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Archive for 3 de abril de 2010

Silentium loquetur

A propósito, si pronuncias mi nombre, desaparezco. ¿Quién soy?

Es uno de los acertijos que, en la película “La vida es bella”, propone el doctor Lessing (Horst Buchholz) a Guido (Roberto Benigni). La respuesta es sencilla de dar: el silencio.

Hoy es Sábado Santo, día propicio para meditar en silencio sobre el silencio. Los creyentes cristianos esperamos, en expectante silencio, la Resurrección de Cristo. Ayer muchas procesiones del Santo Entierro deberían haber discurrido en el más absoluto silencio. Algunas lo hicieron, otras no.

En estos últimos días he comprobado, con cierta pena y sorpresa, que, en muchos templos, no se guarda el silencio que merecen los actos que allí se celebran y la ocasión que los provoca: la contemplación silenciosa de los misterios de la pasión y muerte de Jesús de Nazaret.

Tampoco la procesión del Santo Entierro, única de las que se hacen en esta ciudad, desfiló con el silencio que corresponde a un entierro y que merece el muerto. Cofrades y público parecen haber perdido la disciplina del silencio.

No así lo que contemplé por televisión anoche desde Vila-real: la entrada en la Arciprestal del Cristo yacente con el único sonido de un tambor y el golpe de la lanza del soldado en el suelo. Por lo demás, ¡qué silencio tan elocuente!

Silencio de metal triste y sonoro (Miguel Hernández)

¡Qué diferencia con las procesiones y los actos litúrgicos de hace veinte años!

Lo antes expuesto me permite hacer una reflexión sobre la pérdida de capacidad para el silencio.

Y es que se ha trasladado a un ámbito que siempre ha sabido mantener el silencio respetuoso y meditativo, el bullicio, el parloteo, el miedo al silencio, el “horror silentio” de la sociedad actual.

¡Qué difícil es conseguir que se imponga el silencio! En las aulas, es misión casi imposible.

Y, sin embargo, creo que el silencio es indicio de una personalidad formada, culta, educada, que ha leído, que tiene vida interior, que es respetuosa y tiene sensibilidad.

En el silencio solo se escuchaba

un susurro de abejas que sonaba. (Garcilaso de la Vega)

¡Y qué decir de la sociedad en general! ¡Cuántos ruidos! ¡Cuántas voces fatuas! ¡Cuánto grito inútil, desproporcionado y sin motivo!

Hablamos a gritos, desde niños. Sólo hay que acercarse al patio de un colegio para apercibirnos de ello.

En muchas casas, si no suena una radio o se oye de fondo el sonsonete cansino de una televisión, parece que algo falta.

¡Qué lejano nos queda el silencio, qué lejano!

El silencio, estoy convencido, va muy unido al civismo y a la buena educación. En este mundo al revés que hemos construido, en el que la diversión se inicia a las dos de la madrugada, no es infrecuente ver cómo muchos jóvenes andan por esas calles dando gritos en plena noche alterando el descanso de los vecinos. Lo hemos visto en televisión recientemente con los jóvenes británicos de Sitges. Ruido y alcohol.

Las discotecas son una oda al ruido y a la incomunicación. Motocicletas con tubo de escape trucado, coches a gran velocidad con las radios a todo volumen circulan por nuestras calles.

Esta sociedad no valora el silencio, más aún le tiene miedo. Y eso que Menelao, en la tragedia Orestes (verso 638) de Eurípides, dice:

στι δ᾿ ο σιγ λγου

κρεσσων γνοιτ᾿ ν.

Hay veces que el silencio puede resultar mejor que la palabra.

En su Antíope dice Eurípides:

κσμος δ σιγ στεγανς νδρς ο κακο

El silencio impenetrable es el adorno del hombre honrado.

Es cierto que, como dice el corifeo en la Antígona (verso 1251) de Sófocles, quizá tampoco sea bueno demasiado silencio:

μο δ᾿ ον τ’᾿γαν σιγ βαρ

δοκε προσεναι χ μτην πολλ βο.

A mí me parece que son funestos, tanto el demasiado silencio como el exceso de vano griterío.


Aliquando pro facundia silentium est.

