Éste es nuestro último capítulo de la serie dedicada a glosar someramente la Oda a una urna griega de John Keats.
4.
¿Éstos, quiénes serán que al sacrificio acuden?
¿Hasta qué verde altar, misterioso oficiante,
llevas esa ternera que hacia los cielos muge,
los suaves flancos cubiertos de guirnaldas?
¿Qué pequeña ciudad a la vera del río o de la mar,
alzada en la montaña su calma ciudadela
vacía está de gentes esta sacra mañana?
Oh diminuto pueblo, por siempre silenciosas
tus calles quedarán, y ni un alma que sepa
por qué estás desolado podrá nunca volver.
IV
¿Quiénes son los que van al sacrificio?
¿A qué altar, misterioso sacerdote,
llevas esa novilla que a los cielos
muge, el lomo sedeño engalanado?
¿Qué ciudad junto a un río o en la marina,
o entre montes, en paz, esta mañana
devota, sin sus gentes se ha quedado?
Tus calles, oh ciudad, estarán por siempre
en silencio, y jamás podrá tornar
alguien que diga por qué estás desierta.
Estancia cuarta. Escena de sacrificio. La víctima, una ternera que hacia los cielos muge.
¿Hay una referencia, como hemos apuntado, al friso del Partenón?
¿O, tal vez, a una escena repetida en la cerámica ática?
Nos viene a la cabeza el sacrificio de Ifigenia, sobre el que hemos hablado extensamente en otro espacio.
Será el sacrificio de Alcmena.
Del mismo modo que el osado amante de la tercera estancia nunca podrá alcanzar a su amada, que, no obstante, siempre conservará su juvenil belleza, aprisionada en la inmovilidad eterna de la urna, la ciudad desde la cual acuden los fieles devotos al sacrificio está destinada a permanecer siempre vacía, pues sus habitantes están “congelados” en torno al altar sacrificial en la ceremonia religiosa.
5.
¡Ática imagen! ¡Bella actitud, marmórea estirpe
de hombres y de doncellas cincelada,
con ramas de floresta y pisoteadas hierbas!
¡Tú, silenciosa forma, tu enigma nuestro pensar excede
como la Eternidad! ¡Oh fría Pastoral!
Cuando a nuestra generación destruya el tiempo
tú permanecerás, entre penas distintas
de las nuestras, amiga de los hombres, diciendo:
«La belleza es verdad y la verdad belleza»… Nada más
se sabe en esta tierra y no más hace falta.
V
¡Ática forma! ¡hermosa prestancia!
con casta de marmóreos personajes,
con ramajes y yerbas pisoteadas;
tú, forma silenciosa, nos arrancas
del pensamiento, tal la eternidad.
Cuando la vejez abata la actual generación,
en medio de otras miserias, permanecerás, amiga
de los hombres, y dirás: «Es la belleza verdad
y la verdad es belleza»: esto es cuanto en la tierra
sabéis, no hace falta más.
La última estancia vuelve a ser una directa apelación a la pieza cerámica, aquí ya etiquetada de “ática”, y a su belleza. La urna presenta la frialdad del material con el que ha sido elaborada. La pieza perdurará en el tiempo, por encima de las generaciones humanas, y dirá que la belleza es verdad y la verdad belleza.
Pero las demás palabras puede que Keats las dirija a la urna: su belleza es la única justificación para su belleza; no tiene otra misión, no necesita nada más, sólo ser bella.
En efecto, en la Oda se manifiesta la inmortalización de la belleza por el arte en contraposición a la caducidad de la vida.
La obra es un elogio de la belleza, en oposición al tiempo que lo daña todo. Y lo único que no puede dañar el tiempo es la eternidad, relacionada por Keats con la belleza, la verdad y la perfección.
La urna es un objeto para el que no pasa el tiempo y, por ello, será siempre bella.
Además, los personajes descritos son seres inmóviles atrapados en la inmovilidad de la urna y, como ella, están dotados de una condición eterna.
Parece que en la composición de la obra influyeron los problemas de salud del poeta y la reciente muerte de su hermano Tom. Preocupado e interpelado por ambos hechos, compuso la Oda como un intento dialógico de hallar existencia poética más allá de una demasiado corta vida humana.
Cuando Keats intenta encontrar algún sentido de permanencia en un cada vez más aparentemente impermanente y fugaz mundo, él se dirige a esos objetos que ve fuera de la temporalidad.
Finalmente, hemos de decir que esta obra de Keats originó una tendencia que unía la poesía y la pintura. La síntesis entre la poesía y pintura es algo que se conoce como «Ekphrasis», una disciplina de la que Carlos Rojas ha sido un auténtico pionero en Estados Unidos:
«Se considera la «Oda a la urna griega» de John Keats como el principio del «Ekphrasis», que es el paso o trasposición del arte a la poesía». En sentido inverso, este profesor señala la «Oda a Salvador Dalí» de Lorca, como la «transmisión» de la pintura a la poesía. Por eso, Rojas reconoce que Dalí, tras conocer a Lorca, «vuelve del revés el «Ekphrasis» al hacer la trasposición de la poesía a la pintura».
Sobre la poesía “ekfrástica” de Keats con un interesante comentario de nuestra Oda puede leerse aquí.
Y hasta aquí nuestro repaso a este bello poema de Keats que hemos utilizado, sobre todo, para ofrecer ejemplos de cerámica griega, uno de los soportes materiales que más información nos han proporcionado sobre mitología y sobre aspectos relativos a la vida cotidiana de los antiguos griegos.
Como remate a nuesta serie la Oda a Psyche del propio Keats.
Ode to Psyche
John Keats (1795-1821)
O goddess! hear these tuneless numbers, wrung
By sweet enforcement and remembrance dear,
And pardon that thy secrets should be sung
Even into thine own soft-conched ear:
Surely I dreamt to-day, or did I see
The winged Psyche with awaken’d eyes?
