Los lectores de este blog saben que cada año, con motivo del día 1 de enero en que la Iglesia celebra la Jornada Mundial de la Paz, ofrecemos unas pinceladas de los textos sagrados y la doctrina de los pontífices sobre este preciado don que es la paz.
El título de este artículo coincide con Mateo 5, 9: Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Empezamos con una selección de apartados que hablan de la paz en la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, del papa Francisco.
190. A veces se trata de escuchar el clamor de pueblos enteros, de los pueblos más pobres de la tierra, porque “la paz se funda no sólo en el respeto de los derechos del hombre, sino también en el de los derechos de los pueblos” (Pontificio Consejo «Justicia y Paz», Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 157). Lamentablemente, aun los derechos humanos pueden ser utilizados como justificación de una defensa exacerbada de los derechos individuales o de los derechos de los pueblos más ricos. Respetando la independencia y la cultura de cada nación, hay que recordar siempre que el planeta es de toda la humanidad y para toda la humanidad, y que el solo hecho de haber nacido en un lugar con menores recursos o menor desarrollo no justifica que algunas personas vivan con menor dignidad. Hay que repetir que “los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás” (Pablo VI, Carta apostólica Octogesima adveniens, 14 mayo 1971, 23).
III. El bien común y la paz social
217. Hemos hablado mucho sobre la alegría y sobre el amor, pero la Palabra de Dios menciona también el fruto de la paz (cf. Gálatas 5,22: ὁ δὲ καρπὸς τοῦ πνεύματός ἐστιν ἀγάπη, χαρά, εἰρήνη, μακροθυμία, χρηστότης, ἀγαθωσύνη, πίστις, πραΰτης, ἐγκράτεια· κατὰ τῶν τοιούτων οὐκ ἔστιν νόμος / Fructus autem Spiritus est caritas, gaudium, pax, patientia, benignitas, bonitas, longanimitas, mansuetudo, fides, modestia, continentia, castitas. Adversus huiusmodi non est lex / por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está demás).
218. La paz social no puede entenderse como un irenismo o como una mera ausencia de violencia lograda por la imposición de un sector sobre los otros. También sería una falsa paz aquella que sirva como excusa para justificar una organización social que silencie o tranquilice a los más pobres, de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios puedan sostener su estilo de vida sin sobresaltos mientras los demás sobreviven como pueden. Las reivindicaciones sociales, que tienen que ver con la distribución del ingreso, la inclusión social de los pobres y los derechos humanos, no pueden ser sofocadas con el pretexto de construir un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz. La dignidad de la persona humana y el bien común están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus privilegios. Cuando estos valores se ven afectados, es necesaria una voz profética.
219. La paz tampoco “se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas. La paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres” (Pablo VI, Carta encíclica Populorum progressio, 26 marzo 1967, 76). En definitiva, una paz que no surja como fruto del desarrollo integral de todos, tampoco tendrá futuro y siempre será semilla de nuevos conflictos y de variadas formas de violencia.
227. Ante el conflicto, algunos simplemente lo miran y siguen adelante como si nada pasara, se lavan las manos para poder continuar con su vida. Otros entran de tal manera en el conflicto que quedan prisioneros, pierden horizontes, proyectan en las instituciones las propias confusiones e insatisfacciones y así la unidad se vuelve imposible. Pero hay una tercera manera, la más adecuada, de situarse ante el conflicto. Es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso. “¡Felices los que trabajan por la paz!” (Mateo 5, 9: μακάριοι οἱ εἰρηνοποιοί, ὅτι αὐτοὶ υἱοὶ Θεοῦ κληθήσονται / Beati pacifici: quoniam filii Dei vocabuntur / Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios).
229. Este criterio evangélico nos recuerda que Cristo ha unificado todo en sí: cielo y tierra, Dios y hombre, tiempo y eternidad, carne y espíritu, persona y sociedad. La señal de esta unidad y reconciliación de todo en sí es la paz. Cristo «es nuestra paz» (Efesios 2, 14: αὐτὸς γάρ ἐστιν ἡ εἰρήνη ἡμῶν. / Ipse enim est pax nostra / pues Él mismo es nuestra paz). El anuncio evangélico comienza siempre con el saludo de paz, y la paz corona y cohesiona en cada momento las relaciones entre los discípulos. La paz es posible, porque el Señor ha vencido al mundo y a su conflictividad permanente “haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1, 20: καὶ δι᾽ αὐτοῦ ἀποκαταλλάξαι τὰ πάντα εἰς αὐτόν, εἰρηνοποιήσας διὰ τοῦ αἵματος τοῦ σταυροῦ αὐτοῦ, εἴτε τὰ ἐπὶ τῆς γῆς εἴτε τὰ ἐν τοῖς οὐρανοῖς / et per eum reconciliare omnia in ipsum, pacificans per sanguinem crucis ejus, sive quae in terris, sive quae in caelis sunt / Por él quiso reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz). Pero si vamos al fondo de estos textos bíblicos, tenemos que llegar a descubrir que el primer ámbito donde estamos llamados a lograr esta pacificación en las diferencias es la propia interioridad, la propia vida siempre amenazada por la dispersión dialéctica. (Cf. I. Quiles, S.I., Filosofía de la educación personalista, Buenos Aires 1981, 46-53) Con corazones rotos en miles de fragmentos será difícil construir una auténtica paz social.
230. El anuncio de paz no es el de una paz negociada, sino la convicción de que la unidad del Espíritu armoniza todas las diversidades. Supera cualquier conflicto en una nueva y prometedora síntesis. La diversidad es bella cuando acepta entrar constantemente en un proceso de reconciliación, hasta sellar una especie de pacto cultural que haga emerger una «diversidad reconciliada», como bien enseñaron los Obispos del Congo: “La diversidad de nuestras etnias es una riqueza […] Sólo con la unidad, con la conversión de los corazones y con la reconciliación podremos hacer avanzar nuestro país” (Comité permanent de la Conférence Episcopale Nationale du Congo, Message sur la situation sécuritaire dans le pays, 5 diciembre 2012, 11).
239. La Iglesia proclama «el evangelio de la paz» (Efesios 6, 15: καὶ ὑποδησάμενοι τοὺς πόδας ἐν ἑτοιμασίᾳ τοῦ εὐαγγελίου τῆς εἰρήνης / et calceati pedes in praeparatione Evangelii pacis / Calcen sus pies con el celo para propagar la Buena Noticia de la paz) y está abierta a la colaboración con todas las autoridades nacionales e internacionales para cuidar este bien universal tan grande. Al anunciar a Jesucristo, que es la paz en persona (cf. Efesios 2, 14), la nueva evangelización anima a todo bautizado a ser instrumento de pacificación y testimonio creíble de una vida reconciliada (Cf. Propositio 14.). Es hora de saber cómo diseñar, en una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin exclusiones. El autor principal, el sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un grupo, una élite. No necesitamos un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural.
Hasta aquí este primer capítulo de esta brevísima serie sobre la XLIX Jornada Mundial de la Paz.
Pablo VI (Giovanni Battista Montini) y Adolfo Suárez