El autor y el género
Franz Schubert fue un compositor que dedicó gran parte de su obra a la voz humana, especialmente en el formato del lied. Ciertamente no inventó esa forma musical, cuyas bases establecieron Mozart y Beethoven, en obras como Das Veilchen (La violeta, K 476) o el ciclo An die ferne Geliebte (A la amada lejana, opus 98), respectivamente. Sin embargo, las influencias que Schubert recibe no provienen de ambos autores, sino de músicos menos conocidos, como Friberth, Holzer, Kosebuch, Steffan, Ruprecht, austríacos, o Reichardt, Zelter o Zumsteeg, naturales del norte de Alemania.
El primer gran lied de Schubert, Gretchen am Spinnrade (Margarita a la rueca), D. 118, compuesto a los 29 años, ofrece un nuevo lenguaje que superará claramente todos los antecedentes. Con él nace el lied schubertiano.
Al contrario que en la ópera o el oratorio, en este género el texto no es dramático ni épico, sino que trata de ser objeto musical en si mismo. La música, por su parte, no deriva su estructura de la métrica del poema, pues sólo emancipándose de él puede llegar a ser, paradójicamente, su más fiel ilustración. La palabra lied es intraducible exactamente al castellano. «Canción» es la que quizá pueda aplicársele con más propiedad, aunque esta voz corresponde, en realidad, al término alemán «Gesang».
A lo largo de sus más de 600 lieder, el compositor vienés marcó una altura artística, una profundidad y una cohesión que pocos compositores han igualado.
Si los lieder schubertianos pudieron alcanzar altas cimas, se debió en gran parte a la conexión del músico con las personalidades literarias que vivieron en Viena muy poco antes o al mismo tiempo que él. Muchos de ellos fueron sus amigos: Mayrhofer, Schober, Bauernfeld, Grillparzer. Otros, aunque alejados de su ambiente, le eran próximos desde un punto de vista intelectual: Goethe, Schiller, Heine, Müller.
No todos los textos elegidos por Schubert fueron de calidad, pero su criterio selectivo fue en el lied mucho más riguroso que en el terreno operístico, por ejemplo. Es importante destacar que más de la quinta parte del total de los lieder están basados en las que fueron probablemente las tres grandes figuras literarias de la época. Schubert tomó 80 textos de Goethe, 46 de Schiller y 6 de Heine. Si de los del segundo sólo unos pocos pueden considerarse obras auténticamente maestras como, por ejemplo, Des Mädchens Klage (El lamento de la doncella) D. 389, los de Heine, incluidos en el ciclo Der Schwanengesang, y muchos de los de Goethe, pueden ser reputados como tales.
Otros poetas que suministraron textos a Schubert fueron Wilhelm Müller (ciclos La bella molinera y Viaje de invierno), y poetas medianos o de variable calidad como Matthisson ( 28 textos), Hölty (23), Kosegarten (22), Körner (13).
Más importantes son Rückert, Klopstock, Novalis, Schlegel, Rellstab y Grillparzer. Finalmente usó textos de poetas de todos los tiempos y países como Esquilo, Anacreonte, Petrarca, Ossian, Shakespeare y Walter Scott.
El ciclo de canciones
El ciclo Schwanengesang significa el encuentro de Schubert con la poesía de Heine. Sin duda, no posee la unidad estilística de los otros dos anteriores, y está compuesto por 14 canciones basadas en 7 poemas de Rellstab, 6 de Heine y uno de Seidl. Parece ser que Schubert no tenía previsto construir un ciclo con estos lieder, aunque Einstein difiere de tal idea. Fue el editor Haslinger quien, de acuerdo con Ferdinand, el hermano del compositor, tuvo la ocurrencia de englobar en dos cuadernos aparecidos en 1829 las canciones sobre poemas de Rellstab y Heine, dándole al conjunto el título general de El canto del cisne y añadiendo, por temor supersticioso al número 13, otra canción, la última compuesta por Schubert, Die Taubenpost, D. 965a, de 1828, con letra de Johann Gabriel Seidl.
Lo que otorga una verdadera personalidad a esta agrupación de canciones es la presencia de las seis basadas en poemas de Heine. Era previsible que el encuentro del músico con el gran poeta romántico pudiera dar frutos tan extraordinarios, verdaderos ejemplos de depuración dramática. Las formas populares de la poesía de Heine, recreadas de modo más esquemático, pero lleno de vigor por Müller, sufren una depuración que pone de manifiesto su esencia. Siguiendo una trayectoria coherente, y partiendo de las versiones de Müller, Schubert supo desvelar el más puro lirismo del autor de Intermezzo lírico, al que también Schumann pondrá música. En esta trayectoria, Winterreise es un escalón progresivo, una pieza de unión de los ciclos extremos, La bella molinera y El canto del cisne.
