El pasado día 7 de febrero en el programa Proscenio de Radio Clásica se emitió un interesante programa sobre los orígenes del teatro y la música nacida para este género literario.
El director del programa, Carlos de Matesanz, inicia el programa refiriéndose a la primera de las tragedias de Esquilo, Las Suplicantes, basada, como dice el presentador-director del programa en el mito de las Danaides, las cincuenta hijas de Dánao. Da además información bastante acertada sobre los orígenes del género apunta que nació el teatro como una derivación de cultos religiosos – con ello se refiere, obviamente al ditirambo dionisíaco – que como obra de creación literaria).
Afirma luego que los coros, que en los templos cantaban hazañas divinas o humanas, acabaron trasladándose al exterior, a vallejos, en forma de semicírculo, donde, al disponer de más espacio, acompañaban sus recitaciones poéticas de movimientos coreográficos teniendo como fondo el mar al atardecer o los montes circundantes. A estas ceremonias el pionero Tespis se incorporó como actor e interaccionaba con el coro con el que creó el germen dramático del que, bien podemos decir, que nació el teatro tal y como lo concebimos en la civilización occidental. Pero Tespis, sigue diciendo Matesanz, no era un personaje, sólo un narrador que se intercalaba con el coro. En esta primera etapa aún no era teatro propiamente lo que se hacía. El siguiente paso, fundamental, sería la incorporación al ditirambo del diálogo, la aparición de un segundo actor, y si Tespis era el protagonista que dialogaba con el coro, ese paso siguiente sería incluir un deuteragonista que dialogara con Tespis y ahí es donde entra Esquilo que es quien introduce al segundo actor y cuya primera obra conservada son Las Suplicantes, basada en las historia de las cincuenta hijas de Dánao, Las Danaidas.
Como se aprecia, es un resumen breve, pero bastante acertado de los orígenes del teatro griego y, por ende, occidental.
Se ofrece después, como inicio musical del programa, y como no podía ser menos, una obertura, la de Las Danaides de Antonio Salieri. Se puede escuchar también aquí.
Francisco Rodríguez Adrados, en la introducción general a la edición de Gredos de las tragedias de Esquilo, dice:
Aquí estamos, ya dijimos, ante la primera pieza de una trilogía. Las Danaides, hijas de Dánao, que han venido de Egipto a su antigua patria Argos, intentan escapar a la persecución de sus primos, los hijos de Egipto (él y Dánao son hijos a su vez de Épafo, hijo de Zeus e Ío). Es el derecho de las mujeres a su cuerpo, su oposición a la violencia masculina. Las cincuenta Danaides, que forman el coro, se acogen con su padre Dánao a los altares, suplican sobre todo a Zeus, autor de su raza. Así se abre la obra, sigue el diálogo entre el padre Dánao y el corifeo.
Y llega Pelasgo, rey del país: ya tenemos un segundo actor. Pregunta, se entera, escucha la petición de auxilio de aquellas extrañas mujeres, tostadas por el sol de Egipto y de exóticos vestidos. Pero no quiere decidir, es un gran riesgo emprender una guerra extranjera por defender a unas mujeres que, después de todo, son egipcias. Pero también es arriesgado desatender la cólera de Zeus el Suplicante. No hay decisión sin dolor (ἄνευ δὲ λύπης οὐδαμοῦ καταστροφή), dice (442): esencia de lo trágico. Pelasgo irá a consultar al pueblo: es un rey democrático, no un héroe trágico, no lo hay en esta tragedia.
Un poco extrañamente, los problemas de una sociedad moderna son expuestos a través de los viejos personajes del mito.
Sigue el coro implorando a los dioses, con más terror aún cuando Dánao, desde la colina donde están los altares descubre el barco egipcio. Pero vuelve Pelasgo: el pueblo ha decidido ayudar a las Danaides. Y cuando llega el barco hay un duro enfrentamiento entre el heraldo y el coro, el heraldo y el rey. Persigue el coro de egipcios a las Danaides aterrorizadas. Y el rey los expulsa y conduce a las Danaides a la ciudad.
Pero no ha terminado todo: un coro de servidoras incita a las Danaides a no despreciar el amor. Tenemos otra vez dos caras, dos ideas: el derecho de la mujer a ser respetada y el derecho del amor. Es el tema del resto de la trilogía. Lo que sabemos es la boda forzada, la muerte de los egipcios a manos de las Danaides en la noche de bodas, la reconciliación, finalmente, de los sexos con el perdón de Hipermestra a su marido.
Y una vez más tenemos el espectáculo agitado y febril de las danzas, el aire exótico de Danaides y egipcios. Y, con ellos, el buen rey, encarnación de la democracia, y el buen padre. No hay, por esta vez, ningún personaje trágico. O lo es el coro de Suplicantes y el de Egipcios. Pues sobre los coros, herencia antigua, de fiestas populares en que hombres y mujeres se enfrentaban, está construida la tragedia.
Por cierto que la fecha probable de representación fue el 463 a. C.
Sigue Carlos de Matesanz hablando de Esquilo, diciéndonos que escribió unas 90 obras; sus tragedias, representadas por primera vez en el 500 a. C. se ofrecían en trilogías o grupos de tres, unidas normalmente por un asunto común. Se conocen los títulos de 79 de esas 90 obras teatrales, pero sólo han sobrevivido 7.
