aprovecha,

por más remedios que use,

que el viento con su esperanza

y con la llama concluye.

Ella entonces, derramando

dos mil perlas de ambas luces,

a Venus y a Amor promete

sacrificios y perfumes;

pero Amor, como llovía,

y estaba en cueros, no acude,

ni Venus, porque con Marte

está cenando unas ubres.

El amador, en perdiendo

el farol que lo conduce,

menos nada y más trabaja,

más teme y menos presume;

ya tiene menos vigor,

ya más veces se zabulle,

ya ve en el agua la muerte,

ya se acaba, ya se hunde.

 

 

Apenas expiró, cuando,

bien fuera de su costumbre,

cuatro palanquines vientos

a la orilla lo sacuden,

al pie de la amada torre

donde Hero se consume,

no deja estrella en el cielo

que no maldiga y acuse;

y viendo el difunto cuerpo,

la vez que se lo descubren

de los relámpagos grandes

las temerosas vislumbres,

desde la alta torre envía

el cuerpo a su amante dulce,

y la alma a donde se queman

pastillas de piedra zufre.

 

 

Apenas del mar salía

el sol a rayar las cumbres,

cuando la doncella de Hero,

temiendo el suceso, acude,

y, viendo hecha pedazos

aquella flor de virtudes,

de cada ojo derrama

de lágrimas dos almudes.

Juntando los mal logrados,

con un punzón de un estuche

hizo que estas tristes letras

una blanca piedra ocupen:

 

 

Hero somos, y Leandro,

no menos necios que ilustres,

en amores y firmezas

al mundo ejemplos comunes.

El amor, como dos huevos

quebrantó nuestras saludes:

él fue pasado por agua,

yo estrellada mi fin tuve.

Rogamos a nuestros padres

que no se pongan capuces,

sino, pues un fin tuvimos,

que una tierra nos sepulte.

 

Y tras Góngora, su gran rival: Quevedo

García Gual nos dice en el prólogo de la edición de Montes Cala en Gredos:

En Quevedo encontramos un soneto de tono serio (titulado “Describe a Leandro fluctuante en el mar”) y dos poemas burlescos (F. Moya recoge uno más, que parece variante del último).

Éste es el soneto serio:

Describe a Leandro fluctuante en el mar

Flota de cuantos rayos y centellas

en puntas de oro el ciego Amor derrama,

nada Leandro; y cuanto el polo brama

con olas, tanto gime por vencellas.

Maligna luz multiplicó en estrellas

y grande incendio sigue pobre llama:

en la cuna de Venus quien bien ama,

no debió recelarse de perdellas.

Vela y remeros es, nave sedienta;

mas no le aprovechó, pues desatado

Noto los campos líquidos violenta.

Ni volver puede, ni pasar a nado;

si llora crece el mar y la tormenta;

que hasta poder llorar le fue vedado.

 

 

Y éste el otro:

En crespa tempestad del oro undoso

nada golfos de luz ardiente y pura

mi corazón, sediento de hermosura,

si el cabello deslazas generoso.

Leandro en mar de fuego proceloso

su amor ostenta, su vivir apura;

Ícaro en senda de oro mal segura

arde sus alas por morir glorioso.

Con pretensión de fénix encendidas

sus esperanzas, que difuntas lloro,

intenta que su muerte engendre vidas.

Avaro y rico, y pobre en el tesoro,

el castigo y la hambre imita a Midas,

Tántalo en fugitiva fuente de oro.

 

 

Franco Durán en su trabajo citado dice sobre las obras de Góngora y Quevedo:

Si con Góngora los dioses antiguos mantenían su categoría de tales, a pesar de la ridiculización de que son objeto los héroes de la mitología clásica, con Quevedo la burla y el sarcasmo llega a límites insospechados. El romance en versos cortos «Hero y Leandro en paños menores» nos indica ya desde su título el carácter que este autor va a darle a su fábula.

Hero es una moza de una venta llamada La Torre -aquí la transformación de la torre en la que vivía Hero por el nombre de una posada- que se dedica a la prostitución y cuyos clientes principales son los marinos que se paran allí a descansar. Leandro es uno de estos hombres que es recibido por Hero cada noche. Quevedo satiriza en extremo la relación sexual de la prostituta y el navegante. A través de alusiones a diversos refranes y metáforas despectivas, interrogaciones retóricas y lenguaje vulgar, el autor acelera el ritmo de romance, mucho más narrativo en Góngora, y nos ofrece una versión escéptica para llegar a la máxima deformación en el tratamiento de los modelos antiguos. Quevedo se sirve de algunas imágenes conocidas –el huevo pasado por agua para designar la natación de Leandro y una Hero estrellada en el epitafio final- utilizadas anteriormente, como ya hemos dicho, por Mateo Vázquez de Leca y Góngora en su versión de 1610.

Se debe considerar la absoluta decadencia en el tratamiento del género que alcanzaría su máximo apogeo en la primera mitad del siglo XVIII con Francisco Nieto y Molina, entre otros.

De la historia de Hero y Leandro también tiene Quevedo una versión seria que nos cuenta la historia amorosa de los dos personajes. La única novedad con respecto a las fuentes grecolatinas y a la dimensión que le dieron el resto de los poetas hasta aquí mencionados, es el suicidio de Hero sin llegar a conocer la muerte de su amante.

 

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Luis de Góngora y Argote (1561-1627), retrato de Diego de Velázquez

Analizábamos, con ayuda de María José Franco Durán, en el anterior capítulo de esta serie dos romances burlescos sobre el mito de Hero y Leandro, de Luis de Góngora: Aunque entiendo poco griego y Arrojóse el mancebito.

Es momento de ofrecer el primero de ellos.

En él hay una alusión al poema de Museo (aunque entiendo poco griego, en mis greguescos he hallado ciertos versos de Museo ni muy duros ni muy blandos) y también un recuerdo, no muy benevolente, a Boscán (cualquier lector que quisiere entrarse en el carro largo de las obras de Boscán se podrá ir con él de espacio, que yo a pie quiero ver más un toro suelto en el campo, que en Boscán un verso suelto, aunque sea en un andamio); además bastantes citas de personajes mitológicos como Narciso, Orfeo, Anfión, Cupido y Venus.