Tampoco debemos circunscribir el silencio a la expresión proverbial machista griega, que leemos, por ejemplo, en el verso 293 de la tragedia Áyax de Sófocles, y que se aleja de la pretensión de nuestro artículo:

Γναι, γυναιξ κσμον σιγ φρει.

Mujer, el silencio es un adorno en las mujeres.

El fragmento 188 de Esquilo nos dice:

πολλος γρ στι κρδος σιγ βροτν.

Pues para muchos mortales el silencio es una ganancia.

Menandro insiste en su fragmento 758

πα, σιπα· πλλ᾿ χει σιγ καλ.

Calla, muchacho. El silencio tiene muchos bienes.

Menandro insiste:

Η λγε τι σιγς κρεττον σιγν χε.

O di algo mejor que el silencio o mantén silencio.

Teofrasto, en sus Caracteres, define bien al charlatán:

De la charlatanería.

La charlatanería es una propensión a hablar mucho y fuera de propósito. El charlatán es un individuo capaz de sentarse al lado de alguien a quien no conoce y, para empezar, le hace el canto de su propia esposa; luego, le cuenta lo que ha soñado la noche anterior; después, describe con todo lujo de detalles lo que tuvo para cenar. A continuación, pasando de un tema a otro, afirma que los hombres de hoy son mucho peores que los de antaño, y que el trigo en el mercado está a muy buen precio, y que hay una gran afluencia de extranjeros, y que a partir de las Dionisias el mar es de nuevo navegable, y que si Zeus mandara más lluvia, mejoraría la situación del campo, y lo que cultivará en su tierra el año próximo, y que la vida está difícil, y que Damipo ha consagrado una antorcha grandísima en los Misterios, y cuántas son las columnas del Odeón, y “Ayer vomité” y “¿Qué día es hoy?”. Si se le aguanta, él no ceja: “en el mes de Boedromión se celebran los Misterios; en el de Pianepsión, las Apaturias, y en el de Posideón, las Dionisias rurales”.

[Es preciso huir a todo meter de tales individuos, si se quiere evitar una calentura. Pues resulta trabajoso pararle los pies a los que no distinguen entre la actividad y el ocio]

En la red hemos encontrado esto:

Sobre Guardar Silencio y Hablar

Extractos del libro «Ni lobo ni perro. Por senderos olvidados con un anciano indio» de Kent Nerburn.

Nosotros los indios sabemos del silencio. No le tenemos miedo. De hecho, para nosotros es más poderoso que las palabras.
Nuestros ancianos fueron educados en las maneras del silencio, y ellos nos transmitieron ese conocimiento a nosotros. Observa, escucha, y luego actúa, nos decían. Ésa es la manera de vivir.

– Observa a los animales para ver cómo cuidan a sus crías. Observa a los ancianos para ver cómo se comportan. Observa al hombre blanco para ver qué quiere. Siempre observa primero, con corazón y mente quietos, y entonces aprenderás. Cuando hayas observado lo suficiente, entonces podrás actuar.

Con ustedes es lo contrario. Ustedes aprenden hablando. Premian a los niños que hablan más en la escuela. En sus fiestas todos tratan de hablar. En el trabajo siempre están teniendo reuniones en las que todos interrumpen a todos, y todos hablan cinco, diez o cien veces. Y le llaman «resolver un problema». Cuando están en una habitación y hay silencio, se ponen nerviosos. Tienen que llenar el espacio con sonidos. Así que hablan impulsivamente, incluso antes de saber lo que van a decir.

A la gente blanca le gusta discutir. Ni siquiera permiten que el otro termine una frase. Siempre interrumpen. Para los indios esto es muy irrespetuoso e incluso muy estúpido. Si tú comienzas a hablar, yo no voy a interrumpirte. Te escucharé. Quizás deje de escucharte si no me gusta lo que estás diciendo. Pero no voy a interrumpirte. Cuando termines, tomaré mi decisión sobre lo que dijiste, pero no te diré si no estoy de acuerdo, a menos que sea importante. De lo contrario, simplemente me quedaré callado y me alejaré. Me has dicho lo que necesito saber. No hay nada más que decir. Pero eso no es suficiente para la mayoría de la gente blanca.

La gente debería pensar en sus palabras como si fuesen semillas. Deberían plantarlas, y luego permitirles crecer en silencio. Nuestros ancianos nos enseñaron que la tierra siempre nos está hablando, pero que debemos guardar silencio para escucharla.

