W. R. F. Browning, en su Diccionario de la Biblia (Oxford, 1996) dice que una parábola es la enseñanza por medio de una comparación; relatos de longitud variable que contienen un significado o mensaje más allá del significado directo y literal, con un elemento metafórico. En la enseñanza de Jesús, los aforismos breves (por ejemplo, Mateo 24, 28 = ὅπου ἐὰν ᾖ τὸ πτῶμα, ἐκεῖ συναχθήσονται οἱ ἀετοί; Ubicumque fuerit corpus, illic congregabuntur et aquilae = dondequiera esté el cadáver, allí se juntarán las águilas) se codean con enseñanzas parabólicas bastante extensas (por ejemplo, Mateo 25, 1-13 = parábola de las diez vírgenes) que no se decían necesariamente a la muchedumbre. A menudo, se pudieron comunicar en conversación con grupos más íntimos. Había personas bien dispuestas, interesadas o curiosas, que podían invitar a Jesús a cenar (Lucas 14, 15 siguientes).
Durante siglos existió la tradición de interpretar las parábolas de Jesús como alegorías. Agustín convirtió cada personaje y acción de la parábola del buen samaritano en un símbolo que representaba un artículo de la fe cristiana: la posada representa la Iglesia, el posadero es Pablo, y los dos denarios significan los dos sacramentos evangélicos (bautismo y eucaristía). Los modernos investigadores críticos han intentado remontarse mentalmente hasta las intenciones y auditorios de Jesús. Adolf Jülicher abrió el fuego del debate moderno en 1888: su libro sobre las parábolas sostenía que la esencia de una auténtica parábola era que tenía tan sólo una única idea que descubrir – por ejemplo, “ahora es el día de la salvación” -. Después de un siglo de ulterior discusión, el principio de Jülicher ha tenido que ser modificado en parte. En algunas parábolas hay elementos alegóricos (por ejemplo, en la de los viñadores homicidas, Mateo 21, 33 y siguientes), y también en las interpretaciones dadas sobre ellas (por ejemplo, sobre la del sembrador, Marcos 4, 13-20). A menudo se afirma que algunas parábolas, tal y como están consignadas, miran retrospectivamente al ministerio y a la muerte de Jesús como hechos pasados, y los interpretan. Como tales, son creaciones de la Iglesia primitiva, en continuo conflicto con el judaísmo. No obstante, son interpretaciones válidas para los lectores de los evangelios y refuerzan el sentimiento de crisis con que se debatían, tanto los contemporáneos de Jesús, como los lectores de los evangelios: después de la siembra viene la cosecha, que es siempre el presente.
Algunas de las parábolas de la Biblia (la de la viña, Isaías 5, 1-6; Mateo 13, 24-30) expresan una especie de “teología de la naturaleza” – un argumento a favor de la existencia y actividad de Dios derivado de los aspectos regulares y gratos de la naturaleza -. Sin embargo, por otro lado, los procesos agrícolas y los asuntos humanos se pueden presentar en formas absurdas o con mucho artificio: el juez injusto de la parábola (Lucas 18, 2-5) no es un personaje normal, ni tampoco el patrono que rompe las reglas aceptadas de negociación del salario (Mateo 20, 1-15). Tales parábolas expresan el contraste entre la gracia y la naturaleza; la soberanía (realeza) de Dios no se parece a los contratos juiciosamente regulados entre patrón y empleado. El préstamo de mil talentos a cuyo cobro se renuncia es una suma fabulosa; y resulta sorprendente que el grupo entero de las diez vírgenes se fuera a dormir (Mateo 18, 24 siguientes y 25, 5). Hay una paradoja. Las parábolas pronunciadas por Jesús eran para enseñar y persuadir. Rara vez lo hacían. Y eso se convirtió en un rompecabezas para la Iglesia primitiva: ¿cómo era que el Mesías había visitado a su pueblo y, sin embargo, los suyos no habían sabido reconocerlo? William Wrede y otros estudiosos del NuevoTestamento argumentaban que Marcos tenía una explicación sobre el fracaso del pueblo; la da en Marcos 4, 11-12 (citando a Isaías): Jesús (seguía la teoría de Wrede) fue consciente de que era el Mesías, pero lo guardó como un secreto hasta que los discípulos cayeron en la cuenta de ello después de la resurrección; las parábolas fueron formuladas deliberadamente en unos términos que escondieran de momento su significado.
La teoría de Wrede del secreto mesiánico no es hoy ampliamente aceptada en la forma en que él la propuso; y no obstante, una especie de secreto rodeaba desde el principio el ministerio de Jesús. La palabra griega παραβολή se puede traducir por “adivinanza”, y así Marcos 4, 11 (ἐκείνοις δὲ τοῖς ἔξω ἐν παραβολαῖς τὰ πάντα γίνεται) se podría traducir “pero a los que están fuera, todo se les podría presentar como una adivinanza”; el significado del reino está velado para los de fuera, pero se desvela a los discípulos por revelación de Dios. Está velado para los de fuera por designio de Dios mismo. Así, el secreto pertenece al evangelio como tal: es una característica integrante de la obra de Dios en Cristo, comparable a los milagros, que solamente se pueden reconocer con la fe dada por Dios. Un principio del modo en que el Nuevo Testamento entiende a Jesús es que él no fuerza a creer con argumentos irrefutables; la fe y la responsabilidad se dejan a las gentes como tal, porque Jesús está comprometido con la libertad. La gente no fue coaccionada entonces para creer, y tampoco lo son los lectores actuales del evangelio. Sin embargo, la traducción “adivinanza” no es adecuada para todas la parábolas de Jesús, ya que muchas de ellas parecen relatos directos y apropiados, ideados para instar al auditorio a hacer algo, o a cambiar sus actitudes de manera fundamental.