El tono de mofa y burla está presente en todo el romance; citemos, a modo de ejemplo, la descripción de los padres de Hero:

tuvo por padre a un hidalgo,

alcaide que era de Sesto,

mal vestido y bien barbado;

su madre, una buena griega,

con más partos y postpartos

que una vaca…

Aquí lo tenemos:

 

FÁBULA DE HERO Y LEANDRO (1610)

Aunque entiendo poco griego,

en mis greguescos he hallado

ciertos versos de Museo

ni muy duros ni muy blandos.

De dos amantes la historia

contienen, tan pobres ambos,

que ella, para una linterna,

y él no tuvo para un barco.

Dice, pues, que doña Hero

tuvo por padre a un hidalgo,

alcaide que era de Sesto,

mal vestido y bien barbado;

su madre, una buena griega,

con más partos y postpartos

que una vaca, y el castillo,

una casa de descalzos

cernícalos de uñas negras

en las almenas crïados:

 

 

muchos dones a un candil

y témporas todo el año.

También dice este poeta

que era hijo, don Leandro,

de un escudero de Abido,

pobrísimo, pero honrado;

grandes hombres, padre y hijo,

de regalarse, el verano,

con gigotes de pepino,

y, los hibiernos, de nabo,

la política del diente

cometían luego a un palo,

vara, y no de vagabundos,

pues no los ha desterrado.

Era, pues, el mancebito

un Narciso iluminado,

virote de Amor, no pobre

de plumas y de penachos;

de su barrio y del ajeno

diligentísimo braco,

grande orinador de esquinas,

pero ventor por el cabo;

citarista, aunque nocturno,

y Orfeo tan desgraciado,

que nunca enfrenó las aguas

que convocó el dulce canto,

puesto que ya, de Anfión

imitando algunos pasos,

llamó a sí muchas más piedras

que tuvo el muro tebano.

 

 

Este, pues, galán, un día,

no sé si a pie o a caballo,

salió (Dios en hora buena)

no muy bien acompañado.

Cualquier lector que quisiere

entrarse en el carro largo

de las obras de Boscán

se podrá ir con él de espacio,

que yo a pie quiero ver más

un toro suelto en el campo,

que en Boscán un verso suelto,

aunque sea en un andamio.

Y así, no sé dónde fueron

ni cómo se convocaron

los devotos convecinos

de templo tan visitado;

sé al menos que concurrieron

cuantos baña comarcanos

el sepulcro de la que iba

a las ancas de su hermano.

Esto sólo de Museo

entendí; y abrevïando,

a la vela o romería

llegó en un rocín muy flaco

el noble alcaide de Sesto,

y la alcaidesa, en un asno

(con perdón de los cofrades),

doña Hero, en un cuartago,

gallarda de capotillo

y de sombrero bordado,

que le prestó para ello

la mujer de un veinticuatro.

 

 

Los demás caballeritos

en la torre se quedaron,

cuál sin pluma y cuál con ella,

y todos de hambre pïando.

Alborotó la aula Hero,

que el muro del velo blanco

tenía dos saeteras

para los ojos rasgados,

a quien se calaron luego

dos o tres torzuelos bravos

como a búho tal; y, entre ellos,

el abideno bizarro

pïóla cual gorrión,

cacareóla cual gallo,

arrullóla cual palomo,

hízola ruedas cual pavo.

Ella, del guante al descuido

desenvainando una mano,

lo aseguró y le dio un bello

cristalino cintarazo.

Quedó aturdido el mozuelo,

y, medio desatinado,

almíbar dejó, de amor,

caérsele por los labios:

poco fue lo que le dijo,

mas tan dulce, aunque tan bajo,

que, hecho sacristán, Cupido

le corrió el velo al retablo.

 

 

Dejó caer el rebozo,

y descubrió un «sepan, cuantos

esta buena cara vieren,

que han de morir anegados».

Crepúsculo era, el cabello,

del día, entre obscuro y claro,

rayos de una blanca frente,

si hay marfil con negros rayos;

de ébano quiere el Amor

que las cejas sean dos arcos,

y no de ébano bruñido,

sino recién aserrado;

los ojazos negros dicen:

«Aunque negros, gente samo,

condes, somos, de Buendía,

si no somos condes Claros».

Los títulos me perdonen,

y el dibujo prosigamos,

que si no los tuvo Grecia,

los pidió a España prestados:

la nariz, algo aguileña,

que lo corvo, vinculado

lo dejó Ciro a los griegos,

como alfanje, en mayorazgo;

 

 

de rosas y de jazmines

mezcló el cielo un encarnado

que, por darlo a sus mejillas,

se lo hurtó a la alba aquel año;

en dos labios dividido,

se ríe un clavel rosado,

guardajoyas de unas perlas

que invidia el mar Indïano;

lo torneado del cuello

y del pecho el alabastro

tentaciones son, Señor,

sed libera nos a malo;

entre lo que no se ve

y lo que brujuleamos

metió, una basquiña verde,

el bastón terciopelado.

Estas eran las bellezas

de aquel ídolo de mármol

que a razones y a pellizcos

tenía ya, el mozuelo, blando.

Favoreciólos la noche

prestándoles tiempo, y tanto,

que se contaron sus vidas

y sus muertes concertaron.

 

Tate; (c) Tate; Supplied by The Public Catalogue Foundation

 

Señora madre, devota,

se estuvo siempre rezando,

y señor padre, poltrón,

se salió a dormir al claustro:

con esto dieron lugar

a que el galán diese asalto

y escalase el pecho bobo,

sin tocar nadie a rebato.

Celebrada, pues, la fiesta,

por aquellos mismos pasos

(si bien con otros intentos)

que vinieron, se tornaron.

Pulgas pican al pelón,

y tiénenlo tan picado,

que diera al Tiempo las plumas

de su sombrerillo pardo

para que le sincopara

el término señalado

a los gustos no cumplidos

y a los días mal logrados.

Llegó, al fin, que no debiera,

en un día muy nublado

y una noche muy lloviosa,

luto el uno, la otra, llanto.

Apenas la obscura noche

las cintas se ató del manto,

y no del manto de lustre,

sino de soplos del austro,

cuando el mozuelo orgulloso

hacia el mar, ya alborotado,

un pie con otro, se fue

descalzando los zapatos.

Llegó desnudo a la orilla,

donde estuvieron un rato

las faldas de la camisa

a las ondas imitando.

 

 

Haciendo con el estrecho,

que ya le parece ancho,

lo que el día de la purga

el enfermo con el vaso,

la trémula seña, aguarda,

que de luz corone lo alto,

si tanta distancia puede

vencella farol tan flaco.