Probablemente, Schubert conoció los textos de Heine en 1827. Los seis musicados pertenecen al ciclo Die Heimkehr (El retorno), que consta de 88 poemas, y con el que se abre el libro primero de los Reisebilder (Cuadros de viaje). En ellos trata de pesimismo, sufrimiento, nostalgia amorosa, recuerdo de la amada… Una poesía tan concentrada pedía a gritos que un compositor como Schubert la convirtiera en música y la potenciara, sintetizando la sensibilidad romántica y creando un solo cuerpo expresivo de algunos de los valores fundamentales de su época.
En Der Atlas, el primero de los lieder de Heine y octavo del ciclo – los 7 anteriores son de Rellstab (Liebesbotschaft, Kriegers Ahnung, Frühlingssehnsucht, Ständchen, Aufenthalt, In der Ferne y Abschied) y los otros de Heine son Ihr Bild, Das Fischermädchen, Die Stadt, Am Meer y Der Doppelgänger – se aprecia un colorido operístico producido por los trémolos, el recitado, las síncopas, los grandes contrastes y el juego modulatorio, todo ello dentro de una atmosfera grave y tensa.
No hay que olvidar que Schubert compuso estas canciones para la voz de tenor, aunque el tiempo y la tradición las hayan convertido en repertorio de barítonos. Pocos tenores se han atrevido con este ciclo, quizás por la dificultad de canciones como la que nos ocupa, Der Atlas, y Der Doppelgänger, que piden una voz de mayor peso.
A continuación podemos oír la segunda de ellas.
Para mayor información sobre el lied remitimos a un blog que hemos descubierto, cuando ya teníamos nuestro artículo casi terminado. En ese espacio el comentario al lied, a su referente, a su estructura, carácter y composición, se ofreció en dos entregas. Ésta y esta otra. No negaremos que nos ha quitado cierta ilusión por nuestro trabajo descubrir que alguien ya había escrito sobre el asunto; pero el hecho es que esta coincidencia nos reafirma en que tuvimos acierto a la hora de dar el nombre a nuestro blog: nada nuevo hay bajo el sol. Para otro lied de Schubert, sobre texto de Mayrhofer, que nos sirvió para «revisitar» la tragedia sofoclea Filoctetes, puede nuestro lector acudir aquí. Hemos de decir que lo referente al lied y al ciclo de canciones El canto del cisne lo hemos tomado del capítulo 15 (Schubert y la voz humana) en la colección Los grandes compositores de la editorial Salvat, cuyo autor desconocemos con certeza, aunque puede que sea Ángel Carrascosa.
El mito
Atlas es un gigante, hijo del titán Jápeto y de la Oceánide Clímene. Según ciertas tradiciones, sería hijo de Urano y, por tanto, hermano de Crono. Pertenece a la generación divina anterior a los Olímpicos. Según Apolodoro (Biblioteca III, 10, 1-2) se unió a Pleíone, hija de Océano, y de ellos nacieron en Cilene de Arcadia siete hijas, llamadas las Pléyades: Alcíone, Mérope, Celeno, Electra, Estérope, Taígete y Maya… Maya, la mayor, de su unión con Zeus, dio a luz un hijo, Hermes, en una cueva del Cilene.
Atlas participó en la lucha de los Gigantes y los dioses y fue condenado por Zeus a sostener sobre sus hombros la bóveda del cielo. Según Hesíodo (Teogonía, 509 y ss.):
Jápeto se llevó a la joven Clímene, oceánide de bellos tobillos y subió a su mismo lecho. Ésta le dio un hijo, el intrépido Atlas… Atlas sostiene el vasto cielo a causa de una imoperiosa fatalidad allá en los confines de la tierra, a la entrada del país de las Hespérides de fina voz (apoyándolo en su cabeza e infatigables brazos); pues esta suerte le asignó como lote el prudente Zeus.
Su morada se sitúa en el país de las Hespérides, en los Hiperbóreos. Heródoto se refiere a Atlas como una montaña del África septentrional (cordillera del Atlas en Marruecos). El episodio más conocido de Atlas o Atlante es el que lo relaciona con Heracles.
El undécimo de los Doce Trabajos de Heracles fue recoger las manzanas del manzano de oro, regalo de bodas de Gea a Hera, plantado en el jardín de las Hespérides.
