En este cuarto capítulo de la serie dedicada a los paseos a la búsqueda del referente clásico nos centraremos en un animal, el toro y un lugar, Creta.
Un día de estas pasadas vacaciones de Navidad revisité el Museo de Bellas Artes de Castellón. Hay interesantes restos griegos y romanos en la sección de Arqueología, de los que ofrezco alguna muestra.
Pero es en la sección de cerámica donde encontré una pieza que me trajo a la mente los conocidos ejercicios gimnásticos realizados sobre toros en la cultura minoica.
Manuel Bendala en Los albores de Grecia, nº 9 de Historias del Viejo Mundo en Historia 16, y en el apartado titulado La fuerza mágica del toro nos dice:
No faltan en el repertorio de escenas de los sellos los juegos de toro, quizá el rito más popular de la Creta minoica; pudo haberse convertido ya entonces en un juego, aún sin perder su sustancia religiosa, como opinaba el historiador de las religiones Ángel Álvarez de Miranda.
Tal como se pinta en el célebre cuadrito de Cnosos, consistía el rito – y el juego – en saltar sobre el lomo del toro, tras afrontar su embestida y apoyarse en los cuernos para caer por detrás de la bestia. El salto, en el que participaban jóvenes de ambos sexos, tiene su origen seguramente, en ritos mágicos de contacto surgidos a partir de la idea de que era el toro el animal genésico por antonomasia, el más claro depósito de fuerza viril y generadora. Tocarlo y burlarlo podía ser una forma figurada de apropiarse de sus cualificados poderes genéticos y asegurar la vida y la continuidad individual o del grupo.
P. Faure cree, no sé si con acierto, que era un ritual de investidura real, en recuerdo de que Androgeo, Heracles y Teseo debieron domar al toro de Creta para ser reconocidos como hijos de reyes. La idea de absorción mágica de la fuerza vital del toro me parece más acertada, lo que explicaría, entre otras cosa, la proyección funeraria de estos juegos, que podían aplicarse también a garantizar la vida de los difuntos en el más allá. Así se explica la aparición de vasos rituales en forma de toro, con acróbatas sujetos a los cuernos, como parte de los ajuares funerarios. Según Ch. R. Long, en las pinturas del sarcófago de Hagia Triada se representa una escena de ofrenda al muerto, en la que dos individuos le entregan sendos vasos rituales en forma de toros a la carrera, quizá con figurillas humanas en los cuernos, como testimonio material de que en honor suyo se habían celebrado dos juegos rituales para garantizar su supervivencia. En el mismo sarcófago se pintó a un oro listo para el sacrificio funerario.
Hasta aquí el texto de Bendala.
En la pieza cerámica en cuestión se ve un toro, enorme en relación al tamaño de la figura humana que hay en su lomo, que se nos presenta en su lado izquierdo y que destaca por su enorme ojo. Sobre los lomos de la bestia se ve una figura humana, vestida con tonos dorados, excepto en lo que se asemeja a una chaquetilla torera, de color azul. Está tocado con un sombrerillo, de color negro, del que cuelga un penacho de plumas también dorado. En la mano sostiene un objeto que parece una espada.
Si esta cerámica nos ha recordado a los rituales de tauromaquia cretenses, estos últimos siempre nos ha parecido que tienen relación con dos espectáculos, de gran aceptación popular, uno en nuestra comunidad y otro en Estados Unidos; nos referimos a los recortadores y al rodeo.
Las estampas que ofrecemos de recortadores, estéticamente muy bellas, nos evocan los juegos de toro minoicos, en los que el hombre se enfrenta a la bestia con la única arma de su movimiento y de su engaño ante la embestida del animal.
Un tanto distinto es el rodeo americano, en el que el hombre trata de aguantar el máximo tiempo posible a lomos del animal, encabritado por la presión que una cincha realiza sobre sus órganos genitales.
Y del toro de Creta al minotauro que aparece pintado en la pared del pub Terra de Castellón. Este animal, que levanta por cierto una copa con su mano derecha, tiene cabeza de toro, torso de hombre y extremidades inferiores también de toro, aunque pudieran parecer también de macho cabrío, ya que tanto el toro (Bos taurus), como la cabra, con sus pezuñas propias de un ungulado artiodáctilo, tienen patas similares. Está sentado y recostado sobre una almohada roja.
Este minotauro que parece brindar con su copa está frente a dos figuras femeninas, una que está de cara a él y toca una flauta o una dulzaina y otra, que le da la espalda, y que toca una especie de viola da gamba, pero lo hace de pie y no sentada. La escena se desarrolla en una sala con la decoración típica de los palacios minoicos. Entre el minotauro y las mujeres hay lo que parece una fuente.
El minotauro con la copa levantada nos recuerda a los dibujos de minotauro de la Suite Vollard de Picasso. Entre 1930 y 1937 se grabaron, por iniciativa del marchante de arte Ambroise Vollard, cien grabados de Pablo Picasso, conocidos en su conjunto como «Suite Vollard». En 1939 se editó la «Suite Vollard» en dos formatos distintos, una versión de 50 x 38,5 cm, de la cual se hicieron 50 ejemplares y una versión de 44,5 x 34 cm, de la que se editaron 250 ejemplares. Son muy pocas las series que actualmente se encuentran completas ya que la gran mayoría se vendieron desmontando las colecciones.
La complicada historia del origen de la «Suite Vollard», su variedad temática y su diversidad técnica, en la que se reúnen los estilos de reproducción más variados (aguafuerte, punta seca, aguatinta, etc.) favorecieron su dispersión. Con todo, el conjunto de la «Suite Vollard» representa uno de los más importantes testimonios de la historia del arte del siglo XX.
En diferentes series, como «El escultor y la modelo», «Minotauro» o «Hojas de Rembrandt» se aprecia un amplio abanico de temas que fueron importantes en la creación artística de Pablo Picasso durante esos años. Los grabados no siguen ninguna lógica en la secuencia de imágenes, son más bien producto de la casualidad, a menudo motivados por los acontecimientos externos, tal y como ocurrió en la realización de la portada de la revista «Minotauro».
Esta serie da una idea de la multiplicidad de materiales y de la fantasía formal, de la brillantez de su calidad artesanal, de su alegría incontenible a la hora de experimentar y la lógica interna de su creación artística. Estos grabados se han creado de una forma espontánea. Como ejemplo once de los grabados fueron realizados en tan sólo cuatro días. Es por ello que esta serie respira aquel espíritu de libertad, de generosidad e independencia, que es la condición previa para cada metamorfosis artística.
De modo sutil y refinado, soberano y virtuoso se transforman los motivos banales, los acontecimientos privados, las reflexiones íntimas, las explicaciones artísticas, que emergen súbitamente como en un diario, apareciendo y desapareciendo en diferentes motivos y temas, que están íntimamente relacionados, entretejidos unos con otros, incluso cuando las creaciones se sustraen a una lógica externa, bajo difíciles conexiones a través de espacio y el tiempo.
De esta pintura mural en el pub Terra destacamos también, en la parte inferior derecha, la palabra IANUA! que aparece a la altura de los brazos extendidos de otra figura humana, cuya identidad desconocemos.
Para más información sobre el Minotauro se pueden leer las preguntas y respuestas en este mismo blog.