Présaga, al fin, del suceso,

turbada, salió, del caso,

y cobarde al fiero soplo

del animoso contrario.

Leandro, en viendo la luz,

la arena besa, y gallardo,

«¡Oh, de la estrella de Venus

-le dice- ilustre traslado!:

norte eres ya de un bajel

de cuatro remos por banco;

si naufragare, serás

Santelmo de su naufragio.

A tus rayos me encomiendo,

que, si me ayudan tus rayos,

mal podrá un brazo de mar

contrastar a mis dos brazos».

Esto dijo, y repitiendo

«Hero y Amor», cual villano

que a la carrera ligero

solicita el rojo palio…

 

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Por esta breve muestra de la pervivencia del mito de Hero y Leandro en las letras españolas, que estamos ofreciendo con ayuda de trabajos de Carlos García Gual, Mª José Franco Durán y Francisca Moya del Baño, como segunda parte de esta larga serie, en la que empezamos analizando el poema Hero y Leandro de Museo, con la traducción y valiosas notas de José Guillermo Montes Cala, han pasado ya autores como Diego Hurtado de Mendoza, Juan de Coloma, Francisco Sáa de Miranda, Diego Hernando de Acuña, Gutierre de Cetina, Diego Ramírez Pagán, Fernando de Herrera, Félix Lope de Vega Carpio, Francisco López de Zárate y un soneto viejo, de autor anónimo.

Seguimos con otros.

María José Franco Durán nos ofrece los siguientes:

Juan de Valdés y Meléndez (1754-1817) compuso otro soneto dedicado al tema. La única novedad con respecto a Garcilaso es que Valdés refleja su situación personal. En el último terceto se dirige a Leandro por el que siente envidia ya que al menos el personaje ha disfrutado del amor en tres o cuatro ocasiones antes de perecer en las aguas.

 

La luz mirando, y con la luz más ciego,

rompe Leandro espumas plateadas,

y entre las olas con el viento hinchadas,

 pide al cieio piedad, al mar sosiego.

Acuden olas en sintiendo el fuego,

y así les dice, viéndolas airadas:

“Dejadme mientras voy, olas sagradas,

y anegarme podréis voliendo luego”.

Tiempla su amor eJ trance riguroso,

sepulta su esperanza el mar airado,

y la postrera voz entrega al viento.

¡Oh tres y cuatro veces venturoso;

 y triste yo, que tras haber gozado,

perdí las esperanzas y el contento!

 

 

Hipólita de Narváez (finales el 1500 a mediados del 1600) compone otro soneto y que aquí reproduzco:

 

Rompe Leandro, con gallardo intento,

el mar confuso, que soberbio brama;

y el cielo, entre relámpagos derrama

espesa lluvia con furor violento.

Sopla con fuerza el animoso viento;

¡Triste de aquel que es desdichado y ama!

Al fin al agua ríndese la llama,

y a la inclemente furia es sufrimiento.

Mas ¡oh infelice amante! pues al puerto

llegaste, deseado por tí tanto,

aunque con cuerpo muerto y gloria incierta.

Y desdichada yo, que en mar incierto

muriendo entre las aguas de mi llanto

aun no espero tal bien después de muerta.

 

Como Juan de Valdés, muestra su situación personal y la compara con la de Leandro, aunque ella es todavía mucho más desventurada. El mito, pues, le sirve de excusa para reflejar sus propios sentimientos.

 

 

El soneto XXII de Juan de Arguijo titulado «Leandro» comienza también con la natación del amante y no nos aporta novedades temáticas.

Éste es el soneto de Arguijo (1567-1623):

 

En la pequeña luz de Sesto pone

desde el puerto los ojos i, atreuido,

rompe Leandro el mar que, embravecido,

a sus intentos más i más se opone.

Mas él cuida[n]do que la muerte abone

su grande amor, se ofrece al conocido

peligro i, de las ondas ya vencido,

a amansallas en vano se dispone.

“Ondas”, dixo muriendo, “si consiente

vuestro furor de un triste amante el ruego,

sed por un rato a mi dolor piadosas;

“Frenad el curso a la veloz corriente,

mostraos benignas sólo mientras llego,

i cuando buelva me anegad furiosas”.

 

 

El cordobés Luis de Góngora y Argote (1561-1627) escribió dos romances burlescos sobre el mito.

Franco Durán dice:

De Góngora también es un romance burlesco que comienza: Aunque entiendo poco griego, compuesto en 1610. La composición de fábulas mitológicas burlescas es un fenómeno típico del culteranismo. Los autores que se adscriben a esta corriente desmitificadora se alejan de la tradición literaria del Renacimiento y se disponen a ridiculizar a los personajes de la mitología clásica. “Quien primero las compone en España es Luis de Góngora, y es curioso que sea precisamente el autor de una obra, la más eminente del género, quien logra su caricatura. Porque, en realidad, el género burlesco de poemas mitológicos no es sino la autocrítica de una escuela, toda una manera retórica reaccionando sobre sí misma para la burla y para la sátira” (José María Cossío, Fábulas mitológicas en España, Madrid, 1952).

Góngora trata el tema de Hero y Leandro en dos composiciones que esta actitud crítica ante las historias amorosas de la mitología clásica. Los temas habían sido contempla­dos de manera formal en el siglo XVI y parece que este tipo de versiones burlescas esta­ban apuntando ya una cierta decadencia en cuanto a la recreación de estos temas. Es tam­bién significativo el hecho de que Góngora hubiera escogido el romance como fórmula métrica para burlarse de sus personajes. La composición comienza haciendo referencia a la fuente utilizada, Museo, aunque vamos a ver cómo se ha desviado de este autor.

 

 

Góngora se sirve de anacronismos para situamos el tiempo en el que transcurre la fábula. El padre de Hero es un hidalgo, alcalde de Sesto y su madre una griega «con más partos y postpartos / que una vaca». A su vez Leandro es el hijo de un escudero muy pobre de Abido. Se conocen los dos· amantes y comienza la seducción:

 

“Píóla cual gorrión

cacareóla cual gallo,

arrullóla cual palomo,

hízola ruedas cual pavo.

Ella del guante al descuido

desenvaínando una mano,

le aseguró y de dió un bello

cristalino cintarazo.”

 

Los amantes acuerdan la cita con la señal convenida y una noche Leandro cruza el mar. El romance contiene dos digresiones: una crítica a los versos de Boscán y otra a los títulos nobiliarios:

 

“Los títulos me perdonen,

y el dibujo prosigamos,

que si no los tuvo Grecia,

los pidió a España prestados.”