Hasta aquí el texto de W. R. F. Browning.
Y una de las parábolas que se presenta en forma de relato directo y apropiado es la conocida parábola del “hijo pródigo” (Lucas 15, 11-32) que se proclama en el evangelio de hoy.
Primero es conveniente hablar sobre la comunidad a la que Lucas se dirige en su evangelio y sobre el propio Lucas. La información se ha sacado del libro Lucas, evangelista de la ternura de Dios, de Francesc Ramis Darder, en La Casa de la Biblia, Verbo Divino, 1997.
En los albores del Renacimiento, Dante Alighieri definía a Lucas como el «evangelista de la ternura de Dios» (scriba mansuetudinis Christi). Y, ciertamente, es así. Lucas, como todo evangelista, nos expone la salvación de Jesús y nos invita a seguir sus pasos. Al hablarnos de Él, Lucas, nos lo presenta con el rostro de la ternura y la misericordia de Dios. A lo largo de esta breve introducción intentaremos situar el evangelio de Lucas en su propio contexto histórico y cultural.
Si nos atenemos a la opinión de numerosos especialistas deberemos datar la redacción definitiva del tercer evangelio entre los años 80-90. Los estudiosos del texto de Lucas sitúan su redacción en la provincia romana de Acaya. Dicha provincia, geográficamente, se ubica en el sur de Grecia. Dos son los argumentos que han llevado a los exegetas a situar la redacción de la obra lucana en la provincia de Acaya y datarla entre los años 80-90:
1) Por una parte, cuando se analizan las características del texto griego de este evangelio, puede constatarse que el estilo literario y el vocabulario son semejantes a los utilizados en el sur de Grecia en aquellas fechas.
2) Por otra parte, disponemos del testimonio de algunos autores antiguos que hablan de la situación en la que se escribió este evangelio. Tanto la obra de Ireneo de Lyón, como el llamado «Prólogo antimarcionita», y un minúsculo manuscrito antiguo conocido con el nombre de «Fragmento Muratoriano» nos dicen que la obra de Lucas vio la luz en la provincia de Acaya.
¿Dónde está y cuáles son las características de la provincia romana de Acaya?
Como decíamos antes, se encuentra en la zona sur de la península Helénica. Su geografía nos descubre ciudades importantes como son Corinto y Atenas. En tiempos antiguos había sido el centro del mundo y el foco de la cultura clásica. Los grandes filósofos, Platón y Aristóteles, habían expuesto allí su pensamiento. También allí, Jenofonte escribió su historia. La provincia de Acaya, en sus mejores tiempos, había contemplado la obra de los más eximios arquitectos (La Acrópolis, El Partenón). Había admirado las obras escultóricas de Fidias y Praxíteles y venerado el genio militar de Pericles. Sin ninguna duda, aquella zona había constituido el centro cultural del mundo clásico.
Pero, ¿qué quedaba en el siglo I de todo aquel esplendor cultural?
Prácticamente no quedaba nada. Los romanos habían conquistado aquellas tierras y las habían incorporado a su naciente imperio. En la mente y el sentir de las gentes únicamente restaba el recuerdo borroso del pasado. Recordaban la obra de sus antiguos filósofos y escritores, y admiraban la obra de sus artistas, pero ahora ya no eran el centro del mundo. Se limitaban a ser una provincia remota en un lugar empobrecido del Imperio Romano. La gente vivía sin esperanza. «Antes éramos el centro del mundo y ahora nos hemos convertido en nada», tal vez estas palabras, anidadas en el corazón de los hombres, los hundieran cada día más en la desesperación.
La desesperanza engendra siempre la angustia y el miedo. Y con el miedo no se puede vivir. Los habitantes de Acaya necesitaban sobrevivir, pero observaban que ya no les quedaban fuerzas para sacar su vida adelante. En su abatimiento pensaban que tan sólo alguien venido de fuera podía salvarlos. Para sobrevivir no les quedaba otra alternativa que servir a los pequeños señores (los tiranos) que, de una manera semejante al régimen feudal, administraban aquella zona empobrecida y remota. Interiormente pensaban que nada ni nadie podía cambiar. Lentamente iban depositando su confianza y su vida en las manos de aquellos pequeños reyezuelos, implorándoles que, dejando caer unas «migajas de pan», les permitieran seguir viviendo. En este ambiente social y cultural nació la primitiva comunidad cristiana de Acaya. Pablo, el apóstol de los gentiles, habría anunciado en aquellas tierras el Evangelio de Jesús. Los cristianos de aquella primitiva Iglesia procedían del paganismo y estaban imbuidos en la cultura popular griega.
La predicación cristiana anunció a aquellas gentes un acontecimiento fundamental en su existencia: Cristo es el único Señor de la vida. Ya no era necesario mendigar «migajas de pan» a los pequeños señores -los tiranos-, para conseguir sobrevivir. Cristo era el único Señor, solamente de Él brotaba la misericordia que hacía de la existencia humana una realidad digna de ser vivida.
[…] anónimo Sobre lo Sublime, la villa romana del camino Villamargo en Castellón, propuestas para una selección de textos para las PAU, la ética en la política, monedas mitológicas, Polifemo, Lucrecia, Petrarca o los clásicos en […]
[…] De plataformas, órdenes…, ¿El inválido o Eratóstenes?, A vueltas con las ponderaciones, Un texto para las PAU, Empate a 23, Sabor agridulce, ¿Lisias se agota?, Parece que no, ¿A quién reclama Cristina?, […]