Tumba de Bette Davis en Forest Lawn Memorial Park, Los Ángeles, California, Estados Unidos
Éste es el último capítulo de esta breve sobre (auto)epitafios que inspiró, una vez más, Aulo Gelio y sus Noches Áticas, en concreto Noches Áticas I, XXIV, donde aporta los epitafios, compuestos por ellos mismos, de tres antiguos poetas latinos: Nevio, Plauto y Pacuvio. Con este pretexto hemos ofrecido también los (auto)epitafios de Reinaldo Arenas, Mario Benedetti, Alcuino de York, el de una tumba del cementerio de Castellón, la inscripción CIL (Corpus Inscriptionum Latinarum)) 03, 0398, Rabelais, César Augusto, el de un panteón familiar también en el viejo camposanto castellonense, Maquiavelo, Galileo, Kazantzakis, Rafael Sanzio, ML King, Jim Morrison, Frank Sinatra, Enrique Jardiel Poncela, Billy Wilder y Mel Blanc.
Seguimos con algunos ejemplos más.
En la tumba de Bette Davis podemos leer: She dit it the hard way (Lo hizo de la manera difícil).
Un simple In aparece bajo el nombre del actor Jack Lemmon, algo así como “Estoy dentro”.
Tumba de Jack Lemmon en el Cementerio Westwood Village Memorial Park, Los Ángeles, California, Estados Unidos
En la lápida que cubre el nicho donde está enterrado Miguel de Unamuno leemos:
“Méteme, Padre Eterno, en tu pecho, misterioso hogar; dormiré allí pues vengo deshecho del duro bregar”.
Se trata del Salmo III de sus Poesías, Salmos.
Tumba de Miguel de Unamuno, en el cementerio de Salamanca
En la tumba de Jorge Luis Borges, en un parque de Ginebra, está la inscripción «And ne forhtedon na», formulada en inglés antiguo, erróneamente traducida hasta la saciedad -acaso por la influencia del libro Borges, esplendor y derrota, de María Esther Vázquez- como «Las puertas del cielo se abrieron hacia él». La traducción correcta es, en realidad, «Y que no temieran». No sería posible descifrar el sentido de esta frase si no recordáramos que Borges era un enamorado de las antiguas sagas nórdicas, y que en colaboración con la propia María Esther Vázquez escribió el volumen Literaturas germánicas medievales. Allí mismo podemos encontrar un artículo titulado «La balada de Maldon», que nos habla de un poema épico del siglo X. El poema describe el enfrentamiento que tuvo lugar el 10 u 11 de agosto del año 991, en el río Blackwater, en Essex, Inglaterra. El pasaje que nos interesa es el que sigue: «Entonces comenzó Byrhtnoth a arengar a los hombres /Cabalgando les aconsejó, enseñó a sus guerreros / Cómo debían pararse y defender sus lugares / Les ordenó que sostuvieran bien sus escudos / Con sus puños firmes y que no temieran. / Entonces cuando sus huestes estuvieron bien ordenadas / Byrhtnoth descansó entre sus hombres donde más le gustaba estar / Entre aquellos guerreros que él sabía más fieles». El epitafio del anverso de la lápida de Borges se corresponde con la segunda mitad de este quinto verso.
Información sacada de aquí.
En el Apéndice 3 de la Antología Griega, leemos el Epigrama sepulcral 17 que pasa por ser el epitafio del tragediógrafo Esquilo:
Αἰσχύλον Εὐφορίωνος Ἀθηναῖον τόδε κεύθει
Al ateniense Esquilo, hijo de Euforión, lo oculta esta
μνῆμα καταφθίμενον πυροφόροιο Γέλας
tumba, muerto en la tierra de Gela, fértil en trigo.
ἀλκὴν δ’ εὐδόκιμον Μαραθώνιον ἄλσος ἂν εἴποι
De su noble valor el santuario de Maratón puede hablar
καὶ βαρυχαιτήεις Μῆδος ἐπιστάμενος.
y el Medo de larga cabellera lo conoce bien.’
En el capítulo VI (L’herbe cache et la pluie efface) del Libro IX (Suprême ombre, suprême aurore) de la Quinta Parte de Los miserables de Víctor Hugo, encontramos el epitafio del protagonista Jean Valjean.
L’HERBE CACHE ET LA PLUIE EFFACE
Il y a, au cimetière du Père-Lachaise, aux environs de la fosse commune, loin du quartier élégant de cette ville des sépulcres, loin de tous ces tombeaux de fantaisie qui étalent en présence de l’éternité les hideuses modes de la mort, dans un angle désert, le long d’un vieux mur, sous un grand if auquel grimpent les liserons, parmi les chiendents et les mousses, une pierre. Cette pierre n’est pas plus exempte que les autres des lèpres du temps, de lamoisissure du lichen, et des fientes d’oiseaux. L’eau la verdit, l’air la noircit. Elle n’est voisine d’aucun sentier, et l’on n’aime pas à aller de ce côté-là, parce que l’herbe est haute et qu’on a tout de suite les pieds mouillés. Quand il y a un peu de soleil, les lézards y viennent. Il y a, tout autour, un frémissement de folles avoines. Au printemps, les fauvettes chantent dans l’arbre.
Cette pierre est toute nue. On n’a songé en la taillant qu’au nécessaire de la tombe, et l’on n’a pris d’autre soin que de faire cette pierre assez longue et assez étroite pour couvrir un homme.
On n’y lit aucun nom.
Seulement, voilà de cela bien des années déjà, une main y a écrit au crayon ces quatre vers qui sont devenus peu à peu illisibles sous la pluie et la poussière, et qui probablement sont aujourd’hui effacés:
Il dort. Quoique le sort fût pour lui bien étrange,
Il vivait. Il mourut quand il n’eut plus son ange,
La chose simplement d’elle-même arriva,
Comme la nuit se fait lorsque le jour s’en va.
En el cementerio Padre Lachaise, cerca de la fosa común y lejos del barrio elegante de esa ciudad de sepulcros, lejos de todas esas tumbas a la moda, en un lugar solitario, al pie de un antiguo muro, bajo un gran tejo por el cual trepan las enredaderas de campanillas en medio del musgo, hay una piedra.
Esta piedra no se halla menos expuesta que las demás a la lepra del tiempo, a los efectos de la humedad, del liquen y de las inmundicias de los pájaros. El agua la pone verde y el aire la ennegrece. No está próxima a ninguna senda, y no es agradable ir a pasear por aquel lado a causa de la altura de la hierba. Cuando la bañan los rayos del sol, se suben a ella los lagartos. A su alrededor se mecen los tallos de avena agitados por el viento, y en la primavera cantan en el árbol las currucas.
Esta piedra está desnuda. Al cortarla, se pensó únicamente en las necesidades de la tumba, esto es, que fuera lo bastante larga y lo bastante angosta para cubrir a un hombre. Ningún nombre se lee en ella. Pero hace muchos años, una mano escribió allí con lápiz estos cuatro versos que se fueron volviendo poco a poco ilegibles a causa de la lluvia y del polvo, y que probablemente ya se habrán borrado:
Duerme. Aunque la suerte fue con él tan extraña,
él vivía. Murió cuando no tuvo más a su ángel.
La muerte simplemente llegó,
como la noche se hace cuando el día se va.
Se nos antoja un bello final, un bonito epitafio, en la muerte de esta serie.
Muerte de Jean Valjean (1850) Original: acero grabado dibujado por de Neuville, grabado por Outhwaite
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