 

Este romance, que termina cuando Leandro se arroja a las aguas, tiene su continuidad en otro romance del mismo autor que comienza: Arrojóse el mancebito… Cronológicamente fue compuesto primero, pero prosigue la historia de los dos amantes. Se inicia con la natación de Leandro y continúa con el resto de la fábula hasta el final.

Las alusiones cultas son mínimas y hay un cambio radical en la resolución del tema. Leandro se arroja «al charco de los atunes» cuando comienza la tempestad y continúa con el mismo tono irónico el resto del romance.

 

Hero y Leandro de Robin Monroe (FineArtAmerica)

El mancebo ruega a Cupido y Venus que. lo amparen en la empresa, aunque Góngora justifica sorpresivamente el olvido divino diciendo:

 

“Pero Amor, como llovía

y estaba en cueros, no acude,

ni Venus, porque con Marte

está cenando unas ubres.”

 

Leandro muere por fin y Hero, que no ha dejado de maldecir y acusar a todas las estrellas del cielo, ve el cadáver desde su torre. Con un punzón, y antes de arrojarse al mar, graba ella misma el epitafio de su tumba:

 

«Hero somos y Leandro

no menos necios que ilustres,

en amores y firmezas

al mundo ejemplo comunes.

El amor como dos huevos,

quebrantó nuestras saludes;

él fue pasado por agua,

yo estrellada mi fin tuve.

Rogamos a nuestros padres

que no se pongan capuces,

sino, pues un fin tuvimos,

que una tierra nos sepulte.»

 

Hero lamenta la muerte de Leandro (1635-1637), color sobre lienzo de 155 x 251 cm., de Jan van den Hoecke. Kunsthistorisches Museum de Viena, Gemäldegalerie

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Seguimos el repaso a los poemas castellanos que han tratado el mito de Hero y Leandro y que citan Franco Durán, Moya del Baño y García Gual. Hemos visto ejemplos de Diego Hurtado de Mendoza, Juan de Coloma, Francisco Sáa de Miranda, Diego Hernando de Acuña, Gutierre de Cetina, y Diego Ramírez Pagán.

Vamos con otra tanda.

 

Fernando de Herrera (1534-1597) escribió poemas a modo de traducción de textos latinos (Geórgicas de Virgilio, Epigramas de Marcial y Tebaida de Estacio) que glosaban el mito de Hero y Leandro:

 

¿Qu’ el joven, a quien buelve grande fuego

el duro Amor en medio de sus uesos?

Tardo en la ciega noche ‘l mar turbado

con rotas tempestades abre y corta;

y encima de la grande puerta truena

del alto cielo, i los heridos mares

bravos sonidos dan en los peñascos,

ni lo pueden tornar los padres míseros

ni la virgen, que sobre el cuerpo muerto,

ha de morir de cruda y fiera muerte.

(Traducción de Virgilio, Geórgicas III, 257-263)

 

Fernando de Herrera el Divino por Francisco PachecoLibro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones, Madrid, Biblioteca de la Fundación Lázaro Galdiano.

 

Cuando el osado Leandro,

olvidado de temor,

iba por el mar estrecho

a gozar su dulce amor;

cansado y puesto en peligro

del mar lleno de furor,

ya que las hinchadas aguas

causaban su perdición;

a las ondas que lo siguen

dijo así el triste amador

(como si jamás las ondas

se muevan a compasión):

perdonadme mientras llego,

a dó dejé el corazón,

y mostrad en mi a la vuelta

vuestro ímpetu y furor.

(Paráfrasis de Marcial, Epigrama 25)

 

Dice Menéndez Pelayo: Insertó Herrera esta traducción suya del agudísimo Marcial en sus Anotaciones a Garcilaso (1580) para ilustrar el soneto del poeta toledano que comienza: Pasando el mar Leandro el animoso.

 

Mas a tí, Admeto, te fue dado en premio

con orla i friso Lidio un rico manto,

i con púrpura ardiente recamado

nada en él el mancebo, que desprecia

el mar de Frixo, i en pintadas ondas

trasluze ‘l joven de color cerúleo.

Parece que torciendo vá las manos,

i que trueca los braços y el cabello

en el estambre se rocía todo.

En la otra parte en l’alta torre puesta

a la finiestra en vano congoxosa

está de Sesto la hermosa virgen,

i la luz sabídora casi muerta.

(Traducción de Estacio, Tebaida VI, 542-547)

 

Aqueste el premio fue de la victoria,

y luego el rey Admeto ha recibido

por el segundo honor de aquella gloria

un manto de oro y púrpura tejido,

en que de Ero labrada está la historia,

la alta torre de Sesto, rel mar de Abido,

y entre las fieras ondas del estrecho

nadando el mozo con osado pecho.

Entre el agua pintada transparente

el cuerpo se parece fatigado,

fuera de ella se ve la altiva frente

con el cabello. al parecer mojado;

el mar. alborotado de repente,

y él un brazo y otro ya cansado,

procurando con una y, otra mano

las olas apartar del mar insano.

Está del hondo estrecho a la ribera

la alta torre, ya, en ella fatigada

Ero, que al triste amante en vano espera

de la congoja y del temor helada.

Y a pierde la. esperanza, y desespera;

que la lumbre mil veces apagada

del enemigo viento, parecía

que su desdicha y su dolor sabía.

(Paráfrasis de Estacio, Tebaida, VI. 542-547)

 

 

Félix Lope de Vega Carpio (1562-1635) no fue menos y trató el tema en su soneto LXXX, que cuenta con un logrado inicio, en el que juega con el ardor de su amor y la frialdad de las aguas del Helesponto, con el valor de Leandro que le hace ver más estrecho el estrecho que cruza. Bella es la imagen del fuego amoroso, vencido por el mayor elemento (el agua). Muy logrado el verso: el remedio fue cuerdo, el amor loco. Bello final, en el que el ahogamiento de Leandro, que ha bebido mucha agua, no logra aplacar la sed de su alma enamorada. He aquí el bello soneto de Lope:

Por ver si queda en su furor deshecho,

Leandro arroja el fuego al mar de Abido,

que el estrecho del mar al encendido pecho

parece mucho más estrecho.

Rompió las sierras de agua largo trecho,

pero el fuego en sus límites rendido

del mayor elemento fue vencido,

más por la cantidad, que por el pecho.

