Más adelante se narra el momento en que Lucrecia revela a su marido Colatino y a su padre Lucrecio que ha sido violada por Tarquinio y, ante ellos, se quita la vida. Las secciones 11, 12 y 13.
Vuelve en ese momento el raudo mensajero.
A su señor y a otros, por delante acompaña.
Ve el esposo a Lucrecia largamente enlutada 1585
y en torno de sus ojos por el llanto arruinados,
unos aros azules igual al arco iris.
Estos ríos de hiel en el oscuro cauce,
serán nuevas tormentas sobre las ya pasadas.
Cuando esto ve el esposo, con cara preocupada 1590
intrigado la mira. Los ojos aunque hundidos
en lágrimas, miraban, duros y enrojecidos.
Su viveza está muerta por las preocupaciones
y él no tiene valor para indagar la causa.
Enfrentados de pie, como viejos amigos, 1595
lejos de sus hogares, preguntan por su suerte.
Por fin, toma su mano, pálida y desmayada
y comienza a decir: «¿Qué depravado evento
sobre ti, ha recaído, que estás tan temblorosa?
Dulce amor, ¿qué dolor empaña tu hermosura? 1600
¿Por qué has sido llevada sin querer a estos males?
Desvela pues amada tu triste pesadumbre
y cuenta tu amargura para darle remedio.»
Tres veces, con suspiros, intenta hablar su pena,
antes de conseguir una sola palabra. 1605
Ungida ella contesta a la voz de su esposo
y humilde se prepara a darle a conocer
que su honor está reo de su cruel enemigo,
en tanto Colatino, con los demás señores,
con atención anhelan escuchar el relato. 1610
Y aquel pálido cisne en su acuoso nido,
comienza el canto fúnebre de inequívoco fin:
«Pocas palabras» dice «le van mejor al crimen,
que hallar alguna excusa que pueda repararlo.
En mí, hay más dolores que palabras me pesan 1615
y mis quejas irían sin norte en la distancia,
si todas las narrara con mi cansada lengua.
Sea, pues, esto todo, lo que deba decirse:
Mi fiel querido esposo, en la paz de tu lecho,
se introduzco un extraño y en tu almohada yació, 1620
mientras tú, no podías, reposar en su albura.
El resto de la infamia que imaginarte puedes,
le fue impuesto a la fuerza a mi fragilidad.
Desde entonces, Lucrecia, tu esposa, ya no es libre.
En el silencio horrible, en mitad de la noche, 1625
entró en mi habitación armado de su espada
-parecía un demonio quemándose en sus llamas-
y quedamente dijo: «Despierta ya, romana,
y sírvele a mi amor o tendrás mi venganza,
en la infamia que a todos infligiré esta noche, 1630
si te opones al acto de mi ardiente pasión.»
«A tu mejor sirviente, al favorito» dijo
«sino pliegas tu orgullo a mi fuerte deseo
mataré en este instante y tú tendrás su suerte
y juraré que estabais desnudos cometiendo 1635
el acto de lujuria y en justicia maté
a los fornicadores. Esta acción me dará
un inmenso renombre y a ti tu deshonor.»
Sobresaltada puse mi grito por los cielos
y él en mi corazón la punta de su espada, 1640
jurándome, que a menos, fuera en todo paciente
al alba no estaría para decir palabra.
Así con mi deshora quedaría marcada.
Jamás se olvidará ¡oh! poderosa Roma,
a la infiel de Lucrecia, muerta junto a su esclavo. 1645
Mi rival era fuerte y yo frágil y débil,
más débil por efectos de mi fuerte terror.
Aquel sangriento juez hizo callar mi lengua,
no queriendo escuchar súplicas de justicia,
y llegó en su locura ciegamente a jurar 1650
que mi pobre belleza, fue el ladrón de sus ojos,
y cuando al juez se roba, el prisionero paga.
¡Enseñadme a tramar la red de mi disculpa!
O, al menos encontrar un humilde refugio,
donde piense en mi sangre, por el vil mancillada, 1655
aunque mi alma esté pura e inmaculada.
Que al no plegarse el alma, él no pudo llevarla
a pecadores goces y sigue estando pura,
en su encierro infernal pero viva y latiendo.»
¡Mirad al comerciante que ha vendido su honra! 1660
Con la cabeza gacha y con la voz ahogada,
con la mirada triste y los brazos en cruz.
De sus pálidos labios empiezan a brotar,
el dolor que moroso retarda su respuesta.
Mas el náufrago lucha sabiéndose perdido, 1665
cuando exhala su aliento el aire que expulsó.
Tal como la riada, ruge al ojo del Puente
y escapa a la mirada que observa su corriente,
pero en el remolino se encrespa con orgullo
y brama contra el cauce que la obliga a correr, 1670
impulsada hacia arriba, adelante y atrás.
