Hecha esta breve presentación de Idomeneo, pasamos a la ópera homónima de Mozart.
Idomeneo marcó un momento decisivo en las composiciones operísticas de Mozart, siendo considerada por algunos expertos como la última de las óperas de juventud y por otros como su primera obra maestra. Representada por primera vez en Munich el 29 de enero de 1781, dos días después del vigésimo quinto cumpleaños de Mozart, mira tanto hacia atrás, al fin de la era de la ópera seria tradicional, y hacia delante, ya que contiene algunas innovaciones musicales que Mozart iba que utilizar en los años siguientes. Lo cierto es que era la más extensa y ambiciosa ópera que él había compuesto hasta ahora y una de las que él consideraría siempre una de sus mejores óperas.
Habían pasado ya cinco años desde el estreno de su última ópera, La finta giardiniera, cuando Mozart recibió el encargo para el Idomeneo por parte de Karl Theodor, Príncipe Elector de Baviera. Mientras la obra anterior se inspiraba todavía mucho en la tradición de la ópera bufa, con su Idomeneo Mozart estaba respondiendo a los nuevos cambios dramatúrgicos promovidos por Chistoph Willlibald Gluck con sus óperas pioneras como Alceste (1767) e Ifigenia en Táuride (1779) en Viena y París. Eran éstas obras en las que todos los elementos del teatro musical – recitativos y arias, coros y ballets, escenario y acción dramática – estaban centrados en la propio drama. El ambicioso propósito era conseguir una síntesis del impacto dramático y la opulencia de la ópera francesa con las grandes formas musicales y el amplio registro de expresión emotiva existentes en la tradición operística italiana. Mozart se inspiró en las innovaciones de Gluck, pero, en último término, eligió seguir su propio camino artístico. Mientras para Gluck el libretto era el elemento principal, con la música añadiendo el color, para Mozart la poesía siempre tenía que ser “el siervo obediente de la música”.
El libretto de Idomeneo está basado en un texto escrito por Antoine Danchet para la ópera Idomenée de André Campra. En su versión italiana el capellán de la corte de Salzburgo Gianbattista Varesco se propuso unir la trama original con las últimas técnicas de escritura de librettos en italiano, con dudoso éxito.
El prolijo texto ofrecía a Mozart bastante campo para escribir música, pero pronto empezó a tener dudas sobre su rigurosidad dramática. Una y otra vez se veía obligado a introducir cortes en un intento por darle forma, incluso poco antes de su primera representación, cuando decidió eliminar unas cuantas arias que ya había compuesto.
Mozart estaba especialmente interesado en subrayar el contraste entre las dos parejas que se oponen en la ópera: la gentil, conciliadora Ilia por una parte; la malvada, intrigante Electra por otra; en una parte el vacilante Idomeneo, un hombre de carácter ambiguo; en la otra el sincero e idealista Idamante. Las arias que Mozart asignó a cada uno de estos personajes, y él sabía exactamente lo que hacía, no sólo nos dicen mucho de las características de los cantantes que utilizó para el estreno de la ópera en Munich, sino también, aunque muchas de ellas habían sido adaptadas a las capacidades vocales de los solistas, revelan mucho acerca de sus gustos e intereses como compositor. Parece que estaba especialmente interesado en los papeles femeninos. Los furiosos estallidos de celos, ira y odio de Electra son no menos fascinantes y psicológicamente acertados que la descripción, bellamente escrita, de la pureza de carácter de Ilia.
Idomeneo debió ser una fuente de considerable angustia para Mozart. Una y otra vez intentó que se representara en Viena, estaba incluso preparado para reescribir el papel titular para bajo, si no se podía hallar un tenor conveniente. Pero no fue hasta 1786 cuando se dio una representación privada en concierto en el Palacio Auersperg de Viena, en la que la parte de Idamante, originariamente pensada para cantante castrato, fue asumida por un tenor. Y no fue hasta 64 años después cuando se representó de nuevo Idomeneo, en versión alemana, en Munich. Los dos intentos más serios de revisar la obra y “ganarla” de nuevo para la escena datan ambas de 1931: una a cargo de Richard Strauss y Lothar Wallerstein para la Ópera Estatal de Viena, y la otra a cargo de Ermanno Wolf-Ferrari en nombre de la Ópera Estatal de Baviera. Ambas se caracterizaron por cortes radicales, yuxtaposiciones y cambios, incluso pasajes nuevamente compuestos, y son ahora considerados como interesantes experimentos más que merecer un lugar permanente en el repertorio operístico.
Vamos ahora con la sinopsis por actos de la obra.