El remedio fue cuerdo, el amor loco,

que como en agua remediar espera

el fuego, que tuviera eterna calma:

Bebióse todo el mar, y aún era poco;

que si bebiera menos no pudiera

templar la sed desde la boca al alma.

 

 

El logroñés Francisco López de Zárate (1580-1658) da un giro a la historia, mostrando el amor de la marina diosa por Leandro, y la envidia de Neptuno, así como los celos de Hero, que se lanza a los brazos de Neptuno.

 

“A Leandro y Ero”

Ya cuando el Sol en sombra se bolvía;

cerrando los horrores del estrecho,

que del regazo, bien que no del pecho

de la Amante al Amante dividía.

Leandro, que a ruegos horas quitó al día,

siendo nave de sí, surcó el estrecho:

el mar·, con tanto incendio llamas hecho,

nuevo escarmiento en él apercebía.

Mas Neptuno invidiaba sus amores;

amava a Leandro la marina diosa,

que su cuidado redimió en sus brazos.

Ero por oponerse a sus fabores

arrojóse de amor muerta, o zelosa,

el Dios la recibió dándole abrazos.

 

Existe también un Soneto Viejo, de autor desconocido. José María de Cossío dice: aunque seguramente el soneto es posterior al de Garcilaso, tiene carácter más arcaico y tono de menor autenticidad renacentista que el del poeta toledano. El “soneto viejo” resume la materia del caso de Hero y Leandro en el último y fatal trance. No sigue modelo que yo conozca, ni para la versión vaga y sin especificación de accidentes la necesitaba. Debió de disfrutar este soneto de cierta popularidad y difusión.

 

 

Aquí lo tenemos:

 

Hero de la alta torre do miraba

a su Leandro, que en el mar venía,

helósele la sangre que tenía,

murióse cuando vio que muerto estaba.

Con lágrimas el mar acrescentaba,

el aire con sospiros encendía,

estremos eran grandes los que hacía,

palabras eran tales las que hablaba.

“¡Oh mal logrado esposo, oh dulce amigo!,

espérame, no partas, que ya muero;

de un golpe dio la muerte dos heridas.

Recíbeme, mi bien, allá contigo;

a do murió Leandro, muera Hero,

¡parézcanse las muertes a las vidas!”

 

Hero and Leander (1863), óleo sobre lienzo de 158 x 300 cm., de Victor Müller. Städelsches Kunstinstitut. Frankfurt am Main

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Iniciamos en el presente artículo de esta longeva serie el repaso a los poemas castellanos que los tres autores, cuyos trabajos estamos glosando, a saber, Franco Durán, Moya del Baño y García Gual citan. Los estamos ofreciendo, por orden cronológico de nacimiento del autor. Tras Diego Hurtado de Mendoza y Juan de Coloma, seguimos con nuevos autores.

 

Aquí tenemos el soneto del coninmbricense Francisco Sáa de Miranda (1448-1558), amigo y admirador de Garcilaso, que escribió en su lengua nativa y en español:

 

Entre Sesto y Abido en mar estrecho,

luchando con las ondas sin sosiego,

con noche alta Leandro prueba el ruego,

prueba lágrimas tristes sin provecho.

Viendo que es todo vano, pone el pecho

de nuevo al bravo mar, ojos al fuego,

que en alta torre luce, ioh amor ciego,

que tanta crueldad has visto y hecho!

Nadaba, mientras pudo, hacia la playa,

de Sesto deseado y dulce puerto,

porque siquiera allí muriendo vaya.

“En fin, -ondas, vencéis- dijo cubierto

ya dellas, -más no haréis que allá no vaya.

¿Vivo no quereis vos? -pues iré muerto.

 

Héro et Léandre (1798), óleo sobre tabla de 253 x 318 cm., de Jean Joseph Taillasson. Museo de Bellas Artes de Burdeos

Diego Hernando de Acuña (1518-1580) también escribió sobre el mito:

 

De la alta torre al mar Hero miraba,

al mar, que siempre más se embravecía,

y esperando a Leandro se temía

mas siempre con temerse le esperaba.

Cuando la tempestad ya le acababa 

de su vida la lumbre, y de su guía,

y el cuerpo sin el alma a dar venía

do el alma con el cuerpo deseaba,

en esto la triste Hero, esclareciendo,

vio muerto a su Leandro en la ribera

del viento y de las ondas arrojado,

y dejóse venir sobre él, diciendo:

“Alma, pues otro bien ya no se espera,

éste al menos te será otorgado”.

 

Hero encuentra a Leandro (1880), óleo sobre lienzo de 200 x 140 cm., de Ferdinand Keller Colección privada

 

Gutierre de Cetina (1520-1557) dedicó dos sonetos al mismo mito. Éste es el primero, con claros ecos de los epigramas XXVb y CLXXXI de Marcial:

 

Leandro, que de amor en fuego ardía

puesto que a su deseo contrastaba,

al fortunoso mar que no cesaba,

nadando a su pesar, vencer quería.

Más viendo ya que el fin de su osadía

a la rabiosa muerte lo tiraba,

mirando aquella torre en donde estaba

Ero, a las fieras ondas se volvía.

A las cuales con ansia enamorada

dijo: “Pues aplacar furor divino,

enamorado ardor, no puede nada,

dejadme al fin llegar de este camino,

pues poco he de tardar, y a la tornada

secutad vuestra safia y mi destino.

 

Y aquí, el segundo:

 

Con aquel recelar que amor nos muestra

mezclado el desear con gran cuidado,

viendo soberbio el mar, el cielo airado,

Hero estaba esperando a la fenestra.

Cuando fortuna, que hacer siniestra

quiso la fin de un bien tan deseado,

al pie de la alta torre ya ahogado

del mísero Leandro el cuerpo adiestra.

Ciega, pues, del dolor extraño, esquivo,

de la fenestra con furor se lanza

sobre Leandro en el caer diciendo:

“Pues a mis brazos que llegase vivo

no quiso el hado, ¡oh sola mi esperanza!

espera, que a dó vas te vo’y siguiendo”.

 

Gutierre de Cetina, Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones, Madrid, Biblioteca de la Fundación Lázaro Galdiano

 

El sacerdote murciano, Diego Ramírez Pagán (ca 1524-d. 1562), escribió cuatro sonetos también sobre Hero y Leandro, los titulados: Leandro habla consigo mismo, A la muerte de Leandro, A la muerte de Hero y En la sepultura de Leandro y Hero orillas del mar.

