Último capítulo de esta larga serie dedicada a glosar brevemente dos de las Elegías Romanas de Goethe. Estábamos con la XII y su referencia los misterios eleusinos.
Para referirnos a Eleusis y su culto aportamos un texto sacado, en su mayor parte, del apartado Cultos mistéricos: Eleusis, el orfismo, dentro del capítulo VIII, La vida religiosa. El teatro, del libro de Robert Flacelière, La vida cotidiana en Grecia en el siglo de Pericles.
Cultos mistéricos: Eleusis
¿Los cultos de la ciudad y los cultos de los santuarios panhelénicos bastaban para colmar las aspiraciones religiosas del pueblo griego? Desde luego, un ateniense podía sentir un verdadero fervor por su diosa Atenea, igual que Hipólito, en la tragedia de Eurípides que lleva su nombre, siente por Artemisa una piedad casi mística, pero Hipólito es casi un órfico. Los cultos públicos en las ceremonias a menudo grandiosas eran siempre algo fríos e impersonales: se dirigían a los dioses en aras de la prosperidad colectiva de las ciudades e incluso de toda Grecia, pero no se interesaban lo suficiente por la felicidad individual del ser humano en esta vida y en la otra; incluso el culto de los muertos se preocupaba por el alimento de las “sombras“, aunque no garantizaban en absoluto la felicidad, o la desgracia, en el más allá. Estas formas colectivas de religiosidad no podían satisfacer por entero el anhelo religioso individual.
No ofrecían medio alguno de salvar la distancia entre dioses y mortales. De ahí que, ya desde los comienzos, surgieran manifestaciones de otro tipo de religiosidad más emocional: muchos opinan que las religiones del éxtasis proceden de la época pregriega, que durante algún tiempo quedaron sofocadas por la religión de los indoeuropeos inmigrantes, pero que bien pronto rebrotaron con irresistible fuerza en formas muy variadas. Las formas religiosas que llamamos mistéricas, de origen y naturaleza aún no bien conocidos por nosotros, se desarrollan de modo paralelo a las formas corrientes sin entrar en conflicto con éstas. En gran medida tienden a invadir, dada su enorme fuerza, todo el ámbito religioso y son parcialmente absorbidas por la religión oficial, sobre todo en la época clásica. Las religiones mistéricas prometían a sus adeptos una inmortalidad dichosa, si se iniciaban y observaban sus ritos, al margen de todo concepto de conducta meritoria o pecaminosa; su finalidad era pues la salvación individual de los hombres. La palabra griega μυστήριον implica, igual que las palabras románicas que derivan de ella, la idea de secreto reservado a cierto número de privilegiados, y las ideas cercanas de místico y misticismo se estaban desarrollando en varias de estas sectas.
Algunas resultaron sospechosas a los ojos del Estado, mientras que los misterios de Eleusis, reconocidos y protegidos por Atenas, gozaron de una situación especialmente favorable que les confirió, a lo largo de la Antigüedad, una importancia excepcional. Los Grandes Misterios de Eleusis se celebraban en Boedromión (septiembre) en honor de Deméter y de su hija Perséfone. Estas diosas velan tanto sobre los cereales como sobre los muertos que, como el grano, están enterrados en la tierra. Los misterios parecen haber recibido influencias órficas y dionisíacas. El Himno homérico a Deméter, que se ha conservado, cuenta el mito del rapto de Perséfone por Hades, y la búsqueda de la madre afligida que, recibida en Eleusis, se propone conferir la inmortalidad al joven Demofonte, y con posterioridad funda su culto de misterios. Éstos son los últimos versos del himno, una especie de “beatitud“:
Bienaventurado quien posee, entre los hombres, la visión de estos misterios. Pero el que no está iniciado en los ritos santos no tiene el mismo destino cuando, al morir, mora en las húmedas tinieblas.
Eleusis, demo del Ática, está a veintidós kilómetros de Atenas. El 14 del Boedromión, los objetos sagrados (ἱερά), contenidos en una cesta, se llevaban con gran pompa desde Eleusis a Atenas, donde se depositaban en el Eleusinion (᾿Ελευσίνιον). El 15 se reunían en el Pórtico de las pinturas (Ποικίλη Στοά) los candidatos a la iniciación: se admitía a todos, incluidos los esclavos y los bárbaros, excepto los homicidas sin purificar y aquellos cuya voz no es inteligible; se refiere quizás a los que, al no saber griego no podían pronunciar de manera adecuada las fórmulas rituales. El 16, los μύσται (iniciados) acudían a la ensenada del Falero para asistir a una curiosa ceremonia de purificación: al oír que los sacerdotes ordenaban: “al mar los iniciados“, todos corrían a bañarse arrastrando tras de sí un cochinillo, que más tarde sacrificaban. El 19, una enorme y solemne procesión devolvía por la vía sagrada de Atenas a Eleusis la cesta mística en medio de los cantos y gritos de “Íacco, Íacco“ (ἴακχος, ἴακχος). En Eleusis, por fin, tras un día de ayuno, tenían lugar, del 21 al 23, las dos noches de iniciación.