I wander’d in a forest thoughtlessly,
And, on the sudden, fainting with surprise,
Saw two fair creatures, couched side by side
In deepest grass, beneath the whisp’ring roof
Of leaves and trembled blossoms, where there ran
A brooklet, scarce espied:
’Mid hush’d, cool-rooted flowers, fragrant-eyed,
Blue, silver-white, and budded Tyrian,
They lay calm-breathing on the bedded grass;
Their arms embraced, and their pinions too;
Their lips touch’d not, but had not bade adieu,
As if disjoined by soft-handed slumber,
And ready still past kisses to outnumber
At tender eye-dawn of aurorean love:
The winged boy I knew;
But who wast thou, O happy, happy dove?
His Psyche true!
O latest born and loveliest vision far
Of all Olympus’ faded hierarchy!
Fairer than Phoebe’s sapphire-region’d star,
Or Vesper, amorous glow-worm of the sky;
Fairer than these, though temple thou hast none,
Nor altar heap’d with flowers;
Nor virgin-choir to make delicious moan
Upon the midnight hours;
No voice, no lute, no pipe, no incense sweet
From chain-swung censer teeming;
No shrine, no grove, no oracle, no heat
Of pale-mouth’d prophet dreaming.
O brightest! though too late for antique vows,
Too, too late for the fond believing lyre,
When holy were the haunted forest boughs,
Holy the air, the water, and the fire;
Yet even in these days so far retir’d
From happy pieties, thy lucent fans,
Fluttering among the faint Olympians,
I see, and sing, by my own eyes inspired.
So let me be thy choir, and make a moan
Upon the midnight hours;
Thy voice, thy lute, thy pipe, thy incense sweet
From swinged censer teeming;
Thy shrine, thy grove, thy oracle, thy heat
Of pale-mouth’d prophet dreaming.
Yes, I will be thy priest, and build a fane
In some untrodden region of my mind,
Where branched thoughts, new grown with pleasant pain,
Instead of pines shall murmur in the wind:
Far, far around shall those dark-cluster’d trees
Fledge the wild-ridged mountains steep by steep;
And there by zephyrs, streams, and birds, and bees,
The moss-lain Dryads shall be lull’d to sleep;
And in the midst of this wide quietness
A rosy sanctuary will I dress
With the wreath’d trellis of a working brain,
With buds, and bells, and stars without a name,
With all the gardener Fancy e’er could feign,
Who breeding flowers, will never breed the same:
And there shall be for thee all soft delight
That shadowy thought can win,
A bright torch, and a casement ope at night,
To let the warm Love in!
Oda a Psique
¡Diosa!, escucha estos versos discordes, arrancados
dulcemente a la fuerza de queridos recuerdos,
y perdona que sean tus secretos cantados
aun en tu propio oído de delicada concha.
¿Lo habré soñado hoy, o es que he visto
a la alada Psique con los ojos despiertos?
Vagaba con descuido por el bosque
y me he desmayado de sorpresa al ver
dos hermosas criaturas recostadas muy juntas
sobre el más espeso pasto, bajo el rumoroso
techo de hojas y trémulas flores por donde corre
un arroyuelo apenas advertido.
Entre fragantes, frescas y silenciosas flores,
argentinas, azules y capullos purpúreos,
respiraban tranquilos sobre el lecho de hierba,
enlazados brazos y alas, los labios no,
pues aún no se habían despedido;
tal si los separase el sueño y se aprestaran
a superar el número de los pasados besos
a la tierna alborada de una aurora de amor.
Reconocí al muchacho,
pero ¿quién eras tú, feliz, feliz paloma?
¡Su verdadera Psique!
¡Oh tú, la más amada y postrera visión
de la desvanecida estirpe del Olimpo,
más bella que el astro de Febo en las regiones
de zafiro, o el Véspero, luciérnaga amorosa;
más bella aunque no tengas ningún templo,
ni altar lleno de flores,
ni coro virginal que entone dulces quejas
hacia la medianoche,
ni voz, ni caramillo, laúd, ni dulce incienso
que surja de incensarios oscilantes,
ni oráculo, santuario, bosquecillo,
ni la ardorosa voz del soñador profeta.
¡Oh tú, la más brillante! Aunque ya sea tarde
para los viejos votos y la ferviente lira
de antaño cuando eran las ramas de los bosques
sagradas, sagrado el aire, el agua, el fuego;
con todo, en estos días que están tan apartados
de esos cultos felices, tus luminosas alas
palpitando entre pálidos olímpicos
veo y canto inspirado (por aquello que he visto).
Déjame ser tu coro y entonar una queja
hacia la medianoche,
tu voz, tu caramillo, laúd, tu dulce incienso
que surja de oscilantes incensarios,
tu oráculo, santuario, bosquecillo,
y la ardorosa voz del soñador profeta.
Seré tu sacerdote y levantaré un templo
en alguna región virginal de mi mente.
Pensamientos brotados entre goce y dolor
en lugar de los pinos murmurarán al viento.
Alrededor, muy lejos, esos oscuros árboles
cubrirán escarpadas y salvajes montañas,
y allí arroyos, céfiros, pájaros y abejas
arrullarán el sueño de las Dríades
sobre el musgo, y en medio de este vasto reposo
un rosado santuario con una espaldera
adornaré que trence mi cerebro
de capullos, estrellas sin nombre y campanillas,
y de la Fantasía todo posible brote,
jardinera de flores que son distintas siempre.
Y habrá para ti cualquier suave delicia
que el pensamiento oscuro alcanzar pueda,
una brillante antorcha y una ventana abierta
en la noche, por donde entre el cálido Amor.
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