Analizado de forma breve, en el anterior capítulo, el romance de Apolo y Dafne de Salas Barbadillo, aquí tenemos el romance completo:
Aquel dios ciego y malsín,
preciado de ballestero,
causa de tantos achaques
y achaque de tantos necios,
dio un flechazo a don Apolo,
dios tan prudente y tan cuerdo,
que de cochero se sirve,
por no sufrir a un cochero.
Porque aun, si siendo tan viles,
Son los cocheros soberbios,
¿Qué hicieran si ellos pensaran
Que hay un cochero en el cielo?
A la cabellera rubia,
no tuvo el rapaz respeto,
que no habiendo entonces tantas
fue notable atrevimiento.
Suspiros de fuego arroja,
Y no es encarecimiento,
Que antes lo fuera mayor,
Si los echara de hielo
Suspira por doña Dafne,
doncellona de aquel tiempo,
muy preciada de ser virgen,
que no era el mundo tan necio.
Requebrarla quiso Apolo,
Embozado, y encubierto,
Y él da lugar a la noche,
Porque la hallen sus deseos.
Excusose con ser virgen,
Y Apolo dice risueño,
Que él es quien todos los años
Está en Virgo un mes entero.
Y la ninfa al fin rebelde,
Le mira con grande ceño,
que como es hija de un río,
es fría con mucho extremo.
Apolo siente el mal trato,
mas menguado el sentimiento
mesurado, y boquirrubo,
se lamenta a lo discreto.
De las estrellas se queja,
Y andaba muy majadero,
Si él les da ración de luz,
En no vengarse pudiendo.
Muy poco se parecía
A los señores que hoy vemos,
Que aun a quien más bien les sirven,
Pagan la ración a tercios.
Qué desdichado fue Apolo
en no amar en estos tiempos;
bajará en su coche al prado
y en fe de él le hablaran luego
Determinase a forzarla,
Y ella que siente el intento,
Corre más que el que en un día
Da la vuelta al mundo entero.
Vasele por pies la dama,
Y al cabo de largo trecho
La halló en árbol convertida,
Dando más leña a su fuego
En laurel se vuelve, un árbol
de más pompa que provecho,
alcázar de ruiseñor,
truhanes de los desiertos.
Para coronar poetas
escoge sus ramas Febo,
que de árbol que no da fruto
se coronan los ingenios.
Volviose Apolo a su casa,
Admirado del suceso,
Y puso cortinas negras
A su coche el dios flamenco.
Todos excusan a Dafne
Con su propio nacimiento;
Porque si es hija de un río,
Será un peñasco su abuelo.
Refiere Ovidio esta historia,
aquel narigudo ingenio,
que siendo en sangre latino,
hubo nariz en hebreo.
En 1634 el murciano Salvador Jacinto Polo de Medina (1603-1676) escribe su extensa (540 versos) Fábula de Apolo y Dafne.
El jienense, muerto en Lima, Juan del Valle y Caviedes (1645-1698), dedicó también poemas al mito de Apolo y Dafne.
He aquí el primero:
En un laurel convertida
vio Apolo a su Dafne amada
¿quién pensara que en lo verde
murieran sus esperanzas?
II 5 Abrazado con el tronco
y cubierto con las ramas,
pegó la boca a los nudos
y a la corteza la cara.
III Con mil almas le decía
10 a la que sin ella estaba:
“Para ti y no para mí,
Dafne, ha sido la mudanza;
IV pues tanto monta el ser tronco
como el ser ninfa tirana
15 porque tanto favorece
un leño como una ingrata.
V Sólo la forma echo menos
en tus perfecciones raras;
pero en la materia toco
20 que la de un tronco es más blanda.
VI Primero piedad espero
en quien no escuche mis ansias,
moción en el que está yerto,
que en ti, estando como estaba,
25 Por lo menos grabaré
en tu tronco mis palabras
que en ti, ninfa, jamás pude
que quisieses escucharlas.
Desesperación ha sido
30 tu belleza malograda,
pues por agraviarme esquiva
hasta a ti misma te agravias.
Si hubiera sabido, ninfa,
tu venganza, en mi venganza
35 por quererte más te hubiera
querido con menos ansia”.