Argumento de Idomeneo, re di Creta de W. A. Mozart
Idomeneo, el rey de Creta, se ha aliado a las fuerzas griegas en la lucha contra los troyanos y ha dejado a su hijo Idamante encargado del trono durante su ausencia. Electra, una princesa griega, se ha enamorado de Idamante, pero él ya le ha entregado su amor a una princesa troyana que se encuentra prisionera en Creta.
Una brillante obertura da inicio a la obra:
Primer acto:
Ilia, hija del rey Príamo, es una prisionera troyana en el palacio de Idomeneo en Creta. Ella está enamorada de Idamante, pero sospecha que él prefiere a Electra, la princesa de Argos, hija de Agamenón y Clitemnestra y hermana de Orestes. Dado que los compatriotas de ambos están en guerra, Ilia siente que su amor por Idamante la convierte en traidora de su país y sufre por la madre patria que nunca más verá. La proverbial enemistad entre los pueblos griego y troyano esta presente en los primero momentos de la obra. Tal conflicto hace que Ilia rechace las insinuaciones amorosas de Idamante cuando éste la visita. En los portentosos recitativo accompagnato y aria “Quando avran fine omai… Padre, germani, addio!” colisionan la devoción de Ilia por Idamante y su odio por el pueblo de Creta. La maravillosa música de Mozart refleja con ardiente fantasía tan compleja explosión de sentimientos.
Quando avran fine ormai l’aspre sventure
mie? Ilia infelice! Di tempesta crudel
misero avanzo, del genitor e de’ germani
priva, del barbaro nemico misto col
sangue il sangue vittime generose, a
qual sorte più rea ti riserbano i Numi?…
Pur vendicaste voi di Priamo e di Troia
i danni e l’onte? Perì la flotta Argiva,
e Idomeneo pasto forse sarà d’orca
vorace… ma che mi giova, oh ciel! se
al primo aspetto di quel prode Idamante,
che all’onde mi rapì, l’odio deposi, e pria
fu schiavo il cor, che m’accorgessi
d’essere prigioniera. Ah qual contrasto,
oh Dio! d’opposti affetti mi destate nel
sen odio, ed amore! Vendetta deggio a
chi mi diè la vita, gratitudine a chi vita
mi rende… oh Ilia! oh genitor! Oh
prence! oh sorte! oh vita sventurata! Oh
dolce morte! Ma che? m’ama Idamante?
… ah no; l’ingrato per Elettra sospira, e
quell’Elettra meschina principessa, esule
d’Argo, d’Oreste alle sciagure a queste
arene fuggitiva, raminga, è mia rivale.
Quanti mi siete intorno carnefici
spietati?… orsù sbranate vendetta,
gelosia, odio, ed amore sbranate sì
quest’infelice core!
Padre, germani, addio!
Voi foste, io vi perdei.
Grecia, cagion tu sei.
E un greco adorerò?
D’ingrata al sangue mio
So che la colpa avrei;
Ma quel sembiante, oh Dei!
Odiare ancor non so.
¿Cuándo terminará mi desventura?
¡Infeliz Ilia! Superviviente a una cruel
tempestad que me priva de mi padre
y de mis hermanos… Del bárbaro
enemigo, víctima soy, ¿para esta
suerte te preservaron los dioses?
¿Habéis vengado acaso de Príamo, y
de Troya la pérdida y la vergüenza?
La flota Argiva destruida e, Idomeneo
¿Será, quizá, pasto de orca voraz…?
Mas, ¿Qué me importa? Si, con sólo
la primera mirada del orgulloso
Idamante, que me salvó de las olas,
depuse el odio y mi corazón cayó
esclavo, antes de darme cuenta de que
era prisionera. ¡Oh Dios! ¡Cariños
opuestos has hecho nacer en mi
pecho…! ¡Y, amor…! Venganza le
debo a quien me dio la vida; gratitud
a quien me la regala… ¡Oh Ilia! ¡Oh
padre! ¡Oh dulce muerte! Y, ¿qué?
Acaso me ama Idamante? ¡Ah, no!
El ingrato por Electra suspira y, esa
Electra, mezquina princesa, exiliada
de Argos, a estas playas voló fugitiva
y vagabunda; ella es mi rival.
Venganza, odio y amor, ¡despedazad
este infeliz corazón
Padre, hermanos, ¡adiós!
Os fuisteis; yo os perdí.
Grecia tú eres la causa
Y, yo, ¿he de adorar a un griego?
Ingrata soy a mi propia sangre;
sé que ésta es mi culpa
Pero a aquel semblante, ¡oh Dioses!
aún no lo sé odiar.