 

En Leandro habla consigo mismo el joven de Ábido establece un breve diálogo con su pensamiento, que lo previene de los peligros de su travesía. El amor hacia Hero, lógicamente, se impone:

 

Leandro no te muestres atrevido,

contra el viento que fuerzas acrecienta,

tan brava es y furiosa la tormenta,

que aun yendo en buena nave yvas perdido.

No te fíes del mar embravecido,

ni de Boreas feroz que mucho alienta,

ni lumbre al mirador, no tienen cuenta

las veces que se ha muerto y encendido.

Dexadme ya covardes pensamientos.

Veo resplandecer a mi Lucero,

y yo estoy con vosotros disputando.

¿Qué parte será el agua, ni los vientos

contra la deidad de la alta Hero

que con divina boz me está llamando?

 

A la muerte de Leandro emplea claros antecedentes de Museo y Ovidio. Museo decía en el verso 255 Su remero, su pasajero, su propia nave (= αὐτὸς ἐὼν ἐρέτης, αὐτόστολος, αὐτόματος νηῦς). En estrecho paralelismo Ovidio, en Heroidas XVIII, 148, escribía: idem navigium, navita, vector ero!. Observemos cómo Ramírez dice:

 

su cuerpo de navío le servía,

él mismo era la barca. y él remava

Aquí está el soneto:

Hacia Sesto Leandro navegava

al tiempo que la mar se embravecía,

su cuerpo de navío le servía,

él mismo era la barca. y él remava.

Tan noche, y tan escuro el cielo estaba

que ni una estrella sola parecía,

si no la lumbre que Hero le encendía,

y el viento cada punto la matava.

Dioses del mar, y tú, Venus nascida

en estas ondas, dixo, a vos invoco,

dad fácil curso al puerto de mi Hero.

O crueldad, que nunca fue entendida

de sus dioses la boz, y hasta un poco

fue tragado del mar horrendo y fiero.

 

La despedida de Hero y Leandro (antes de 1837), óleo sobre lienzo de 146 x 236 cm., de Joseph Mallord William Turner. The National Gallery de Londres

 

A la muerte de Hero narra, de forma descarnada, el suicidio de Hero, lanzándose sobre el cuerpo de su amado, incapaz de vivir sin él; comprobando que el dolor no acaba con su vida, decide lanzarse desde la torre. El último verso es, realmente, tajante: se arroja, cahe, y muere en un momento.

 

Aquí tenemos el suicidio de Hero:

Hero con alaridos rompe el cielo,

de ver la era dolor y gran mancilla,

quando a Leandro en la mojada orilla

vio mortal y tendido en aquel suelo.

Sobre todo dolor, su desconsuelo,

la color roxa, buelta en amarilla,

el tempestuoso mar se maravilla,

y se para a escuchar su triste duelo.

Mas viendo quel dolor ya se tardava

en quitarle la vida y el tormento,

por seguir muerta al que sin alma estava

de la torre, ligera más que el viento,

sobre el cuerpo del moço, que espirava,

se arroja, cahe, y muere en un momento.

 

En la sepultura de Leandro y Hero orillas del mar es una invitación a los caminantes a que se detengan a contemplar la tumba de los amantes y piensen en su “doloroso y acerbo caso”:

 

O tu que vas tu vía caminando

detén un poco el passo pressuroso,

llora el acerbo caso, y doloroso

de los que fenescen bien amando.

El mancebo de Abido, que nadando

passó del Hellesponto el mar furioso,

aquí murió, y aquí tiene reposo,

poca piedra y gran mar lo están guardando.

Y en este su estrechísimo aposento

a su divina Hero da acogida,

muerta por él con sobra de tormento.

Gran deidad aquí yaze escondida,

hay honra al venerable monumento

que dá a los dos muriendo inmortal vida.

Hero lamenta la muerte de Leandro (1635-1637), color sobre lienzo de 155 x 251 cm., de Jan van den Hoecke. Kunsthistorisches Museum de Viena, Gemäldegalerie

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Y tras el poema de Francisco de Aldana, que glosaba el soneto XXIX de Garcilaso, al que alude García Gual en su prólogo a la edición de Gredos, proseguimos con lo que dice el helenista mallorquín en el citado prólogo a la edición de Montes Cala, en Gredos:

Cierto que el tema de los amantes de Sesto y Abido ya estaba en la Literatura Española mucho antes del Renacimiento, por influencia de dos famosas cartas, la XVIII y XIX, de las Heroidas de Ovidio. Alfonso X el Sabio, que tradujo algunas de las epístolas de las Heroidas, resumió la leyenda de Hero y Leandro en un pasaje de su General Estoria (según muestran muy precisa y claramente Pilar Saquero y Tomas González Rolán en su introducción al Bursario de Juan Rodríguez del Padrón, Madrid, 1984, págs. 22 y ss.). Fue, ya en el siglo XV, Juan Rodríguez del Padrón quien en su Bursario tradujo al castellano, acompañándolas de algún breve comentario, las dos epístolas ovidianas: la de Leandro a Hero y la de Hero a Leandro. Comparar los poemas ovidianos con el de Museo no es tarea para un prólogo como éste, pero resulta un curioso contraste el de las dos cartas paralelas compuestas con delicada retórica y el epilio poético de tono novelesco y final trágico, compuesto por un poeta tardío y erudito como es Museo.

María Jesús Franco Durán, en el citado trabajo (El mito de Hero y Leandro: algunas fuentes grecolatinas y supervivencia en el Siglo de Oro español) afirma:

Garcilaso se inspiró directamente en el epigrama XXVb de Marcial:

Cum peteret dulces audax Leandro amores

est fessus tumidis iam premeretur aquis

sic miser instantes adfatus dicitur undas:

«Parcite dum propero, mergite cum redeo.»

(XXV b

Dirigiéndose el audaz Leandro hacia sus dulces amores y, cansado, viéndose apurado por lo encrespado de las aguas, se dice que el desgraciado dirigió esta súplica a las amenazantes olas: “Perdonadme cuando tengo prisa por llegar, sumergidme cuando vuelva”.

Traducción de José Guillén, en Institución “Fernando el Católico” (CSIC), Zaragoza, 2004)

 

Marcial, así como Garcilaso, no nos relata la historia completa, sino que únicamente nos presenta a Leandro en el momento de pasar el Helesponto y que, vencido por el esfuerzo, se dirige en vano a las olas antes de morir.