Existen muchas voces además de las nuestras. Muchas voces.

Silentium omnia bona continet, mala omnia loquacitas.

Sí, creo que debemos recuperar una cultura del silencio. Demasiado ruido, demasiadas voces, demasiados gritos. Debemos aprender a escuchar y a guardar silencio. Estamos tan acostumbrados a la palabra que, cuando ocasionalmente se produce un silencio superior a los dos segundos en algún lugar público, parece un hecho extraordinario.

Es verdad que existe también un silencio interior.

El profeta Isaías tiene hermosas reflexiones sobre el silencio:

Et cultus iustitiae silentium (32, 17)

El cultivo de la justicia es el silencio.

In silentio et in spe erit fortitudo vestra (30, 15)

En el silencio y en la esperanza estará vuestra fuerza.

En casa he encontrado este texto, titulado Sobre el silencio sosegante. No sé quién es el autor. Está dirigido especialmente a la gente joven, aunque todos nos lo podemos aplicar. Me parece bello y lo ofrezco a la consideración de los lectores del blog:

Qué lejano nos queda el silencio, qué lejano…

La vida, que hemos organizado entre todos, ahora nos pasa factura: desapareció el silencio hasta convertirnos en un montón de vacíos sonidos. Es uno de los dramas de este tiempo. Y tanto ruido nos impide caer en la cuenta.

El silencio es el silencio, así a palo seco. El silencio implica la ausencia de voces, la ausencia de gritos, la ausencia de llamadas. El silencio, por lo tanto, no se produce por casualidad en nuestros días, se busca apasionadamente para gozarlo como acompañante de la soledad, por lo menos de la silenciosa soledad, la más depurada y la más honda. Estar en silencio es ser en silencio: he aquí su grandeza, casi siempre olvidada. Optar por el silencio es optar por uno mismo: nunca ese quedarse en la nada vaciada de expectativas.


Comprendo vuestra situación de gente joven. En realidad, a vuestra edad se confunde el silencio con la carencia de palabras y hasta de comunicación: puede llegar a acomplejaros estar silenciosos. O también podéis llamar silencio a esa tristeza que en ocasiones invade vuestro espíritu y que tanto tiene que ver con la nostalgia del amor…

Quedáis, así, prendados del grupo de amigos, donde la charla es animada e interminable y uno puede perderse en el goce de la relación. ¿No experimentáis, sin embargo, cierto cansancio tras tanto hablar y hablar, sin descanso alguno? ¿No sentís una misteriosa necesidad de recuperar el silencio profundo para aquietaros y pensar? En otras palabras, ¿no existe demasiada algarabía en vuestras jóvenes vidas, tan extrovertidas y alegres?

Me permito deciros con todo mi cariño: acercaos al gozo del silencio, denso y tierno, sabroso y ácido, inteligente y escurridizo, tan lleno de ausencias y tan lleno de presencias, hasta sufrir en determinados instantes su componente de soledad, que siempre será “soledad sonora”. Porque en el silencio más radical crecen esas definitivas voces interiores, donde nuestra personalidad se amplía al infinito. Nuestros silencios, jóvenes amigos, producen nuestras palabras últimas. Las mejores.

Nada de cuanto llevo escrito privará de la deliciosa relación y de la camaradería amistosa. Al contrario, te las hará más sólidas y gozosas. Pero tú, así, en forma muy personalizada, haz la prueba de fuego: una noche, levántate de la cama, sitúate en la ventana, contempla el cielo estrellado, y, así, entrégate a la sinfonía sideral del silencio, cuando “lo otro”, lo desconocido pero atrayente, comienza a dejarse oír, con delicadeza de escalofrío. Sabrás lo que es la belleza en su estado puro, nacida tu escucha en las venas del instinto original, donde todo se encuentra, ya hablado del todo. Por favor, haz esta sugerida experiencia. Hazla.

En el silencio de los tiempos, explotó la creación. En el silencio de vuestros tiempos, explotará la vuestra. Vosotros veréis. Yo, por mi parte, os lo he escrito.

Entretanto, en este Sábado Santo continúa la meditación y el silencio, pues en el silencio del sepulcro nació la vida eterna.

Silentium loquetur.

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