Idamante le declara su amor a la princesa troyana y promete clemencia a los prisioneros troyanos. Llegan noticias de que Troya ha sido derrotada y que Idomeneo y sus tropas están por regresar al país. Lleno de regocijo, Idamante decide poner en libertad a los prisioneros troyanos, incluyendo a Ilia. Electra, al llegar, protesta en contra del compasivo gesto de Idamante, ya que siente envidia de Ilia. Arbace, el consejero de confianza del rey, interrumpe los desvaríos de celos de Electra, reportando que el navío del rey se ha perdido en una tempestad en el mar y que Idomeneo ha muerto. Electra teme que con la muerte del rey, Idamante ascienda al trono y haga a Ilia su reina. Con la muerte del rey, todas sus esperanzas de contraer matrimonio con su sucesor se disipan. Su furia se manifiesta con virulencia en la maravillosa aria “Tutte nel cor vi sento”, precedida por el soberbio recitativo accompagnato “Estinto è Idomeneo?”. El tormentoso paisaje inspira a Mozart una música volcánica, que prefigura cierta forma de dramatismo consolidada, una década después, en Die Zauberflöte (La flauta mágica).
Estinto è Idomeneo?… Tutto a miei
danni, tutto congiura il ciel! Può a
suo talento Idamante disporre d’un
impero, e del cor, e a me non resta
ombra di speme? A mio dispetto,
ahi lassa! vedrò, vedrà la Grecia a
suo gran scorno, una schiava Troiana
di quel soglio e del talamo ha parte…
invano Elettra ami l’ingrato… e soffre
una figlia d’un re, ch’ha re vassalli,
ch’una vil schiava aspiri al grand’
acquisto? … Oh sdegno! oh smanie!
oh duol! … più non resisto.
Tutte nel cor vi sento,
Furie del crudo averno,
Lunge a sì gran tormento
Amor, mercè, pietà.
Chi mi rubò quel core,
Quel che tradito ha il mio,
Provi dal mio furore,
Vendetta e crudeltà.
Tutte nel cor vi sento, ecc.
¿Muerto está Idomeneo? ¡Se conjura
el cielo contra mí! Puede, a su
voluntad, Idamante disponer del
imperio, y de su corazón y, a mi, ¿no
me queda ni sombra de esperanza?
¡Abandonada…! Grecia verá, para
su vergüenza, a una esclava troyana
compartir el trono y el tálamo real…
En vano ama Electra a ese ingrato…
¿Debe, la hija de un rey cuyos
vasallos son reyes, sufrir que una vil
esclava aspire a conseguir los más
altos dones? ¡Oh furia! ¡No lo resisto!
¡A todas os tengo en el corazón,
furias del crudo Averno!
Alejad tan fieros tormentos,
amor, favor, piedad…
quien me ha robado el corazón,
ése que ha traicionado al mío,
¡que sienta mi furor,
mi venganza y mi crueldad!
¡A todas os tengo en el corazón, etc.
El navío del rey ha logrado llegar con bien a la costa. En medio de una temible tormenta, Idomeneo ha hecho un trato con Neptuno, el dios del mar: si su barco sobrevive la tempestad, el rey sacrificará a la primera persona que encuentre en tierra firme.
La primera persona que el rey encuentra es a Idamante, su hijo. Padre e hijo no se reconocen al principio, ya que Idamante era sólo un niño cuando su padre había partido para la guerra. Mientras que la tempestad hacía sus estragos, todos en la costa se imaginaron que el rey se había perdido y ahora Idamante llora la muerte de su padre. Cuando Idomeneo descubre la verdadera identidad de Idamante, se siente horrorizado de haber hecho su promesa a Neptuno. El rey desprecia a su hijo, advirtiéndole que nunca deben encontrarse. Idamante se siente profundamente herido ante el inexplicable rechazo de su padre. Horrorizado, Idomeneo huye sin dar explicaciones. Perplejo, Idamante sufre.
El resto de las tropas cretenses desembarca y todos, llenos de alegría, se reúnen con sus familias, cantando alabanzas a Neptuno, a quien honrarán con un sacrificio.
Nettuno s’onori,
Quel nome risuoni,
Quel Nume s’adori,
Sovrano del mar;
Con danze e con suoni
Convien festeggiar.
Or suonin le trombe,
Solenne ecatombe
Andiam preparar.
Hónrese a Neptuno,
resuene su nombre,
adórese a este dios,
soberano del mar.
Con danzas y sones
conviene festejar.
Que suenen las trompas,
mientras, el solemne sacrificio,
nos disponemos a preparar.