El pesar del esposo se transforma en la sierra
que adelante y atrás empuja su rencor.
Muda de tanta pena, ve en su mísero esposo
el dolor y el tardío frenesí despertado. 1675
«¡Oh, señor, tu tormento a mi tormento presta
vigor! Ningún diluvio se amaina con la lluvia
y mi dolor me mata si te veo sufrir,
por que el tuyo es más fuerte y debiera bastar
para ahogar el dolor, un par de ojos llorosos. 1680
Por aquello que tanto consiguió enamorarte,
por la que fue tu esposa, Lucrecia: ¡Oh, escúchame!
Rápidamente busca vengarte en mi enemigo,
en el tuyo y el suyo y piensa que defiendes,
una causa pasada. Que tu ayuda me llega, 1685
cuando ya no me sirve, aunque muera el traidor.
La justicia remisa, nutre la iniquidad.
Mas antes de deciros su nombre», dice ella,
dirigiéndose a aquellos que están con Colatino,
«juraréis ante mí la honorable promesa 1690
de conseguir vengar el deshonor causado.
Suprimir la injusticia con armas vengadoras,
pues meritorio y bello designio es del que jure,
el reparar la ofensa hecha a una pobre dama.»
Ante esta petición con noble y doble ánimo, 1695
cada señor presente prestó su juramento,
impuesto por las leyes de la caballería,
anhelando saber el nombre del infame.
Mas ella que no ha dicho toda su triste historia,
la protesta detiene. «¡Decidme!» exclama ella, 1700
«¿cuánta mancha será lavada de mi ofensa?
¿De qué especie es mi falta y cuál es mi delito
si forzada me vi por la cruel circunstancia?
¿Se absolverá mi alma pura, de tanta mancha?
¿puede mi honor manchado con algo enaltecerse? 1705
¿Hay cláusulas legales que disculpen mi falta?
La fuente envenenada por sí mismo se aclara
¿por qué no puede ella lavar su propia mancha?»
A la vez comenzaron todos a replicar,
que las manchas del cuerpo las borra un alma pura. 1710
Lucrecia se sonríe, tristemente y desvía
su rostro que es la estampa del más vivo dolor
y del duro infortunio grabado con sus lágrimas.
«No, no» dice «no habrá, dama que en el futuro,
use de mis disculpas para su absolución.» 1715
Suspira, cual si fuera a perder hasta el alma
y nombra al vil Tarquino. «¡Él, él!» grita y solloza.
Pero su pobre legua no dice más que «él»,
hasta que con tropiezos y muchas dilaciones,
recordando suspiros y esfuerzos dolorosos 1720
exclama: «¡Él, él, nobles señores, él ha sido,
quien induce mi mano a afligirme esta herida.»
Después de hablar envaina, en su pecho inocente,
un puñal que a su vez desvainó a su alma.
Libera el tajo a esta de la honda zozobra, 1725
reinante en la asquerosa prisión en que vivía.
Sus contritos suspiros a las nubes elevan
a su espíritu alado, que escapa por la herida
en el último instante de un sino concluido.
Ante el terrible acto quedan petrificados 1730
el pobre Colatino y el séquito presente.
El padre de Lucrecia al ver que se desangra
se arroja sobre el cuerpo de la pobre suicida.
De la fuente escarlata, saca Bruto temblando,
el cuchillo mortal que al dejar las heridas, 1735
perseguirá la sangre con su inútil justicia.
Al salir de su pecho la sangre a borbotones,
se divide en dos lentas corrientes carmesí,
que encierran a su cuerpo en un círculo igual
a una isla asaltada, que se extiende desnuda 1740
y despoblada en medio de horrenda inundación.
Su sangre pura y roja aun permanecía,
mas la que mancillara, Tarquino, se hace negra.
Ahora, sobre la fúnebre, azul y helada cara,
en la sangre más negra hay un halo acuoso, 1745
que parece llorar sobre el manchado espacio.
Desde entonces llorando las penas de Lucrecia,
la sangre putrefacta muestra signos de agua,
mientras la sangre limpia aun permanece roja,
como ruborizándose de la que está podrida. 1750
«Hija mía querida» dice el pobre Lucrecio,
«la vida que has matado, también era mi vida.
Si en la imagen de un hijo está la de su padre,
¿qué será de mi vida si no vive Lucrecia?
No emanaste de mí para un final tan triste. 1755
Si los hijos se mueren antes que el viejo padre
¿quiénes son los retoños y quiénes los maduros?
Pobre espejo quebrado, cuántas veces has visto
en tu dulce semblante mi renacida edad
y pasar de ser joven a empañado por viejo, 1760
en descarnada muerte que el tiempo ha desgastado.
¡De tus dulces mejillas arrancaron mi imagen,
rompiendo la belleza que había en el cristal,
para que nunca vea aquello que yo fui!