El peruano aborda el mito en un segundo poema (A una beldad ingrata):
Atiende, ingrata Dafne,
mis quejas, si escucharlas
te merecen mis penas,
siquiera por ser tú quien me las causas.
II 5 Bien sé que son al viento
decirlas a una ingrata,
pero yo las publico
tan sólo porque sepas lo que agravias.
III Escucha mis suspiros,
10 que no porque mis ansias
con sentimiento explique,
te han de obligar mis voces a pagarlas;
IV pues no tan fácilmente
se mueve a una tirana,
15 y así puedes sin riesgo
serme fina y atenderme, ingrata.
V Si bien te pareciera
que mucho me amaras,
advierte que el favor
20 se hace más fino cuanto más se ama.
VI Merecer tus cariños
y dármelos en paga,
y el que paga no deja
la voluntad afecta ni obligada.
VII 25 Finge que amor me tienes
y aunque me engañes, falsa,
haz siquiera de vidrio
una esmeralda para mi esperanza.
VIII No me des desengaños
30 con claridades tantas,
que el infelice vive
el tiempo que se engaña o que le engañan.
IX Sólo un triunfo consigues
si de una vez me matas:
35 darme una vez la vida
para que muchas tengas que quitarla.
Un estudio de estos poemas se puede leer en el artículo de Enrique Ballón Aguirre, de la Universidad del Estado de Arizona, Sobre la decepción amorosa (sentimientos y poesía barroca colonial andina).
Vicente Espinel (1550-1624), en Canciones I y Silvas I trata también el mito de Apolo y Dafne.
He aquí la primera de sus Canciones:
Tierno pimpollo, nueva y fértil planta
cultivada en el suelo,
que en breve espacio se levanta al cielo,
oye un pastor que canta
¡Célida mía!, del virgíneo coro
honra, luz, y tesoro,
y al son de tu belleza
muestra de su zampoña la rudeza.
Del sacro bando de la blanca diosa
la escuadra bella, y casta,
que en virtud, y nobleza el tiempo gasta,
la guirnalda olorosa
por mi rústica mano te presenta,
para que el mundo sienta
que aún siendo flor muy tierna,
tu virtud, y valor te hace eterna.
Al son de tu dulcísima armonía
dejó el arco, y aljaba
la ilustre diosa, que en la caza andaba:
quedó su compañía
a tu cantar atónita y suspensa,
de la belleza inmensa,
de la gracia extremada,
envidiosa, contenta, y admirada.
Si el sacro Apolo a Dafne fue siguiendo
incitado y movido
de la belleza, que en el cuerpo vido,
tu hermosura viendo,
la luz del rostro que a la suya excede,
y la virtud que puede
enriquecer mil almas
no se adornara con laurel, ni palmas.
La clara voz que del ebúrneo cuello
sale hiriendo el aire
con dulce son, y angélico donaire,
el instrumento bello
de piedras finas del dorado Oriente,
tocado blandamente
de la nevada mano
¿al Dios de Delo no dejara insano?
Y más si viera el instrumento amado,
de que se aprecia Apolo
haber sido inventor primero y solo
desenvuelto, y tocado
con tal aire, destreza, y subida arte,
sin duda fuera parte
para dejar las suyas,
y andar siguiendo las pisadas tuyas.
Viera después por las espaldas suelto
el oro más subido,
cual esparcido al viento, y cual cogido
en sutil velo envuelto:
el semblante, el aseo, y la elegancia,
que en la primera infancia
pudo dar claro ejemplo
a las Vestales del sagrado templo.
Y en suma la virtud que el alma adorna
mientras más, y más crece
en los floridos años, más parece
que al primer tronco torna:
que de tan ecelente y gran sujeto
tan limado y perfeto
es justo que se entienda,
que había de salir tan alta prenda.
Mas la dureza de que está vestido
tu tierno, y blanco pecho,
que tiene en llanto mi vivir deshecho,
cansado, y consumido,
tu cuerpo y alma desadorna tanto,
que pone al mundo espanto
ver, que tanta belleza
sustente junto a sí tal aspereza.
Canción, cuando el valor de mi señora
cantes en su presencia,
acuérdale mi mal, y su inclemencia.
En su Silva I, Espinel vuelve a abordar el mito.
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