 

Y añade Franco Durán:

Sin embargo, el mérito de Garcilaso fue el de introducir el tema en la literatura de Siglo de Oro. Su soneto, que estaba impreso en pliego suelto desde 1536, tuvo muchos imitadores y Hero y Leandro se convirtieron en un recurso temático que fue enriqueciéndose y moldeándose con las diversas versiones de otros poetas.

Sá de Miranda es uno de los primeros autores que engrosa la lista de los que imitaron a Garcilaso en el tratamiento del tema. En su soneto «A la muerte de Leandro» encontramos muchos paralelismos con aquel autor, aunque hay algunas novedades: Sá de Miranda localiza espacialmente la acción entre Sesto y Abido y en el segundo terceto Leandro desafía a las olas diciéndoles que no van a impedir su llegada, aunque sea muerto.

Más fiel a la fuente garcilasiana es Gutierre de Cetina que compuso un soneto en la misma línea y que no aporta novedades en cuanto al tema, pero va depurando el estilo poético.

García Gual, por su parte, en el prólogo a la edición de Montes Cala, en Gredos dice:

Más fieles al texto griego son las dos versiones castellanas en verso – en endecasílabos libres- de José Antonio Conde (Madrid, 1797) y Miguel Jiménez Aquino (Cádiz, 1922). Ambas están recogidas y comentadas sucintamente en el libro de F. Moya ya citado (El tema de Hero y Leandro en la Literatura espanola, Murcia, 1966). Van al final del apéndice, que recoge a modo de curiosa antología toda una serie de poemas y una comedia (la de Mira de Amescua, Comedia de Hero y Leandro) que testimonian la larga estela de ecos y reflejos dejados por el tema en nuestra literatura. Además de un romance anónimo judeo-español, figuran obras de Garcilaso, Gutierre de Cetina, Francisco Sáa de Miranda, Juan de Coloma, un romance anónimo y un soneto de autor desconocido, Diego Ramírez Pagán, Hernando de Acuña, Fernando de Herrera, Diego de Mendoza, Juan de Arjona, Valdés y Meléndez, Dona Hipólita de Narváez, Lope de Vega, Diego de Mexia, Salas Barbadillo, López de Zárate, Góngora, Bocángel, Medrano y Barrionuevo, Quevedo, Trillo y Figueroa, Manuel Salinas, Valmaseda, Ignacio de Luzán, Nicolás Fernández de Moratín, José Antonio Conde y Jiménez de Aquino. Los dos traductores cierran así una larga y significativa lista – e n la que aún se podría añadir algún nombre más, como los de Francisco de Aldana y Juan de Arquijo, por ejemplo, y algunos romances.

Nosotros ofrecemos algunas de las obras citadas por García Gual y Franco Durán, y que aporta Francisca Moya del Baño, en el apéndice citado por García Gual, por orden cronológico de nacimiento del autor:

Diego Hurtado de Mendoza (1417-1479) escribe, imitando a Virgilio, sobre Hero y Leandro, sin citarlos, parece que movido por la nueva escuela de Boscán.

¿Quién dio fuerzas al joven, que de hecho

le enciende Amor y le revuelve en fuego’?

En noche obscura el tespestoso estrecho

atravesar con lluvia y tiempo ciego,

cortar las bravas olas ·con el pecho;

truena y abrasa el cielo, y el mar luego

rompe las altas peñas resonando,

mas él con su furor pasa nadando.

No lo tienen turb·ados elementos,

ni los padres con lágrimas y llanto;

el mar negro sacado de cimientos,

no le aparta el, deseo, y pone espanto;

no la virgen· que en ansias y tormentos

suspensa pasará aquel entretanto,

y al fin morirá·muerte lastimera

sobre el cuerpo tendido en la ribera.

Diego Hurtado de Mendoza (1504-1575)

El aragonés Juan de Coloma (¿-1517) escribió también sobre los amantes helespontíacos:

En el soberbio mar se vía metido

Leandro y de sus ondas trastornado,

Y menos del temor de muerte helado

que del fuego de amores encendido,

cuando de congoxoso y oprimido,

de aliento y fuerza ya desesperado,

de aquel estorbo ya desamparado

más que de su morir y entristecido,

habló desta manera, mas fué en vano,

echando el alma en el postrer acento,

d’ uña cansada voz y dolorida:

“Oh riguroso mar y airado viento,

dexadme adonde voy allegar sano

y luego me ahogad a la venida.”

Hero se lamenta por Leandro muerto (ca. 1635-1637), óleo sobre lienzo de 155 x 215 cm., de Jan van den Hoecke. Kunsthistorisches Museum de Viena. Gemäldegallerie, Sala XII

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(Carlos García Gual)

Terminábamos el anterior capítulo con el poema XXIX de Garcilaso, que García Gual recoge en su prólogo a la edición de Montes Cala, en Gredos.

Francisca Moya del Baño, en su trabajo citado El tema de Hero y Leandro en la Literatura espanola, dice sobre el soneto garcilasiano:

Boscán inició la adaptación del endecasílabo y sus estrofas típicas italianas, pero “Garcilaso en su exquisito arte logró la incorporación definitiva de esta métrica a la lengua castellana” (A. Valbuena, Historia de la literatura española).

No obstante, y también según Valbuena, los sonetos son lo más deficiente de la obra del poeta toledano; la adaptación no ha sido lograda del todo y sólo se pueden destacar algunos de entre ellos. Y el soneto, salvo en contados casos no pasa de un intento afortunado, resultando la composición métrica más desigualmente adaptada por el poeta castellano.

Pero debido a la categoría de Garcilaso, aunque no sobresalga en los sonetos como en el resto de su producción, merece un muy destacado lugar. La lengua empleada es sonora, rica en matices; en la selección y distribución de palabras poéticas actúa siguiendo un procedimiento semejante a Góngora, por lo que enlaza de una manera más o menos directa con el Barroco. El soneto 29 trata de los amores de Leandro y Hero, es decir de la travesía del joven, pues se prevé la muerte, aunque nada se dice de ella. Podía ser muy bien de un autor barroco cuyo “barroquismo” no hubiese sido llevado a extremos.