Pero lo que ocurría durante esas dos noches debía permanecer en secreto, y el que revelara lo que había visto u oído merecía la muerte. El secreto se guardó tan bien que sólo algunos textos tardíos, sobre todo los de los Padres de la Iglesia, nos permiten vislumbrar en qué consistía la iniciación.
Las excavaciones han permitido encontrar la gran sala en la que se desarrollaban los ritos secretos, el τελεστήριον: es un enorme cuadrilátero de cincuenta metros de lado, con seis hileras de siete columnas cuyas bases todavía se pueden ver; en las gradas, talladas en parte en la roca, se podían sentar unas tres mil personas.
La primera noche confería el grado inferior de la iniciación. Se rompía el ayuno de los iniciados – como el de Deméter en el Himno homérico – tomando el κυκεών, bebida ritual hecha con agua, caldo de cereales y poleo. Después se mostraban los objetos sagrados a los iniciados y éstos los tocaban. Se supone que se trataba esencialmente de representaciones de los órganos sexuales masculino y femenino.
El iniciado debía pronunciar esta fórmula: “he ayunado, he bebido el kykeón, he cogido el objeto de la cesta y tras cumplir el acto, lo he vuelto a colocar en el cesto, después de nuevo del cesto a la cesta“. También se cantaban cantos sagrados que debían dirigir los sacerdotes de la familia de los Eumólpidas (es decir, los buenos cantores). Parece ser que el fundador de los Misterios fue Eumolpo y por ello de entre los miembros de esta familia se elegía al hierofante o jefe oficial de los Misterios.
En la segunda noche los iniciados del año anterior pasaban a ser ἐπόπται (iniciados contemplativos), alcanzando así el grado de iniciación más elevado. La sala del telesterion estaba sumida en la más completa oscuridad y los iniciados debían desplazarse en un ambiente de terror y de angustia, creado por los cantos lúgubres. Luego, de pronto, unas antorchas (atributos característicos de Deméter y de Perséfone y símbolo de la revelación) iluminaban con brillantez el centro de la sala. Estas antorchas eran llevadas por los porta – antorchas (δᾳδοῦχοι). Entonces se mostraba a los iniciados “ese gran y admirable misterio: una espiga segada“, y también quizás un verdadero drama litúrgico, una hierogamia, es decir, es la representación de la unión sexual divina, normalmente entre Zeus y Hera.
Un fragmento precioso del retórico Temistius, atribuido por error a Plutarco, nos dice:
En el momento de la muerte, el alma siente la misma impresión que quienes se inician en los Grandes Misterios…En primer lugar son las carreras al azar, penosas desviaciones, marchas inquietantes e interminables a través de las tinieblas. Antes del final, el terror, el estremecimiento llegan a su fin.
Pero enseguida una maravillosa luz surge ante sus ojos, se pasa a lugares puros y praderas donde resuenan cantos, donde se ven danzas; las palabras sagradas y las apariciones divinas inspiran un respeto religioso. Entonces el hombre, perfecto e iniciado a partir de ese momento, libre ya, se pasea sin temor, e incluso celebra los Misterios con una corona en la cabeza; vive con los hombres puros y santos; ve en la tierra a la multitud de los no iniciados aplastarse y arrojarse al lodazal y las tinieblas y, por temor a la muerte, persiste en el mal en vez de creer en la felicidad del más allá.
El día 24 era dedicado a juegos y teatralidades. Después, los iniciados volvían a Atenas en procesión y eran recibidos por la gente del pueblo en el puente del río Cefiso, donde se producían escenas de travesura, burlas y regocijos (γεφυρίζειν).
Hasta aquí el texto de Flacelière sobre los cultos mistéricos y el caso de Eleusis, al que Goethe se ha referido en su elegía.
El humor está presente en este poema, en el que el autor compara su propia situación con la de la diosa Deméter y sus amores con Yasión. El final lo evidencia:
Con gran asombro escuchó el iniciado la historia,
hizo señas a la amada. ¿Entiendes ahora la seña, amor mío?
Da aquel tupido mirto sombra a un sagrado lugar.
Nuestra satisfacción no pone al mundo en peligro.»
[…] partió, no sin antes haberse iniciado en los misterios de Eleusis, que le mostraron como ingresar y regresar del país de los muertos. Hades le permitió llevarse a […]
[…] a la presencia mitológica en las Elegías romanas de Goethe y, entre ella, al culto eleusino. Entonces hice uso de esta imagen para ilustrar alguna de las entradas de aquella […]
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