Puesto que el presentador lo hace, permítasenos ofrecer algunos datos del tragediógrafo ateniense, obtenidos de la Historia de la Literatura Griega de Albin Lesky:
Nació en Eleusis, cerca de Atenas, donde se hallaba el templo de Deméter, en el que tenían lugar los famosos y enigmáticos misterios, con sus ritos de iniciación, en el 525 a. C. de familia noble. Tomó parte activa en las Guerras Médicas: en Maratón, donde murió su hermano, y Salamina, como se puede suponer por la descripción que hace de esta última en Los persas. Su primer triunfo lo obtuvo en el 484 y le siguieron otros doce. En su edad madura se trasladó a Sicilia, donde se instaló en la corte del tirano Hierón de Siracusa. Regresó a Atenas y en el 468 fue derrotado en el concurso por Sófocles.
Al año siguiente triunfó con su trilogía tebana, de la que conservamos Los siete contra Tebas, y obtuvo su última victoria en el 458 con la trilogía La Orestía, que conservamos completa. Murió en Gela, Sicilia, en el 456. El epitafio de su tumba, compuesto por él, recuerda su participación en Maratón y Salamina. Y el espíritu de esta época gloriosa de Atenas late en toda su obra, que supone una de las culminaciones del desarrollo del pensamiento griego. Tal fue su gloria que se permitió a cualquiera participar en el concurso con obras suyas; el comediógrafo Aristófanes le dedica un gran elogio al presentarle como paradigma del arte trágico en su comedia Las ranas.
De las casi 90 obras que la tradición dice que compuso sólo podemos disfrutar de siete: Las suplicantes, Los persas, Los siete contra Tebas, Prometeo encadenado y la trilogía de La Orestía, compuesta por Agamenón, Las coéforos y Las euménides. Con estas y otras obras le imaginamos compitiendo en su juventud con autores como Prátinas, Frínico y Quérilo, y en su madurez con Sófocles.
Esquilo ha sido considerado el creador de la tragedia en el sentido literario. Introdujo el segundo actor, con lo que hizo posible el diálogo y la verdadera acción dramática. A pesar de que Aristóteles en su Poética atribuye a Sófocles la invención de la escenografía y del aparato escénico, algunas obras de Esquilo, como Prometeo encadenado, sugieren ya la utilización de recursos escénicos bastante espectaculares. Sus obras muestran una rápida progresión en cuanto la técnica dramática, desde Las suplicantes, en la que la acción es lineal y los caracteres individuales carecen de relieve, hasta La Orestía, que presenta una trama bien construida y unos personajes de auténtica talla. Debemos tener en cuenta que al principio de su creación no disponía más que de un actor y significó un proceso grande añadir el segundo. Junto con esta meritoria innovación, parece que redujo la participación del coro, dando el primer lugar a la palabra hablada.
Un largo trayecto separaba la pieza coral con algunos discursos intercalados, que es la tragedia que heredó Esquilo, de la maravillosa construcción triádica de La Orestía. La continuidad en el contenido de las tres tragedias representadas en ningún modo era originaria, sino la coronación del esfuerzo de Esquilo por estructurar la tragedia. Esquilo dio majestad a la tragedia, elevando temas de folklore popular a la categoría de problemas universales.
Esta majestad se observa también en el metro y en la lengua, intencionadamente alejada de la cotidiana, llena de rebuscados compuestos, de kennings o frases enigmáticas, como la expresión πρὸ ἀναύδων παίδων τᾶς ἀμιάντου “por los hijos sin voz de lo impoluto (del mar incorrumptible)“, que designa los peces que devoran a los persas muertos en Salamina (Los Persas, 577); las más de las veces agrega detrás la interpretación, así en expresiones como πτηνὸς κύων, δαφοινὸς αἰετός “el sabueso alado de Zeus, el águila roja (sanguinaria)“ (Prometeo encadenado, 1022) o τῆς τ᾿ ἀνθεμουργοῦ στάγμα, παμφαὲς μέλι “ la destilación de la trabajadora abeja, la brillante miel“ (Los Persas, 612).
Otro medio utilizado por Esquilo para dar extrañeza a la lengua es el uso de palabras exóticas o con un acento extranjero en las escenas en que intervienen personajes persas, egipcios o jónicos, en el intento de crear un ambiente extranjero y exótico. Es un maestro en la plástica del lenguaje y en la creación de imágenes audaces sin caer en lo artificioso. Las partes líricas de algunos de sus coros alcanzan la cima del arte poético.
En cuanto a los temas la innovación de Esquilo consiste en que convierte los mitos y leyendas locales de Grecia en expresiones dramatizadas de los problemas universales del hombre: su relación con la divinidad, su destino, el problema del mal, la herencia de la culpa, el problema de la justicia en su más amplia acepción, el orden que rige el universo, etc. Se le ha llamado por esto “poeta de las ideas“, ya que en todas sus obras la anécdota de la trama está siempre subordinada al planteamiento y especulación en torno a uno de los problemas eternos de la vida del hombre. Hay en él un visionario, capaz de hacer vivir poderosamente abstracciones, y un pensador que medita sobre las antiguas leyendas para hacer salir una alta lección moral. Repasemos seguidamente de forma rápida las tragedias conservadas y el tema que abordan.
El programa Proscenio emitirá el próximo lunes 14 de febrero a las 23’00 la segunda parte de “Los orígenes del Teatro», dedicado en esta ocasión al Prometeo encadenado de Esquilo.
En el programa se ofrecerán las siguientes obras musicales:
HÄNDEL: Obertura y aria “Più che penso alle fiamme del core” de “Serse” (12’24”) por Judith Malafronte (mezzosoprano) y The Hannover Band. Director: Nicholas McGegan.
GOLDMARK: Obertura para “Prometeo encadenado”, Op. 38 (17’23”). Orquesta Filarmónica Gürzenich de Colonia. Director: James Conlon.
SCRIABIN: Prometeo, el poema del fuego, Op. 60 (20’47”). Dmitri Alexeev (piano), The Choral Arts Society, Orquesta de Filadelfia. Director: Riccardo Muti.
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