Musicalidad en los versos, en las palabras, abundancia de adjetivos, precedidos del artículo como “Leandro, el animoso” (audax), que destaca la idea de animoso, “amoroso fuego”, “ímpetu furioso”. El último endecasílabo del primer cuarteto:

“embraveciendo

el agua con un ímpetu furioso”

ofrece unas características especiales, hay un encabalgamiento muy logrado entre “embraveciendo” y el objeto directo “el agua”. Se da un predominio de vocales obscuras (4 u, 3 o) y el acento en 6ª, al recaer sobre la i, penetrante y aguda, consigue los efectos del oleaje de un día de tormenta. El ritmo dactílico de la palabra “ímpetu”, palabra clave y significativa, ayuda a conseguir los efectos deseados.

No obstante, hay un abuso de gerundios, que riman poco estéticamente: “ardiendo”, “embraveciendo”, “pudiendo”, “muriendo”.

Marcial, pues, está presente con su epigrama en este soneto. Leandro se dirige a las olas, pero su voz no fue de ellas oída:

“Ondas, pues no os escusa que yo muera

dejadme allá llegar, y a la tornada

vuestro furor esecutá en mi vida”.

Gran éxito parece ser que consiguió este soneto, citado y comentado muchas veces. En su novela Las fortunas de DianaLope (de Vega) recuerda unos versos del soneto de Garcilaso, imitación de Marcial, “por quien a vuestra merced (la señora Marcia Leonarda) le está mejor no conocer su lengua”: “ondas dejadme pasar y matadme cuando vuelva”.

Gracián dice de Garcilaso en su Discurso 35: “oye como lo traduce el coronado cisne Garcilaso: tan sublime asunto es el traducir bien poemas de grandes autores”.

Y Herrera dice del soneto que con él se abre la larga serie de imitaciones que este afortunado epigrama ha tenido en España.

 

Y volvemos ahora con García Gual, quien trae a escena a otro poeta, que glosó en octavas reales el soneto de Garcilaso:

Es Garcilaso quien introduce el tema en la poesía renacentista española, si bien no parece tomarlo del poema de Museo, sino de una alusión de Marcial, y de Ovidio acaso. Glosa Aldana el soneto dedicando una octava real a cada verso con singular maestría: es la escena única del mar embravecido que apaga los ruegos y la vida del apasionado nadador, que se despliega en catorce octavas que concluyen en un verso de Garcilaso cada una, excelente homenaje al gran poeta.

Aquí está el poema de Aldana:

 

Entre el Asia y Europa es repartido

un estrecho de mar, do el fuerte Eolo,

con ímpetu terrible embravecido,

muestra revuelto el uno y otro polo:

de aquí la triste moza, desde Abido,

siente a su amigo entre las ondas solo;

aquí dio fin al último reposo,

pasando el mar, Leandro el animoso.

De un ardiente querer, de un mozo ardiente

la más ardiente llama aquí se muestra,

que de un pecho gentil, noble y valiente,

da aquel furor que el fiero niño adiestra.

¡Oh milagro de amor, que tal consiente!

¡Oh estrella en rodear mil glorias diestra,

pues mansa le aguardaste feneciendo,

en amoroso luego todo ardiendo.

No torbellino de aire ni nublado,

no por las aguas, con helado viento,

subirse el ancho mar al cielo airado,

temblar el alto y bajo firmamento,

al animoso mozo enamorado

pudieron detener solo un momento;

el cual, la blanca espuma ya partiendo,

esforzó el viento, y fuese embraveciendo.

Los brazos y las piernas ya cansadas

mueve el mozo gentil con pecho fuerte

y lucha con las ondas alteradas,

mas antes con el fin ya de su suerte.

¡Oh Parcas!, ¿cómo sois tan mal miradas

en no aguardarle, a la tornada, muerte?,

pues ya cortando va el pecho amoroso

las aguas con un ímpetu furioso.

Déjale, ¡oh Parca!, ver dentro en los brazos

de su querida y de su amada Hero,

concédeles que den sendos abrazos

en remembranza de su amor primero;

aplaca el mar que en tantos embarazos

por evitar, se puso, un gozo entero;

¿ya no le ves sin fuerza y sin reposo,

vencido del trabajo presuroso?

[…]

[…]

Los brazos con flaqueza y pesadumbre,

ya de puro cansado, mueve apenas:

ora se ve del cielo allá en la cumbre,

ora revuelto en medio a las arenas.

Dice, volviendo a ver su clara lumbre:

Luz que tan dulce escuridad me ordenas;

mostrando por tal fin ser más dichoso,

que de su propia vida congojoso.

En esto el viento, con furioso asalto,

hiere la torre de la bella Hero,

que, muerta y desmayada, en lo más alto

está esperando a su amador primero,

mas viendo al mar tan intratable y falto

y el mundo triste, al espantable agüero,

regando sus mejillas, casi helada,

como pudo esforzó su voz cansada.

Probó esforzar su voz, mas cuando quiso

detúvola el dolor que la ocupaba,

y el órgano, forzado, al improviso,

en sospirar profundo lo exhalaba;

de aquí tomó la desdichada aviso

que su caro Leandro ya faltaba,

y tornando a cobrar la voz primera,

a las ondas habló desta manera:

¡Oh turbias aguas que so el gran tridente

del repentino dios vais gobernadas.

paz a mi bien metido en la corriente,

paz ya, por Dios, corrientes alteradas;

socorro al dulce esposo prestamente,

socorro, que en mi mal vais concertadas,

socorro -dice- a mi Leandro y vida!

Mas nunca fue su voz dellas oida.

Mas ¿quién podrá contar, ¡oh avaro cielo!

las quejas que en el viento el mozo pierde

viendo, presente tanto desconsuelo,

quebrarse el tronco de su vida verde?

Dijo a la mar, forzando el sutil velo

del aliento vital que al alma muerde:

dejadme allá llegar, ondas, siquiera,

ondas, pues no se excusa que yo muera.

Y procediendo con el ruego honesto:

¡Hero, Hero!  -pasito profería-

¡oh cara Hero, oh Hero!, ¿qué es aquesto?

¿quién nos aparta, oh cara Hero mía?

Un golpe muy furioso le dio en esto

que el aliento postrero en él desvía;

queriendo hablar, su voz fue aquí acabada:

dejadme allá llegar, y a la tornada.

No pudo más porque en el pecho helado

el alma fuerza tanta no cobraba,

y queriendo salir del cuerpo amado

a la fría boca un poco de aire daba.

Al fin, con sospirar breve y cortado

que el nombre de Hero casi pronunciaba,

dijo difuto y muerto en su salida:

Vuestro furor esecutá en mi vida.

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