¡Tiempo detén tu cauce y acaba tu existencia 1765
puesto que ya no están los que me sobrevivan!
¿Por qué gana la muerte al más fuerte en su lucha
dejándole vivir al vacilante y débil?
La abeja vieja muere en función de las jóvenes.
¡Vive, dulce Lucrecia, vive de nuevo y mira 1770
como muere tu padre antes de ver que mueres!»
Entonces, Colatino, despierta de su sueño
y le pide a Lucrecio su lugar de dolor,
sobre la sangre fría del cuerpo de Lucrecia
y al caer desmayado por el terror vencido, 1775
también parece muerto, tendido junto a ella,
hasta que su energía le ordena levantarse
y vivir solamente para vengar su muerte.
Tan honda turbación ha calado en su alma
y a impuesto un mudo freno al dolor de su lengua, 1780
la cual enloquecida, regida por la rabia,
ha impedido al esposo desahogarse en palabras.
Trata de decir algo, mas los labios no emiten
palabras. Tal pesar ayuda al corazón,
mas nadie entendería el silente diálogo. 1785
Sólo pronuncia claro el nombre de Tarquino,
solamente entre dientes, como si lo mordiera.
Esta gran tempestad hasta acabar en lluvia,
retiene su pesar sólo para aumentarlo,
al fin llueve y se calma el viento laborioso. 1790
Luego el hijo y el padre lloran la misma pena,
a cual más por la hija, a cual más por la esposa.
Uno la llama suya. Suya la llama el otro
aunque ninguno puede poseer lo que pide.
El padre dice: «Es mía.» «Oh, mía solamente», 1795
le replica el esposo. «Por Dios no me arrebates
ser dueño d esta pena. Que no haya ni un doliente,
que llore por mi esposa, pues mía sólo era
y sólo Colatino llorará por su esposa.»
«¡Oh, Dios!» dice Lucrecio, «yo le engendré la vida 1800
que demasiado pronto y tarde derramó!»
«Dolor» dice el esposo «era mi dulce esposa,
tan mía, que la vida, que se quitó era mía.»
«Mi hija» más «mi esposa» en un clamor llenaban
el aire, que ahora dueño, de la infeliz Lucrecia, 1805
contestaba con ecos: «Mi hija» más «mi esposa».
Bruto que del costado, de ella arrancó el cuchillo,
al verles tan rivales de los mismos dolores,
comenzó a revestir su espíritu de orgullo
sepultando en la herida su aparente dislate. 1810
El era entre su pueblo, un romano estimado,
como el bufón deforme, suele serlo del rey,
que sólo aprecia chistes y tontas ocurrencias.
Pero ahora deja a un lado su hábito intrascendente,
donde encuentra cobijo su gran sabiduría, 1815
usando su talento, largo tiempo escondido,
para calmar el llanto del pobre Colatino.
«Tú, ultrajado romano. ¡Levántate, señor!
Permite que este frívolo que tonto se supone
llevar al tribunal su experiencia y talento. 1820
Dime buen Colatino: ¿Cura el dolor, dolor?
¿Heridas y aflicciones se ayudan mutuamente?
¿Venganza es lapidarse por el infame acto,
causante de que ella, tu esposa, se desangre?
Infantil aptitud es voluntad de débiles. 1825
Tu desgraciada esposa las cosas confundió
al matarse a sí misma y no al vil enemigo.
¡Oh, valiente romano! No ahogues tu corazón
en el suave rocío de inútiles lamentos.
Inclínate conmigo y haz tu parte del ruego, 1830
de invocar que despierten, nuestros dioses romanos,
de tal modo que vean el repugnante acto.
Puesto que nuestra Roma, con ello se deshonra,
limpiemos nuestras calles, con nuestros fuertes brazos.
¡Y por el Capitolio que todos adoramos, 1835
por esta casta sangre vertida inútilmente,
por este bello sol, reserva de cosechas,
por todos los derechos que Roma nos procura,
por la fe de Lucrecia que hace poco lloraba
su desdicha; por este, cuchillo ensangrentado, 1840
vengaremos la muerte de tu querida esposa!»
Dicho esto, su mano, le golpeó en el pecho,
besó el fatal cuchillo, para ofrendar su voto,
y a su proclama urge se unan los demás,
que admirados, aprueban, sus sentidas palabras. 1845
Luego todos postrando las rodillas en tierra
y el hondo juramento que Bruto profirió,
de nuevo lo pronuncian y todos con él juran.
Cuando todos juraron el compartido fallo,
sacaron del lugar a la bella Lucrecia, 1850
para mostrar su cuerpo sangrante a toda Roma
y proclamar así la afrenta de Tarquino,
lo cual, una vez hecho con rauda diligencia,
hizo que los romanos castiguen entre aplausos,
al infame Tarquino, al exilio perpetuo. 1855
El texto que ofrecemos ha sido sacado de aquí.
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