En efecto, en los escolios a Germánico leemos:
Éste (el dragón Ladón), muy grande, se encuentra colocado en medio de las estrellas de la Osa Mayor y la Osa Manor. Se piensa que había sido el guardián del jardín de las Hespérides, muerto por Hércules y elevado a los astros por Juno, que le había puesto como guardián del jardín. Eratóstenes dice que, según Ferecides, cuando Juno se casó con Júpiter , todos los dioses le habían traído regalos a ella y que la Tierra se presentó trayendo de regalo manzanas de oro con sus ramitas, cosa que Juno mandó plantar en su jardín. Como las hijas de Atlas a menudo las arrancasen, dicen que había puesto de guardián un dragón que fue matado por Hércules. Dicen que Júpiter colocó el dragón entre los astros en recuerdo del valor de Hércules.
El citado Eratóstenes, en sus Catasterismos, en el dedicado a Dragón añade:
Se lo reconoce por un elemento clarísimo, pues sobre él se proyecta la imagen de Hércules – claro recuerdo del combate entre ambos -, imagen que dispuso en el firmamento Zeus. Tiene tres estrellas brillantes sobre la cabeza, doce a lo largo de todo el cuerpo hasta la cola, muy abigarradas, claramente distantes de las dos Osas; en total hacen quince.
Se hallaba éste en las laderas del monte Atlas (como hemos dicho, la actual cordillera del Atlas en Marruecos), donde las jadeantes caballerías del Sol completan su viaje y donde los rebaños de ovejas y vacas de Atlante, mil de cada especie, vagan por los pastos de su innegable propiedad. Allí vivía el titán Atlas, orgulloso de las manzanas de Hera, en tanto que jardinero de aquel lugar y todavía no condenado a su pesado trabajo. Un día Temis le dijo como advertencia: «Un día muy lejano, titán, verás el oro arrancado de tu árbol por un hijo de Zeus».
Como sus hijas, las Hespérides, encargadas de vigilar el árbol, robaban las manzanas, Hera mandó al dragón Ladón, que se enroscó en él.
Heracles se informó por el dios marino Nereo de que la mejor forma de conseguir las manzanas era utilizar a Atlas. En efecto, en su camino hacia Occidente heracles pasó por Iliria y llegó al río Po, hogar del dios Nereo. Allí las ninfas del río, hijas de Zeus y Temis, le enseñaron al viejo Nereo, que estaba dormido. Lo agarró y sin soltarle a pesar de sus muchas transformaciones proteas, le obligó a profetizar cómo podían obtenerse las manzanas de oro.
Nereo aconsejó a Heracles que no arrancara él mismo las manzanas, sino que utilizara a Atlante como su agente, exonerándole entretenato de su terrible carga.
Tras matar a Ladón, Heracles se prestó a sostener el mundo si Atlas iba a por las manzanas. Cuando Atlas volvió le dijo a Heracles que él mismo llevaría las manzanas a Euristeo y que mientras tanto siguiera él sosteniendo el mundo unos meses más. Heracles aceptó con la condición de que Atlas volviera a sujetarlo, mientras él se buscaba una almohada, para ponérsela sobre los hombros. Atlas aceptó, pero Heracles, tan pronto se vio libre del peso, cogió las manzanas y se dio a la fuga, tras un irónico adiós, volviendo a Micenas, tras pasar previamente, en un amplio recorrido, por Libia, el oráculo de Amón y fundó Tebas en Egipto, y el Cáucaso, donde estaba amarrado Prometeo, y mató al grifo, hijo de Tifón y Equidna, que cada día le devoraba el hígado.
El lied
Der Atlas (Heinrich Heine (1797-1856) / «Der Atlas», D. 957 nº. 8 (1828), de Schwanengesang, nº. 8, op. posth.)
Der Atlas
Ich unglücksel’ger Atlas! Eine Welt,
Die ganze Welt der Schmerzen muß ich tragen,
Ich trage Unerträgliches, und brechen
Will mir das Herz im Leibe.
Du stolzes Herz, du hast es ja gewollt!
Du wolltest glücklich sein, unendlich glücklich,
Oder unendlich elend, stolzes Herz,
Und jetzo bist du elend.
Atlas
¡Yo, desdichado Atlas! Un mundo,
El entero mundo de los sufrimientos he de sufrir.
Soporto lo insoportable, y rompérseme
Quiere el corazón en el cuerpo.
¡Tú, orgulloso corazón, tú lo has querido!
¡Querías ser feliz, infinitamente feliz,
O infinitamente desdichado, orgulloso corazón,
Y ahora eres desdichado.
Nos hubiera gustado ofrecer la versión de Dietrich Fischer-Dieskau, el gran especialista en el lied schubertiano, pero no la hemos hallado. Como compensación y como despedida, aquí lo tenemos cantando Der Erlkönig.
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